Cada fusilado en la Guerra Civil es el relato de una historia que, a menudo, siguen escribiendo sus descendientes. La mayoría busca un final y, todavía, solo una minoría dispone de la oportunidad de poner la rúbrica, encontrar sus restos y darles un descanso digno. El Círculo Republicano “Manolín Abad” de Huesca continúa avanzando en la tarea de rescatar la memoria de las personas asesinadas en el Alto Aragón durante los tres años de la contienda. Después de buscar sin éxito los restos de Casimiro Malo en el cementerio de la capital, esta asociación ha ayudado a Mariano Vinué, el hijo de Felipa Larraz Beitia, a encontrar la fosa común donde la arrojaron y a llevar un ramo de flores a su madre 81 años después de ser asesinada.
La zona conocida como La Galliguera, a los pies de los Mallos de Riglos, también vivió su particular ‘Noche de los cuchillos largos’. Fue el 18 de septiembre de 1936. Dos camiones cargados con falangistas y guardias civiles entraron en esta población encuadrada en territorio sublevado. El objetivo, llevarse con ellos a aquellos adeptos a la República o bien, a los denunciados por sus vecinos por meras rencillas personales. 22 hombres y mujeres fueron detenidos en sus casas de Murillo de Gállego y llevados al Ayuntamiento de la localidad. Desde allí, atados, los subieron a los vehículos y los fusilaron en un campo cercano a la inmediata localidad de Agüero.
Entre los detenidos figuraba una joven pareja, la compuesta por Mariano Vinué Sampietro y su esposa Felipa, que engordarían esta horrorosa estadística y, más allá de los números, dejarían tres hijos huérfanos. A Mariano lo asesinaron en las proximidades de Murillo de Gállego, en el mismo lugar donde décadas después una losa lo recuerda junto a sus compañeros. A Felipa la trasladaron con otras tres mujeres, Ramona Barba Marcuello, Antonia Larraz Giménez y Modesta Rasal Vera, a las cercanías de Biscarrués. Allí las bajaron del camión. Una de ellas trató de huir, pero las balas la alcanzaron y las cuatro compartieron destino. Un testigo, entonces preadolescente y hoy nonagenario, lo vio todo desde el pueblo.
Del desamparo a la felicidad en toda una vida
Los cuerpos de las cuatro mujeres fueron trasladados en un carro de caballerías hasta el cementerio de Biscarrués y sepultados en una fosa común. La hermana de una de ellas incluso lo vio pasar sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Mariano Vinué Larraz tenía cinco años ese día. Sus hermanos, compañeros de tragedia, han fallecido y solo queda él. Un hombre “inmensamente feliz” porque, así lo expresaba con un punto de contenida emoción en su voz, ha reencontrado a su madre con 86 años.
Este ‘niño’ octogenario tiene palabras de agradecimiento para Toño Ubieto, el investigador e informador que los ha traído hasta este lugar; José Torralba, alcalde de Biscarrués, y para los voluntarios del Círculo Republicano “Manolín Abad” que acudieron el pasado fin de semana a acompañar a Mariano y su familia. Allí se encontraba buena parte de la familia; los nietos de Felipa, Manolo, Ángel, María Victoria, Ana y Maribel, y los bisnietos, Oriol, Sergi y Paula.
En el cementerio de Biscarrués se ha levantado, en el espacio aproximado donde estos cuerpos fueron sepultados según las investigaciones que Ubieto ha llevado a cabo, una cruz metálica en cuyo centro se ubica una pequeña losa en la que puede leerse “Aquí yacen los restos de Ramona Barba Marcuello, Felipa Larraz Beitia, Antonia Larraz Giménez y Modesta Rasal Vera, cuyas vidas les fueron arrebatadas injustamente”.
“Nunca hemos escuchado pedir perdón”
El homenaje a Ramona siguió con el depósito de un ramo de flores y unas palabras de agradecimiento de Sergi con las que expresó la “necesidad de continuar por la senda de la memoria y satisfacer la humana necesidad de las familias que buscan un lugar para depositar unas flores y, al menos, una petición de perdón que nunca han escuchado”. La historia de estas 22 víctimas se recoge en el documental Los que callaron, los que quedaron, dirigido en 2006 por Felipe Osanz, cuyos abuelos paternos fueron fusilados también en aquella ocasión.
Según el Mapa de Fosas Comunes realizado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Aragón, en torno a Biscarrués se localizarían hasta cuatro fosas comunes y la del cementerio sería solo una de ellas. En el término municipal de Murillo de Gállego existieron no menos de cinco; algunas fueron exhumadas en los últimos años y otras permanecen ignotas. Según testimonios orales de algunos informantes, allí podrían hallarse los restos de un grupo de soldados republicanos fusilados. Esta tumba estaría cubierta en parte por la ampliación del firme de la carretera nacional entre Ayerbe y Jaca. Allí permanecerían los cuerpos de al menos siete hombres, aunque el número es bastante impreciso.
Un proceso de búsqueda e identificación “complicado y costoso”
Los proyectos de exhumaciones del “Manolín Abad” trascienden los límites de la capital oscense y se trasladan a localidades de todo el Alto Aragón. Toño Moliner, investigador y vocal de Memoria del Círculo, reconoce que es “un proceso difícil”. “En Huesca se desenterraron muchos cuerpos y se llevaron al Valle de los Caídos durante su construcción, por lo que identificarlos y devolverlos a sus lugares de origen es complicado y costoso”, lamenta.
Hace unas semanas se inició una excavación en el cementerio de la capital en busca de Casimiro Malo, fusilado en 1938, pero esta no tuvo éxito. En octubre está previsto que se inicio otro proceso en el cementerio de Las Mártires para buscar a otro represaliado, Mariano Cuello. Moliner critica la falta de colaboración de entidades como la Cruz Roja, “que no nos ha dejado acceder en todos estos años a sus archivos y sería muy importante puesto que en ellos se registraba la atención y los movimientos de las personas asesinadas”.