La construcción de embalses y el fracking en la cordillera pirenaica “aumentan la posibilidad de que se produzcan terremotos”

Antonio Pardo

Zaragoza —
8 de octubre de 2020 23:09 h

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Durante la madrugada del miércoles al jueves 1 de octubre a más de alguno le costó conciliar el sueño. Pasaban dos minutos de las doce de la noche cuando un temblor se dejó notar en viviendas de Zaragoza, Huesca y Ejea de los Caballeros, entre otras localidades. El motivo, un terremoto con epicentro en la localidad de Lizoáin, a escasos kilómetros de Pamplona, de 4,4 de magnitud y con intensidad 2 en zonas como la capital aragonesa, según el Instituto Geográfico Nacional. “Muy moderado para lo que puede ocurrir en la zona del Pirineo”, en palabras del catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza y experto en Geodinámica Interna, José Luis Simón.

La especial incidencia de estos movimientos sísmicos en el Pirineo tiene una explicación. “La cordillera pirenaica se terminó de formar hace 20 millones de años. La inestabilidad que perdura a día de hoy tiene que ver, posiblemente, con grandes fallas longitudinales de la corteza, de este a oeste”, indica José Luis Simón. Y esa fractura de grandes bloques de rocas en la Tierra, da lugar a los seísmos.

La peculiaridad geológica de los Pirineos ha provocado en ocasiones movimientos sísmicos de gran magnitud. En 1923, la localidad de Martes, perteneciente a la canal de Berdún, vivió un terremoto con una intensidad de 8 grados, el mayor de los últimos cien años en Aragón. Nueve años antes, al otro lado de la cordillera, Benasque registraba un seísmo de intensidad 7. Echando la vista más atrás, al siglo XIV, aparece el del Embalse de la Peña, en la Hoya de Huesca, con una intensidad de 8 grados.

Mientras en la parte francesa de los Pirineos, los fenómenos sísmicos han sido más perjudiciales. En 1967, la localidad de Arette, colindante con Navarra a través del Valle de Roncal, sufrió un fenómeno sísmico de magnitud 5,8 y una intensidad de 8 sobre una escala de 12 grados. Traducidos estos números a la realidad, destruyó un tercio de las casas de esta población de alrededor de 1.000 habitantes.

Además de las características propias de la cordillera pirenaica, hay otro factor que puede generar o facilitar la existencia de seísmos en estas zonas: la sismicidad inducida debido a la construcción de obras hidráulicas o actividades de fracking. “Está absolutamente demostrado que todo lo que sea aumentar la presión a la que están los fluidos en el interior de la tierra aumenta la posibilidad de que se produzcan terremotos”, añade el catedrático José Luis Simón. Como ejemplos, señala la construcción del embalse de Itoiz, en la vecina navarra, que generó un centenar de pequeños terremotos, o el almacén de gas del proyecto Castor, al sur del Delta del Ebro, que desencadenó uno de los mayores movimientos de fallas.

Aragón registra una decena de terremotos al día

Según los datos proporcionados por el Instituto Geográfico Nacional, la Comunidad de Aragón registra a diario una media de diez terremotos al día. La totalidad de ellos son, prácticamente, imperceptibles para la población, puesto que “tienen unas magnitudes en torno a 2,5 y 3”, detalla el catedrático de la Universidad de Zaragoza. Estos fenómenos en sí no son preocupantes, porque son “una actividad de fondo, ya que la tierra no está quieta”.