El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
“Otto Gross entendió que el patriarcado somete a mujeres, a hombres y al resto de las especies”
Amigo de Hermann Hesse, Max Weber, Friedrich Nietzsche, D.H. Lawrence o Kafka; paciente y psicoanalista de Carl Jung; discípulo y posteriormente enemigo de Freud, Gross fue una personalidad en su época, pero su figura ha quedado relegada al olvido.
José Morella ha decidido rescatarla: “Otto Gross abrió caminos donde sólo había vegetación espesa y llena de peligros. Hoy en día millones de personas siguen andando por esos caminos para luchar por un mundo mejor”.
Brillante y genial para unos, lunático y peligroso para otros, el médico austriaco Otto Gross es el protagonista de la última novela del escritor José Morella, Como caminos en la niebla(Editorial Stella Maris).
En su época, Otto Gross no dejaba indiferente a nadie, producía repulsión o adoración, aversión o deseo. ¿Cómo lo descubres tú, cómo llega a tu vida?
Yo lo descubrí por casualidad, leyendo El duelo de los ángeles, un libro del sociólogo mexicano Roger Bartra. Las cuatro o cinco páginas que el profesor le dedica bastaron para fascinarme, y al poco tiempo me puse a investigar. A medida que descubría cosas -muchísimas y todas asombrosas- me daba cuenta de que el personaje era una bicoca. Participó en todas las movidas interesantes de su época, pero su biografía quedó llena de lagunas: nada mejor para soliviantar la curiosidad de cualquiera a quien le guste leer novelas.
Así que, años después de tu celebrada y premiada Asuntos propios (Editorial Anagrama), te decides a dedicarle tu nuevo libro. Asuntos propiosAsuntos propios
Me decido a escribir su historia al darme cuenta de que en el momento histórico y en el sitio donde le tocó vivir se daba una lucha generacional implacable entre padres e hijos. Los padres (y uso aquí la palabra para referirme sólo a los padres varones, no a las madres) tratan de ejercer un control omnímodo sobre la realidad, y sus hijos e hijas reaccionan de un modo visceral ante tal esfuerzo megalómano. Hans Gross, el padre de Otto, representa como nadie esa frialdad del positivismo científico: es uno de los creadores intelectuales del sistema policial moderno y un gran defensor de la fuerza represiva del Estado. Miles de hombres como él forman esa red burocrática que Max Weber (amigo de Otto) llamaba la jaula de hierro. Un sistema que sólo busca objetivos mediante un minucioso racionalismo tecnológico. Se desea el control absoluto. Los seres humanos pasan a ser números, fichas, casillas, elementos que quedan bajo la observancia y el control de las instituciones. Todos identificados, todos normalizados.
Lo que vio Otto, y lo que vieron muchos intelectuales de su generación, es que ese nuevo sistema era desolador: ignoraba el sufrimiento, la miseria, el hambre. Los padres quisieron hacer de sus hijos líderes, empresarios, científicos prominentes, hombres fuertes que controlaran el mundo. Algunos de esos hijos se rebelaron contra eso y sufrieron las consecuencias.
Siendo uno de los personajes más fascinantes de su época, ¿por qué apenas le conocemos?, ¿quién fue Otto de verdad?
Fue un hombre con una capacidad casi clarividente de ver y entender a las otras personas. Justamente por eso se le consideró un elemento peligroso y fue relegado a la sombra. Lo suyo no era nada esotérico, era tan solo una cuestión de sensibilidad e intuición. No sólo para captar a la gente, sino también a los grupos, organizaciones y sistemas en general, en los que veía nítidamente las contradicciones y las fisuras. Total, que lo echaron de muchos sitios a patadas. El primero en asustarse fue su propio padre, nada menos que un juez del Imperio, que no paró hasta encerrarlo en un manicomio. El siguiente en dejarlo en la estacada fue Sigmund Freud, su mentor y maestro, que no quería que nadie mezclara sus teorías con la política, y mucho menos con el anarquismo.
Otto se empeñaba en no ocupar espacios de poder. El anarquismo era casi un lugar natural para él. Pero incluso ahí levantó ampollas. Otto exigía que las estructuras fueran cada vez más transparentes, que el mal uso del poder no se repitiera una y otra vez inconscientemente. Su ideal era una revolución social que se hubiera “psicoanalizado”, es decir, un sistema político limpio de ego, que no repitiera esquemas y donde la agresividad reactiva estuviera ausente. Una anécdota muy significativa al respecto es la siguiente: después de la Primera Guerra Mundial, Otto quiso refugiarse en la Rusia comunista. Por supuesto, no lo aceptaron. Era demasiado libre para ser comunista. Es muy elocuente el hecho de que Stalin -que escolarizó a su hijo en una elitista guardería de orientación psicoanalítica en la que había más profesores que niños, dirigida por la genial y casi olvidada Vera Schmidt-, acabara prohibiendo el psicoanálisis en la Unión Soviética. Un comunismo consciente de su sombra neurótica difícilmente hubiera sido tan cruel como fue. Esa era la esperanza de Otto: acabar con la inconsciencia en todas partes. Era un adelantado, un delirante.
Otra forma de entender a Otto, que me gusta, es esta: alguien que tomó conciencia de sus propios privilegios. Esa conciencia acentuada le llevó a la lucha política.
En la novela hay un momento especialmente delicioso, paseando por el bosque, en el que reflejas la relación de Otto con los otros animales. En esa escena queda patente que la supuesta aversión hacia él solo la sentían los seres humanos. ¿Qué eran para Otto los animales?
Pues la verdad es que sólo se sabe un par de cosas: la primera es que rechazó la carne siendo muy niño, sin que nadie entendiera por qué. Y la segunda es una visita con su amante, Frieda Weekley, al zoo de Berlín. A Otto le pareció insoportable la visión de los animales encerrados en jaulas. Hay que tener en cuenta que los zoos de principios de siglo eran distintos. Sólo en los años 70 empieza a haber cierta crítica respecto del funcionamiento de esos lugares, y tiene que ver con la conciencia ecológica, no con el sufrimiento de los animales: se habla de conservar las especies en lugar de simplemente estudiarlas o exhibirlas. Total, que es muy posible que lo que Otto viera fuera más descorazonador incluso de lo que nos imaginamos.
Pero para mí lo más importante es que la empatía de Otto con los animales no era especial. Él era hipersensible con la miseria y el sufrimiento en general. Decir que Otto era animalista es un anacronismo, porque el concepto ni siquiera existía entonces. Otto, simplemente, sufría viendo sufrir a otros seres. Del mismo modo, sería muy raro decir que era pacifista: él necesitaba la paz como el agua, porque en sus carnes había vivido desde siempre una tremenda agresividad. Pero no se presentaba a sí mismo como pacifista, no se etiquetaba. En aquel entonces no había postureo. Otto es un intelectual pre-postureo, y eso es difícil de comunicar en una novela porque hoy en día el postureo es tan ubicuo que algunas personas no pueden imaginar un mundo sin él. Hoy muchos son feministas, animalistas o libertarios, pero también activistas de sofá, como dice Zygmunt Bauman. En aquel tiempo eso no existía. Otto entendió visceralmente -padeciéndolo- que el patriarcado sometía a mujeres, a hombres y al resto de las especies.
Y también está la parte oscura de su personalidad atormentada.
Sí, era muy oscuro, difícil y agresivo. Es importante no idealizarlo. Las sustancias que consumía lo hacían capaz de cualquier cosa. Su pulsión sexual -yo creo que era adicto al sexo- le hacía capaz de las tretas más arteras (aunque creo que le sobraban cualidades de todo tipo para seducir). Abandonó de un modo irresponsable y neurótico a quién sabe cuántos hijos, a los que no reconoció escudándose en sus teorías antipatriarcales. Hizo sufrir a muchas personas, y sobre todo a muchas mujeres. Fue esclavo de su propia inteligencia, de su frágil salud mental, de las drogas. Su agresividad y su rabia no son algo bueno para el mundo.
A pesar de todo esto, las mujeres (y los hombres) de hoy en día le deben mucho. La liberación sexual de los años 70 no se entiende sin él. Wilhelm Reich lo recuperó en esa época, tras estar oculto durante dos guerras mundiales y una larga posguerra. La antipsiquiatría, que todavía hoy está luchando por liberarnos de las estructuras de poder incrustadas en las instituciones académicas y científicas, también le debe mucho a Otto.
Háblanos de Monte Verità, esa “especie de balneario”, ese sanatorio vegetariano que tuvo que escandalizar a la élite biempensante de la época y que se convirtió en un motor para el desarrollo cultural del siglo XX. Monte Verità
Monte Verità era donde pasaban multitud de cosas nuevas: allí estaba, por ejemplo, el creador de la danza contemporánea, Rudolf von Laban, hablando de la posibilidad de bailar el propio inconsciente. También muchos escritores, filósofos y médicos. Lo importante de Monte Verità es el carácter integral del proyecto. No se trataba de transformar elementos sueltos, sino el paradigma completo. Cosas como la pedagogía, la dieta, el deporte, la espiritualidad, la política, el arte, las relaciones, la familia. La vida entera repensándose en bloque. Ahora se habla por todos lados de lo integral, de lo holístico, pero a menudo es un adjetivo ornamental.
Yo no sé si Monte Verità se convirtió en un motor, o al menos no al principio. Pero sí dejó un camino trazado. Tuvo que pasar mucho tiempo y dos guerras mundiales para que alguien lo recuperase. Más que la imagen del motor, me sirve la de la joya escondida. Una historia budista que me gusta mucho es la que habla de una estatua de buda hecha de barro, bastante simple y vulgar. Un día, al moverla, se cayó y se resquebrajó. De ese modo descubrieron que durante siglos el barro había estado protegiendo a la estatua original, que era de oro. Alguien había superpuesto el barro para salvar la estatua de los saqueos. Pues más o menos eso es lo que ocurrió en los años 70 con Monte Verità. Fue redescubierto.
¿Crees que existen oasis así en nuestro mundo globalizado? ¿Dónde se encuentran? ¿Dónde se ha trasladado la disidencia?
No lo sé. El oasis monteveritano ya no tiene sentido en un mundo (el occidental) en el que cualquiera puede retransmitirlo todo. Si hasta hace poco el tema era transmitir lo que ocurre e informar sobre las injusticias, la verdadera cuestión hoy es la capacidad de escucharlasescucharlas. Hay demasiado ruido. Nos cuesta confiar y no sabemos a quién creer. Zigmunt Bauman dice que ahora, con las redes sociales, nos unimos a grupos que ya están de acuerdo previamente, de modo que estamos perdiendo la capacidad de hablar con quien no piensa como nosotros. Eso es trágico.
Para los lectores de vuestro blog, animalistas, el desafío sería escuchar a la gente antes de lanzar la batería de consignas informativas. La información es importante, pero también es algo muy crudo que suele ser percibido como arma arrojadiza. La gente desconfía de quien quiere persuadirla. Anhelamos algo mucho más simple: que nos escuchen. Un buen activista debe saber escuchar. Sin estar esperando la ocasión para lanzar su argumentario sabido de memoria. Hasta el último estudiante de publicidad sabe que los argumentos lógicos no son lo que convence a alguien de algo. Al contrario: taponan el diálogo. Mi lista de argumentos lógicos me pone a mí por encima de ti, que quedas como simple recipiente de mis frases. Así es imposible. La compasión no nos llega con datos, sino con experiencias. Si los datos nos hicieran cambiar de perspectiva o de ideología nos volveríamos locos, porque tenemos infinidad de datos, más de los que podemos asumir.
A pesar de que las vidas que se cuentan en el libro son extraordinarias y, como el mismo subtitulo dice, impetuosas, como lectores nos reconocemos en muchos momentos, en uno u otro personaje. Para mí, esa es la grandeza de la literatura universal. La familia, la amistad, el perdón, ¿cuáles son los temas claves de la novela?
Resulta difícil responder, porque es una novela con historias múltiples y muchos personajes. A mí me gustaría resaltar la fobia a lo diferente. Hans Gross, el padre de Otto, ve lo diferente como una amenaza. Ve a las mujeres, por ejemplo, y a todos los valores con que las etiqueta (lo intuitivo, lo engañador, lo erótico, lo frívolo, lo ridículo, lo cursi) como una gran amenaza para la sociedad. Lo mismo hace con la etnia gitana, el anarquismo y todo lo que no se parezca a él. Su postura contra lo diferente y a favor de una homogeneización social es muy radical. Tanto, que el mundo le responde con una reacción acorde. Se da un enorme batacazo. El universo le da una buena hostia -si me permites el taco- en respuesta a la hostia que él pretendía dar. Por desgracia, ese deseo de acabar con lo diferente tendrá una culminación horrible unos años más tarde, con el exterminio organizado de millones de personas.
En realidad, Hans Gross, al querer borrar lo diferente, se estaba borrando a sí mismo. El primero al que deja de dar amor no es a su hijo Otto o a su esposa Adele, sino a sí mismo. Se maltrató, huyó del afecto. Fue un ególatra, un psicópata del éxito social. Hoy en día hay mucha gente como él. Otto reaccionó contra eso.
Por supuesto, la familia es también un tema. En la novela aparece algo que para mí tiene tremenda importancia, que es el tema de la crianza de los hijos. No tanto porque yo tenga muchas ideas al respecto ni experiencia como padre -que no la tengo-, sino porque me da la impresión de que los hijos e hijas, y a veces desde edades muy tempranas, son unos tremendos maestros para sus padres, porque les devuelven una imagen que, a poco que estén a la escucha, es casi un camino de vida. El caso de Hans Gross fue paradigmático, y en su época era muy común: gente que pretendía modelar a los hijos, decidir punto por punto cómo tenían que ser y actuar. Lo que se narra en la novela es una guerra intergeneracional.
Otto murió a la edad de 43 años, una vida corta y no exenta de sufrimiento. Algunas cosas han cambiado mucho en estos cien años, otras muy poco. ¿Qué estaría haciendo Otto de vivir en nuestro tiempo?
Lo mismo que en el suyo: luchando por un mundo más justo, intentando que la gente viera las cosas que él veía, siendo incomprendido, seduciendo sin parar a decenas de mujeres y drogándose. Molestando a casi todo el mundo: a los poderosos, pero también a los que luchan contra los poderosos con violencia o agresividad. Eso que él hacía, en definitiva.
Él tuvo mala suerte con la cocaína, porque en su época era baratísima y te la daban sin receta en la farmacia. No estaba estigmatizada. Se enteró de lo destructiva que era a fuerza de ir destruyéndose. Pero yo creo firmemente que las adicciones no son nunca causa de nada. Son siempre una consecuencia de algo que nos ocurre mucho antes, de una herida fundamental. Hoy en día Otto habría intentado aliviar su angustia vital con la primera sustancia que tuviera a mano. Pero todo esto es ficción, porque Otto vivió en el tiempo que le tocó vivir, no ahora.
Supongo que habría estado comprometido en muchos movimientos que hemos visto florecer en estos últimos años, y seguramente se habría granjeado tantos amigos como enemigos en esos grupos. No sería diputado, eso seguro.
Jose, tú mismo dejaste hace ya algún tiempo de consumir productos de origen animal, eres vegano. Háblanos de ese aspecto de tu vida.
No usar a otros seres sintientes es una de las mejores decisiones de mi vida, si no la mejor. No hay vuelta atrás. Hace casi nueve años, y en ese tiempo el veganismo ha pasado de ser algo que mucha gente no sabía ni lo que era (recuerdo que me presentaba como vegetariano para no tener que dar explicaciones) a estar muy presente. En Barcelona, al menos, ahora es una realidad palpable. Cada vez hay más conciencia de que el planeta y los otros seres no nos pertenecen.
Pero yo no soy un activista. Ese no es mi camino. Me limito a escribir mis novelas intentando no olvidar ciertas injusticias que creo conocer. Jamás hablo del sufrimiento animal si no me preguntan. El proselitismo no va conmigo. Tengo la impresión, además, de que no hay mucha democracia interna en el animalismo. Veo -ojalá me esté equivocando y haya realidades nuevas que no conozco- estructuras verticales donde se da un argumentario bastante cerrado. Tal vez eso sea normal -el animalismo es un movimiento muy nuevo en comparación con otros movimientos-, pero a mí me agota. Yo me sentiría más cómodo en un animalismo entendido desde el contexto general de la denuncia del capitalismo salvaje, porque es ese capitalismo sin barreras, en mi opinión, lo que genera más sufrimiento a los animales.
Creo que es importante, como decía antes hablando de Bauman, dar valor a la escucha. Yo he oído a personas que, hablando relajadamente, me han dicho: “Jose, es que a mí los animales me dan igual”. Esa frase, aunque parezca que no, es clave. Al posicionarse explícitamente, en la persona se abre la posibilidad de un quiebre. Yo creo que la verdadera conciencia sólo llega desde dentro de uno mismo. Si lo pienso bien, creo que nadie me ha convencido nunca de nada. A lo sumo, alguien ha dicho algo que ha resonado como cierto dentro de mí, como si yo fuera el instrumento cuya tecla correcta alguien acaba de tocar. Pero el que suena soy yo.
La novela es enormemente visual, y no sólo por el hilo argumental cinematográfico. ¿Te la imaginas en la gran pantalla? ¿Hay algún proyecto?
Pues no, de momento la novela acaba de salir y es muy pronto para pensar en algo como eso. Yo creo que la historia de Otto Gross da para mucho, sobre todo por la gran cantidad de personajes con los que él estaba conectado y las subtramas que eso proporcionaría. Yo veo más una serie que una película. Pero suena un poco ambicioso, sobre todo cuando la novela apenas la ha leído un puñado de personas todavía.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy escribiendo sobre alguien con problemas de salud mental que se ve obligado a emigrar. Es una historia sobre eso, pero también sobre la España de los sesenta y setenta. No tengo que irme muy lejos a investigar: el protagonista es mi abuelo materno. Lo anecdótico y lo histórico están encajando muy bien. Por un lado, es un trabajo personal mío de búsqueda de identidad profunda, familiar, de alto contenido emocional, y por el otro es la plasmación de cómo funciona una sociedad envenenada por uno de los gases más tóxicos que hay: el nacional-catolicismo. Estoy descubriendo, a medida que escribo, una tremenda capacidad de entender a mis padres, de sentir orgullo por ellos. Algo que me ayuda a vivir mejor.
Sobre este blog
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.