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Una lectura realista de la pandemia para gestionar con éxito el futuro

25 de abril de 2021 21:04 h

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Después de más de un año de iniciada la pandemia en España acusamos una gran fatiga individual y social, queremos buenas noticias y mensajes esperanzadores, estamos ansiosos por pasar página y retornar a un cierto grado de normalidad. Sin embargo, debemos tener cuidado con los falsos espejismos. Nos encontramos frente a una encrucijada nada sencilla en la que hay que valorar muy bien los riesgos que enfrentamos, asumirlos con realismo y gestionarlos con serenidad y firmeza, evitando las interferencias político-electorales, económicas o de cualquier otra índole. 

No es momento para infravalorar los riesgos, ni para discursos triunfalistas, ni para utilizar la pandemia como arma arrojadiza en las contiendas electorales. Necesitamos una lectura objetiva y una narrativa sensata. En otras palabras, hay que separar el trigo de la paja y desmitificar aquello que ni tiene fundamento epidemiológico ni sirve para mejorar nuestras actuaciones. La pandemia no concluirá por acto de magia, ni pasadas las elecciones madrileñas ni agotadas las fechas del actual estado de alarma.

A continuación, ofrecemos cinco claves para interpretar lo que está sucediendo y hacer una lectura útil, basada en la evidencia epidemiológica y en los principios de la salud pública. Ni pesimismo ni optimismo: realismo puro y duro. Como decía Bertolt Brecht: “solo las lecciones de la realidad pueden enseñarnos a transformar la realidad”.

1) La incidencia debe preocuparnos, tenemos que abatirla, y no debemos engañarnos con las cifras medias.

Actualmente se percibe una cierta tendencia a minimizar el riesgo absoluto que suponen las actuales cifras de incidencia de 235 por cien mil habitantes para todo el territorio español y a banalizar su importancia. Se insiste que la incidencia se está estabilizando, que podríamos haber llegado o estar alcanzando el punto máximo de esta cuarta ola y que seguramente no será una ola tan importante como las anteriores. Frente a esto, en primer lugar, hay que señalar que se trata de una incidencia promedio alta, muy cercana al umbral de 250 que fue establecido como situación preocupante en el semáforo aprobado por el Consejo Interterritorial hace ya varios meses. En realidad, es un nivel de contagios veinticinco veces mayor que el que teníamos al inicio del verano pasado cuando se produjo la desescalada. Este nivel de incidencia significa que seguimos teniendo una importante transmisión comunitaria, tal como confirma, además, el elevado índice de positividad (7.9%) las pruebas diagnósticas que se realizan.

En segundo término, la situación en España no es uniforme, la pandemia está evolucionando a distintas velocidades y ello debería llevarnos a definir las actuaciones sanitarias en función del grado de severidad en cada CCAA. 

Cuando se combinan todos los indicadores del cuadro de mando aprobado por el Consejo Interterritorial, tanto relativos al nivel de transmisión como al nivel de utilización de  servicios asistenciales por pacientes COVID, encontramos que, con fecha del 22 de abril, seis CCAA se encuentran en nivel de alerta extrema (Aragón, Cataluña, La Rioja, Madrid, Navarra y el País Vasco), cinco CCAA están en el nivel de alerta alta (Asturias, Andalucía, Cantabria, Castilla La Mancha y Castilla León), una (Canarias) en nivel de alerta medio; y cuatro en nivel de alerta bajo (Baleares, Extremadura, Galicia y Murcia). Tan solo la Comunidad Valenciana se encuentra en el nivel de la Nueva Normalidad. 

En cuanto a la incidencia acumulada de 14 días, tenemos 6 CCAA en nivel de alerta extrema, es decir, por encima de los 250 contagios por cien mil habitantes (Aragón, Cataluña, Madrid, Navarra, La Rioja y el País Vasco, así como las dos Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla).

Y aún más preocupante es el hecho de que la incidencia acumulada de 14 días en los mayores de 65 años se sitúa en niveles de alerta extrema de más de 150 por cien mil personas de ese grupo de edad en 8 CCAA (Andalucía, Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Madrid, Navarra, La Rioja y País Vasco, así como Ceuta y Melilla)

Lo más probable es que la situación no cambie significativamente en las próximas dos semanas y ello obligue a definir qué se hará una vez finalizado el estado de alarma.

2) La vacunación no frenará la cuarta ola por sí sola 

Los repuntes que estamos viendo en la mayor parte del territorio español no se frenarán en el corto plazo solo mediante la vacunación, sino que para ello requerirán medidas restrictivas de la movilidad y la interacción social. Por tanto, habrá que continuar con medidas de protección individual y colectiva, así como con acciones sanitarias intensificadas.

La vacunación es una apuesta fundamental para el control de la pandemia en el mediano y largo plazo, pero no permite abatir la incidencia de forma inmediata. Por eso no tiene ningún sentido epidemiológico argüir que ya tenemos más personas vacunadas que contagiadas. En un par de semanas más deberemos tener el doble de vacunados con relación a los contagiados y en un mes el triple y todo eso es muy loable, pero nos dice muy poco sobre la  la dinámica de la pandemia. La vacunación ha tenido ya un impacto muy positivo en la reducción de caos severos, hospitalización y fallecimientos en mayores de 80 años y residentes en centros geriátricos que han sido vacunados con la pauta completa. Y lo irá teniendo en los mayores de 60 años a medida que vaya aumentando el porcentaje de vacunados por encima de esa edad.  

De hecho, se está produciendo un importante aumento en el ritmo diario de inoculaciones, y se han inyectado 14,2 millones de dosis de los 15,4 recibidos (un 92%). Sin embargo, es difícil que la totalidad de esa población esté vacunada de forma completa a finales de mayo. Hasta ahora están vacunadas con la pauta completa 3,8 millones de personas, es decir el 8% de la población, lo que plantea que aún nos falta un 62%, alrededor de 30 millones, para alcanzar la meta de cobertura del 70 % de la población. 

Tengamos en cuenta que hay todavía un largo camino por recorrer y que aún falta por vacunar con la pauta completa al 25% de los mayores de 80 años, al 96% de las personas de 70 a 79 años y al 94% de quienes tienen entre 60 y 69 años.

Habrá que vacunar, vacunar y vacunar sin descanso, veinticuatro horas al día y siete días a la semana durante los próximos cuatro a seis meses, pero no cifremos solamente en la vacunación la posibilidad de atajar la transmisión y de doblegar la curva en el corto plazo.

En todo caso, si queremos acelerar aún más el ritmo de vacunación convendría levantar de una vez por todas las restricciones de edad impuestas a las vacunas de AstraZeneca y Janssen y aplicar las segundas dosis de AstraZeneca a quienes ya han sido vacunados, tal como han reiterado las agencias del medicamento de Europa y de Estados Unidos.

3) Hay que intensificar las acciones sanitarias para diagnosticar y aislar asintomáticos positivos y reducir la transmisión comunitaria 

Aun si la cuarta ola no alcanza las proporciones de la segunda y la tercera, y ojalá que así sea, las cifras absolutas son muy altas. Ante ello, las medidas necesarias para atajar la curva están más que claras en el semáforo aprobado por el Consejo Interterritorial y en la consiguiente definición de las medidas restrictivas de movilidad e interacción social y de acciones sanitarias que han de ponerse en práctica cuando se tienen estos niveles de alerta y estas cifras de incidencia. La posición expresada por la ministra de Sanidad señalando que estas medidas no son de obligado cumplimiento, denotan una manifiesta debilidad en el necesario liderazgo que se requiere.

Además, llama la atención el que haya decaído el número de pruebas diagnósticas que se están realizando en un momento en el que deberíamos seguir adelante con ellas, ligadas a un diagnóstico precoz, a un rastreo exhaustivo y retrospectivo de los contactos de los contagios identificados y a un aislamiento efectivo de asintomáticos positivos.

No podemos bajar la guardia en esta línea de actuación y preocupa el hecho de que estemos haciendo solamente 1.850 pruebas diagnósticas por semana por cada 100 mil habitantes cuando llegamos a realizar el doble de esa cifra en otros momentos de la pandemia. 

Deberíamos redoblar el esfuerzo de diagnóstico precoz y aislamiento si queremos interrumpir de manera efectiva la transmisión y abatir los contagios.

4) La presión asistencial en esta cuarta ola es preocupante, aun con incidencias menores que en las olas anteriores

A medida que se ha hecho dominante la variante británica, ha disminuido la edad promedio de las personas hospitalizadas e ingresadas en UCI hacia perfiles más jóvenes. A ello también ha contribuido el menor número de ingresos de personas mayores y de residentes en centros geriátricos, que solían sufrir episodios más severos y letales de la enfermedad. Sin embargo, tenemos estancias más prolongadas, lo que ha llevado a una tasa promedio de ocupación de UCI por pacientes COVID del 22 por ciento. En varias Comunidades y Ciudades Autónomas (Cataluña, Ceuta, Madrid, el País Vasco, La Rioja y Cataluña) ese porcentaje supera el 35%.

Esto supone, paradójicamente, que aun cuando las cifras de incidencia de la cuarta ola sean menores que las anteriores, la presión asistencial esté siendo igual o superior en muchas Comunidades, lo que, como sabemos, representa una amenaza tanto para la atención de enfermos de COVID como para la atención de otras patologías que se ven diferidas o tratadas inadecuadamente.  Y todo ello, sin tomar en cuenta el riesgo que supone la potencial expansión de las otras variantes (brasileña, sudafricana) en presencia.

5) Hay que definir las medidas que serán necesarias una vez finalizado el estado de alarma y actuar en consecuencia. 

Las próximas dos semanas serán claves para marcar el camino de aquí al comienzo del verano. Habrá que seguir vacunando sin descanso, pero probablemente eso no bastará. Hay que tener muy claro que, en esas condiciones, la relajación de las restricciones, especialmente en CCAA con alta incidencia, puede llevarnos a cometer los mismos errores de las desescaladas prematuras del pasado. 

Y llegada la fecha del 9 de mayo habrá que juzgar con realismo, madurez y altura de miras la evolución de la pandemia y hacer lo que el país necesite para controlar la transmisión y abatir la curva. Será difícil alcanzar en gran parte de España el 9 de mayo niveles de incidencia que permitan acabar con las medidas extraordinarias de control que sólo se pueden aplicar con la suficiente seguridad jurídica mediante un estado de alarma. Creemos que, desde el punto de vista de la salud pública, será necesario prorrogarlo. Puede que sea difícil conseguir el suficiente apoyo parlamentario, pero eso no obsta para señalar la muy probable necesidad de la medida. Cuanto antes se asuma esta necesidad mejor para todos. Ejercer el liderazgo en la gestión de la pandemia requiere también, un esfuerzo sostenido de explicación a la ciudadanía. 

Solo una lectura realista, tanto de la evolución de la pandemia en el conjunto del país y en cada Comunidad Autónoma como de lo que cabe esperar de la vacunación durante las próximas seis a ocho semanas, nos permitirá afrontar con éxito los retos que tenemos por delante. “Salvar” la segunda mitad del año sigue siendo un objetivo posible, pero solo a condición de no dejarnos llevar por un injustificado triunfalismo, ni de volver a equivocarnos en lo que queda de la primera. Conviene medir bien las decisiones para asegurar que efectivamente podamos entrar en el principio del fin. Merece la pena más que nunca.

Después de más de un año de iniciada la pandemia en España acusamos una gran fatiga individual y social, queremos buenas noticias y mensajes esperanzadores, estamos ansiosos por pasar página y retornar a un cierto grado de normalidad. Sin embargo, debemos tener cuidado con los falsos espejismos. Nos encontramos frente a una encrucijada nada sencilla en la que hay que valorar muy bien los riesgos que enfrentamos, asumirlos con realismo y gestionarlos con serenidad y firmeza, evitando las interferencias político-electorales, económicas o de cualquier otra índole. 

No es momento para infravalorar los riesgos, ni para discursos triunfalistas, ni para utilizar la pandemia como arma arrojadiza en las contiendas electorales. Necesitamos una lectura objetiva y una narrativa sensata. En otras palabras, hay que separar el trigo de la paja y desmitificar aquello que ni tiene fundamento epidemiológico ni sirve para mejorar nuestras actuaciones. La pandemia no concluirá por acto de magia, ni pasadas las elecciones madrileñas ni agotadas las fechas del actual estado de alarma.