Dicen en el PP que han salido muy unidos de ese Congreso que democráticamente -¡qué risa!- ha elegido a Alberto Núñez Feijóo como su gran líder, te acogemos señor como ese gran regalo que nos envían las sagradas alturas para salvarnos del comunismo, amén. Quieren volver, nos cuentan, a la etapa seria y responsable de sus anteriores líderes, Aznar y Rajoy, en riguroso orden, que lo de Casado -adiós, pimpollo, adiós- fue más bien el número del payaso entre el domador de fieras y el prestidigitador de mérito en el circo de los populares.
Tenemos muy próxima la memoria de Mariano Rajoy, todo el horror del episodio Bárcenas, nombrado tesorero por él mismo y defendido -sé fuerte Luis- hasta el último momento, la infame reforma laboral o los desmanes y locuras variadas de su ministro del Interior, para no insistir en la desidia con la que se enfrentó a la situación en Cataluña con aquel 1 de octubre de tan triste recuerdo, actuación emblemática de lo que nunca debió suceder.
Pero usted ve a Aznar dando consejos y repartiendo admoniciones con ese gesto pretencioso tan de su escuela de actuación, que quizá le lleve a pensar que está ante una persona honorable. Mentira. Aznar fue un insulto a la democracia, el comienzo de la gangrena que produce en cualquier cuerpo sano o medio sano el virus del odio, el rencor y la malevolencia. Ahora que volvemos a escuchar en boca de los dirigentes populares el ejemplo a seguir de aquellos tiempos, convendrá que alguien -viejo y reviejo como el Ojo- recuerde sus muchos méritos. Para que siga en el estercolero de la historia. Bastarán unos apuntes.
Lo primero que hizo Aznar cuando tomó posesión de su cargo de máximo dirigente de la derecha a comienzos de los noventa, fue comunicar a José Luis Corcuera, entonces ministro del Interior socialista, que el terrorismo ya no era para su partido una cuestión de Estado, como había sido con Fraga, y que lo utilizarían de manera partidista en cuanto les conviniera. Y no tardó en hacerlo. Con aquel delincuente llamado José Amedo, y la colaboración inestimable del oscuro y viscoso Pedro J. Ramírez, apoyado desde bambalinas por el inefable Julio Anguita, se sirvió de los GAL para golpear al PSOE, cuando todos ellos conocían muy bien los orígenes de aquellos terroristas de Estado. Por entonces daban igual las mentiras que las verdades, que para qué prestar atención a esos pequeños detalles.
Llegado al Gobierno, y tras hablar catalán en la intimidad con Pujol y ponerse la txapela con Arzallus, privatizó y destrozó las joyas de las empresas estatales para repartírselas entre sus amigos, con aquel Villalonga en Telefónica, su compañerito de pupitre en el colegio y compartidor de tortitas con nata, dinero a espuertas para comprar y tapar, o Paco González, un tiburón de las finanzas en Argentaria, allí puesto para comerse a bocados lo que se pusiera por delante hasta llegar al BBVA, Villarejo mediante.
¿Le molestaban los medios que criticaban sus desmanes? Dejémonos de sutilezas: logremos con los amigos en la judicatura y la prensa adicta que se meta en la cárcel a Jesús Polanco y a Juan Luis Cebrián, cabezas de PRISA, ese conglomerado de rojos y enemigos de la patria que conformaban EL PAÍS y la SER, incluso Canal+ y sus odiosos guiñoles. A punto estuvo de lograrlo, con la complacencia culposa de aquel inenarrable sindicato del crimen, groseros y vociferantes gacetilleros.
No gastemos mucho más espacio, que bastará recordar la ley del suelo, la madre de todas las corrupciones, la increíble boda de su hija en El Escorial -¡qué vergüenza de políticos y qué bajeza de los obispos prestándose a aquel disparate!- pagada en parte por los corruptos de la Gürtel, para llegar, momento excelso, a su penosa participación en las Azores en apoyo a la guerra de Irak, ridículo monosabio alineado con los espadas Bush y Blair. Ellos, al menos, acabaron pidiendo perdón. Aznar, siempre tan prepotente, ni eso. ¿Acabamos aquí? No, que todavía nos queda la ignominia de la manipulación del atentado del 11-M, otra vez en santa compaña del indecente Pedro J. Ramírez, la mentira conspiranoica como lema de batalla.
Habló Feijóo en Sevilla con moderación en un discurso tan irrelevante, deslavazado y soso como todos los suyos. Una nueva era y esas cosas. Sánchez lo sabrá pronto en ese encuentro previsto, que ahí está el plan de choque por la guerra o la renovación del CGPJ. Habrá que esperar y ver, por supuesto, en qué quedan esas promesas de colaboración, pero entiendan ustedes que a los ancianos del lugar se nos abren las ajadas carnes cuando oímos a sus dirigentes decir que con el presidente gallego ha regresado el PP de siempre, el partido conservador, sí, pero centrado, de aquellas épocas de esplendor y de absoluto respeto a las normas democráticas. Haremos una oposición responsable, prometen. ¿Tanto como la feroz y canalla que hizo Aznar a Felipe en los noventa? ¿O Rajoy y sus mariachis a Zapatero, usted traiciona a los muertos? ¡Qué bien! No se preocupen, que ya sabemos que Cuca Gamarra se retorcerá cuanto haga falta -qué gran contorsionista para el circo del que hablábamos al comienzo- y como ella misma ha dejado bien claro, “hemos alcanzado con Vox un acuerdo en Castilla y León que garantiza la gobernabilidad y la estabilidad”. ¿Moderación, dicen?
Adenda: Núñez ha visto de todo y conocía a Díaz Ayuso. Lo más lejos posible, se dijo a sí mismo, y ha dejado a la reina del vermú en sus dominios madrileños a cambio de que no moleste a los mayores. Ya verá que es un intento vano, porque la susodicha es inasequible al desaliento y seguirá en el papel de aquel animalito con aguijón que le mostró a la rana su verdadera condición.
Dicen en el PP que han salido muy unidos de ese Congreso que democráticamente -¡qué risa!- ha elegido a Alberto Núñez Feijóo como su gran líder, te acogemos señor como ese gran regalo que nos envían las sagradas alturas para salvarnos del comunismo, amén. Quieren volver, nos cuentan, a la etapa seria y responsable de sus anteriores líderes, Aznar y Rajoy, en riguroso orden, que lo de Casado -adiós, pimpollo, adiós- fue más bien el número del payaso entre el domador de fieras y el prestidigitador de mérito en el circo de los populares.
Tenemos muy próxima la memoria de Mariano Rajoy, todo el horror del episodio Bárcenas, nombrado tesorero por él mismo y defendido -sé fuerte Luis- hasta el último momento, la infame reforma laboral o los desmanes y locuras variadas de su ministro del Interior, para no insistir en la desidia con la que se enfrentó a la situación en Cataluña con aquel 1 de octubre de tan triste recuerdo, actuación emblemática de lo que nunca debió suceder.