Marta mueve su abanico con ahínco. Está sentada en la marquesina refrigerada que el Ayuntamiento de Madrid instaló en julio para combatir el calor en el intercambiador de autobuses del barrio de Pavones, en el sureste de la ciudad. Son las dos de la tarde de un martes de mediados de agosto, y la combinación del sol con el pavimento eleva la temperatura por encima de los 34 grados que marca la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). “Se siente un pelín más de fresquito, sobre todo en la espalda, pero el calor no lo quita”, dice la mujer mientras espera la llegada de la línea 144 para ir a trabajar.
El sol entra por la marquesina y llega hasta el asiento de metal, así que otros dos pasajeros que aguardan de pie –sin sentir el aire frío que recorre la espalda de Marta– prefieren salirse y guarecerse en la sombra trasera de la marquesina, el refugio que también eligen quienes esperan en las otras siete paradas, no refrigeradas, de esta área intermodal de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT).
La sombra natural, la que entregan los pocos árboles que hay en el intercambiador, es la más codiciada. La más amplia, debajo de una frondosa copa, la ocupan los autobuseros mientras esperan el horario de salida de sus rutas.
Para la mayoría de los usuarios, la nueva marquesina refrigerada pasa totalmente desapercibida. “No sabía”, repiten casi todos. En los primeros días, las pantallas de publicidad tenían la leyenda “Vaya, vaya... No tendremos playa, pero ¿Quién tiene la primera marquesina que da fresquito?”. Ahora, la cartelería tiene la imagen del actor Jeremy Allen White, protagonista de la serie The Bear. No hay información alguna sobre las características de la nueva estructura. Solo un pequeño ‘botón de enfriamiento’ entre el vidrio y el panel de respaldo de madera.
Para saber cómo funciona, hay que entrar en la web de JCDecaux, la empresa que ha desarrollado y patentado este mobiliario urbano, ideado para “ofrecer un espacio fresco para el bienestar de los usuarios en los periodos de calor extremo”.
El sistema –se explica– funciona a través de un control inteligente que se activa cuando detecta la presencia de usuarios y cuando la temperatura exterior supera los 25 grados. Debajo de la marquesina hay un depósito de agua conectado a un módulo de evaporación y ventilación (ubicado en el respaldo del asiento), el cual permite que se enfríe el aire para aclimatar el espacio.
El techo tiene un pequeño panel solar que abastece de energía al circuito. Según la compañía, este sistema de refrigeración permite reducir la temperatura hasta nueve grados, una variación, se aclara, que “depende de las condiciones climáticas del lugar”.
“Por ejemplo, al medir la temperatura en el prototipo, se observó que la temperatura exterior de la marquesina era de 35ºC, con una sensación térmica de 48ºC. En contraste, la temperatura interior se mantuvo en 30ºC, con una sensación térmica de 32ºC”, explica JCDecaux, que se jacta de haber creado “una solución inspirada en la naturaleza” con “técnicas tradicionales de enfriamiento que se utilizan en el desierto” y un “proceso natural de evaporación que evita el uso de aire acondicionado”.
Para la empresa, Madrid presenta “condiciones ideales” por su “calor intenso” para el funcionamiento del sistema refrescante de la estructura debido a la muy alta tasa de evaporación.
Diez veces más cara que una marquesina normal
En la inauguración de esta marquesina refrigerada, el delegado de Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad, Borja Carabante, la promocionó como “única en el mundo”. Un segundo prototipo se instaló en otra área intermodal de la ciudad, en Villaverde Cruce.
El coste actual de esta marquesina ronda los 75.000 euros. Supone una inversión pública diez veces superior al de una normal. En Madrid hay 4.565 marquesinas. Es decir, la erogación para refrescar todas las paradas superaría los 337 millones de euros, una partida muy superior al presupuesto anual destinado al Transporte Público (261 millones).
El propio funcionario reconoció que se trata de una inversión “inasumible”. “Vamos a ver cómo evoluciona en los próximos meses y estudiaremos la posibilidad de que se puedan instalar más en un futuro. A lo largo de los próximos meses se podrían instalar en lugares de gran confluencia del centro”, adelantó.
Sevilla, otra ciudad que sufre el efecto “isla de calor urbana”, el acusado aumento de la temperatura en entornos urbanos respecto a las áreas rurales o verdes circundantes, también va a probar este tipo de marquesinas.
El mes pasado, el Ayuntamiento sacó a licitación pública un prototipo similar creado por la Universidad de Sevilla, un contrato de 768.362,43 euros para que las primeras unidades estén funcionando en el verano de 2025.
Apuesta fallida
Para Fernando Prieto, director del Observatorio de la Sostenibilidad, Madrid necesita una adaptación al calor extremo con políticas públicas “integrales y estructurales”, como la “renaturalización” de muchos de sus espacios.
En este escenario, unas marquesinas refrigeradas asoman como un “parche” y una “apuesta fallida” en una ciudad en la que el cemento y el asfalto siguen dominando en la planificación urbana.
Según un estudio del CIEMAT, en una década Madrid ha sufrido un aumento anual de la temperatura del aire de 1,8°C, una disminución de la humedad del 9% y un tiempo veraniego que empieza en mayo y acaba en octubre
La evidencia científica, explica, es clara: el aumento de los espacios verdes y de la cobertura vegetal en calles y plazas reducen la exposición a las altas temperaturas, y con ello disminuyen la vulnerabilidad humana frente a las olas de calor.
“La isla de calor en Madrid está suficientemente acreditada para pensar que se puede solucionar con unas cuantas marquesinas, por más modernas que sean. Es un parche muy caro y de dudosa utilidad”, critica. Y agrega: “Urge despavimentar, eliminar asfalto y plantar miles de árboles”.
El ejemplo de París
Pone el ejemplo de París, que tras la celebración de los Juegos Olímpicos ha acelerado su “transformación verde”: la plantación de 170.000 árboles hasta 2026, la eliminación de plazas de aparcamiento para convertirlas en zonas verdes y el retiro de un 40% de todo su asfalto.
En junio, la capital francesa inauguró la nueva plaza de Catalogne, transformada en un bosque urbano. Donde antes había una inmensa rotonda asfaltada, ahora hay 470 árboles, plantas y arbustos. La proyección es que en unos años, cuando los árboles sean más maduros, el proyecto va a reducir la temperatura de la plaza y sus alrededores hasta 4°C.
Madrid va en el sentido opuesto. Según datos oficiales del Ayuntamiento, el recuento anual de árboles de 2023 ha arrojado un saldo negativo respecto a 2022. La ciudad perdió 6.225 árboles en sus calles y zonas verdes de los distritos y 2.699 ejemplares en los parques históricos.
Según un estudio del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), durante la última década Madrid ha sufrido un aumento anual de la temperatura del aire de 1,8°C, una disminución de la humedad relativa anual del 9% y una prolongación del periodo estival, con temperaturas de verano que empiezan en mayo y acaban en octubre.
En su reciente informe Adaptación de las ciudades al calor extremo: protección frente a los impactos en la salud, Greenpeace advierte que Madrid –al igual que la mayoría de las ciudades de España– está lejos de la cobertura vegetal mínima en las zonas urbanas que recomiendan los expertos. Esta proporción se resume en “la regla 3-30-300”: toda persona debería poder ver tres árboles desde su casa, tener un 30% de cobertura vegetal en su barrio y un espacio verde a 300 metros.
Según esta investigación, Madrid se encuentra justo en el “límite mínimo” de los índices de vegetación y de espacios verdes recomendado por la OMS, con un 27% de zonas verdes. El problema es que casi el 70% de la población no tiene acceso a estos espacios.
“El plan A de Madrid de adaptación al cambio climático, estructural, integral y ambicioso, está todavía sin desarrollar. Ante esta carencia, promocionar unas marquesinas refrescantes sobre grandes planchas de hormigón es desviar el problema y las soluciones”, concluye Prieto.
Techos verdes
En 2019, la ciudad de Utrecht (Países Bajos) decidió recubrir de plantas unas 300 marquesinas para reducir el calor y revertir el debilitamiento de la población de abejas y mariposas. El proyecto se ha replicado en Reino Unido, Bélgica, Suecia y Dinamarca.
En Derby y Leicester, ciudades inglesas, han bautizado a estas singulares paradas con el nombre de “bus bee stops”. En 2022, el Ayuntamiento de Brighton instaló estos jardines silvestres en algunas de sus marquesinas después de que casi 50.000 personas firmaran una petición.
“Queremos extender esto a tantos países como sea posible. Vemos esto como una adición escalable a largo plazo a nuestras marquesinas de autobuses. Nos gustaría hacerlos en todas partes, los efectos positivos son increíbles”, resume Louise Stubbings, directora creativa de Clear Channel UK, firma que administra las marquesinas de muchos ayuntamientos.
En su opinión, “las paradas de autobuses son una representación visible de los pequeños cambios que queremos que realicen las comunidades, las personas y las organizaciones para crear más espacio para la naturaleza”.
En España, el Centro de Investigación de Colecciones Científicas de la Universidad de Almería (CECOUAL) diseñará estos techos verdes para las marquesinas de la capital almeriense, a modo de “estaciones ecológicas”.
La acción, según el convenio firmado por el Ayuntamiento, permitirá mitigar el efecto isla de calor, mejorar la calidad del aire, capturar agua de lluvia y aumentar el hábitat para la vida silvestre.