Suecia: así lo está haciendo el país que lidera la transición ecológica
Karin Sundby era una empresaria sueca normal y corriente hasta que, hace tres años, decidió formar parte de un movimiento social que resurgía con fuerza. Era una segunda versión del Parlamento Popular del Clima que, organizado por primera vez en 2014, convirtió a Suecia en el primer país del mundo en acoger este tipo de iniciativa participativa por la sostenibilidad. La idea se inspiraba en los parlamentos populares que se formaron a finales del siglo XIX para impulsar, con éxito, el sufragio universal en el país escandinavo. Así, poco antes de las elecciones generales de septiembre de 2014, un grupo de apenas cinco personas puso en marcha este proyecto, que era pionero en el mundo. “Al principio consistía sólo en unos pocos profesores y activistas, pero se expandió muy rápidamente”, relata Karin.
El planteamiento era que, si se había podido conseguir el voto para toda la ciudadanía gracias a las voces del pueblo, ¿por qué no se iba a poder acelerar la acción por el clima de la misma manera? Así, unas 600 personas –ciudadanos de a pie– se reunieron en un evento que duró tres días. “Se pidió a la gente que propusiera medidas, proposiciones de leyes que consideraran necesarias y útiles para mitigar el cambio climático. Del total de propuestas recibidas, se seleccionaron unas cuantas, se debatieron, se defendieron y se votaron. Finalmente, las elegidas se llevaron a los portavoces de medio ambiente de los partidos políticos, que a su vez trasladaron estos asuntos al Riksdag el parlamento sueco”, explica Karin. Pasadas las elecciones de 2014, este parlamento popular del clima se disolvió, pues ya había cumplido su función. Sin embargo, un grupo de personas –entre ellas Karin– decidió retomar el proyecto para, de cara a las siguientes elecciones de 2018, repetir el mismo proceso, pero esta vez con vocación de continuidad.
En general, Karin considera que los suecos están muy sensibilizados con el respeto al medio ambiente, con el reciclaje y con el impacto ambiental de sus desplazamientos –muchos prefieren coger la bicicleta antes que el coche– pero lamenta que todavía la huella ambiental per capita sea tan elevada. De hecho, Suecia tiene de las más altas del mundo: la novena según el ranking de la Global Footprint Network. “El consumo aquí es importante y somos de los países que más viajan”, explica Karin.
Aunque Suecia sea considerado por los expertos foráneos un ejemplo en el ámbito de la transición ecológica, algunos especialistas locales se muestran críticos. Es el caso, por ejemplo, de Isak Stoddard, profesor y líder de proyectos en la cátedra de Liderazgo en Cambio Climático en el Centro de Estudios de Medio Ambiente y Desarrollo (CEMUS) de la Universidad de Uppsala.
Isak cuestiona la manera “oficial” de contabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero en Suecia. Las mediciones reflejan una reducción de emisiones de estos gases en las últimas décadas al tiempo que el Producto Interior Bruto (PIB) ha aumentado. Así, se sugiere un desacoplamiento entre las emisiones y el crecimiento económico, pero este experto critica este tipo de contabilidad, que califica como “creativa”, porque excluye las emisiones del transporte internacional, tanto aéreo como marítimo.
“Si contamos con el incremento en los hábitos de transporte de los suecos –que se han vuelto locos volando a Tailandia y a todas partes del mundo– las emisiones totales de Suecia no han descendido en absoluto sino que se han mantenido desde los años 90”, arguye.
Así, aunque admite que se han dado pasos en la buena dirección, se muestra escéptico respecto a que haya habido una verdadera transición ecológica en Suecia, sobre todo en el ámbito de acción por el clima. “Lo que es preocupante es que sólo para tener algún tipo de esperanza de alcanzar el objetivo de los 2 ºC del Acuerdo de París –que ya de por sí tendría gravísimas consecuencias– Suecia tendrá que reducir sus emisiones entre un 10 y un 15% por año, y no hemos reducido nuestras emisiones en 28 años. Por eso soy pesimista”, se justifica.
Pero, a pesar de estos retos que el país escandinavo tiene aún por delante, –para reducir el impacto ambiental de los vuelos internacionales el Gobierno sueco ya ha aprobado un impuesto de aviación–, Karin sí afirma haber percibido esa transición ecológica que supone un ejemplo para otros países. Los cambios se han notado, dice, sobre todo en los últimos 15 años. Han sido especialmente visibles en ámbitos como el reciclaje, donde considera que la información ha jugado un papel esencial. Actualmente, de acuerdo con la información estatal, el país recicla el 99% de los residuos domésticos e incluso necesita importar desechos de otros países para alimentar sus incineradoras, que obtienen energía mediante la quema de basura.
También en el ámbito de la energía, aunque de manera más lenta, los hogares han percibido una transición hacia un modelo no contaminante. “Antes solíamos calentar nuestras casas con petróleo y para ello tenía que venir una furgoneta a aportar el suministro. En los últimos 20 años esas emisiones se han reducido drásticamente y ahora calentamos las casas con energía geotérmica. Eso sí fue un gran cambio”, reconoce Isak.
Las ciudades también pasaron a calentarse de manera más sostenible, por distritos, mediante tecnología descentralizada de bomba de calor, neutra en carbono. Con un 52% de renovables en el mix energético –mayoritariamente compuesto por hidráulica (en un 95%), biocombustibles y eólica– Suecia tiene actualmente el porcentaje de energía renovable más alto de la Unión Europea, y la Agencia de Protección Medioambiental sueca augura que esta cifra podrá llegar al 55% en 2020.
Para entender la transición energética en sí, hay que remontarse a los años 60, cuando una serie de problemas medioambientales –como la polución atmosférica, la disputa por la energía nuclear y la muerte progresiva de los bosques a consecuencia de la lluvia ácida (ocasionada por la combustión de energías fósiles)– despertaron la conciencia de la ciudadanía sueca, que empezó a exigir políticas más sostenibles.
Como respuesta a esta nueva demanda social, la política comenzó a hacerse cargo de los asuntos medioambientales. En 1967 se fundó la Agencia de Protección Medioambiental sueca, convirtiendo al país escandinavo en pionero en establecer un organismo de este tipo. Suecia tomó las riendas del cambio a la sostenibilidad y en 1972 acogió la primera conferencia de Naciones Unidas sobre el medio ambiente.
Con la crisis del crudo, en 1973, el Gobierno sueco decidió hacerse más independiente de su suministro energético –que por aquel entonces era petróleo– por una mera cuestión de seguridad, y comenzó a centrar sus esfuerzos en cambiar su modelo energético. Así, a lo largo de las siguientes décadas, se subvencionaron las renovables –hidráulica, eólica y biocombustibles, sobre todo– y se penalizó a los combustibles fósiles a través de impuestos. Aunque hasta ahora el país se ha servido también de energía nuclear, a medida que sus centrales envejecen se acerca también su apagón.
“Todo ello vino acompañado de una fuerte legislación ambiental”, señala Helena Looström, asesora de políticas ambientales de la Agencia de Protección Medioambiental sueca. Esta experta incide en la importancia que tuvo la legislación verde en la transición ecológica en el país escandinavo, que se adelantó en este campo a sus vecinos. De hecho, Suecia fue el primer país en aprobar una ley de protección ambiental y, en 1998, aprobó su Código Medioambiental, que recoge las normas fundamentales para preservar el entorno natural. “Este paso nos dio ventaja; contribuyó a que nuestra industria fuera competitiva en relación con la de otros estados en el momento en que éstos adoptaron su propia legislación ambiental”, aporta Maria Ullerstam, responsable de las políticas de calidad del aire en esta misma institución.
Pero el camino no siempre fue fácil. Al menos en lo que respecta al transporte, esta especialista asegura que algunas medidas no fueron bien recibidas por el público. A principios del año 2000, la ciudad de Estocolmo introdujo tasas por congestión con el objetivo de reducir el tráfico en la ciudad. “Esto fue objeto de un intenso debate antes de su introducción pero, una vez instalado, el público se adaptó y algunos incluso elogiaron las tasas de congestión”, rememora esta experta. “La gente que vivía en las ciudades apreciaba la reducción del tráfico, a los taxistas les gustaba, pues ya no se quedaban atascados en el centro de la ciudad, y el sector de reparto de mercancías vio acortados sus tiempos de entrega”, aduce. “Hoy en día, en Estocolmo vemos a cada vez más gente que va en bicicleta, aunque no se sabe si esta tendencia de incremento en la movilidad sostenible continuará o no”.
En este sentido, el actual Gobierno sueco está subvencionando bicicletas al 25% de su coste, así como coches eléctricos. Este año, además, los incentivos para comprar este tipo de vehículos aumentaron un 50%, de forma que ahora, con la compra de un coche de este tipo, se puede cobrar una subvención de hasta 60.000 coronas suecas (unos 6.000 euros).
También mediante mecanismos de financiación se está promoviendo la energía fotovoltaica. “Ahora nos dan facilidades para instalar paneles solares. Se aplican reducciones sobre el coste de las placas y existe la posibilidad de rebajar los impuestos de la instalación. Al final, puedes instalar paneles solares a un precio muy razonable”, mantiene Karin, y asegura que la medida está teniendo efecto. “Ya no son solo activistas o gente muy concienciada quienes disponen de placas solares, sino que mucha más gente lo está haciendo o contemplando la opción.”Nosotros probablemente las instalemos el año que viene“.
Para Helena Looström, ha sido gracias a una estrategia nacional, junto con el seguimiento constante de las políticas y otros elementos clave, que ha sido posible la transición ecológica en Suecia. Looström coincide con la Red Europea de Acción por el Clima en su evaluación sobre los progresos de los Estados miembros de la UE destinados a alcanzar los objetivos climáticos del Acuerdo de París. En el informe, la Red valoró positivamente que el país escandinavo hubiera fijado objetivos propios de reducción de emisiones de gases invernadero, más allá de los requisitos europeos.
El documento Fuera de objetivo: Clasificación de la ambición de los países de la UE y avances en la lucha contra el cambio climático, publicado este año por la organización, situó a Suecia a la cabeza del ranking, con el 70 % del camino recorrido. España, por su parte, estaba en el puesto número 16, al 35 % de la carrera. Además se elogiaban las exigencias por parte de Suecia para reforzar la ambición europea sobre los objetivos climáticos, pidiendo metas de reducción de emisiones de CO de un 55% para 2030 y a cero neto para 2050 a más tardar.
Los resultados de las medidas también se aprecian en materia de contaminación atmosférica. Las zonas urbanas del país presentan actualmente 10,2 microgramos de pequeñas partículas en suspensión (PM) por metro cúbico, aproximadamente la mitad del promedio de los países de la OCDE, de 20,1 microgramos.
Suecia lidera también la carrera por alcanzar las metas de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas), según consta en el primer índice oficial elaborado por la ONU. Figura primero en la lista con una nota media de 85, casi 10 puntos más que España, situada en el puesto 25 del ranking.
Todo ello, según la Agencia de Protección Medioambiental sueca, se ha logrado gracias a la inversión en I+D dirigido a tecnologías de energía limpia como biocombustibles, redes inteligentes y captura y almacenamiento de carbono. Fruto de estas inversiones, Suecia ha desarrollado una ventaja competitiva en tecnologías de sostenibilidad que, en 2014, llevó al país a ocupar el cuarto lugar en el Índice Global de Innovación en Tecnología Limpia (Global Cleantech Innovation Index).
La empresaria Karin cree en una transición ecológica total: “Yo espero que los políticos escuchen el mensaje de que se necesitan cambios radicales para llegar al objetivo de limitar el aumento de temperatura a los 1,5 ºC para 2100. La política de transición es hacer cambios pequeñitos, ajustes de aquí y allá, pero lo que necesitamos son cambios en toda la sociedad”. A su juicio, el efecto que puede tener a nivel global no radica en la alteración del porcentaje de emisiones, que en comparación con otros países es muy bajo. “Se trata de mostrar que se puede hacer, que se puede vivir bien y feliz, y que ello no implica ir para atrás sino todo lo contrario”, sentencia.
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