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Yamir Moreno, experto en biocomputación: “Restringir la movilidad no evita la expansión del coronavirus, pero permite ganar tiempo y prepararse”

Yamir Moreno es director del instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos (BIFI) de la Universidad de Zaragoza.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

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Un estudio del instituto de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos (BIFI) de la Universidad de Zaragoza señala que reducir la movilidad, en general, no es efectivo para contener la expansión geográfica de la epidemia COVID-19. Con todo, explica Yamir Moreno, físico teórico, director del BIFI y autor del análisis junto a Alberto Aleta, limitar los movimientos de personas sí tiene utilidad para ganar tiempo y retrasar el pico de la enfermedad. 

¿Por qué la restricción de la movilidad, por sí sola, no basta para contener la expansión del coronavirus?

No es efectivo para evitar la propagación geográfica de la enfermedad. Esto es así porque por mucho que reduzcas la movilidad, si dejas salir a una pequeña fracción de la población, por poca que sea, siempre hay una probabilidad no nula de que dentro de esas personas que se mueven haya un infectado que pueda contagiar a una población susceptible de ello. De hecho, es lo que ha ocurrido en China, donde se redujo mucho la movilidad en Wuham y en su provincia, pero al final el virus se acabó por extender a todo el país y al mundo. Es una cuestión de probabilidad: a menos que haya un cierre total, siempre existirá la probabilidad de que algún contagiado salga y propague la enfermedad.

Frente a la reducción de la movilidad, vuestro estudio plantea la detección temprana como una medida realmente efectiva.

La detección temprana siempre funciona, particularmente en enfermedades como el COVID-19, que se transmite muy fácilmente. Lo que haces al adoptar una medida de este tipo es reducir la transmisión entre individuos. Si detectas rápidamente quién está contagiado y evitas que entre en contacto con otras personas, cortas la cadena de transmisión y reduces el número de infectados; eso, proyectado en el tiempo, tiene un efecto global importante. En el caso del coronavirus, con un periodo de incubación muy largo, es especialmente relevante, porque una vez detectado un caso hay que estudiar hacia atrás con quién se ha relacionado el paciente, para vigilar a esos individuos. Cuanto más se demora la detección, mayor el es número de contactos que hay que rastrear.

Una de las claves es ganar tiempo, según vuestro estudio.

Eso sí que se consigue con la reducción de movilidad: no evita la expansión geográfica, pero retrasa la aparición de casos. Esto permite dos cosas: desarrollar posibles soluciones farmacológicas (retrovirales, vacunas...) y prepararse para cuando llegue la gran ola, contando con los recursos necesarios, con una organización más óptima y con la población más educada para saber qué hacer. El tiempo que ganas hace que el pico de la enfermedad sea menos agudo, se alargue y de más posibilidades de contener y afrontar la enfermedad. Por ejemplo, evita que se colapsen las urgencias; en mi opinión, las medidas tomadas en Italia van en ese camino de dar margen al sistema sanitario. La gente puede decir: “Bueno, tenemos muchos hospitales, no se van a colapsar”, pero hay que pensar que los casos de coronavirus se suman al resto, no puedes dejar de atender a cualquier persona que tenga un infarto, un cáncer, una operación urgente... Ahí es donde está el problema, no hay camas para todos en las UCIs.

Contempláis los distintos tipos de transporte, ¿hay alguno que contribuya más a la difusión de la enfermedad?

Hay alguna diferencia, pero no son notables. Hemos limitado el estudio a España, por lo que no contempla el tráfico a larga distancia, y en este caso las diferencias en cuanto a desplazamientos en tren, coche o avión son pocas. El medio importa menos que la probabilidad de que se muevan personas infectadas de un lado al otro, que al no ser nula, siempre existirá.

Según vuestro modelo, ¿se están tomando las medidas correctas?

Considero que, por lo general, se está actuando bien. En términos científicos, en nuestro estudio implementamos para España las mismas medidas que se han adoptado en China, con una reducción drástica del movimiento, y teniendo en cuenta aspectos como la transmisibilidad, la detección temprana o el aislamiento de casos. El resultado es que en España tendrían un resultado similar al que están teniendo en China: reducirían la incidencia de la enfermedad y podrían contener un poco la expansión, dependiendo del número de casos y su amplitud geográfica. Es lo que están haciendo todos los países, cada uno con sus particularidades. El problema es que son medidas que tienen un coste económico, que también hay que valorar, aunque lo más importante sea salvar vidas.

¿Hasta qué punto estos primeros estudios sobre el coronavirus pueden variar conforme se avance en el conocimiento de la enfermedad?

Hay ya bastante literatura científica. En nuestro caso, para la simulación que hemos realizado, hemos contado con información que estaba ya ahí, aunque siempre hay cierto margen de error. En cambio, para predicciones más ajustadas, del tipo cuándo ocurrirá el pico de la enfermedad, si será en uno u otro día concreto, sí que falta calibrar mejor los modelos y delimitar mejor el comportamiento de la enfermedad.

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