“La pandemia ha afectado especialmente a los inmigrantes, que suelen tener trabajos muy manuales y presenciales”
El profesor de Geografía del Campus de Huesca, Raúl Lardiés (Jaca, 1969), es el investigador principal en España del proyecto europeo Matilde, que está estudiando la aportación y la realidad de las personas procedentes de fuera de la Unión Europea en las áreas rurales y de montaña del Viejo Continente.
¿En qué consiste el proyecto Matilde?
Es un proyecto de la convocatoria europea Horizonte 2020, en el que participamos diez países europeos. Estamos representantes socios de investigación -en el caso de España, es la Universidad de Zaragoza-, y cada socio de investigación tiene también un socio local -que, en nuestro caso, es el Gobierno de Aragón, a través de la dirección general de Cooperación de Inmigración del Departamento de Derechos Sociales. El proyecto dura tres años; comenzó en enero de 2020.
¿Cuál es el objetivo?
Matilde es el acrónimo del título del proyecto. Consiste en analizar el impacto de los inmigrantes procedentes de fuera de la Unión Europea en zonas rurales y de montaña de los países participantes. En Aragón, básicamente trabajamos en zonas rurales; hemos elegido dos comarcas, que son Monegros y Alto Gállego, para hacer estudios de caso. El objetivo es, como comento, analizar en zonas rurales el impacto social, económico, territorial... de este colectivo.
¿Parten de alguna hipótesis sobre cómo ha sido ese impacto?
La hipótesis es que la llegada de población es importante, vista nuestra fecundidad y la falta de población en muchas zonas. La contribución de cualquier tipo de personas y, en concreto, de los extranjeros es importante desde el punto de vista económico y también demográfico, sobre todo, en las zonas rurales, que han perdido bastante población.
La pandemia ha cogido de lleno a este proyecto. ¿Les está afectando?
Sí. Nos ha impactado bastante porque, salvo la primera reunión de presentación del proyecto, que fue en Italia en enero del 20, no hemos podido tener contacto presencial entre los socios. Además, el trabajo de campo, en buena medida, lo hemos tenido que hacer online. Después, ya sí hemos podido salir y estamos haciendo el trabajo de campo de manera presencial, con entrevistas, grupos de discusión, mesas redondas... Ha sido una limitación importante. Igualmente, la pandemia ha afectado mucho a los inmigrantes que viven en las zonas rurales.
¿Cómo está afectando la pandemia a ese aporte de los inmigrantes en zonas rurales?
De por sí, los inmigrantes siempre están en aquellas actividades de tipo más manual, menos cualificadas, con carácter más temporal, peor pagadas... Muchas veces trabajan en nichos de mercado como el sector de cuidados o el turístico. El cierre de todas las empresas de estos sectores y la limitación de los desplazamientos les ha afectado más que a otros trabajadores de origen nativo, que pueden trabajar más con tecnologías, desde casa. Ellos, con trabajos muy presenciales, se han visto especialmente afectados.
¿Cree incluso que la pandemia está provocando el regreso de algunos inmigrantes a sus lugares de origen?
Sí ha habido retornos de manera general, sobre todo desde zonas turísticas, aunque hay diferencias según colectivos y nacionalidades de origen. El cierre de empresas, por ejemplo, ha provocado algunos retornos durante la pandemia. En otros casos no, porque trabajan en agricultura, en ganaderías... en sectores esenciales que han seguido produciendo.
¿Qué diferencias se pueden apuntar ya en las aportaciones que hacen los inmigrantes según su lugar de origen?
Muchas veces ocupan trabajos en los que hay mucho problema para encontrar mano de obra nacional. Son los menos pagados, en el campo, en actividades de despiece en las polémicas granjas... Ocupan en muchas ocasiones, desde luego, puestos de trabajo en los que hay problemas para que sean cubiertos. Su aportación es bastante clara. También en el sector cuidados; hay mucho colectivo de mujeres procedentes de Centroamérica, de Sudamérica, de países del este... que también están contribuyendo a nuestro sistema de bienestar social porque son empleos que muchas veces los nativos no ocupan. Hay muchas tareas de nuestro sistema productivo que ocupan ellos.
¿Analizan también la aportación cultural que conlleva la llegada de inmigrantes?
Sí, con respecto a factores sociales, en zonas rurales especialmente, hay problemas de comunicación, de conocer, de aceptación al diferente, entendido como el que viene de fuera, con costumbres y lenguas distintas. Habría que poner en marcha políticas para reducir esas barreras, para aproximar, para luchar contra muchos estereotipos o prejuicios que existen en la sociedad española. En general, no somos una sociedad de mucho conflicto socio cultural, pero sí existen unas barreras evidentes: deberíamos conocer más al otro, saber cuál es su aportación, sus aspiraciones... En ese sentido, estamos viendo que sí hay un camino por recorrer, de tender a ser una sociedad más diversa y a aceptar a los diferentes, a los que vienen de fuera.
Habla de desconocimiento, pero hace ya años que tenemos presencia de inmigrante en prácticamente cualquier municipio, ¿nos está costando demasiado recorrer ese camino que comenta?
Hace tiempo que tenemos inmigrantes, pero en España el fenómeno de la inmigración de personas extranjeras arranca a finales de los años 90. Somos un país relativamente joven en comparación con lo que ha ocurrido en países vecinos como Alemania, donde la inmigración de extranjeros era mucho anterior. Hay una cuestión generacional: en esta primera generación de inmigrantes que han llegado, estamos detectando una serie de problemas y dificultades desde el punto de vista social en cuanto a su inclusión y aceptación por parte de la sociedad española, pero también vemos que se supone que eso cambiará en la segunda generación. El otro día, unas mujeres marroquíes que se visten de una manera determinada y tienen problemas lingüísticos aceptaban que con sus hijos ya será distinto dentro de unos años porque se habrán educado de otra manera, han nacido aquí... Es una cuestión de tiempo y generacional. Estas cuestiones sociales tardan tiempo. De todas maneras, somos una sociedad, en general, bastante tolerante; sobre todo, si comparamos con lo que ocurre en otros países. También es verdad que ahora, políticamente, hay opciones y partidos políticos que se han exacerbado en estas cuestiones, en estigmatizar a los que vienen como si fueran a robar nuestros servicios y nuestro estado de bienestar... Pero mi opinión es que no hay graves conflictos de convivencia. Con el tiempo, lo idóneo sería dejar de hablar sobre de dónde vienen los grupos de personas: da igual si es Lugo, Marruecos o Rumanía. En el fondo, son personas que vienen a trabajar. Lo que pasa es que ponemos el acento en que vienen de otro país y en que atraviesan una frontera. En el fondo, lo que hay que hacer es atraer población, favorecer con políticas ese asentamiento de población en zonas rurales; necesitamos esa población. El que viene de País Vasco también puede tener algunas costumbres distintas y no ponemos el foco en eso. Es un proceso que son personas que deberían incluirse en la sociedad; deberíamos dejar de hablar como si fueran algo distinto a la población nativa. De hecho, muchos adquieren la nacionalidad española y acaban siendo españoles, aunque tengan otras costumbres u otra fisonomía.
¿Le parece que la inmigración de países extracomunitarios puede ser una salida para el problema de la despoblación?
No. La salida es que venga población, venga de donde venga. Pero tampoco podemos confiar solamente en la población de origen extranjero extracomunitario como los salvadores del problema demográfico en las zonas rurales. La gente que viene de otros países viene a trabajar, igual que el de Lugo o el de Teruel que va a los Monegros. Lo que desean es que haya trabajos, servicios, actividad económica... igual que lo desean los que vienen de otras zonas de España. Es interesante que la gente que viene de fuera en Aragón ahora es aproximadamente el 11%, según el padrón; en muchas zonas rurales son incluso el 16 o el 18%. Es decir, es un aporte demográfico importante, pero no sólo ellos deben contribuir a la revitalización de las zonas rurales. Ayudarán, pero no esperemos que se queden simplemente porque sean extranjeros. Se quedarán si hay actividad económica y perspectivas de mejorar su vida. Igual que los nativos. Hay que hacer políticas para fijar población, venga quien venga.
¿Sigue ocurriendo que el medio rural es, a veces, un lugar de paso para los inmigrantes, que acaban en las ciudades?
Sí, igual que ocurre entre la población nativa. Vemos que hay puestos incluso cualificados, como médicos o de funcionarios, que son ocupados por nacionales que siguen viviendo en la ciudad y van y vienen para trabajar. Entre los extranjeros, es lo mismo. Como encajan en muchas actividades de cuidados y el mundo rural está muy envejecido, muchos se quedan en los pueblos, porque tienen empleo. Ocurre lo mismo con los que trabajan en agricultura o ganadería. En este sentido hay diferencias por colectivos: los latinoamericanos, por ejemplo, están en mayor medida en zonas urbanas. Pero sí, cuando las oportunidades laborales escasean en los pueblos, la gente se va a la ciudad.
¿Han analizado diferencias en la aportación de los inmigrantes por género?
Sí, sobre todo en determinados colectivos, sí hay muchas diferencias entre hombres y mujeres. En algunos colectivos, los hombres marroquíes trabajan, mientras que una parte de las mujeres marroquíes tienden a quedarse más en casa y a cuidar de sus hijos. Esa parece que es una prioridad para ellas antes que trabajar. En el tema de cuidados, también hay colectivos mayoritariamente femeninos frente a los hombres. En el sector manual en muchas actividades agropecuarias también vemos más hombres. Sí hay diferencias por género.
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