A veces, cuando explico que España es la mayor cárcel de cetáceos de Europa, hay personas que siempre se apresuran a señalarme dos cosas. Primero, que los delfinarios cumplen una importante labor educativa y científica. Y segundo, que además son una atracción turística y un motor económico en muchas zonas de nuestro país.
Ante lo primero, suelo responderles que, más allá de los estudios realizados por organizaciones como SOS Delfines, para educar a niños y jóvenes como yo en el amor hacia los animales y la naturaleza, no hace falta tener a seres altamente inteligentes y sociales como delfines y orcas nadando en círculos en una piscina durante toda su vida. Lo tengo muy comprobado gracias a mi hermano de siete años. Él nunca ha visto un dinosaurio vivo, evidentemente, pero se pasa el día leyendo libros y coleccionando fichas sobre dinosaurios, viendo documentales, películas o vídeos en YouTube sobre ellos… Y por eso puede recitar el nombre de cientos de especies de dinosaurios, contarte lo que comían, lo que pesaban o de qué color eran. Es un claro ejemplo de que hoy en día hay muchas formas de aprender sin necesidad de maltratar o explotar con fines económicos. En cuanto a los científicos, creo que cualquiera te dirá que la mejor forma de estudiar a los cetáceos no es en cautividad.
El segundo comentario, relacionado con la economía, no es tan sencillo de abordar para mi (solo tengo 14 años) y menos en una situación de crisis como la que estamos atravesando. Está claro que la transición ecológica y el cambio de nuestro modelo turístico se deben realizar minimizando el impacto sobre la vida de los trabajadores, especialmente de los más vulnerables. Pero al mismo tiempo me niego a pensar que por ejemplo las Islas Canarias, que albergan varios delfinarios, necesiten este tipo de espectáculos para atraer visitantes. Teniendo el Teide; las playas de Gran Canaria, Lanzarote o Fuerteventura; la gastronomía del archipiélago, joyas naturales como La Palma, La Gomera o El Hierro… ¿De verdad alguien necesita visitar un delfinario para completar sus vacaciones?
Todo lo anterior me llevó a lanzar hace ya varios meses una petición online reclamando el fin de estas instalaciones en España. Casi 100.000 personas se han unido ya a la campaña, especialmente después de la reciente muerte de Skyla, una orca de solo 17 años de edad que vivía en uno de los delfinarios del archipiélago canario. La historia de esta pequeña orca es doblemente trágica: no solo vivió toda su vida sin conocer el mar, sino que además era hija de Tilikum, la protagonista del famoso documental Blackfish, que en 2013 cambió para siempre el debate sobre la explotación de orcas y delfines.
Pese a mi optimismo natural, no tengo muchas esperanzas en que España prohíba y cierre de un día para otro los delfinarios (aunque perfectamente podríamos hacerlo si quisiéramos). Pero la próxima tramitación de la Ley de Bienestar Animal, que se supone estará lista esta legislatura, nos ofrece la oportunidad de optar por el modelo de países como Francia, que está siguiendo una senda legislativa que, a largo plazo, significaría la desaparición de los delfinarios en ese país.
Este modelo básicamente consistiría en prohibir la cría y adquisición o “importación” de nuevas orcas y delfines en España, de tal forma que, dentro de algunos años, los delfinarios dejen de existir por simple inercia, permitiendo que al mismo tiempo los trabajadores que dependen de estas instalaciones puedan reciclarse, con ayudas públicas si es necesario. Es decir, podemos optar por una extinción programada de los delfinarios y, mientras tanto, exigir el máximo bienestar para aquellos a los que un día se les privó de la libertad. ¿Alguien se opondría a algo así sabiendo lo que sabemos a día de hoy sobre los efectos que la cautividad tiene sobre estos animales?
Esta propuesta se la trasladé recientemente a algunos miembros de la Asociación Parlamentaria en Defensa de los Derechos de los Animales (APDDAâ), con los que me reuní en el Senado y la seguiré trasladando en las futuras reuniones que voy a perseguir para los próximos meses. Si tú también quieres hacérselo saber, te pido que dediques un momento a firmar mi campaña. Puedes, además, compartirla con tus contactos, amigos, familiares… Si les cuentas que en España tenemos tres veces más delfinarios que cualquier país en Europa, más de una tercera parte de los delfinarios y más del 33% de todos los delfines en cautividad del continente seguro que no te cuesta mucho convencerlos de que se sumen a esta causa.
A veces, cuando explico que España es la mayor cárcel de cetáceos de Europa, hay personas que siempre se apresuran a señalarme dos cosas. Primero, que los delfinarios cumplen una importante labor educativa y científica. Y segundo, que además son una atracción turística y un motor económico en muchas zonas de nuestro país.
Ante lo primero, suelo responderles que, más allá de los estudios realizados por organizaciones como SOS Delfines, para educar a niños y jóvenes como yo en el amor hacia los animales y la naturaleza, no hace falta tener a seres altamente inteligentes y sociales como delfines y orcas nadando en círculos en una piscina durante toda su vida. Lo tengo muy comprobado gracias a mi hermano de siete años. Él nunca ha visto un dinosaurio vivo, evidentemente, pero se pasa el día leyendo libros y coleccionando fichas sobre dinosaurios, viendo documentales, películas o vídeos en YouTube sobre ellos… Y por eso puede recitar el nombre de cientos de especies de dinosaurios, contarte lo que comían, lo que pesaban o de qué color eran. Es un claro ejemplo de que hoy en día hay muchas formas de aprender sin necesidad de maltratar o explotar con fines económicos. En cuanto a los científicos, creo que cualquiera te dirá que la mejor forma de estudiar a los cetáceos no es en cautividad.