Un mes. Ese es el plazo que tiene Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, para convencer a otros partidos de que le voten a él como presidente del Gobierno en la sesión de investidura de fines de septiembre. Con cuatro votos, sólo cuatro, ya va despachado. Es poco, parece, pero en realidad es un muro infranqueable. Ganas de gastar tiempo en juzgar la decisión del Rey. Ahí está y nada puede cambiarla. Así que vayamos a los hechos, que de elucubraciones que no llegan a ningún sitio está el universo del pensamiento a reventar. ¿Y dónde puede barrenar Feijóo para encontrar esa veta de oro en la negra mina que tiene por delante? Exacto: en ninguna parte.
Pero dejemos volar la imaginación y salgamos de viaje con el saltimbanqui González Pons, que lo mismo dice que TVE es un nido de rojos bolivarianos, que los independentistas hacen que España sea el país europeo “más infectado de populismo”, para después, con cara de palo y sonrisa meliflua, cantar a los cuatro vientos que Junts es un partido “cuya tradición y legalidad no está en duda”, igual que ERC, “más allá de las acciones que cuatro personas, cinco, diez, llevaran a cabo”. O sea, cara de cemento armado, miembro el susodicho de ese club de políticos que se creen muy listos y no son más que tipos desvergonzados.
Lo gracioso de esta tournée es que Feijóo, tan pinturero, cree que acude solo a las reuniones con sus interlocutores, vengo de parte de mi partido, el que ha ganado las elecciones, el que representa el centro y la moderación. Pero ocurre que el presidente del PP se ha creído sus propias mentiras. Es mentira, falso de toda falsedad, que acuda en solitario. Lleva en la chepa, pegado con superglú, a un señor con barba que se llama Santiago Abascal y representa lo peor de la peor Europa: la ultraderecha más reaccionaria, xenófoba y homófoba. Es el espectro del Comendador, blancos ropajes con capucha, al que sólo le falta ulular para sembrar el pánico en el escenario.
Pongan ustedes que Feijóo se sienta en una elegante mesa frente a Ortúzar, o Turull, o quien ustedes prefieran elegir para el ejemplo. Les dirá que si tal o que si cual, mira qué guapo soy, qué centrado y qué demócrata, conmigo tenéis un futuro luminoso, abre el saco que te voy a dar lo que ni te imaginas, etcétera, etcétera. Pero de pronto notará que sus compañeros de mesa fijan la vista por encima de sus hombros y advierte su cara espantada: tate, han visto al fantasma, al que yo quería ocultar con mi túnica bondadosa. Tiene el espíritu de Abascal una sonrisa de medio lado como diciendo promete, Feijóo, promete, que luego vendré yo para decirte qué puedes hacer, más bien nada, que de ellos tendrás cinco votos, quizá siete, pero yo tengo 33. Y los interlocutores, que no son tontos, cerrarán las carpetas, el PNV ya lo ha hecho varias veces, los catalanes lo van a hacer, y todos ellos le dirán a Feijóo: a otra parte con esa salmodia, que tú no eres nadie sin tu bravío escudero. Sí, pon la cara que quieras, pero con ese andoba gobiernas en autonomías y en cientos de ayuntamientos, uncidos al carro de la degradación democrática, sometido a los pactos de la vergüenza. Con vosotros, sois dos, dúo inseparable, nunca intentes mentirnos, PP y Vox, Vox y PP, no vamos ni a la verbena.
Cierto que les queda ese llamamiento al transfuguismo en las filas del PSOE, sucia maniobra que sólo se maneja en los más oscuros garitos de la mafia. ¿A cuánto está el kilo de diputado socialista? Vengan ustedes conmigo que Sánchez es un macarra y yo represento a la verdadera España, y por eso les llamo a la traición, bella figura para adornar a los más honestos del lugar. Ya se lo han dicho, y es verdad: hay que estar muy desesperado para recurrir a semejante vileza. ¿Por amor a la patria? A otro perro con ese hueso, perillán.
Y entonces, ¿qué persigue Feijóo con este melancólico paseo por sedes y sillones que le van a negar el pan y la sal, sabedor del resultado, que ya se lo han anunciado del derecho y del revés esos imposibles compañeros de viaje? Permitan al Ojo algunas aproximaciones. Uno. Dentro del PP. El líder soy yo y no tienen ustedes otro, tanto es así que me presento a presidir el país. Fíjense qué sacrificio. ¿Cuánto duraría ocupando el mayor despacho de Génova un tipo que a estas alturas de la película, comprobado el nefasto efecto de hacerse un Rajoy, hubiera renunciado a presentar su candidatura? Esta era la única salida viable si no quería volverse a Galicia con los escasos honores obtenidos en Madrid.
Y dos, importante razón, reforzar todos los mantras para una nueva campaña de cara a una hipotética nueva llamada a las urnas. Lo primero: he ganado las elecciones del 23J y el Rey así lo ha refrendado. (Aquí valoren ustedes la inestimable ayuda del monarca a la mentirosa campaña del PP). No acaba aquí la cosa: voy a hablar con todos –excepto Bildu, ni me mienten la bicha- para que vean lo abierto y demócrata que soy. Hasta con esas gentes equivocadas, pero buenas en el fondo, del PNV, Esquerra y hasta Junts, véase más arriba doctrina González Pons. Si por un estrambótico casual sale cara, todo luz y sonido, cohetes, queimada y fuegos artificiales. Pero si los nacionalistas se niegan, como harán, y Sánchez consigue su apoyo será porque ha vendido España, rota la sagrada unidad de la patria, que yo no he querido someterme al dictado del traidor de Waterloo. ¿Queda claro? Ya se encargará de proclamarlo a voz en grito la prensa y las televisiones de la caverna.
Dicho lo cual, podríamos decir a Sánchez, luego vendrá su turno, una frase oída al vuelo en una película que el Ojo, ya vetusto, no consigue recordar: “En mi opinión, no se debe correr a menos que te persigan”.
Y no pongamos el punto final sin hablar de Luis Rubiales, casposo personaje, ejemplo de esa España machista y vergonzante, puro discurso Vox, ejemplo paradigmático de agresor que ahora pretende pasar el muy descarado por víctima de una conspiración rojo-nazifeminista, que al tiempo que nos insulta a todos, no sólo a las mujeres, con sus panfletos de barra de bar costroso, tiene tiempo para llenarse los bolsillos de billetes y más billetes. Marsé y sus huevos de oro. Pero así es el fútbol patrio. La otra figura rutilante del balompié es el presidente de la Liga de Fútbol Profesional, JavierTebas, antiguo militante de Fuerza Nueva y hoy fiel votante de Vox, según ha declarado él mismo a todos los micrófonos que le han pedido su filiación política. Y como hay virtudes que son hereditarias, su hijo, Javier Tebas es socio de Libertad Digital, el hilarante medio del no menos ridículo Federico Jiménez Losantos.
Dan una patada a cualquier balón y sale lo que sale. No se sorprendan de los aplausos al bárbaro. Cosas de la manada.
Adenda. Consejo de amigo: nunca, jamás, se enfaden ustedes con Vladimir Putin.
Un mes. Ese es el plazo que tiene Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, para convencer a otros partidos de que le voten a él como presidente del Gobierno en la sesión de investidura de fines de septiembre. Con cuatro votos, sólo cuatro, ya va despachado. Es poco, parece, pero en realidad es un muro infranqueable. Ganas de gastar tiempo en juzgar la decisión del Rey. Ahí está y nada puede cambiarla. Así que vayamos a los hechos, que de elucubraciones que no llegan a ningún sitio está el universo del pensamiento a reventar. ¿Y dónde puede barrenar Feijóo para encontrar esa veta de oro en la negra mina que tiene por delante? Exacto: en ninguna parte.
Pero dejemos volar la imaginación y salgamos de viaje con el saltimbanqui González Pons, que lo mismo dice que TVE es un nido de rojos bolivarianos, que los independentistas hacen que España sea el país europeo “más infectado de populismo”, para después, con cara de palo y sonrisa meliflua, cantar a los cuatro vientos que Junts es un partido “cuya tradición y legalidad no está en duda”, igual que ERC, “más allá de las acciones que cuatro personas, cinco, diez, llevaran a cabo”. O sea, cara de cemento armado, miembro el susodicho de ese club de políticos que se creen muy listos y no son más que tipos desvergonzados.