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Diez años de efecto PROU

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“Fue la derrota del escepticismo”, reflexionó Maricinia Alvarez, activista antitaurina venezolana, en un vídeo conmemorativo de aquel palpitante 28 de Julio de 2010. Antes de aquel día el activismo antitaurino giraba en torno a la protesta y a la queja, incluso algunas manifestaciones antitaurinas ya pasaban a formar parte del paisaje de las ferias taurinas, como sucedía en el encierro humano previo a los Sanfermines de Pamplona. Por aquellas fechas, cada año esperábamos el artículo antitaurino de Manel Vicent en El País y lo festejábamos con cierto sabor a victoria, porque la victoria era, en aquel entonces, expresar unas ideas, mostrar que existíamos. Se sumaban las columnas de Ruth Toledano en El País o Pilar Rahola en La Vanguardia, y algún editorial de Arsenio Escolar completaba en 20minutos nuestra pequeña dosis de optimismo anual haciéndonos pensar que las ONG no estábamos tan solas como parecía. Eran épocas duras para los toros y para el movimiento antitaurino. No pensábamos en ganar, apenas si nos alegrábamos de existir y, en su caso, crecer en manifestantes cada domingo.

Nuestro primer contacto con partidos políticos en el Parlament fue decepcionante. Los números no daban. En varias ocasiones Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya-Verds habían presentado iniciativas en esta línea, pero ninguna de ellas prosperó. La ONG ADDA encargó un estudio de opinión que anunciaba una mayoría aplastante de ciudadanía catalana favorable a prohibir estos espectáculos. Veíamos entonces claramente que la democracia representativa no estaba representando la voluntad mayoritaria antitaurina y, por tanto, teníamos que hacer algo: teníamos la fuerza, pero no sabíamos usarla.

En ese entonces se estaba llevando a cabo la ILP 'Som lo que sembrem', que pretendía impedir el ingreso de los transgénicos en Catalunya. Muchas activistas animalistas éramos voluntarias de aquella iniciativa. Ahí conocimos lo más desconocido que hay en este país: la democracia participativa. Y ahí aprendimos un poco más sobre ese recurso, pero muy especialmente entendimos que usando el método de la ILP podíamos cambiar esa disonancia de representación antitaurina que se daba en el Parlament: ya no era un partido interpelando a otros, sino la sociedad entera interpelando a todos los partidos. Dejamos de ser movimiento social para pasar a ser una sociedad en movimiento, supimos enarbolar el discurso de la mayoría y el 28 de Julio de 2010 obtuvimos una victoria histórica para los animales.

La historia de cómo se gestionó la ILP y cómo se consiguió esa victoria histórica ya fue contada, escrita y explicada más de mil veces, así que no les voy a aburrir con eso. En este artículo quiero explicarles qué sucedió entre el 28 de Julio de 2010 y el día de hoy, 28 de Julio de 2020, con una década de por medio.

La ruptura de la coraza

El proceso de abolición de las corridas en Catalunya tiene un valor en sí mismo, no solo por los cientos de toros que se salvaron de una tortura y muerte vitoreada por psicópatas, sino que también encierra unos valores que exceden a su ámbito de tramitación y aplicación, siendo una experiencia política en la que se inspiraron muchas otras a posteriori, y cuyo modelo estratégico todavía hoy es aplicado por exitosas plataformas animalistas en todo el mundo.

Para mucha gente el 28 de Julio de 2010 se rompió la coraza y la protesta cambió de bando. Los taurinos pasaron de proclamas sonrientes “somos mayoría” a patéticas pataletas de “respeten a las minorías”, malversando una palabra que en absoluto se refiere a cuantificar numéricamente a personas, sino que habla de personas y colectivos que –incluso siendo mayoría numérica– tienen sus derechos aminorados, como las minorías éticas, minorías sexuales o de género, cuyas realidades poco tienen que ver con aficiones sanguinolentas como las que disfrutan los monarcas del reino de España, o con las cuantiosas subvenciones que recibe la Casa De Alba por criar toros para la lidia. Me cuesta pensar que el monarca, el ex monarca o Cayetano se encuentren en colectivos con derechos aminorados.

La abolición en Catalunya fue el principio del fin de la tauromaquia en todo el mundo, pues se dibujó un escenario irrevocable en el inconsciente colectivo: el maltrato y tortura animal no es un asunto individual o de mercado, es un debate colectivo y, por lo tanto, político. Catalunya entendió que las actividades crueles hacia los animales nos determinan como sociedad, y que, por tanto, su permanencia no puede depender de la cantidad de psicópatas que quieran verlas o practicarlas pagando una entrada para ello, sino que dependerá ineludiblemente de debates científicos, éticos, culturales y políticos. Catalunya entonces demostró que el maltrato animal no pertenece al ámbito de lo privado sino de lo público, como debería haber sido siempre. Y esa idea, ese pensamiento, se instaló en la cabeza de muchísima gente, y en especial de muchos cargos electos de todo el mundo, e incluso de los propios aficionados a la tauromaquia, que dedicaron gran parte de su tiempo y recursos a presentar e impulsar todo tipo de leyes, mociones y recursos para garantizar la supervivencia de las corridas de toros.

Desde el enfoque jurídico

Es cierto que alguien, aplicando cierta lógica –pero con escasa información– podría pensar que nuestra Iniciativa fue un fracaso, ya que el Tribunal Constitucional acabó tumbándola para dejarla finalmente sin efecto. Pero no seamos tan simples en el análisis, vayamos un poco más allá para estudiar los hechos. Para quienes quieran ahondar en la situación jurídica actual les recomiendo este artículo de Anna Mulà, quien fue responsable jurídica de la Plataforma PROU y que unos años más tarde, junto a representantes de AVATMA, redactó gran parte de la Ley balear que también fue derogada y a la que se hace referencia también en este texto. Quien, en cambio, prefiera basarse en aspectos más prácticos, el dato es innegable: hoy, 28 de Julio de 2020, y desde la entrada en vigor de esta ley, no se ha realizado ni una sola corrida de todos en Catalunya.

Axiomas antitaurinos

Según la antigua civilización egipcia, los axiomas eran puntos suspendidos en el plano, aparentemente iguales a los demás puntos, pero con capacidades multiplicadoras. Por tanto, el axioma cumplía su rol individual de punto en el plano, y también y a la vez su rol multiplicador. En el plano antitaurino Catalunya era uno de esos puntos, aparentemente igual, pero que acabó teniendo efectos de multiplicación.

Desde un enfoque más político y de comunicación, y más allá de lo jurídico, la plataforma PROU representó ese enorme axioma capaz de activar decenas de procesos similares en todo el mundo. Vamos a analizar algunos de ellos.

Axioma hacia el contenido y discurso

“En Catalunya se escribió la biblia abolicionista”, reflexionó el entonces senador colombiano Camilo Sanchez, en la presentación de una ley antitaurina en el año 2011 en el Congreso, y tras resumir las comparecencias que se ofrecieron en el Parlament en los días 3 y 4 de marzo de 2010. Parafraseó a Javier de Lucas, a Mercedes Cano, a Pablo de Lora y a Espido Freire, mientras recordaba que en Catalunya se pasó del debate de detractores versus aficionados, de estar o no de acuerdo, al de abolicionistas versus aficionados, el prohibir o no la salvajada. Porque el debate en Catalunya no se centró en lo que está bien o lo que está mal, sino en lo que la moral de la época está dispuesta a soportar y lo que ya no. Fue un debate de época y “progreso moral”, tal y como expresó en su colorida y didáctica comparecencia el divulgador científico Jorge Wangensberg, a quien hoy recordamos con cariño y agradecimiento.

La Plataforma PROU esgrimió sus mejores argumentos en 15 comparecencias y en 360 grados, desde el punto de vista de la ciencia, la filosofía, la política, la historia, la antropología, la violencia interrelacionada, la cultura, la filosofía del derecho y hasta, incluso, desde el punto de vista de un ex aficionado taurino. Entre todas estas comparecencias se creó un argumentario capaz de tumbar cualquiera de las falacias históricas que esgrimieron siempre los taurinos, desde el disparatado “el toro no sufre”, pasando por la desaparición de la dehesas y la extinción de los toros.

Axioma de ejemplo organizativo civil

“Sigamos a Cataluña, NO a la tauromaquia”, rezaba una enorme valla publicitaria que atravesaba una de las avenidas más transitadas del aquel D.F., hoy Ciudad de México. Una organización antitaurina local había colgado este anuncio para instar a la clase política mexicana a tomar la determinación de prohibir un espectáculo basado en la tortura de un mamífero superior, como es el toro.

Y no solo en México, también en Ecuador, en Colombia y en Portugal se crearon plataformas concebidas a imagen y semejanza de la plataforma PROU, algunas de las cuales aún se encuentran en buen funcionamiento, y que aplicaron las filosofías de transversalidad, con discursos renovados y pasando de la protesta a la presión y acción legislativa.

Axioma legislativo y público

Tras el proceso de abolición en Catalunya pudimos ver muchas reacciones que incluso se referían al caso catalán como un ejemplo a imitar. Uno de los primeros ejemplos vino de Italia, donde la entonces Ministra Turismo, Michela Brambilla, emitió un comunicado a los pocos días de la votación en el Parlament, donde decía: “si Cataluña ha prohibido los toros, lo mismo pueden hacer los italianos con las carreras de caballos, como el Palio de Siena”.

Así, unos meses después, a finales de 2010, la asociación PAE (Protección Animal Ecuador) nos anunciaba la celebración de un referéndum en todo el país donde, entre otras preguntas, el presidente Rafael Correa anunciaba la inclusión de una consulta acerca de la prohibición de espectáculos que incluyan la muerte de animales. En varias ocasiones el presidente Correa se refirió al caso catalán en forma y fondo, hablando de la necesidad de legislar sobre estos asuntos, siendo una demanda incansable de las juventudes, y ademas haciéndolo mediante la participación.

Ese referéndum se ganó en todos los cantones del Ecuador salvo en unos pocos, donde el movimiento abolicionista todavía mantiene su lucha activa, y particularmente en la ciudad de Quito, donde acaba de darse un paso definitivo hacia la erradicación de la tauromaquia.

Otro de los sucesos más interesantes de esta institucionalización del debate antitaurino se vivió (y todavía se vive) en Bogotá. En el año 2012 y bajo premisas constitucionales, el entonces Alcalde Mayor de Bogotá, Gustavo Petro, hacía suya la causa antitaurina y defendió con todas las herramientas legales de su gobierno la no celebración de corridas de toros en la capital colombiana. En varias ocasiones el alcalde mencionó el caso catalán como ejemplar e inspirador, y si bien usando vericuetos legales pudieron volver a celebrarlas, todavía hoy sus políticas antitaurinas mantienen un efecto sobre la cada vez más accidentada y escasa organización de corridas en la plaza Santa María.

Podríamos citar varios casos más, en los países latinos que todavía permiten esta excepción de maltrato, como Perú, México, Venezuela, Ecuador o Colombia, igual que sucedió en Francia y Portugal, o en países que pretenden deshacerse de otro tipo de costumbres maltratadoras, como el rodeo, las jineteadas o las peleas de gallos, pero la gran pregunta es ¿el efecto PROU tendrá impacto también sobre los correbous? ¿demostrarán nuestros cargos electos que en 2010 abolimos las corridas por razones éticas, o acabarán dando la razón a la derecha casposa que acusó nuestra movilización de identitaria? Por mi parte tengo toda la esperanza puesta en una plataforma que aglutina a las organizaciones y activistas más importantes de Catalnunya y del mundo, la Plataforma Prou Correbous. Porque llegó la hora de la coherencia, y que el efecto PROU alcance de una vez por todas a Catalunya para que en breve festejemos la abolición de toda la tauromaquia en este país.

“Fue la derrota del escepticismo”, reflexionó Maricinia Alvarez, activista antitaurina venezolana, en un vídeo conmemorativo de aquel palpitante 28 de Julio de 2010. Antes de aquel día el activismo antitaurino giraba en torno a la protesta y a la queja, incluso algunas manifestaciones antitaurinas ya pasaban a formar parte del paisaje de las ferias taurinas, como sucedía en el encierro humano previo a los Sanfermines de Pamplona. Por aquellas fechas, cada año esperábamos el artículo antitaurino de Manel Vicent en El País y lo festejábamos con cierto sabor a victoria, porque la victoria era, en aquel entonces, expresar unas ideas, mostrar que existíamos. Se sumaban las columnas de Ruth Toledano en El País o Pilar Rahola en La Vanguardia, y algún editorial de Arsenio Escolar completaba en 20minutos nuestra pequeña dosis de optimismo anual haciéndonos pensar que las ONG no estábamos tan solas como parecía. Eran épocas duras para los toros y para el movimiento antitaurino. No pensábamos en ganar, apenas si nos alegrábamos de existir y, en su caso, crecer en manifestantes cada domingo.

Nuestro primer contacto con partidos políticos en el Parlament fue decepcionante. Los números no daban. En varias ocasiones Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya-Verds habían presentado iniciativas en esta línea, pero ninguna de ellas prosperó. La ONG ADDA encargó un estudio de opinión que anunciaba una mayoría aplastante de ciudadanía catalana favorable a prohibir estos espectáculos. Veíamos entonces claramente que la democracia representativa no estaba representando la voluntad mayoritaria antitaurina y, por tanto, teníamos que hacer algo: teníamos la fuerza, pero no sabíamos usarla.