Varias líneas de investigación en el terreno de las ciencias sociales se preguntan cuál sería la mejor estrategia para promover la elección de una alimentación basada en plantas, debido a la creciente preocupación por la sostenibilidad, la seguridad alimentaria y la salud pública.
¿Qué dicen los números?
Según la encuesta de The Green Revolution (junio 2021), 1 de cada 8 mujeres en España es “veggie” -que incluiría, en esta encuesta, a mujeres veganas, vegetarianas o flexitarianas- (13,1%), al igual que en 2019. En cambio, en cuanto a los hombres, en 2019 había 6,8 % “veggies”, y en 2021 habían ascendido a 12,9 %. El total de “veggies” en España se sitúa por encima de los 5 millones de personas. Aunque estas cifras son crecientemente alentadoras, siguen siendo una minoría en comparación con las personas omnívoras (89,6%).
En Inglaterra, las mujeres son quienes más eligen este camino, dos terceras partes, en comparación con hombres, según datos aportados por el estudio de la Universidad de Edge Hill. Algunos de los estigmas que la masculinidad omnívora marca a fuego en la sociedad es la comparación entre “comida real” (carne) versus “comida de conejo” (comida vegetariana/vegana) utilizada para ridiculizar y deslegitimar el vegetarianismo (Sobal 2005). En consecuencia, veganos y vegetarianos adoptan estrategias para evitar el conflicto con la familia y los amigos, que incluyen cambiar la conversación, mantenerse neutrales, promover la educación y centrarse en los beneficios para la salud (Greenebaum 2012).
¿Qué hay en relación al género?
Adams, en La política sexual de la carne, propone a la carne como un símbolo de poder y estatus y, por tanto, en una sociedad patriarcal, la carne se construye como algo masculino. Las mujeres están menos inclinadas que los hombres a creer que una dieta saludable requiere carne y expresaron una mayor preocupación por el sufrimiento de los animales (Beardsworth 2002). Sobal en el 2005 describió que “en la sociedad contemporánea existe un modelo hegemónico masculino de consumo de carne”, lo que significa que la masculinidad hegemónica proporciona un prototipo de masculinidad, o un “ideal” a través del cual ciertos alimentos se consideran masculinos y otros femeninos. Entre los alimentos típicos “masculinos” se encuentran “la carne de vacuno, las hamburguesas, las patatas y la cerveza”, mientras que entre los alimentos “femeninos” se encuentran “las ensaladas, la pasta, el yogur, la fruta y el chocolate”.
Por lo tanto, la masculinidad puede representarse a través de las prácticas alimentarias “comiendo como un hombre” (ejemplo, carne poco cocida, carne roja, prácticas de barbacoa, grandes porciones, etc.). En contraste, se exige a la feminidad que consuma productos bajos en calorías, que desciendan el peso que ni sobra y que coman tan ligero que puedan volarse con el viento. “Los alimentos son objetos inscritos con muchos significados, que representan la etnia, la nacionalidad, la región, la clase, la edad, la sexualidad, la cultura y (quizás lo más importante) el género”.
Schösler et al. (2015) llevaron a cabo una investigación para explorar las interconexiones entre la masculinidad, la carne y la etnia. El estudio se llevó a cabo en los Países Bajos y concluye que la masculinidad crea barreras al veganismo para los hombres de todos los grupos participantes y que los hombres son menos propensos a considerar alternativas “saludables” debido a la relación con la “feminidad”. Los participantes chinos-holandeses comían “sustitutos de la carne” (proteínas no cárnicas) con más regularidad, ya que muchas comidas tradicionales chinas utilizan tofu y tempeh, mientras que los participantes turco-holandeses, aunque a menudo comían comidas vegetarianas, en general no consideraban que la carne fuera una proteína que pudiera ser sustituida funcionalmente.
Las representaciones de los animales como alimento, especialmente en el marketing, la publicidad y el envasado, contribuyen a las estrategias disponibles que alivian la culpa y la incomodidad de saber que los animales han sufrido en el proceso de producción de alimentos. “El discurso de la ganadería y los espacios en los que se crían los animales se construyen para atraer al consumidor, ofrecen la seguridad de que los animales de granja están sanos y emocionalmente satisfechos” (Molloy 2012). Construir a los animales no humanos como objetos (tal como sucede con la objetivación de las mujeres por la sociedad patriarcal) ayuda a apoyar la disonancia cognitiva y mantiene una visión del mundo antropocéntrica en la que la explotación sigue siendo aceptable y necesaria.
Abordando el lugar del contenido de los medios de comunicación en relación con la transición basada en vegetales, Hodson y Earle (2018) proponen que los medios de comunicación que tratan expresamente los impactos del consumo de carne, en los animales y el medio ambiente, pueden ayudar a quienes ya están considerando el camino al veganismo como objetivo personal. Las barreras al veganismo incluyen la identidad y las formas en que los patrones dietéticos juegan particularmente un papel en el desempeño del género, así como las nociones de tradición y normas culturales. La falta de conocimiento e información sobre el veganismo y las dietas basadas en plantas, las habilidades y las competencias pertinentes (especialmente en relación con los alimentos y su preparación) figuran en la literatura como barreras. La asociación entre la carne y la masculinidad es todavía dominante, aunque es importante señalar que los estudios recientes sugieren que la asociación se está debilitando y hay pruebas de que está surgiendo una “masculinización” de las dietas basadas en plantas.