Hace ahora una semana, fueron muchos los periódicos, incluido este, que se hicieron eco de una traducción al español de un artículo de Frank M. Mitloehner, profesor de Ciencia Animal de la Universidad de California. En él viene a explicar, a partir de una investigación suya de 2009, por qué estamos equivocados si pensamos que reduciendo nuestro consumo de carne vamos a luchar contra el cambio climático. Fueron unas declaraciones que, a cualquiera que haya seguido mínimamente las noticias de los últimos años acerca del impacto medioambiental de nuestra dieta, le resultaron más que chocantes. Sobre todo, porque lo esgrimido por Mitloehner se colocaba en contraposición a las últimas evidencias científicas publicadas y emitidas por los mismos medios que, luego, difundieron las tesis negacionistas del profesor estadounidense. Así, Núria Almirón escribió aquí una contundente réplica en la que desmontaba, argumento por argumento, el texto de Frank M. Mitloehner.
Entonces, ¿cómo es posible que, de repente, un profesor de universidad publicase un artículo sin tener en cuenta las evidencias científicas más recientes? Quizás, nos estaban engañando hasta este momento. Pero, aun así, ¿por qué se difundía ahora, nueve años después del estudio, un artículo que sintetizaba sus hallazgos? A la primera pregunta, se responde, principalmente, con el conflicto de intereses, tal y como expliqué el mismo día de la publicación en este hilo. A la segunda, responderemos a lo largo de este artículo.
El consumo de carne lleva diez años disminuyendo progresivamente
Según los datos publicados por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el consumo de carne en 2017 fue de 47 kilos anuales por persona, 3 kilos menos que el año anterior. Una caída que comenzó con la crisis en el año 2008, pero que no ha sabido reponerse diez años después. La enorme, pero paulatina, concienciación en torno a la ética de consumir animales, su impacto en el medio ambiente y las consideraciones en cuanto a salud, están detrás de que el consumo de carne haya descendido. Sabemos que la carne no es necesaria en nuestra dieta, ya que podemos obtener sus nutrientes a través de otros alimentos que no impliquen arrebatar la vida a un animal o perjudicar de enorme manera nuestro planeta. Además, cada vez vemos más restaurantes que ofrecen platos vegetarianos o comedores escolares que lo incluyen en su oferta, por lo que las opciones para aquellos que han decidido dejar de comer carne no paran de crecer.
Pero el detonante que hizo que la industria cárnica pusiese toda su maquinaria pesada a funcionar, frente al progresivo descenso del consumo de carne, fue la publicación, en 2015, de un documento por parte de la OMS (aunque ya venían avisando otros estudios, algunos recogidos en artículos como este del dietista-nutricionista Juan Revenga) en el que se vinculaba el consumo de carnes procesadas y carnes rojas con el incremento porcentual del riesgo de padecer cáncer. ¿Y qué hizo la industria para contrarrestar esto? ¿Más publicidad o potenciar sus estrategias de márketing? Para nada. Su reacción, aunque esperada, fue deshonesta: decidió financiar a fundaciones médicas y diversas asociaciones sanitarias para que estas publicaran una batería de afirmaciones basadas en “estudios” (a veces, inexistentes) que ensalzaban los supuestos beneficios de la carne.
Financiar a grupos científicos para publicar artículos acorde a los intereses de la industria
El primero de todos llegó tras la publicación del informe en 2015, y fue desvelado por eldiario.es, que accedió al documento estratégico de la patronal a través del buzón fíltrala. Más de 100.000 euros gastados en la campaña, que consistió en enviar profesionales sanitarios a los medios de comunicación para que hiciesen contrapeso, de forma sesgada, a las últimas evidencias científicas publicadas, en un intento de controlar a la opinión pública. Algunos de los expertos estaban incluidos en la cátedra de Carne y Salud (de la que hablaremos más adelante), perteneciente a la Universidad de Barcelona y que está financiada por la Asociación Empresarial Cárnica Anafric.
En ese mismo año, la SEPEAP (Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria) emitió una nota de prensa, recogida por algunos medios, en la que justificaba el “imprescindible y necesario” consumo de carne en los niños (¡de hasta 5-8 veces a la semana!), de la misma manera que aprovechaba para poner en relieve los “beneficios” de la carne.
Si en 2016 había sido el turno específico para los infantes, en 2017 se añadía a los jóvenes. La Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN, una sociedad que ya ha sido puesta en duda por conflictos de intereses con otras industrias) presentaba un documento titulado La carne y la salud en niños y adolescentes, en el que recomendaba el consumo de carne entre tres y cuatro veces a la semana. Por supuesto, no dudaban en calificar dicho consumo como esencial en la dieta, afirmación desmentida y contraargumentada por los dietistas-nutricionistas Aitor Sánchez y Lucía Martínez. Y, como guinda al pastel, ¿dónde se podía consultar, según el director de SEMERGEN, ese documento y muchos otros? En la página web carneysalud.com. ¿Y quién está detrás de este proyecto, homónimo a la cátedra anteriormente mencionada? Las principales organizaciones interprofesionales de la industria cárnica en nuestro país: Asici, Interovic, Intercun, Interporc y Provacuno.
La industria tiene en ciertas entidades sanitarias su mayor baza
Pero la SEMERGEN, no contenta con publicar este último documento mencionado, finalizó el pasado año con la presentación de la guía titulada La importancia de la carne de vacuno en la alimentación de los españoles. En ella, recomendaba el consumo de carne roja de hasta cuatro raciones a la semana, por lo que no es de extrañar que en la difusión de este documento participase Provacuno.
2018 no podía terminar, tampoco, sin que se publicase en los medios de comunicación cualquier artículo o estudio cuyo objetivo fuese reflotar la imagen de la carne. Dicho y hecho: en varios medios generalistas se incluyó, como mencionamos al inicio, el artículo del profesor Frank M. Mitloehner. Así, se intentaba dotar de una suerte de aura científica a lo que no era más que una interpretación sesgada de datos e investigaciones. Además, obviaba muchas investigaciones científicas y documentos recientes (sin contar el propio informe de la OMS) que ponían patas arriba las tesis negacionistas del profesor estadounidense (como estos trabajos explicados por Julio Basulto).
Todos estos mecanismos potentísimos, por parte de un sector de la que es la industria más poderosa en términos económicos en nuestro país, buscan lanzar un mensaje cuya tesis principal es la esencialidad de la carne y sus bondades en nuestra dieta. Cada día son más las personas que deciden dejar de consumir carne, pues encuentran inadmisible someter a los animales a condiciones de hacinamiento y hastío, con el único fin de matarlos y que vayan directos a nuestro plato. Por ello, la industria se repliega, ante el cuestionamiento de sus métodos, sus fines y sus productos, con unos procederes nada éticos. Los conflictos de intereses son el único formato que encuentran para reflotar las ventas de sus productos de una forma creíble, sin recurrir a alternativas como la publicidad, en las que no podrían vestir sus productos atribuyéndoles propiedades que no poseen.