Se acerca una de las épocas más peligrosas para los animales de familia, especialmente perros y gatos, pero no solo. También roedores, pequeñas aves, tortugas, peces... Muchos de ellos serán comprados estas navidades para ser regalados, y un alto porcentaje de ellos sabrá en breve lo que es el abandono. En días, semanas o meses pasarán de ser un bonito regalo a un estorbo. Unos cuantos se habrán lucrado con su cría y con su venta, y otras muchas, quienes rescatamos animales y buscamos para ellos una nueva oportunidad, nos veremos de nuevo desbordadas por no poder llegar a todas esas vidas rotas.
Antes de las fiestas navideñas queremos recordar de nuevo las condiciones en las que se crían esos animales que son vendidos, o bien directamente por los criadores o bien en tiendas de animales. Cuando el beneficio es el principal (y a veces único) objetivo podemos hacernos una idea de cuál es su realidad cotidiana. Hemos visto casos de perros hacinados en jaulas viviendo sin apenas poder moverse sobre sus propios excrementos, enfermos, escuálidos, sin ningún tipo de atención veterinaria, sin acceso a lo más básico para satisfacer sus necesidades físicas, de las emocionales ni hablamos. Todo vale con tal de que haya camadas y de que los pequeños puedan ser vendidos cuando apenas tienen unas semanas. Si luego enferman o simplemente la rápida y traumática separación de su madre y sus hermanos comporta problemas de comportamiento el problema ya no es de quien los vendió.
En las tiendas los cachorros suelen pasar semanas, cuando no meses, metidos en pequeños cubículos a la vista de muchos pero sin apenas interacciones directas. Ven pasar gente continuamente, los estímulos son permanentes, pero ellos están encerrados, a veces solos, a veces con otros pequeños. El tiempo pasa y ellos pasan la mayor parte del tiempo sometidos a muchos estímulos mientras el comercio está abierto, en soledad cuando está cerrado, y sin atenciones emocionales ni socialización. Cuando salen de allí lo más probable es que sean víctimas de ansiedad por separación y de problemas para relacionarse. Pero eso, de nuevo, no será problema de quien los vendió.
Habrá quien diga que cría o conoce a quien cría animales para su venta y los tiene en buenas condiciones, con una alimentación de primera, espacio para correr, atenciones de todo tipo, y que no vende a los cachorros hasta ser destetados por su madre. Seguro. Pero nos permitimos dudar de que renuncie a sus beneficios para hacerse cargo de los que no se puedan vender por nacer enfermos o con alguna malformación, o para seguir dando esas atenciones de primera a las hembras que ya no puedan proporcionar más cachorros. ¿Cuántos perros ‘de caza’ que ya no sirven para cazar suelen tener los cazadores? ¿Y cuántos perros que ya no sirven para criar suelen tener los criadores? Son las preguntas del millón.
En todo caso, con unos 200.000 animales abandonados cada año y las protectoras y los refugios desbordados, va siendo hora de asumir que las vidas no se venden ni se compran, que nuestra responsabilidad hacia esos animales a los que hemos domesticado y hemos obligado a necesitarnos nos exige parar esa sangría de maltrato y abandono, nos exige esterilizar a los animales con los que convivimos y centrarnos en acoger a los que ya están aquí sin aumentar la sobrepoblación que ya existe. Seguir criando y vendiendo animales solo se explica por puro egoísmo. Y el control de la cría por particulares es uno de los principales focos de abandono.
La adquisición de animales de forma compulsiva es sin duda uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos. Personas que adquieren un animal, generalmente cachorro, para satisfacer un capricho sin apenas meditar sobre las necesidades que tiene y tendrá en el futuro ese animal, sin ser consciente de que está incorporando a su familia a un nuevo miembro del que será responsable (o debería serlo) durante toda su vida. También personas que, atisbando las atenciones que requiere un perro (sacarlo a la calle, llevarlo con nosotros cuando viajemos o dejarlo con alguien de confianza...) se decanta por un gato o por animales “más fáciles” como roedores, aves o peces, ignorando por completo cuáles son sus necesidades e incurriendo, de nuevo, en el tratamiento de los animales como meros objetos cuya existencia obecede solo a la satisfacción de nuestros caprichos.
Esa adquisición compulsiva la hemos vinculado siempre a la compra, entre otras cosas porque damos por hecho quien quiere vender un animal no va a tener demasiado interés en evaluar la información de la que dispone su comprador para responsabilizarse de verdad de ese animal. Podemos hacer la prueba en cualquier tienda y hacer apuestas sobre las preguntas que nos hacen acerca de cómo encajar nuestro modo de vida con el carácter y las necesidades de ese animal. Cualquier problema que surja, de salud, de comportamiento, de adaptación a su nuevo hogar, no será problema de quien lo vendió.
Sin embargo, tenemos que hacer hincapié también en la necesidad de que las adopciones no sean tampoco compulsivas, en que la responsabilidad sea la guía tanto de quienes buscamos una nueva oportunidad para un animal rescatado como de quienes se decantan por adoptar en vez de por comprar. Las adopciones frustradas y los abandonos de animales que habían sido adoptados tiempo atrás nos obligan a activar las señales de alarma.
Quienes rescatamos y buscamos familias para esos animales no podemos bajar la guardia a la hora de garantizarles un futuro seguro. No podemos renunciar a entrevistas personales, visitas de seguimiento y cumplimientos de requisitos imprescindibles para esos animales en función de su especie, de su carácter y de sus peculiaridades. Tenemos que encajar los intereses del animal y de su nueva familia. Un perro con miedo a niños estará mejor en una familia sin niños, al menos al principio, y un cachorro difícilmente podrá ser atendido por una persona que no pueda dedicarle todo el tiempo necesario para su socialización. Son solo dos ejemplos de una lista interminable. Cada animal tiene unas necesidades y la adopción tiene que ser acorde con ellas. Solo así estaremos rescatando de verdad a ese animal y no solo sumando un nombre más a nuestra lista de “animales sacados de la calle”.
Quienes se decantan por adoptar en vez de por comprar tienen que asumir que eso implica otras muchas cosas y no solo optar por una forma “más barata” o “mejor vista” de adquirir un animal. Adoptar implica ser consciente de esas necesidades y calibrar si realmente somos capaces de satisfacerlas. Implica saber que ese animal ha podido vivir situaciones difíciles, física y emocionalmente. No siempre ocurre, y puede haber superado todos esos traumas, pero si no es así debemos saberlo y calibrar si estamos preparados para atenderle como merece. Y, sobre todo, debemos ser conscientes de que adoptando estamos dando una nueva oportunidad a ese animal y no alimentando un negocio que siempre tiene víctimas. Tenemos que saber que esa donación que nos piden al adoptar solo compensa parte de lo que personas individuales han pagado de su bolsillo para rescatar a ese animal y darle todos los cuidados hasta su adopción. Y de paso puede que estemos ayudando a otros que nunca podrán ser adoptados porque están enfermos, son mayores o tienen problemas que hacen muy difícil o imposible adaptarse a una familia. Adoptar no puede ser nunca la opción “gratis” o “más barata” de adquirir un animal, ni puede ser otra cosa diferente al resultado de una decisión meditada entre todos los miembros del hogar en el que vivirá ese animal y que estarán implicados en su socialización y en su cuidado. El regalo sorpresa sin contar con ellos, cuando hay una vida en juego, nunca es una opción.
Adoptar implica, en definitiva, pensar en los intereses de ese nuevo miembro de la familia como en los nuestros propios, porque eso es una familia. Dependiendo de nuestras capacidades, de nuestra experiencia, de nuestras circunstancias vitales podemos plantearnos incluso darle una oportunidad a un animal con dificultades. Un abuelete al que enseñar lo que es el cariño al final de su vida, un enfermo que necesite cuidados especiales, un miedoso cuya socialización exija dosis extra de tiempo y paciencia... En todo caso, si quieres aumentar la familia con un amimal no humano, sea el que sea, no compres, adopta, y hazlo con responsabilidad.
Se acerca una de las épocas más peligrosas para los animales de familia, especialmente perros y gatos, pero no solo. También roedores, pequeñas aves, tortugas, peces... Muchos de ellos serán comprados estas navidades para ser regalados, y un alto porcentaje de ellos sabrá en breve lo que es el abandono. En días, semanas o meses pasarán de ser un bonito regalo a un estorbo. Unos cuantos se habrán lucrado con su cría y con su venta, y otras muchas, quienes rescatamos animales y buscamos para ellos una nueva oportunidad, nos veremos de nuevo desbordadas por no poder llegar a todas esas vidas rotas.
Antes de las fiestas navideñas queremos recordar de nuevo las condiciones en las que se crían esos animales que son vendidos, o bien directamente por los criadores o bien en tiendas de animales. Cuando el beneficio es el principal (y a veces único) objetivo podemos hacernos una idea de cuál es su realidad cotidiana. Hemos visto casos de perros hacinados en jaulas viviendo sin apenas poder moverse sobre sus propios excrementos, enfermos, escuálidos, sin ningún tipo de atención veterinaria, sin acceso a lo más básico para satisfacer sus necesidades físicas, de las emocionales ni hablamos. Todo vale con tal de que haya camadas y de que los pequeños puedan ser vendidos cuando apenas tienen unas semanas. Si luego enferman o simplemente la rápida y traumática separación de su madre y sus hermanos comporta problemas de comportamiento el problema ya no es de quien los vendió.