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Pont de Bar, el pueblo que se cambió de sitio en los años 80 tras sufrir una gota fría

Pont de Bar, en el Pirineo catalán

Marta Montojo

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¿Trasladar a una localidad entera por fenómenos meteorológicos extremos? Aunque puede sonar a distopía climática, en realidad ya ha ocurrido. En España, concretamente, sucedió en el Alto Urgel de Lleida, hace casi 40 años. Tras un episodio de gota fría que se cobró la vida de 26 personas entre Catalunya y Andorra, El Pont de Bar, un pueblecito del Pirineo catalán, se tuvo que deconstruir por completo ante el “riesgo inminente” de inundaciones y deslizamientos de tierra, y sus habitantes fueron reubicados un kilómetro río abajo.

La tarde del 8 de noviembre de 1982, Lluís Noguera no estaba en casa. Menos mal, dice, porque de lo contrario no sabe qué le hubiera podido pasar. Las fuertes lluvias que trajo la depresión aislada en niveles altos (DANA) a El Pont de Bar acabaron con cuatro viviendas derruidas, con el río Segre desbordado y con el histórico puente de San Armengol, tesoro cultural del pueblo que había resistido durante siglos, desplomado.

Lluís, que entonces tenía 26 años, aún lo recuerda perfectamente. Aunque no hubo pérdidas humanas, los cerca de 40 habitantes de El Pont de Bar nunca pudieron volver a sus hogares. La Generalitat, presidida entonces por Jordi Pujol, les prometió que les construiría un pueblo nuevo en una zona segura. “Solo pagaríamos, entre todos, cuatro millones en 25 años, y sin intereses”.

Incluso aunque sus casas no hubieran sido afectadas por las riadas, como fue el caso de Lluís, tuvieron que mudarse igualmente. “Declararon el pueblo zona catastrófica y demolieron las viviendas para que nadie se pusiera en peligro”, rememora.

La reubicación

Quien primero tuvo la idea de reubicar el pueblo fue el geólogo Pere Mascareñas, quien acudió de emergencia a El Pont de Bar para inspeccionar el terreno. Advirtió que no era seguro, pues las grietas se podían reactivar de nuevo. “Las masas de tierra estaban inestables y era cuestión de tiempo que volviera a haber un deslizamiento a causa de las lluvias”, cuenta Mascareñas por teléfono.

Tras su estudio, recomendó que se reconstruyera el pueblo en una ubicación libre de riesgo, en la otra orilla del río Segre. Y así, en 1988, se inauguró el nuevo Pont de Bar. Se hizo una plaza, un ayuntamiento, una cuadra para el ganado, una iglesia y nuevas viviendas para las personas que residían en el pueblo durante todo el año. Según Lluís Noguera, que ahora es concejal de Pont de Bar, la oferta de reconstrucción no se aplicaba a los propietarios de casas utilizadas como segunda vivienda, aunque éstos lo habían solicitado.

En esos seis años que tardaron en terminar la construcción, los residentes tuvieron que quedarse en casas de familiares o amigos, y algunos ya se habían buscado trabajo fuera, por lo que decidieron no volver. El pueblo, que de por sí no contaba con muchos habitantes, se encogió hasta quedar apenas 12.

El resultado

Aprovecharon el cambio para fomentar la vida en común. Crearon servicios compartidos, como un restaurante y una vaquería. “Los jóvenes nos encargamos de gestionar la cuadra, mientras que el restaurante lo regían varios cooperativistas. Pero, como muchos decidieron marcharse, al final se puso en venta, y ahora ya no hay restaurante”, lamenta Lluís.

Las casas nuevas no guardaron la estética de las originales. Son más modernas y funcionales. “Pero estamos satisfechos, porque lo que importa es que podamos vivir a salvo”, apunta. Cosa que no hubiera sido posible en el antiguo Pont de Bar. La borrasca Gloria que, según el Consorcio de Compensación de Seguros, ha dejado en España una factura de 71 millones de euros, llegó al Pirineo catalán en forma de intensas lluvias y nevadas. En el anterior Pont de Bar hubo un desprendimiento de tierra que cortó durante 12 horas la carretera N-260. En la nueva localización, en cambio, “estuvimos sin luz unos días y algunas paredes se estropearon por la humedad, pero nada grave”, precisa Lluís.

Construcciones en zonas inundables 

El geólogo Joan Manuel Vilaplana, experto en riesgos naturales de la Universidad de Barcelona, recuerda que la Ley de Suelo prohíbe desde el año 2006 edificar las zonas inundables tipificadas por la cartografía oficial. “Pero en Catalunya, si miras estas cartografías, ves que todas las zonas del litoral, sobre las que claramente ya se ha construido, son inundables”, asevera. Este especialista sugiere retroceder y devolver el espacio robado a las playas para respetar las dinámicas naturales y que las urbes estén protegidas.

Así lo ha propuesto también la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien ha anunciado que solicitará que el litoral de la capital catalana sea declarado “zona catastrófica” después de valorar en 12 millones de euros los estragos producidos por ‘Gloria’. En declaraciones a los medios, Colau alegó que las playas barcelonesas se han reducido una media de un 30% y pidió la intervención del Estado para restaurarlas.

Pero otros alcaldes, como la edil de El Puig, Luisa Salvador, proponen reconstruir lo dañado por el temporal, pese a las advertencias de los geólogos y científicos del clima que prevén que este tipo de fenómenos serán más virulentos y frecuentes a consecuencia del calentamiento global, por lo que es probable que los paseos marítimos vuelvan a sufrir sus impactos. Vilaplana sostiene que tendría mucho más sentido ahorrar ese dinero e invertirlo en aprovechar la ocasión de reubicar a los comercios y las viviendas en zonas más seguras, como se hizo en El Pont de Bar y como, por ejemplo, exige la normativa de gestión de riesgos en Suiza.

Este especialista afirma que, por ahora, no conoce ningún proyecto aprobado que busque la deconstrucción y traslado de viviendas expuestas a amenazas climáticas. Sin embargo, los temporales como Gloria –junto a otros efectos de la crisis climática como la subida del nivel del mar– podrán forzar esta retirada, al propiciar cambios en la propiedad de las viviendas.

En virtud de lo que establece la Ley de Costas, el dominio marítimo terrestre está condicionado por el límite “hasta donde alcancen las olas en los mayores temporales conocidos”. En su artículo 4, la ley especifica que “dicho límite será el alcanzado al menos en cinco ocasiones en un periodo de cinco años”.

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