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Terminada en Murcia la única planta solar del país adjudicada en subasta a particulares

A mediados de enero se terminó la planta solar fotovoltaica de Yecla (Murcia).

Sara Acosta

A Agustín Carrión, sus almendros y viñedos de producción ecológica en Jumilla le dan para vivir bien. “Pero bueno, si la agricultura me va mal, tendría esto”. El agricultor murciano se refiere a una planta solar fotovoltaica que se acaba de concluir a escasos 200 metros del Parque Regional de la Sierra del Carche, entre Jumilla y Yecla. Él forma parte de una de las 75 familias (entre las que hay alguna pequeña empresa) que han invertido en el único proyecto fotovoltaico del país adjudicado en subasta pública a particulares. En total, 100 participaciones de 20.000 euros cada una para generar dos megavatios de electricidad con el sol de Murcia.

La proeza de esta gente ha sido ganar una subasta diseñada para las empresas, de la que muchos se quedaron fuera. Para hacerse una idea, en el otro extremo de los 30 proyectos de fotovoltaica que también salieron ganadores en el concurso público del entonces Gobierno del PP, en julio de 2017, está Cobra, filial del grupo empresarial ACS, que resultó el gran vencedor, con 1.550 megavatios. Le siguieron X-Elio (455 MW); Enel Green Power, la división de renovables de Enel, propietaria de Endesa (338 MW); Desarrollos Fotovoltaicos Meridionales (316 MW); y Gas Natural Fenosa Renovables (250 MW). En total, se asignaron 3.909 megavatios.

“Nos la hemos llevado al mismo precio que las macroplantas, lo que demuestra que sabemos gestionar, sabemos construir. Lo fácil hubiera sido no acudir a la subasta, abandonar el sistema eléctrico nacional, pero no aceptamos ser expulsados”, explica Miguel Ángel Martínez-Aroca, abogado y presidente de la Asociación Nacional de Productores de Energía Fotovoltaica (Anpier). Él fue la persona que movilizó a Agustín Carrión y a otros muchos agricultores, pero también economistas, hosteleros, abogados o funcionarios de varias regiones del país, socios de esta organización, a lanzarse a competir contra un gigante como ACS, una de las principales empresas de infraestructuras del país.

La decisión de estas personas se explica por muchas horas, días y años de batalla. Su historia se remonta a 2007, justo antes de que estallara la crisis. En esa época, las alabanzas a la solar fotovoltaica eran generalizadas. Desde el Gobierno de Rodríguez Zapatero se animó a poner dinero en proyectos fotovoltaicos como una inversión segura. Pero aquello salió muy mal. Algo más de 60.000 pequeños inversores, la mayoría familias de clase media, pusieron dinero, pidiendo créditos a los bancos, en proyectos que entonces recibían ayudas económicas por generar electricidad. Hasta que el Gobierno empezó a recortar la cantidad de esas ayudas.

Llegaron los ahogos por los préstamos bancarios, y a la mayoría no le quedó más remedio que refinanciar sus créditos. Como Agustín, él era una de esas personas. Pero a pesar del golpe, este agricultor ecológico y otros muchos de esos minúsculos inversores se han atrevido de nuevo con una planta solar a través de SinLimit Sol S.L, con la que se adjudicaron esos dos megavatios.

Cuando se supo que habría una nueva subasta (en enero de 2016 se celebró la primera y en mayo de 2017, la segunda), el abogado Martínez-Aroca lanzó: “¿Vamos a dejar que se lo lleven solo los grandes? Veamos las reglas del juego, vamos a entenderlas bien”. Conocer las tripas de cómo funciona el mundo de la energía es una de las tareas pendientes en muchos países para que la gente normal y corriente pueda participar en el diseño de un esquema energético a base de renovables. O simplemente para comprender por qué conceptos está pagando en su recibo de la luz.

El analista político y energético alemán Arne Jungjohann, autor del libro Democracia Energética, ha contado (Ballena Blanca 12) que en las conferencias que imparte por el mundo nota mucha diferencia entre lo que sabe de energía la gente en Alemania y fuera de su país. “Lo que veo en mis viajes es que en Alemania tenemos, comparativamente, una media muy alta en el conocimiento de la energía. La gente quiso construir turbinas eólicas por ella misma ya en 1998 y 1999 a muy pequeña escala. Si se observa la historia de la industria eólica en Dinamarca y en Alemania, se ve que no han sido las grandes empresas las que han dirigido la innovación”.

Agustín fue uno de los que quiso saber más, aunque la experiencia del proyecto en Jumilla ya le había dado mucha información. Pero ahora es distinto, dice. Primero, porque ya no dependen de ninguna prima, la ayuda económica que se daba por cada kilovatio/hora generado. Por otro lado, porque la tecnología fotovoltaica en este tiempo ha reducido muchísimo sus costes. En 2017, un panel costaba un 80% menos que cinco años atrás.

Tampoco están atados a los bancos. Las 100 participaciones de la planta de Yecla son de 20.000 euros, así que no se ha tenido que recurrir a las entidades financieras. El palo de hace una década se ha convertido para estos “últimos valientes”, como se autodenominan, en el aprendizaje necesario para seguir en la partida y ponerse a la misma altura que las grandes empresas, aunque no hayan ganado ni mucho menos la misma cantidad de megavatios. “Cuando había que construir ciclos combinados [instalaciones que queman gas para producir electricidad], centrales nucleares o plantas de carbón, el modelo exigía grandes empresas, no podían hacerlo las pequeñas. Ahora sí”, resumen desde el proyecto popular.

A muy pequeña escala, la instalación murciana de Yecla muestra que el cambio de modelo energético hacia un sistema que se apoye en renovables es también una potente modificación en la estructura de quién poseerá las tecnologías limpias. El debate sobre las renovables ya no es renovables sí o no, más bien en manos de quién están. Y ahora mismo, las tienen un puñado de empresas, lo cual también influye en el ritmo hacia un modelo energético limpio. Como ha resumido Arne Jungjohann, el autor de Democracia Energética: “Si dejamos la transición energética solo a las empresas, tomarán mucho tiempo para hacerlo, porque sus actuales instalaciones les son aún rentables. Hacerlo despacio es una elección económica. Sin embargo, si la abrimos a competidores, a los ciudadanos o a otras compañías, tendremos más inversiones y podremos sustituir la nuclear o el carbón más rápidamente”.

Esta nueva sección en eldiario.es está realizada por Ballena Blanca. Puedes ver más sobre este proyecto periodístico aquí.aquí

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