El 29 de mayo abrió sus puertas Noloveo, el primer restaurante sensorial de Aragón. Situado en pleno Tubo de Zaragoza -calle Cinegio 3-, la fachada negra y la tenue luz de la sala hacen un adelanto de lo que el cliente se va a encontrar. Una experiencia recogida a la perfección por su propio nombre: Noloveo. Dentro, y a pocos metros, una cortina negra por la que pasarán los clientes en apenas una hora, pero por la que no pasará la luz, ni si quiera la de las pantallas que llevamos siempre encima.
“Entran por grupos con forme hayan reservado y dejan sus objetos personales en las taquillas. Corren la cortina y meten al grupo, y así los siguientes. Una vez están todos empieza la experiencia”, explica Diego Marcos, gerente del local. En un primer momento, cuando los clientes están dentro sentados, no saben qué hacer. “Son los cinco primeros minutos. Luego parece hasta que ves: Sabes donde está todo, vas bebiendo y comiendo”, comenta.
Durante más de dos horas, Sonia y Mateo, camareros e invidentes, acompañan a los comensales en lo que será una inmersión total en el mundo de los sentidos. Además del hecho de comer a ciegas, un menú de autor diseñado y adaptado por Toño Rodríguez pone a prueba el paladar del consumidor. También han querido jugar con los sonidos, intentando adaptar la música con la comida en la medida de lo posible, y con los olores aparte de los del propio plato desde el momento en que entran al restaurante.
Comer totalmente a oscuras, un concepto nuevo y complicado que nace durante la pandemia pero que viene gestándose en la mente de Diego desde hace cinco años: “Lo vi en Vietnam hace mucho, me sorprendió y desde entonces lo tuve en la cabeza”. Y añade: “Teníamos aquí otro establecimiento, la Quebradora, pero tuvimos que abrirla en Valdespartera y llevar allí al personal porque no podíamos contratar nuevo. Me encontré en un momento en que o cerrábamos este local definitivamente o probábamos este concepto que nos estaba rondando”. Durante la pandemia hicieron la web y empezaron a preparar todo desde casa. A pesar del riesgo de abrir en un momento como este, el fin de semana de apertura no dejaron de recibir llamadas y reservas a través de su web donde se pueden indicar alergias e intolerancias.
Una vez dentro, sin nada de luz, el equipo compuesto por dos cocineros y Alba -quien recibe y da la bienvenida a la gente-, depende completamente de Mateo (19 años) y Sonia (43 años). Sacan cubiertos, copas, ponen la mesa y guían a los clientes; al entrar les indican cómo van a encontrarse las mesas y las sillas, como deben comer... No pueden decir más “porque la sorpresa forma parte de la experiencia”, explica Sonia. Intentan que vayan descubriendo las cosas por su cuenta y los acompañan durante el proceso: “Salimos a socializar un ratillo con ellos”, dice Mateo. Ambos coinciden al señalar que lo más gratificante es el trato con la gente.
Diego destaca su labor e incide en que ellos son solo un apoyo. Debido a la gran cantidad de llamadas, está pensando en dejarles también a cargo del teléfono, algo que todavía no les ha comentado y que tiene que hablar con sus socios. Cree que es lo idóneo. “Es una primicia”, bromea. Destaca también su actitud: “Es super enriquecedor, nos enseñan mucho. Tienen que estar a una hora y están media hora antes”.
Una “sorprendente” autonomía personal
¿Lo que más sorprende a los clientes? Su autonomía personal. “A la gente le gusta, aparte del menú, que seamos capaces de hacer lo que hacemos -comenta Sonia-. Yo no me imaginaba que fuera capaz de hacer todo lo que hice la semana pasada. Había trabajado en atención al público, pero es muy diferente”. Del cansancio, el lunes no se podía ni mover, comenta medio en broma medio en serio.
A Mateo la semana se le ha hecho muy larga esperando a que llegue el viernes. “Hemos formado un equipo que flipas”, añade. Sonia destaca el trato con los compañeros y lo integrados que están. Son uno más. “Si les tengo que echar la bronca se la echo”, explica Diego en un momento previo de la entrevista, mientras Sonia y Mateo están preparándose.
El ambiente es más distendido, ya no tienen los nervios del primer fin de semana. Hablan de lo arriesgado que es abrir un negocio como este ahora mismo y del turismo gastronómico. De comida. “A Sonia le gusta probar menús extravagantes”, dice Mateo. “Me encanta, si necesitáis alguien en el periódico que vaya de catador por ahí me lo dices”, contesta Sonia. Nos cuenta anécdotas al respecto.
Mientras tanto, Diego y Alba van de un lado para otro. En cocina están ocupados con el menú. En un momento el hostelero bromea de pasada: “Os estoy escuchando, como digáis algo malo de mí…”. Se ríen. “Sí, el jefe no nos cae bien, ponlo”, replica Sonia. Vuelven a reír. Se acerca la hora de apertura y aún tienen que preparar las mesas. El equipo se reúne en la barra del hall para comentar los últimos pormenores. A las 20:00 empezarán a llegar los clientes. Ofrecen un turno de noche los viernes (20:00) y dos el sábado y el domingo, uno al mediodía (13:00) y otro por la noche (20:00). No se plantean ampliar los días de apertura, como mucho un día más e igual en un futuro aumentar los turnos, dependiendo de cómo avance la situación sanitaria. De momento prefieren ir poco a poco y hacer las cosas bien, que el restaurante guste y que los clientes salgan con buenas sensaciones.