El Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Zaragoza ha repartido estos últimos días plantas de fresas para invitar a los ciudadanos a participar en un proyecto de ciencia ciudadana que servirá para analizar la calidad del aire en la ciudad. La directora del Instituto, Gloria Cuenca (Lagunillas, Venezuela, 1958), que también es la primera catedrática de Paleontología y la segunda de Geología de la Universidad de Zaragoza, explica esta iniciativa y también comenta la eterna escasez en la financiación de la investigación científica en España.
¿En qué consiste el proyecto de Vigilantes del aire?
Es un proyecto que lleva Ibercivis con el Instituto Pirenaico de Ecología y con la Fundación Española para la Ciencia y la Técnica del Ministerio. Cuando nos propusieron participar, en el Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Zaragoza nos gustó mucho. El proyecto consiste en tener unos vigilantes del aire en forma de unas plantas de fresa, unas plantas que todos conocemos y que se han distribuido a los ciudadanos que han querido participar. Con esto, también se hace ciencia ciudadana, que es algo que está muy de moda y es muy interesante, porque hace participar a toda la gente de fuera del ámbito estrictamente investigador.
¿Qué acogida ha tenido en Zaragoza este proyecto?
Estupenda. Nos mandaron 300 ejemplares de plantas y nos han quedado sin repartir sólo una quincena, que son además de gente que está fuera estos días, pero que quieren venir a recogerlas. Es decir, ha sido un éxito, con el 90% o el 95% de las plantas repartidas.
¿Qué tienen que hacer los participantes?
Tienen que hacer algo similar a matricular la maceta: con un código QR, se conecta con la Fundación Ibercivis y te mandan un impreso en el que hay que decir dónde está la maceta, si está de cara al cierzo, en una buena posición o el tiempo que la has recogido. En la segunda quincena de diciembre, hay que cortar una hojita y enviarla en un sobre que nos provee la Fundación. Entonces, los investigadores del Instituto Pirenaico de Ecología analizarán las hojas para ver aspectos como el tipo de residuos que hay en ella, contaminación del aire... Con esto pueden analizar la calidad del aire, su pureza, los factores contaminantes que tienen. Como las plantas van a estar en las casas de los participantes durante un periodo largo, también podrán analizar la contaminación a lo largo de ese tiempo. Lo interesante de un proyecto de este tipo es que, al participar ciudadanos de diferentes zonas de la ciudad, los investigadores van a tener una amplia representación de toda la ciudad.
Usted ha mostrado interés durante su carrera por la divulgación, ¿Qué valor tiene este tipo de experiencias como ciencia ciudadana?
Primero, que en España no conocemos muy bien el valor de la ciencia porque se ha prestado más atención a otro tipo de cultura antes que a la científica. Creo que la gente con esto puede ver que la ciencia no es algo inaccesible, que todo el mundo, modestamente, puede contribuir, al menos, a recopilar datos. Esa es una de las bases de la ciencia: recopilar cuantos más datos mejor para poder efectuar un estudio que permita predecir, conocer y saber lo que está pasando. A mayor cantidad de datos, más seguro será el resultado. Ya sabemos todos que la verdad absoluta no se va a encontrar nunca, pero por lo menos intentamos, como ciencia, aproximarnos a ella lo más posible.
En Zaragoza, siempre decimos que el cierzo lo barre todo, ¿seguimos teniendo mejor calidad del aire que en otras ciudades?
Por lo que he oído a mis compañeros del Instituto Tecnológico de Aragón, Zaragoza tiene un aire tan bueno por la fuerza del cierzo. Además, es un aire que no viene tampoco contaminado, porque viene de la sierra, del Moncayo, del Sistema Ibérico. El cierzo es el mejor ventilador.
¿En qué otros proyectos importantes está trabajando ahora mismo el Instituto de Ciencias Ambientales de la Universidad de Zaragoza?
Uno de nuestros grupos está haciendo el mapa de la Covid en Aragón. Otro está sacando los huevos de dinosaurio de Loarre. Otros están trabajando en la mejora de la calidad de la carne, tanto para que nos sirva de alimento como para mejorar la gestión de la ganadería aragonesa, que tan importante en zonas de la España vaciada. Hay otros grupos trabajando, por ejemplo, en la calidad de las aguas. Otros, en cuestiones relacionadas con todos los posibles riesgos geológicos que puede haber. En la Facultad de Educación investigan cómo las ciencias ambientales afectan a la educación o cómo se puede implementar una educación ambiental en nuestro futuro. Yo misma trabajo en Atapuerca en un proyecto de investigación sobre la evolución humana, llevamos ya muchos años. Somos quince grupos reconocidos por el gobierno de Aragón y 270 investigadores.
Entonces, a pesar de lo que pueda decirse últimamente, ¿no todos los científicos están ahora centrados en la Covid?
Claro, yo no me podría dedicar nunca a la Covid porque no tengo ni idea y tampoco los medios, ni nada. Se dedican a la Covid los grupos que están más relacionados con ciencias médicas y químicas.
¿Teme que haya recortes en las investigaciones no relacionadas con el campo de la medicina?
No temo nada porque el recorte lleva tantos años... No son recortes, son ya tajos mal hechos. Hay una mala creencia por parte de la sociedad de que lo que no se ve directamente está mal invertido; quizá sea culpa de los propios investigadores. Cualquier investigación, médica o de otro tipo, se enfrenta al problema de que muchas veces los resultados no se obtienen a corto plazo. Más que hablar de recortes, diría que nunca se ha favorecido la investigación, a pesar de que se estén haciendo esfuerzos y de que se pudieran hacer más. Si nos comparamos con otros países europeos, dedican a investigación es el 2% del Producto Interior Bruto, mientras que aquí creo que no llega ni al 0’02%. Por eso, estamos muy lejos de conseguir buena investigación en España.
¿Seguimos sufriendo esa fuga de cerebros de la que tanto se habló en el inicio de la última crisis?
Sí, claro que sigue ocurriendo. La mayor parte de los jóvenes que terminan su tesis doctoral en la Universidad tienen que irse fuera para poder seguir trabajando e investigando. A Estados Unidos, a Alemania, a Argentina… muchos de nuestros grupos se han tenido que ir a países latinoamericanos, sobre todo, a Argentina, que tiene una buena estructura en investigación en Paleontología. Cantidad de químicos se van a Alemania. Lo peor que puede pasarle a un país es que sus jóvenes se vayan y, especialmente, si son jóvenes investigadores. Tendremos que comprar la tecnología al extranjero, con el gasto enorme que supone, cuando los estamos formando aquí y nos estamos dejando un dineral en hacerlo. Cualquier persona que tenga hijos en edad de estudios sabe lo que cuesta a las familias, pero, además, el estado dedica un dineral a las becas pre doctorales y post doctorales. Después, ¿qué hacemos? No fijamos a esta gente, no les damos puestos de trabajo. Esto es lo triste de la gente de 25 o 30 años, que hacen su tesis, son reconocidísimos, pero no se pueden quedar aquí, no les damos un puesto de trabajo.
¿Le preocupa también que no se apoye suficientemente la investigación en empresa privada?
No sabría decir, pero mi impresión es que no, que tampoco se ayuda a las empresas que se dedican a la investigación. Hay grandes empresas que hacen investigación muy ligada a un mundo más comercial, por ejemplo, al automóvil. Ahí, se mueven más, pero luego otro tipo de investigación, al no dar un resultado inmediato, se cree que es una mala inversión. Ahora mismo, no sabríamos lo que sabemos sin los descubrimientos de hace años o incluso siglos. Hay que pensar en eso, en que quizá no veremos los resultados ahora, pero que serán necesarios en el futuro. Nuestros hijos y nietos también tienen que trabajar en este mundo.