Pregunta. Se ha muerto Nelson Mandela.
Respuesta. Sí, algo he leído en los periódicos.
P. ¿Por qué dice eso? ¿Le parece excesiva la cobertura informativa que los medios le están dando?
R. Los periódicos tienen que vender ejemplares o atraer visitas, las radios tienen que subir la audiencia y las televisiones tienen que ganar share o como se llame. La muerte de alguien irrepetible como Mandela es una percha excelente para ofrecer contenidos que se salgan un poco de los Bárcenas y las Alayas.
P. No me ha contestado. ¿Le parece excesivo que se le dedique tanto espacio a una figura como Mandela?
R. Si ese es el precio que hay que pagar para poder leer artículos excelentes como el de John Carlin, no, no me parece excesivo. Lo que me parece excesiva es la distancia que hay entre la condolencia y la influencia. Todo el mundo es capaz de elaborar un texto muy sentido sobre su muerte o de glosar la importancia que tuvo Mandela en la construcción de Sudáfrica, pero muy pocos de los que escriben o de los que hablan aplican en su vida valores semejantes.
P. Usted tampoco anda escaso de tópicos.
R. Pues por muy lugar común que sea, viene muy a cuento especialmente en la España de hoy, donde nuestros políticos llevan semanas hablando del dichoso consenso, del dichoso espíritu de la Transición. Todos los que han hecho estos días declaraciones sobre Mandela se han referido a lo importante que fue su política para unir a los sudafricanos.
P. ¿Le parece que no es verdad?
R. Claro que es verdad. No es eso lo que me sorprende. Lo que me sorprende es que lo diga la misma gente que hoy no ve consenso para reformar la Constitución. Que un político reconozca que hay que reformar la Constitución y a continuación añada que no ve consenso para ello es como si un entrenador dijera en el momento de firmar su contrato que su objetivo es ganar la Liga, pero que en ese momento no se ve con posibilidades de alcanzarlo. Le obligarían a dimitir.
P. Sí, parece que hemos olvidado que el trabajo de un político es hacer política.
R. ¿Usted se imagina a Mariano Rajoy aprendiendo catalán como Mandela aprendió afrikaner para acercarse al pensamiento del adversario? ¿Usted se lo imagina intentando entender mejor cómo sienten los catalanes, por qué se ha intensificado en los últimos años la corriente independentista? Y viceversa: ¿usted se imagina a Oriol Junqueras intentado entender cómo se sienten los murcianos, los andaluces o los madrileños cuando se les acusa de atracar a Cataluña? ¿Usted se lo imagina intentado entender por qué muchos españoles se sienten catalanes, por qué hay muchos que querrían votar en ese referéndum? ¿Usted se imagina a Rafael Hernando reconociendo el dolor de las víctimas del franquismo? ¿Y a los rojos intentando entender el proceso mental, ideológico, emocional de quienes combatieron al lado de Franco? ¿Y al PP, se lo imagina defendiendo la exhumación de fosas como paso imprescindible para una verdadera reconciliación? Aquí Nelson Mandela es ciencia ficción. Nuestra clase política no da para tanto. Los únicos ejemplos de auténtico mandelismo se han producido, con cuentagotas, en el País Vasco, donde un admirable puñado de valientes —víctimas y verdugos— han tomado la decisión de reunirse, pedir perdón, y aceptarlo. De hablar.