Un paso atrás, dos adelante. El 20 de noviembre de 2017, por 295 votos a favor y 313 en contra, los ‘tories’ aprueban no transferir a la nueva ley de Animal Welfare las partes de la legislación europea que reconocen algunos animales como seres sintientes. Los laboristas británicos, impotentes desde hace lustros, reprochaban que “el Brexit no era para esto” y Caroline Lucas, líder de los verdes, lamentaba que el estatus legal de los animales pasara a ser el de “sacos de patatas que se pueden maltratar con impunidad”.
En efecto, la noche del 31 de enero de 2020 la ley británica dejó de reconocer que algunos animales pueden padecer dolor y sentir emociones, uno de los pioneros avances que llevaron al Reino Unido a ser considerado un referente animalista. Pero a la hora de la verdad, laboristas y ecologistas tienen ya poco margen para rascar votos a los conservadores en el flanco animalista. Y es que esta semana entra en vigor la ley propuesta por la derecha que reconoce la sintiencia no solo de los animales que ya protege la ley europea, sino también de invertebrados como pulpos, langostas y cangrejos. La Unión Europea rezagada –“¿veis como el Brexit tenía motivo de ser?”– y las izquierdas británicas, otra vez sin argumentario. Un paso atrás, dos adelante.
Habrá quien crea que eso es simbolismo y poco más y, en parte, podrían tener razón. Pero estas palabras bonitas vienen acompañadas –y no por casualidad– de tres proyectos de ley –en inglés, bill– que provocarán envidia sana entre aquellos que crean que la liberación animal pasa por avanzar en la senda del bienestarismo. Veamos su contenido y por qué España, la macrogranja de Europa, y la izquierda del chuletón al punto y la butifarrada popular tienen mucho que anotar.
El caso es que vienen cositas en Reino Unido. En primer lugar, el bill de los “animales domésticos” adelanta sin matices en varios aspectos a las leyes comunitarias. Lo más destacado es la materialización de una reivindicación histórica: se prohíbe por ley –con algunas excepciones– la exportación de animales vivos para ser sacrificados o engordados fuera del Reino Unido. Ganan los terneros, cerdos y cerca de medio millón de ovejas al año que se ahorrarán largas travesías marítimas para terminar en granjas del Estado español o mataderos sin ley en Libia y el Líbano, con el dolor, la angustia y el sufrimiento que ello conlleva. Pierden un cliente los puertos de Tarragona y Cartagena, líderes europeos en fletar animales al infierno de los degolladeros de Oriente Medio y el norte de África.
Nota aparte, la europarlamentaria que presidió el Comité de Investigación para la Protección Animal durante el Transporte (ANIT) reaccionó diciendo que estaba “positivamente sorprendida” pero que “una prohibición así [en la UE] queda bastante lejos porque la decisión de limitar la exportación de animales vivos reside en los estados miembros”. Los Países Bajos y varios länder alemanes han hecho el primer paso pero España ni está ni se la espera en un debate sobre ética animal –e incluso empresarial– que no encuentra hueco en la agenda del ‘gobierno progresista’ y mucho menos en el discurso de esta derecha negacionista con la que estamos castigados a convivir.
“El bienestar animal es un orgullo transversal en los británicos y tanto la gente de derechas como de izquierdas presionan para que el gobierno de turno mejore la calidad de vida de los animales”. Habla Amro Hussain, responsable de relaciones gubernamentales de la ONG The Humane League UK, que nos cuenta que “existe un consenso nacional con que hay que defender el liderazgo del país en este ámbito”.
Hussain destaca que “incluso cuando la UE post-Brexit ha tenido buenas iniciativas, como la prohibición de jaulas para gallinas a partir de 2027, los británicos no han querido quedarse atrás”. Un ejemplo del oportunismo y rédito político de las conquistas animalistas: el verano pasado la Comisión Europea anunció su giro sobre las jaulas e inmediatamente un diputado vegetariano del partido conservador, Henry Smith, conseguía que el parlamento británico admitiera a trámite la prohibición de las jaulas de gallinas, como tarde en 2025. Así coló por la vía de urgencia su popular Beatrice’s Bill –llamada así en honor a una gallina rescatada de una macrogranja inglesa–, después de que en 2012 solo consiguiera ampliar el tamaño de las jaulas.
El tercer bill, dentro del relato de “recuperar el control de las fronteras”, pretende vetar ciertas importaciones de productos de origen animal. Aunque el primer ministro anunció el fin de la importación de foie gras –200 toneladas al año, casi todo francés y español– y de pieles de visón y zorro, un portavoz del gobierno británico confirmaba hace unos días a El Caballo de Nietzsche que, por ahora, se centran en “introducir una de las restricciones más duras del mundo para los trofeos de caza”. En 2019 se importaron legalmente 58 “trofeos” de este tipo.
The Human League UK considera que el gobierno tiene dudas ahora porque no hay consenso entre sus filas con el veto a las importaciones: “No han abandonado el proyecto de ley pero lo están frenando. Entre los conservadores hay quienes creen que la prohibición del foie gras atenta contra la libertad”. Excusas baratas para Abigail Penny, directora de Animal Equality UK, que nos pone en contexto:
“El Gobierno no se preocupó sobre la libertad de elección cuando prohibió las importaciones de marfil o la carne de perro, gato y ballena. Ya es un delito reconocido producir foie gras en el Reino Unido, por lo que seguir importando esta crueldad es totalmente injustificable. Retroceder ahora sería absurdo”.
Acabe como acabe esta rencilla interna –más propia de la izquierda cainita que de la derecha pragmática– recordemos que el Reino Unido es un país donde la producción de foie gras es ilegal, está prohibido comerciar con pieles de foca y marfil, y las granjas de visones las cerraron hace más de 20 años. Retos que la mayoría de países europeos no han sabido superar, aun teniendo competencias para ello, y que los gobiernos conservadores y laboristas llevan décadas vendiendo como éxitos de país.
Un lobby en el corazón de la derecha
Situar la lucha animalista como valor propio de los conservadores no se ha hecho solo. Los ‘tories’, ahora con Boris Johnson a la cabeza, tienen un poderoso grupo de presión trabajando para hacer realidad todas estas leyes que hemos ido enumerando. Se llama Conservative Animal Welfare Foundation (CAWF) y no vamos a repasar los nombres y apellidos de quiénes forman parte como mecenas, pero entre activistas y empresarios varios destaca una larga lista de influyentes diputados y concejales del partido, secretarios generales y ministros en activo. Hasta el padre de Boris Johnson está metido en el ajo.
Y no es que los verdes o los laboristas no tengan propuestas –las tienen, y son incluso más ambiciosas que las de los ‘tories’– pero cuando Theresa May –poco amiga del animalismo–dejó el partido, los conservadores se apropiaron de las iniciativas de la izquierda y las incluyeron sin rubor en su programa electoral. Desde su posición de poder hicieron gestos creíbles –anunciando algunas bills– y los laboristas se quedaron en fuera de juego, con un Jeremy Corbyn que cometió el error de dar por asegurado el voto animalista porque lo tuvo siempre Tony Blair, artífice de los mayores progresos en materia de bienestar animal. En definitiva, el partido conservador de Boris Johnson es, por méritos propios e incomparecencia de su rival, la nueva opción animal friendly para el votante británico pragmático.
Tampoco seamos ilusos: los partidos son partidos y como norma general los intereses electorales priman por encima de la moral y la ética. Por supuesto que si el bloque conservador se ha dejado arrastrar por el CAWF es porque hay evidencias clarísimas, primero, del “orgullo animalista” del ciudadano medio y, segundo, de que los derechos de los animales importan especialmente a los votantes jóvenes, un caladero donde la derecha británica suele pinchar. No se pueden extrapolar resultados pero, para hacernos una idea, en las elecciones generales de 2019, un 28% de las personas de entre 18 y 24 años que fueron a votar eligieron a los conservadores (+2% respecto a 2017) mientras que los laboristas pasaron del 61% al 52% (-9% respecto a 2017), según datos del British Election Study.
Es evidente que captar voto animalista no tapa tus vergüenzas racistas y clasistas y que los ‘tories’ tienen muchas contradicciones internas en el frente animalista, pero a la fórmula de absorber propuestas de los rivales –que tan buen resultado le dio a Angela Merkel– se le suma un factor que añade credibilidad al espíritu animalista del partido de Boris Johnson. Un girito imprevisible.
Una animalista en el corazón del primer ministro
Carrie Symonds –de esas personas cuyo padre también tienen entrada propia en la Wikipedia– es la asesora de prensa que obró el milagro para que un zafio y desaliñado bufón revalidara la alcaldía de Londres en 2012. Más tarde tocó techo como jefa del gabinete de prensa del partido conservador pero a los pocos meses dejó su cargo y fichó por la ONG Oceana, que ejerce como grupo de presión para la preservación de los mares. Histórica activista por los derechos de los animales, persona del año para PETA en 2020, obviamente en el patronazgo del CAWF y, desde hace un par de años, más conocida como Carrie Johnson: la tercera esposa del primer ministro.
Aunque ella lo niega, nadie duda de su influencia en el impulso de la agenda animalista de Downing Street. Es difícil discernir los hechos del tufillo machista de algunas de las acusaciones vertidas sobre la 'primera dama', pero en el tema que nos ocupa, The Guardian –que no los tabloides– la considera directamente responsable de que el Gobierno detuviera una matanza de tejones en Derbyshire o, entre otros asuntos, de haber maniobrado para que su marido destituyera el secretario de Estado para el Medio Ambiente por estar “poco entusiasmado con los derechos de los animales”.
Es razonable pensar que Carrie Symonds sí influye en la opinión del primer ministro, al ser una persona que conoce muy bien los entresijos del partido y con unas convicciones muy fuertes. Tan fuertes como para –según los medios británicos– estar detrás de que, durante la caótica retirada de Afganistán, el Ministerio de Defensa avalara la evacuación de 94 perros y 68 gatos del santuario que fundó allí un ex-marine británico. La Operación Ark –para la prensa seria– o el caso Who Let The Dogs Out –para la prensa amarilla– dio la vuelta al mundo y, de hecho, el traslado de los animales se pagó con donaciones y el personal del santuario consiguió volar a casa desde Pakistán.
Sobra decir que el Reino Unido no es un paraíso para los animales y, por descontado, que su ganadería forma parte del sistema de producción industrial locamente capitalista que considera que los animales son sacos de patatas que no se pueden maltratar con impunidad pero sí darles una cruel e injusta muerte prematura. Además, los británicos también tienen sus vergüenzas nacionales: las brutales masacres de tejones, una ley de caza más que mejorable o el tiro al urogallo como “deporte” rural, etc.
Vaya por delante que no seré yo quien pida el voto para un partido de derecha xenófoba y clasista, pero al César lo que es del César. Y entenderán que, mientras las izquierdas británicas presionan y los conservadores discuten qué tan animalistas pueden ser…, aquí el PSOE toca la flauta, Unidas Podemos desautoriza a Garzón, el PP insiste en que las macrogranjas no existen y el partido de las contrarreformas nacionalpopulistas se va de carnaval con cazadores y toreros. Ni leyenda negra ni ostias. Qué país.
Nota del autor: Aunque pueda parecer que el Brexit ha sido una buena noticia para los animales, es previsible que el nuevo Tratado de Libre Comercio entre Londres y Canberra dispare las importaciones de cordero y ternera australianos, donde las leyes de bienestar animal no es que sean más laxas que las europeas, es que ni siquiera existen como tal. La deslocalización del sufrimiento implica que si la demanda interna de los productos de origen animal se comporta como un juego de suma cero, algunas medidas bienestaristas no evitan el sufrimiento animal, sino que lo agravan.
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