No queda mucho por decir de ese descuartizamiento público con el que ha deleitado la izquierda muy izquierda, pero que mucho, al público en general, pero sobre todo a la oposición, sonrisa de oreja a oreja ante tan divertida tragicomedia. Resulta, por ejemplo, que hemos pasado meses con Irene Montero de prima donna en las noticias diarias, y ahora hemos continuado la farsa con la misma protagonista, pero no por su todopoderosa presencia, sino por su notable ausencia. Y no es la única mártir de unas listas tormentosas, véase Echenique y otros cuantos, víctimas del bolígrafo asesino, éste dentro, ésta fuera. Más que el circo romano, que también, el Ojo ha evocado Sombras, ese bolerazo inigualable: “Quisiera abrir nuevamente mis venas, mi sangre toda ponerla a tus pies…” Puro espectáculo. Pura pornografía.
En fin, hagamos aquello de correr el tupido velo y conjurémonos, así cogidos de la mano, para decir todos a coro: ya está, no miremos atrás, acuérdense de Lot y vayamos jubilosos y alborozados hacia el 23J, día luminoso que nos traerá ríos de leche y miel, logrará la izquierda la victoria y alejaremos de nuestras vidas la ominosa y aterradora presencia de un gobierno PP-Vox, pelos como escarpias. Haremos bien en escoger ese camino, el único que se corresponde con la dignidad de quienes han luchado durante décadas por la igualdad social, contra la injusticia rampante, contra los liberticidas. Esto es, por los valores que la izquierda debe preservar a toda costa y luchar para que no nos los roben esta partida de arrebatacapas que pueblan la derecha patria.
Quizá convendría que alguna vez nos pongamos muy serios y encaremos de frente, sin cristales correctores, sin interferencias de los medios de la caverna y sin eslóganes vacíos, a quienes se nos ofrecen, rostro moderado y mojigato, como garantes de un futuro mejor. Esa libertad, sobre todo de mercado, y ese futuro dorado que sólo puede traernos el capitalismo y la sana democracia regida por las personas de bien, todo ello mancillado e incluso destrozado por un sanchismo desalmado y cruel, lleno su interior de rojos, ateos, bolivarianos y feministas. Sí, sí, feministas, qué horror. Pues qué quieren que les diga, pero esta misma semana alguien ha adivinado, un alto representante de la ONU, que “detrás de la violación de derechos humanos en un país, siempre hay un plan de negocio”. ¿Verdad que les gusta?
Para saber de qué hablamos, estaría bien que echáramos al Ojo a unas cuantas décadas atrás, y mostremos a esos votantes indecisos o a quienes de buena fe creen que la derecha es la salvación de sus males económicos, lo que viene ocurriendo desde entonces. Es moneda común en los pensadores y políticos de izquierdas, ese terrible sentimiento de que la pobreza o la inseguridad en el escaso trabajo que se ofrece, por ejemplo, inclina a quienes lo sufren a buscar soluciones en los populismos de la extrema derecha. Quizá sea cierto. O es posible que la izquierda no haya sabido imponer la esperanza en una vida mejor a pesar de sus evidentes avances de progreso en la vida de la ciudadanía más desprotegida. Lo ha dicho hace nada Ken Loach: “Si [las gentes] no tienen esperanza, si están desesperados, votarán por la extrema derecha, por los fascistas”. Pongámosles ante la realidad, a ver si les insuflamos un poquito, al menos, un poquito, de esa esperanza que tanto necesitamos.
A brocha gorda, sepan ustedes, presuntos votantes de esa derecha que tienen ahí enfrente, que la mayor parte de sus males nacieron en la década de los ochenta del siglo pasado, un terceto terrible. Ahí tenemos a esa troika aberrante y culpable: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y bendiciendo la masacre, Juan Pablo II, aquel papa polaco de tan infausto recuerdo. Época de destrucción de barreras al neocapitalismo más salvaje, desregulación a tope, sálvese quien pueda, piérdanse los mineros o los tipógrafos británicos. ¿Y aquel muro que contenía de manera material e inmaterial ese tsunami de olas gigantescas que acabarían con los quizá insuficientes, pero valiosos diques socialdemócratas? Pues que aquel muro cayó con estrépito, se derrumbó como un castillito de arena en la playa, nada había debajo de aquellos regímenes vergonzosos de los Andropov, los Ceacescu o los Honecker. Y el mundo quedó, desnudo, en manos de los depredadores más feroces.
De ahí nos llegaron, para ahogarnos, los austericidas europeístas de una élite en Bruselas que obligaron a los trabajadores y pensionistas de España o Grecia a pasar hambre. Tal cual. Unas recetas miserables que a nada condujeron y que una vez cumplidos sus objetivos -Washington y las elefantiásicas multinacionales mandaban- de destrozar las economías de los países más desfavorecidos, dejaron el terreno expedito para una globalización mundial que sólo ha beneficiado a los poderosos, ya sean países, empresas o personas físicas. Y luego, qué extravagancia, apareció Donald Trump y el mundo se llenó de émulos enloquecidos. Aquí tenemos varios. Y varias.
Hay que terminar, graznaban por los pasillos de sus palacios suntuosos, con esos partidos socialdemócratas que tras la terrible destrucción de la II Guerra Mundial, sangre, sudor y lágrimas, se afanaron en sostener una sanidad pública, una educación para todos, una política dirigida a garantizar un sistema de pensiones y de atención a los que más sufren. ¿Poca cosa, dicen ustedes? No tan poca, visto lo visto, a tenor de sus muchos y temibles enemigos económicos y políticos.
Pues a los herederos de esas aves rapaces es a quienes se disponen ustedes a votar con el vano convencimiento, y la ignorancia como bandera, de que ellos, los mismos que han hundido el mundo, son quienes les van a sacar del pozo. Que son, además, los principales culpables de que el calentamiento global -fuera restricciones- nos coma el universo mundo. Miren a Doñana. Los que no creen en la ciencia -¿se imaginan la inteligencia artificial en sus manos?- los que no quieren impuestos para mantener vivas esas políticas de protección. Los que no creen en la diversidad, los que quieren ahogar a los inmigrantes en los mares de la indignidad.
Dicho de otra manera: Hay esperanza. Voten a la izquierda y conservarán esos logros que tanto nos han costado. Usted tiene el voto, usted decide.
Adenda. Qué mejor para explicar en la pizarra de la escuelita que un ejemplo sencillito. La Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, embudo en la cabeza, reina del vermú que es por derecho propio, ha pergeñado unas ayudas para la ciudadanía de un llamado cheque-canguro. Ya saben, como decía muy tierna Ana Mato, aquella ministra que no veía los jaguares de su esposo -presidiario por corrupto- aparcados en el garaje marital: lo mejor del día es ver cómo visten a mis niños para ir al colegio. Dicho y hecho, que esos votantes suyos están muy necesitados: podrán obtener la ayudita aunque superen los 100.000 euros. Han leído bien, 100.000 euros. El salario medio en España no ha llegado este año a los 30.000. Así son y así nos van a gobernar. Lo quieren todo. Son insaciables. Malas gentes.
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