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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Tu camada también es abandono

Tiger fue abandonado con Tristón entre las alpacas de paja de una explotación ganadera y es uno de los muchos que espera a una familia definitiva en el albergue de la SPAP

Concha López

Cada tres minutos un animal de familia es abandonado en España. No hay estadísticas oficiales, pero las protectoras calculan que unos 200.000 al año llegan a sus centros, siempre desbordados, siempre al límite. Imposible saber cuántos animales siguen vagando por calles y plazas, agonizando en campos y cunetas. Tampoco sabemos cuántos son “hechos desaparecer” sin que nunca hayan formado parte de ningún censo, sin que hayan siquiera existido legalmente.

Las protectoras y los refugios están colapsados, y en la Comunidad de Madrid la situación ha empeorado desde la aprobación de la ley de protección animal que incluye el sacrificio cero. El objetivo es loable: no matar a ningún animal abandonado salvo para evitarle sufrimiento. Sin embargo, a ese objetivo le falta una pata sin la cual no se sostiene: el control de la cría de animales. No hay personas responsables suficientes para encontrar familia a todos los animales que se siguen abandonando. Y por cada nuevo animal que nace no solo se quita un posible hueco a uno que ya existía y buscaba una nueva oportunidad, sino que aumenta exponencialmente el número de potenciales abandonos.

Muchos de los animales abandonados no están esterilizados. Eso significa que otros animales nacerán de forma incontrolada y en condiciones que ponen aún más en riesgo su propia vida. A ellos se unen los perdidos y los “paseantes”, sobre todo perros y gatos a los que se permite salir de casa para darse una vuelta por el barrio. La ley vigente establece que todos los perros y gatos con acceso al exterior y posibilidad de tener contacto con otros tienen que estar esterilizados, pero la realidad es que muchos humanos responsables de esos animales hacen caso omiso de ese deber. Quienes rescatamos animales estamos hartas de recibir avisos de animales que salieron y nunca volvieron, o a los que alguien encontró atropellados, envenenados, atrapados... En el mejor de los casos, cuando el animal es macho y vuelve a casa, sus familias ignoran la prole que puede haber generado en alguna hembra callejera. Si es hembra, quizá se encuentren con una camada indeseada a la que habrá que buscar salida.

Protectoras como la Sociedad Protectora de Animales y Plantas (SPAP) reciben diariamente múltiples llamadas de personas que se han encontrado a un animal abandonado y no saben dónde llevarlo porque los ayuntamientos dicen que no tienen sitio en los centros de recogida. En la misma situación se ven policías y bomberos, que rescatan animales y después no saben qué hacer con ellos. Quienes nos dedicamos a atender a animales callejeros vivimos acosados permanentemente por avisos de todo tipo sobre animales encontrados a los que nadie puede atender. No hay sitio para ellos en los centros de acogida, las asociaciones protectoras están desbordadas y las personas sensibles que abren sus casas no pueden más porque al final todo acaba recayendo sobre ellas. La situación es muy preocupante porque muchos de esos animales acaban quedándose en la calle, donde su final suele ser dramático.

Las llamadas de personas que quieren deshacerse de un animal al que ya no quieren o “no pueden atender” suelen seguir patrones similares. Cuando se pregunta por la procedencia de ese animal en la mayor parte de los casos procede de una camada que fue fruto de la irresponsabilidad. Algún familiar o amigo que tuvo cachorros. Algún vecino cazador al que no le servía. Algún pastor que tuvo mestizos que no valen para seguir la labor de su madre o de su padre. Y eso cuando llaman. Porque no es raro encontrarse animales directamente depositados en las puertas del albergue. En la SPAP hace poco recogieron por la carretera a cuatro cachorras a las que alguien había dejado en una caja de cartón en la puerta y de la que se habían salido. Los avisos por cachorros encontrados en contenedores de basura son continuos. Y no sabemos de cuántos no nos enteramos.

Quizá mucha gente no sea consciente de lo que una camada genera en términos de nuevos animales a los que hay que “buscar salida”. Son miles. Y puede que tampoco sea consciente de lo que genera esa camada que tanta ilusión nos hace. Solo una. Luego ya esterilizaremos. O no. Cada una de esas camadas serán nuevos cachorros, pueden ser dos o pueden ser doce, a los que seguro que encontraremos familia entre nuestros amigos, familiares, compañeros de trabajo. Bien. Nos ponemos a ello. Si tan seguros estamos de que todas esas personas quieren aumentar su familia con un perro, con un gato, con un conejo... ¿Por qué no las animamos a acudir a un refugio y dar una nueva oportunidad a un animal que la necesita? Por desgracia, hay animales para todos los gustos. No solo daremos esa nueva oportunidad a un animal sino que dejaremos un hueco libre para poder atender a otro.

La tasa que nos cobrarán por adoptar será simbólica comparada con la atención que ya ha recibido ese animal y la que dan a otros que siguen sin encontrar familia y que quizá nunca la encuentren. Tengámoslo en cuenta cuando nos encontremos con la “sorpresa” de que quienes dejan su vida rescatando animales, curándolos, esterilizándolos, desparasitándolos, alimentándolos, nos piden una tasa por la adopción. Eso sí, es posible que nos hagan esperar un tiempo, porque los cachorros deben criarse con su madre y sus hermanos para aprender lo que nadie más puede enseñarles. Es la mejor forma de evitar problemas de comportamiento en el futuro. Eso no nos lo explican en las tiendas y quizá tampoco lo tengamos en cuenta cuando nos planteemos si podemos estar cuatro, cinco meses con la madre y todos los cachorros en casa antes de que se vayan con sus respectivas familias. Además, claro, esas nuevas familias los quieren pequeñitos, cuando son como peluches. Si luego muerde, se estresa con niños, ladra a los vecinos o no se lleva bien con otros perros no lo achacaremos a que no tuvo tiempo de aprender lo que tenía que aprender.

Suponiendo que todas esas personas en las que pensamos como posibles familias de nuestros cachorros realmente lo quieran, ¿estamos seguros de que seguirán queriéndolo cuando lo tengan en casa? Porque a ratos será un peluche adorable pero también se hará pis y caca en casa, o fuera del arenero, habrá que enseñarle con mucho cariño y paciencia a hacerlo donde queremos que lo haga. Es posible que muerda o arañe, iremos viendo si se lleva bien o no con otros animales, con los demás miembros de la familia, si tiene algún problema de salud que hay que atender además de las revisiones periódicas, vacunas, desparasitaciones, y quizá desarrolle algún problema de comportamiento que requiera terapia especializada. ¿Seguro que todas esas familias responderán como deseamos durante toda la vida de cada uno de esos animales? La estadística dice que al menos uno de los miembros de esa camada será abandonado. Al menos uno. Y si no son esterilizados y a alguna de esas familias se le ocurre que también quiere tener una camada, seguimos. Son decenas los huecos que estaremos quitando a animales abandonados, y decenas los nuevos animales que pondremos en riesgo de abandono. Y todo por un capricho nuestro, porque somos nosotros los que queremos esa camada, no nuestros animales.

Habrá quien diga que reproducirse es una necesidad básica de los animales, también de los que conviven con nosotros, y que esterilizándolos o impidiendo que se reproduzcan los estamos privando de un derecho fundamental para ellos. Podemos entablar un largo debate, pero con las cifras de abandono que hay en España, con los refugios y protectoras desbordados y sin visos de un mejor horizonte a corto ni medio plazo, esterilizar es, como poco, el mal menor para paliar una situación insufrible que nosotros mismos hemos generado.

Cuando ves camadas y camadas nacidas en la calle, sin familia, muriendo de todo tipo de males, es fácil llegar a la conclusión de que esterilizarlos es el deber que tenemos hacia ellos después de haberlos domesticado, de haberlos obligado a necesitarnos. Ahora no podemos dejarlos a su suerte. Si no podemos responsabilizarnos de toda la descendencia de los animales que conviven con nosotros, algo imposible, esterilizar es una obligación moral. Como lo es animar a toda persona que quiera aumentar su familia con un animal a dar una nueva oportunidad a un abandonado. Nos puede dar pena esterilizar, pero más pena nos tiene que dar ver la cantidad de animales que mueren en la calle o después de toda una vida metidos en un chenil sin haber conocido lo que es una caricia o subirse a un sofá con el resto de la familia.

Y cuando ves camadas y camadas de animales que nacieron en alcantarillas, en motores de coches, en huecos de un muro en solares infames, y las pésimas condiciones en las que se rescata a los poquísimos que son rescatados, no hay duda ninguna de que todos tenemos una responsabilidad para evitar el nacimiento de nuevos animales hasta que podamos garantizar una vida digna a los que ya están aquí.

La cría de animales genera miles de muertes en España, también en la Comunidad de Madrid. Por eso la SPAP pide al gobierno autonómico que el reglamento que debe desarrollar la ley de protección animal de 2016, la del famoso “sacrificio cero”, ponga freno a esa perversa realidad y controle la cría de camadas caseras y de cazadores. La fórmula es sencilla: la ley, en su artículo 28 n) establece como infracción grave “no adoptar las medidas necesarias para evitar la reproducción incontrolada de los animales de compañía”. Pues bien, de acuerdo con la definición del término “incontrolada”, es decir, “que actúa o funciona sin control, sin orden, sin disciplina, sin sujeción”, procede incluir en el reglamento la definición de criadero como “lugar donde nace un animal”, independientemente de si se destina a la venta o no.

A partir de ahí, se puede establecer para los criaderos con actividad económica lucrativa los requisitos ya previstos, y para los que queden fuera de ese supuesto se puede incluir la obligatoriedad de solicitar una autorización para tener una camada, a partir de la cual se abrirá un expediente donde se hará constar el número de cachorros y destino de los mismos, previo pago de una tasa, e inscripción en el RIAC de la crianza, creando un apartado para ello. Además, se debe limitar a una autorización por persona, independientemente del número de animales del que sea titular.

Ante lo que considera una imposibilidad evidente de prohibir completamente la cría, la SPAP defiende que ese desarrollo reglamentario es una fórmula viable y realista de limitarla. La Comunidad de Madrid mantiene sus reticencias, pero no pararemos hasta hacer ver a las autoridades responsables que el “sacrificio cero” es una falacia si no se pone freno a la cría de animales. Puede que ese sacrificio no se esté produciendo en sus centros de acogida, pero se está produciendo en las calles, en las cunetas, en los contenedores de basura. Miles de animales siguen muriendo todos los días sin haber conocido una familia mientras se permite que otros sigan naciendo de forma incontrolada solo por no querer mirar de frente la realidad. Limiten la cría para que podamos decir que en la Comunidad de Madrid realmente hay sacrificio cero. Tomemos conciencia todos de que el abandono de animales no es un mal ajeno. Si no esterilizamos a los animales que viven entre nosotros también somos responsables de todas esas vidas truncadas.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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