“Esto es un ejemplo de las cosas interesantes que ocurren cuando haces investigación. En ese momento, no tienes en la cabeza para qué lo vas a utilizar, sin embargo, adquieres un conocimiento nuevo, la gente lo va entendiendo y, al final, salen aplicaciones que no podías haber previsto hace tres años, cuando trabajaba en la captura de la luz”.
Con estas palabras, Diego Gutiérrez, científico del Instituto de Investigación de Ingeniería en Aragón (I3A) de la Universidad de Zaragoza, describe la evolución del trabajo que publicó hace tres años y que captó la atención de centros de investigación de todo el mundo, incluida la NASA. Entonces, sin conocer para qué podría utilizarse después, desarrolló, junto a científicos del MIT Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusets, de Estados Unidos, una cámara capaz de captar mil millones de fotogramas por segundo, lo que permitía algo que hasta ahora no se había conseguido: fotografiar el movimiento de la luz que viaja a 300.000 km por segundo y “ver cómo avanza la luz sobre una escena”.
La clave de este prototipo, que capta mil millones de fotogramas por segundo, está en que, con ella, se puede conocer dónde ha estado cada fotón antes de llegar al sensor de la cámara y acceder a una información muy valiosa.
Esto es precisamente lo que ha captado la atención de la NASA, interesada desde hace un tiempo en conocer la topología interna de la luna y hacer un mapa de sus cuevas y cráteres. Hasta ahora, la única forma de hacerlo era enviar un astronauta o un robot, pero esto conlleva un coste elevado que ha impedido hacerlo.
Sin embargo, cuando vieron la tecnología desarrollada por la Universidad de Zaragoza pensaron que podían utilizar el mismo principio para conocer la topología de la luna a distancia, sin necesidad de estar sobre el terreno. La idea de partida es colocar esta cámara en los satélites artificiales que orbitan la luna y bombardean constantemente de fotones la superficie, que “penetrarían las cuevas y los cráteres y después de rebotar por ellas volverían al sensor de la cámara”, precisa.
“Como ahora podemos preguntar a cada fotón individualmente dónde ha estado y qué espacio ha recorrido, podemos reconstruir entre todos la topología de una cueva interna de la luna, sin necesidad de entrar en ella”, explica.
Desde hace seis meses, trabajan con la NASA en una fase inicial para analizar al detalle la viabilidad de este proyecto, que consiste en hacer un estudio previo y teórico, necesario antes de lanzarse a equipar un satélite con una cámara de este tipo. “Durante cuatro años vamos a llevar esta tecnología a su límite para saber hasta qué punto sería realmente interesante montar una cámara en un satélite para explorar las cuevas de la luna”. El plazo que se han fijado es de cuatro años, a partir de ahí “tendríamos claro lo que hay que hacer y cómo”. Después, la NASA tomará una decisión al respecto, ya que cada gramo de peso en un satélite debe estar muy bien justificado y aprobado por distintos comités.
El reto está también en aligerar y abaratar el hardware de la cámara para poder colocarla en un satélite, ya que el prototipo que diseñaron, que está en el laboratorio del MIT, es tremendamente grande y está anclado a una mesa óptica.
Financiación del Gobierno de Estados Unidos
La cara oscura de este proyecto de investigación es que apenas cuenta con financiación española. Se lleva a cabo con la aportación del Gobierno de Estados Unidos, que ha invertido 400.000 euros para esta primera fase inicial, frente a los 25.000 euros de España a través del Programa Explora del Ministerio de Economía y Competitividad.
Gutiérrez asegura que los Gobiernos españoles, independientemente de su color, “nunca” han apostado de manera seria y decidida por la I+D, ni siquiera en la crisis económica, cuando se ha demostrado que el modelo de la construcción y el turismo “no ha funcionado cuando han venido mal dadas”. Para Gutiérrez ese era el momento de redefinir el modelo productivo y crear un tejido de investigación potente, pero frente a esto, “lo primero que se hizo fue recortar por todos lados”.
“No sé si decir que el tema de la financiación es una batalla perdida; me gustaría pensar que un día cambiará, porque es una pena que el Gobierno de España no nos financie esto. La cosa está mal, no soy nada optimista”.
Esta falta de apoyo lleva a los científicos a buscarse la vida para sacar adelante sus proyectos de investigación y a captar financiación fuera. De hecho, explica que muchos de los proyectos importantes son financiados con fondos europeos, pero aclara que no siempre se tiene la fortuna de lograrlos porque hay mucha competencia. Esto supone, agrega, que hay muchas investigaciones muy buenas que se quedan fuera.
“Esto de ir a Europa está muy bien, pero todo los países punteros que son alguien en Europa tienen mucha financiación de su país también. Hace poco vi un mapa de la investigación en Europa y es deprimente ver dónde está España. Estamos a la altura de Estonia, Eslovenia, Malta… Todos los países que son alguien tienen unos rangos de financiación para investigación y desarrollo muchísimos más altos”, afirma.
Hace también autocrítica, porque considera que falta mucha divulgación, no solo por parte de los medios de comunicación, sino de los propios científicos que deberían salir más a la calle a explicar que en España se hacen también trabajos que están al mismo nivel de las mejores universidades del mundo. Y este último trabajo en el que está ahora inmerso es un ejemplo de ello, sobre todo cuando este investigador ha descartado trasladarse allí, porque su primera opción ha sido trabajar desde aquí y “hacer ciencia en España”.