Hace unas semanas se debatía en el Parlamento Europeo una ley para prohibir el uso de términos como ‘hamburguesa’ o ‘leche’ para productos de origen vegetal sin ningún componente animal. Jean-Pierre Fleury, miembro de Copa-Cogeca (una de las mayores organizaciones ganaderas dentro de la Unión Europea), defendía esta proposición de ley afirmando que “ciertas agencias de marketing los están utilizando para confundir a sus consumidores intencionadamente”, sugiriendo así que ciertas personas que consuman productos vegetales puedan verse engañadas por el término ‘hamburguesa’, cuando en un principio lo que querían era un producto animal. Fleury, además, argumentó que la publicidad contemporánea estaba distanciándose cada vez más de la realidad de los productos, acusando a las compañías de alimentación basadas en plantas de tergiversar la verdad y engañar a su público.
Sin embargo, muchos ven este movimiento por parte del lobby ganadero como una herramienta para entorpecer la exponencial demanda de productos vegetales, y para distraernos de debates realmente importantes relacionados con la sostenibilidad y la ética. Jasmijn de Boo, en representación de ProVeg International, aseguraba que “la propuesta estaba en clara contradicción con los objetivos de la Unión Europea dentro del Pacto Verde Europeo y la estrategia ‘de la granja a la mesa’, que pretenden crear sistemas alimentarios más sanos y sostenibles”.
Finalmente, el pasado 23 de octubre se votó, saliendo como resultado la aceptación de la palabra ‘hamburguesa’ en el etiquetado de productos vegetales, pero el rechazo a aquellas relacionadas con la industria láctea -siendo productos como la ‘leche de soja’ obligados a transicionar, por ejemplo, a ‘bebida de soja’. No obstante, este hecho anecdótico es tan solo una de las demostraciones del gran poder político que sostiene el lobby ganadero. Un lobby con suficiente peso como para seguir con su modus operandi habitual, pese a los riesgos medioambientales y sanitarios que este supone.
Según el informe de The Lancet ‘Healthy Diets From Sustainable Food Systems’, el consumo de carne debería reducirse hasta un 81% para 2050, hasta llegar a un máximo de 300 gramos de productos cárnicos a la semana. De no ser así, el informe apunta a que el objetivo del Tratado de París de mantener las temperaturas por debajo de los 1’5ºC sería “difícil o casi imposible de conseguir”. De hecho, este informe declara claramente que los análisis realizados apuntan a que la transición a una dieta basada en vegetales sería una condición sine qua non para la obtención de un sistema alimentario sostenible.
Y es que, aparte de representar un 18% del total de emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, la agricultura animal es responsable de muchos otros factores que contribuyen a la degradación de nuestros ecosistemas. Según un estudio realizado por Emily Cassidy desde el University of Minnesota's Institute on the Environment, aproximadamente un 36% de las calorías obtenidas de los cultivos en todo el mundo va dirigido a alimentar al ganado, mientras que el porcentaje para el total de la población humana se situaría en un 55%. Esta enorme cifra representa un gran espacio de cultivo dedicado exclusivamente al pienso para ganado, que, basado principalmente en la soja, se ha cobrado miles de hectáreas forestales, especialmente en la Amazonía. Allí, entre 24 y 28 millones de hectáreas están dedicadas a la plantación de soja, de la cual un 80% es utilizada por la industria ganadera.
Esto nos muestra cómo esta industria participa activamente en el uso excesivo e innecesario de recursos naturales como la tierra y el agua, y en la deforestación de terrenos verdes (con consecuencias tanto globales como para la biodiversidad autóctona y para las comunidades humanas que viven en ellos).
Con respecto a los riesgos que los productos ganaderos implican sobre nuestra propia salud, un estudio realizado por Cell Metabolism en 2014 expone que personas de mediana edad que lleven una dieta alta en proteína animal presentan un 75% más de mortalidad y tienen un riesgo cuatro veces mayor de desarrollar enfermedades cancerígenas. Al mismo tiempo, los analistas declaran que en su investigación estas conclusiones se vieron atenuadas o en algunos casos erradicadas si estas proteínas eran vegetales. Un año más tarde, la propia Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de la OMS emitía un comunicado alertando de la relación entre el consumo de carnes rojas y procesadas con la aparición de elementos cancerígenos, indicando que esta afirmación tenía una sólida evidencia científica.
Sin embargo, existe una concepción generalizada y errónea de que los anteriores riesgos son únicamente atribuidos a carnes, ignorando a los productos animales derivados, como los lácteos. Estos, promocionados como superalimentos para nuestros huesos por su ingente cantidad de calcio, pueden ser igual de peligrosos. Antes que nada, es importante aclarar que el calcio que estos aportan no influye directamente en una mejor salud ósea. Un análisis publicado en el British Medical Journal concluye que no existe evidencia que pruebe que el consumo diario de calcio nos prevenga de degradación o fracturas óseas, y apela a que los agentes políticos y económicos dejen de retratar a los productos lácteos de manera equivocada. De hecho, otras investigaciones científicas los asocian con un mayor riesgo de fracturas, así como con cáncer de pecho en mujeres y con diabetes I. Por no hablar de que, mientras se nos presentan como productos naturales y esenciales para el bienestar corporal, alrededor del 68% de la población mundial es intolerante a la lactosa que contienen, la cual causa graves problemas digestivos (según el último informe extensivo sobre el asunto, publicado en The Lancet).
Pero lo que quizá nos resulte más impactante en los tiempos que corren es que la industria ganadera es una de las principales responsables de la transmisión de enfermedades, y por ende, de la aparición de pandemias como la del COVID-19. Ya en 2013 la FAO advertía de esto en un informe llamado 'El crecimiento en las enfermedades de origen animal requiere de un nuevo enfoque en la salud', advertencia a la que, como vemos, no prestamos la suficiente atención.
Según este informe, el 70% de las enfermedades actuales son de origen animal y su transmisión se ve favorecida por la concentración de grandes cantidades de animales genéticamente semejantes, que la mayoría de las veces -representan el 90% de los animales de consumo a nivel mundial- se encuentran en granjas intensivas en condiciones de bioseguridad deplorables. No obstante, el informe de la FAO aclara que sus conclusiones no solo afectan a las instalaciones industriales, sino también a los sistemas extensivos. Este explica que también desde las pequeñas granjas en donde los animales pueden moverse libremente, aún en grandes densidades, se pueden transmitir enfermedades a la población animal local, y esta después transportarla a largas distancias hasta llegar a los humanos. “La salud del ganado es el eslabón más débil en la cadena alimentaria global. Las enfermedades deben ser abordadas en su raíz, particularmente en animales”, concluye.
Expuestos algunos de los efectos negativos más significativos que supone la industria ganadera, esta sigue siendo apoyada y encubierta por los grandes poderes fácticos y políticos del escenario internacional. En los últimos años, la Unión Europea ha dedicado alrededor de 71’5 millones de euros en programas para la promoción del consumo de carne, con campañas como ‘What a Wonderful Beef’ o ‘Let’s Talk About Pork’. Sjoerd van de Wouw, investigador en la Fundación Wakker Dier, expresaba en The Guardian: “Podemos entender que tengas que considerar el interés de los productores, pero no a través de ignorar completamente el interés de los propios consumidores y del clima”. Por su parte, Ariel Brunner, militante ecologista en Bruselas, también revela para European Data Journalism Network que el programa que proporciona 100 millones de euros por año académico para asegurar los productos lácteos en los comedores de las escuelas europeas “es otro de los subsidios encubiertos a la industria láctea”. Como asegura Greenpeace, y más allá del gasto en los programas de promoción, entre 28’5 y 32’6 billones de euros de los subsidios de la PAC van directamente al sector ganadero, a pesar de las nocivas consecuencias que provoca.
No obstante, podemos ver ejemplos igual de sorprendentes fuera de las fronteras de la Unión Europea, especialmente en Estados Unidos. Allí se publicó hace unos años la famosa guía dietética del Departamento de Agricultura, que cada cuatro años aconseja a los americanos cómo llevar una dieta saludable, y que es utilizada para elaborar los menús en establecimientos comerciales, comedores infantiles y prisiones. Pese a que el Comité Asesor de Guías Dietéticas de Estados Unidos declarara que unos patrones dietéticos sanos consisten en un bajo consumo de carne roja y procesada, la guía vigente desde 2015 -justo en el momento en el que la OMS publica los hallazgos que corroboran el riesgo mencionado anteriormente- no hace mención a tal recomendación de manera explícita y clara. “Existen claros beneficios en reemplazar la carne con casi cualquier otra fuente de proteína, pero el lobby ganadero es muy poderoso en el Congreso”, comentaba Walter Willet, jefe del Departamento de Nutrición en la Universidad de Harvard, a The Verge.
Todo este análisis pretende exponer el gran poder que el lobby ganadero acapara, su influencia en el escenario internacional y las consecuencias que esta tiene en el desvío político de los objetivos medioambientales y sanitarios a nivel global. Es por eso que la información científica se presenta como una herramienta fundamental para defender tales objetivos, y que no escucharla nos dirige a escenarios fatales, como hemos comprobado recientemente. Las dietas vegetales han sido avaladas como completamente adecuadas a nuestras necesidades nutricionales, abriendo la ventana a soluciones a los mayores problemas a los que se enfrenta la sociedad en este momento.
Con esto volvemos a la introducción del artículo, y a cómo hace unas semanas el sector ganadero de la UE pretendía frenar la tendencia ascendente de la concienciación sobre los problemas asociados a los productos animales y el incremento del consumo de productos vegetales. Sea cual sea nuestra posición, no podemos permitir que un sector anteponga su bienestar económico al interés general de la población y del planeta, ni que nuestras instituciones políticas lo toleren. Apelemos a desmantelar el marketing fraudulento, como el que hicieron las asociaciones ganaderas el pasado 23 de octubre, y expongamos las realidades escondidas en el sector de la alimentación.
Nota editorial: Este artículo fue previamente publicado por la autora en el blog sobre consultoría y análisis político internacional Relacionateypunto.com