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Bienestar y ciencia

Ramón P. Villaamil

Hay gente que desconfía de determinadas prácticas del bienestar porque “no son científicas”. Por ejemplo, el trabajo en el cuerpo energético o la posibilidad de vitalizar el agua. En el lado opuesto, también hay personas que ponen en cuestión la ciencia médica, por ejemplo llegando a pensar que si tienes cáncer basta tratarlo a base de pensamiento positivo. ¿Por qué es tan difícil situarse en el punto medio de las cosas?

La ciencia funciona como tiene que funcionar, explora el camino desconocido, desarrolla hipótesis y cuando las tiene suficientemente contrastadas las incorpora a los conocimientos científicamente probados. Si los científicos consideraran que solo es verdad lo probado científicamente, ¿para qué seguir explorando? Hay mucha más verdad por conocer fuera del actual nivel científico que dentro. Que algo no esté científicamente probado no quiere decir que sea mentira ni que sea una estupidez, quiere decir que no está científicamente probado.

Dentro de los temas tratados en el campo del bienestar hay algunos plenamente aceptados como “ciencia” y otros que a día de hoy no lo son. Sin embargo, todos los del segundo grupo están en proceso de análisis científico y tienen entre sus defensores multitud de científicos con prestigiosos y abultados currículo. Es igual de irracional considerar mentira lo que a día de hoy no es “ciencia” que decidir que el conocimiento científico probado no es válido. La ciencia es muy exigente hasta dar algo como cierto.

Si tienes una cultura del bienestar, intentarás encontrarte bien preferiblemente trabajando tus hábitos antes que tomando medicamentos. Si te sientes con ansiedad, primero intentas arreglarlo relajándote o repasando tus planteamientos mentales en lugar de tomar directamente un ansiolítico. Pero una cosa es eso y otra, no valorar la medicina o no recurrir a ella cuando sea necesario

En una ocasión a los seis meses de volver de un viaje por África, comencé a sentirme mal, al principio pensé que era gripe, pero cuando me llevaron delirando al hospital y me hicieron un análisis de sangre comprobaron que era malaria ya avanzada. Me dieron quinina en grandes cantidades. Cuando vi que gracias a este medicamento (que ya sé que es tóxico) no me daba el siguiente ataque, le escribí un poema que todavía guardo. Presentándome como “experto” en el mundo del bienestar, a lo único que he escrito un poema en mí vida es a una medicina.

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