El pasado 4 de febrero, la Direcció General d'Espais Naturals i Biodiversitat del Govern de les Illes Balears difundió un comunicado anunciando que, ese mismo día, se iniciaba una operación de “retirada” de las cabras del islote Es Vedrà, una población de entre 37 y 45 individuos, como medida de gestión encaminada a cumplir los objetivos de conservación recogidos en el Pla d’Ordenació de Recursos Naturals (PORN) de Cala d’Hort, Cap Llentrisca i sa Talaia. En particular, los incluidos en sus artículos 14 y 34, en los que se hace referencia a la necesidad de limitar el mantenimiento de cabras, así como el de otros mamíferos o especies animales que puedan comprometer “los valores naturales excepcionales que tienen”, refiriéndose a las comunidades vegetales presentes en dichos espacios naturales. En concreto, se alude a poblaciones de 12 especies endémicas y de gran interés florístico y biogeográfico, como la camamilla d’Es Vedrà (Santolina chamaecyparissus ssp. Vedranensis), así como a otros endemismos insulares como Teucrium cossonii ssp. Punicum, Asperula paui o Biscutella ebusitana.
La anunciada “retirada” fue en realidad el asesinato, por parte de francotiradores, de todos los individuos que vivían en el islote, cabras introducidas en 1992 por los mismos propietarios que, según señala el comunicado, no asumieron su responsabilidad en el asunto, por lo que, finalmente, la Conselleria tuvo que hacerse cargo de forma subsidiaria del mismo.
Lo sucedido hace pocos días en Es Vedrà pone de manifiesto varias cuestiones de suma relevancia en la discusión académica y en el seno de los movimientos ambientalistas y por la liberación animal: la justificación del intervencionismo negativo en la naturaleza, el conflicto entre el ecologismo y la defensa de los animales no humanos[1], así como el debate en torno a las entidades biológicas como valores morales que deben ser preservados por encima de los individuos que habitan en ellas. De hecho, hemos podido ser testigos en redes sociales y medios de comunicación de la existencia de una brecha irreconciliable entre los sectores que defienden unas y otras posiciones, incluso sin ser explícitamente conscientes de que las razones aducidas por la Direcció General de Biodiversitat y el colectivo antiespecista recaen y adquieren los términos de esos conflictos y debates que, en los últimos años, han cobrado mayor relevancia[2] en el ámbito académico de la Filosofía, la Bioética y la Antropología.
Los seres humanos tenemos la capacidad de intervenir en la naturaleza, interferir en aquellos procesos que pueden producir determinados cambios en los ecosistemas y que no habrían tenido lugar en el caso de que la acción humana no hubiese actuado. Dado que tenemos esta capacidad para intervenir, la cuestión central es si dicha intervención está moralmente justificada y desde qué condiciones y valores se justifica.
El intervencionismo en la naturaleza puede ser de dos tipos[3]; por un lado, el intervencionismo positivo, que consiste en orientar nuestras acciones en la naturaleza con el objetivo de prevenir, amortiguar, aliviar o eliminar el sufrimiento que algunas contingencias naturales pueden ocasionar a los seres sintientes. Por otro, el intervencionismo negativo, desde el que se defiende la intervención directa en la naturaleza con fines antropocéntricos, y que se desarrolla a expensas del sufrimiento y la vida de seres sintientes, por lo que el daño y el asesinato que sufren no son tenidos en cuenta. Este último constituye la posición hegemónica en nuestras instituciones así como en la mayoría de organizaciones ambientalistas relacionadas con la “conservación” de la naturaleza. El movimiento ambientalista -ya sea de corte biocentrista o antropocentrista, curiosamente acérrimos defensores del intervencionismo negativo- rechaza por norma general las bases morales del igualitarismo prioritarista y el antiespecismo a la hora de defender la necesidad de minimizar el sufrimiento que los animales padecen en la naturaleza, tanto por contingencias comunes como por las mismas condiciones, la mayoría de veces no tan idílicas y bucólicas, del medio en el que viven.
La matanza llevada a cabo en Es Vedrá ha sido justificada desde una perspectiva ambientalista dominante -el intervencionismo negativo-, en la que el valor botánico de ciertas poblaciones de endemismos y otras que no son endémicas justifica el asesinato de un individuo sintiente o del conjunto de individuos sintientes que puedan formar parte del ecosistema en cuestión. Para la mayoría de ambientalistas, que reproducen el paradigma tradicional de sus respectivas academias, universidades y movimientos sociales, el valor individual de un ser sintiente no humano es insuficiente para que sus intereses sean tenidos en cuenta.
Por otra parte, se han utilizado argumentos técnicos -apelando a cuestiones zoosanitarias o de imposibilidad de traslado de los animales a consecuencia de las condiciones orográficas de Es Vedrá, así como al supuesto peligro al que los técnicos se verían expuestos- y diversos balances de razones para justificar la muerte a tiros de las cabras. Sin embargo, en este punto es obligado atender a la polémica que surge a la hora de cuestionar los límites éticos, planteada por quienes defendemos posiciones igualitaristas; es decir, cuál habría sido el alcance de las posibilidades técnicas y los límites de la responsabilidad moral a la hora de rescatar seres humanos, en lugar de cabras, de un emplazamiento similar. Aquí se halla la auténtica brecha especista que atraviesa nuestras sociedades. Tratamos a los animales como objetos sometidos a una lógica de pragmática política e institucional basada en la discriminación por razón de especie, dejando fuera de la consideración moral a los animales no humanos.
El ambientalismo desplaza dicha consideración moral de los individuos al conjunto de las entidades biológicas y ecosistemas, basándose en una posición ética holística en la que el bien sobre el todo debe preceder a los intereses de sus componentes. En este caso las entidades moralmente relevantes son las poblaciones de endemismos y el ecosistema del que forman parte. La biodiversidad, la protección de endemismos y poblaciones en peligro de extinción[4] se presentan como un valor en sí mismo. La idea de que lo realmente valioso es el equilibrio, los ecosistemas, las poblaciones o el valor florístico de una subespecie o una comunidad vegetal es predominante en el ambientalismo, y es ese axioma el que sustenta las teorías morales del ecologismo con consecuencias tan injustas como las sufridas por las cabras de Es Vedrà.
La mayoría de los animales que viven en estado silvestre, al igual que los humanos, son seres sintientes, individuos con la capacidad de sufrir y disfrutar a partir de sus propias experiencias. La sintiencia emerge como un argumento de peso a la hora de rechazar cualquier tipo de intervención negativa en la naturaleza. La sintiencia y la consciencia, sobradamente justificadas por la actual evidencia científica al respecto, constituyen razones sólidas que dotan a gran parte de los animales no humanos de subjetividad, algo que ha de ser considerado moralmente y que debe prevalecer sobre la defensa de entidades biológicas.
[1] FARIA, Catia; Muerte entre las flores: el conflicto entre el ecologismo y la defensa de los animales no humanos. en Revista Viento Sur. Nª 125 Noviembre 2012
[2] DORADO, Daniel; Ethical Interventions in the Wild. An Annotated Bibliography. en FARIA, Catia & PAEZ, Eze (Ed); Wild Animal Suffering and Intervention in Nature. Parte II. Relations Beyond Anthropocentrism Vol. 3 Nº 2. Edizione Universitarie di Lettere Economia Diritto (2015)
[3] Distinción entre “negative intervention” y “positive intervention” tomada de PAEZ, Eze; Refusing help and inflicting harm. A critique of the environmentalist view. en FARIA, Catia & PAEZ, Eze (Ed); Wild Animal Suffering and Intervention in Nature. Parte II. Relations Beyond Anthropocentrism Vol. 3 Nº 2. Edizione Universitarie di Lettere Economía Diritto (2015)
[4] FARIA, Catia; What (if anything) makes extinction bad? en Practical Ethics Blog. University of Oxford.