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Pilares en los que se asienta la práctica de torturar y matar toros en España

Capital Animal

  • Con motivo de la manifestación antitaurina que el 13 de mayo se celebra en Madrid bajo el lema #TauromaquiaEsViolencia, parte del colectivo Capital Animal ha elaborado esta aproximación a los pilares en los que se asienta una práctica de tortura y muerte inconcebible en una democracia del siglo XXI

Por razones de sentido común, y a pesar de todas las trampas que se le tienden, la sociedad española parece encaminarse definitivamente hacia el fin de lo que para unos ha sido seña de identidad de un pueblo y para muchos otros, la mayoría en este momento, una vergüenza heredada de un pasado que ya no tiene sentido en nuestros días.

Todos las encuestas fiables, todos los datos de los que se puede disponer objetivamente, vienen a ratificar el declive definitivo de la tauromaquia, e incluso prevén un final cercano. Es insostenible la pervivencia de una actividad que rechaza, o se avergüenza de su existencia, un 84% de la población joven de un país, y con un derrumbe de su afición que, en relación a las corridas, ha descendido en casi un 50% en tan solo siete años. Sin embargo, hay una complejidad más allá de lo que a primera vista los datos parecen decirnos.

Hay que entender la tauromaquia a través de los pilares que la sustentan para poder comprender el porqué de la pervivencia de esta práctica anacrónica en una sociedad que cada vez la repudia más. Los siguientes son pilares o baluartes por los que persiste aún en nuestro país esta práctica de torturar y asesinar toros en público a modo de espectáculo, siguiendo la tradición de los espectáculos circenses romanos de hace dos milenios. Cada uno de estos pilares es fundamental y todos están interconectados, constituyendo una red sólida difícil de derruir pero que puede venirse abajo en el momento en el que sucumba uno de esos pilares.

1. El especismo

Es la corriente ideológica predominante y entiende que el homo sapiens es una especie superior. Es la discriminación por razón de especie, equivalente al racismo o al sexismo. Implica valorar la vida humana por encima de todas las demás, o la de unos animales por encima de otros, solo en función de la especie a la que pertenecen, en este caso la vida humana por encima de todas las demás. En esta base ideológica se asienta nuestra civilización y desde ella se está llegando a la anunciada debacle medioambiental que ya sufre nuestro planeta y que observamos día a día a través de la destrucción de los diferentes ecosistemas que conforman nuestro mundo, a través de la extinción de las diferentes especies y a través de la explotación de millones de individuos. Un especismo que, junto al capitalismo, ha extendido la convicción de que la tierra pertenece al animal humano y que toda ella está a disposición de su especie. En esta ideología se sustenta también la religión católica.

El especismo elige quién es el otro para dominarlo a su antojo. Al proclamarse superior, y amparado en ese sentido de la economía y de la espiritualidad, el animal humano ha logrado invadir el mundo pensando que todo está a su disposición y ha hecho leyes para autoploclamarse dueño y señor de todo, leyes que olvidan que no es el único habitante de este planeta y que establecen derechos solo él mismo. A través del especismo indiscriminado en el que nos asentamos, hemos creado un modelo de vida atroz para el resto de los animales, un holocausto permanente para los demás individuos, esencialmente para los que hemos domesticado y cosificado sin ningún tipo de reparo moral.

El argumento de que el toro es comida se repite, así como los ataques contraponiendo la mala vida que llevan los animales en las granjas industriales y la presunta buena vida que el toro ha llevado hasta el momento de llegar a la plaza. Todos estos argumentos siempre se realizan desde la mirada especista de entender que tenemos derechos sobre ellos pues son inferiores y somos nosotros los que marcamos las pautas de sus vidas. Los argumentos antiespecistas son tachados de radicales, que es la forma de contraatacar más común entre quienes ven cuestionados de raíz sus presupuestos ideológicos.

2. La economía

Supuestamente la tauromaquia es una actividad económica de la que dependen directa o indirectamente muchas familias en nuestro país. Pero son los terratenientes, que son dueños de las dehesas, y los empresarios taurinos, que gestionan las plazas de toros, quienes están siempre ávidos de recibir subvenciones más o menos encubiertas, pues la UE ha prohibido destinar fondos para financiar actividades taurinas. Los datos económicos que suelen aportar desde el sector taurino suelen ser fantasiosos y exagerados, y hablan de una actividad clave para el PIB y el desarrollo de la economía en muchos lugares en los que la ganadería está principalmente centrada en los toros de lidia. Diametralmente opuestos son los informes de AVATMA, basados única y exclusivamente en datos de dominio público (BOE, informes y balances de administraciones públicas como comunidades, ayuntamientos, etc).

Año tras año reflejan que las personas que supuestamente viven directamente del sector taurino en España son menos de ocho mil, y que muchas de ellas están dadas de alta como trabajadores del sector pero solo un porcentaje muy reducido ha trabajado a lo largo del año, y uno menor aún ha devengado (y declarado) lo suficiente para mantenerse solo con esa actividad. Los demás trabajan en otros sectores o en actividades colaterales (espectáculos, hostelería, agricultura, turismo).

El pilar de la economía no se sostiene como argumento, máxime si existen vías, como en otros sectores extinguidos, para la reconversión. La reutilización de los espacios de tortura para otras actividades, así como una política concreta para el desarrollo y protección de las dehesas podría proteger o incluso ampliar el número de puestos de trabajo que hay en la actualidad. Un ejemplo claro es la antigua plaza Las Arenas de Barcelona, hoy centro comercial, de ocio y cultura que alberga también el Museo del Rock: genera muchísimas mas horas de trabajo que como plaza de torturas.

Lo que sería más difícil es generar remuneraciones estratosféricas, como las de algunos toreros (José Tomás ha llegado a cobrar 1.200.000 euros por una sola corrida), o la clase de beneficios que apoderados, empresarios o terratenientes ganaderos se embolsan año tras año. Sí facilitaría la reconversión del sector que se invirtieran los 629 millones que se estima se dedican cada año a proteger la tauromaquia a través de las diferentes subvenciones de las administraciones públicas europeas, el Gobierno central, las comunidades autónomas, las diputaciones y los ayuntamientos.

Por tanto, el argumento de que la tauromaquia constituye por sí misma una actividad económica importante es absolutamente endeble, máxime si partimos de la premisa de que el beneficio económico no puede ser el único criterio para mantener una actividad una vez que cuestionamos su legitimidad, como hacemos desde un punto de vista ético con otras que implican explotación o maltrato.

3. La legalidad

A pesar de la falta de ética y moral de estos mal llamados espectáculos, lo cierto es que se basan en el amparo de las leyes que rigen en nuestro país, que protegen la tauromaquia a pesar de sus múltiples contradicciones; entre ellas, permitir que se ponga en riesgo la vida de la persona que va a torear o de las personas que van a participar en encierros y actos similares: recordemos que solo en el verano de 2015 murieron en España 15 personas en estos festejos. Legalidad que, por otra parte, se hereda de un pasado del que nuestro presente debe ya alejarse, de ese periodo oscuro en el que el dictaror Franco potenció y promovió la tauromaquia, como opio de un pueblo que prefería miserable. Legalidad que ha sido una y otra vez refrendada por los diferentes gobiernos y administraciones con competencias en este tema. Solo en Canarias y en Cataluña ha podido ser cuestionada.

Hay que recordar que la tauromaquia ha sido prohibida en España en diferentes momentos históricos y que su uso por el poder ha dependido de los diversos intereses de los gobiernos, que han sabido aprovecharse de su arraigo en una masa social inculta y de su atractivo en ciertos sectores intelectuales.

El pilar de la legalidad podría ser derribado, y con él la tauromaquia, a través de diferentes vías: la prohibición, ya apelada a Europa; la llegada al poder de gobiernos valientes que sean capaces de hacerse eco del clamor de la sociedad española y, apoyándose en esa mayoría social, planteen la abolición definitiva a través de un plan de reconversión del sector económico y medioambiental; la convocatoria, aunque improbable debido a la escasa puesta en práctica de esta herramienta en España, de un referéndum en el que sea la propia sociedad la que se pronuncie a través de las urnas. A día de hoy todas las posibilidades se ven lejanas, por lo que se plantean diferentes estrategias que, si bien no consiguierann ilegalizarla, sí lograsen impedir que puedan llevarse a cabo, esencialmente cortando el grifo de la endémica financiación pública.

4. La tradición

Otro argumento común es que la práctica festiva de torturar y asesinar toros persiste porque está basada en tradiciones que configuran unas señas de identidad propias arraigadas en una idiosincrasia social. Sin embargo, hay que recordar que esa identidad se ha generado a través de lo que otras culturas han querido ver de nosotros tanto como lo que nuestros constantes malos gobiernos han querido potenciar de nosotros mismos.

El Romanticismo creó una imagen de España basada en unos tópicos que hoy día persisten y que no son otros que los que se asientan en la idea del español pasional, temperamental y valiente, que se enfrenta en la lucha a un animal grande y salvaje, el toro. Gracias al éxito de obras como Carmen, y a representaciones de pintores como Monet, esta imagen triunfa en el siglo XIX y nos confiere a ojos externos una idea de pueblo asalvajado, primario y agresivo. Esta idea es recogida y relanzada por uno de los personajes más famosos y perversos de la cultura del siglo XX, Ernest Hemingway, quien a través de sus textos y de sus excursiones logra difundir por todo el mundo y publicitarla hasta darle fama universal un festejo salvaje como los Sanfermines, del que pocas veces se ha rebatido el sadismo intrínseco en el que se basa.

Finalmente, el sector turístico, en su afán de rentabilizar lo que sea, hace de las corridas un lugar obligatorio para los millones de visitantes que desde la segunda mitad del siglo llegan a nuestro país. De esta manera, con la protección estatal y con la consideración de negocio rentable desde diversos ámbitos y perspectivas, la imagen tópica logra asentarse definitivamente.

En esta construcción tan extraña de la simbología icónica de un país es necesario tener en cuenta que la dictadura franquista potenció la tauromaquia por considerar que en ella residían los valores que nos diferenciaban del resto de la humanidad: la hombría, la valentía y un sentido alegre y místico de relacionarnos con la vida y con la muerte. Cargas simbólicas muy en consonancia con la raza que el fascismo español quería ensalzar. En este sentido, la figura de Manolete jugó un papel decisivo al principio de la era franquista, de la misma manera que lo jugó el Cordobés en el final de la misma: el español humilde aupado a lo más alto del escalafón social por su valentía y gallardía. El sueño español, que emulaba al sueño americano. En esa época, en la que, por la lógica de los tiempos y los avances sociales y morales, la tauromaquia tenía que haberse extinguido, se convirtió sin embargo en la identidad universal consumida a través de tópicos por un mundo que tendía a la globalización. España era playa, sol, pandereta, gitanas y toros.

Es el más endeble de todos los pilares, a pesar del inmovilismo y de la potenciación de las tradiciones por parte de las diferentes administraciones públicas que han representado a la España de la Transición. Esencialmente por entender que toda tradición pervive evolucionando y adaptándose a los nuevos tiempos a lo largo la historia de la humanidad. Esta es una tradición que, aunque con antiguas reminiscencias en la civilización occidental, tiene en nuestro país unas raíces relativamente cortas. Por otra parte, las administraciones se empeñen en declarar estas tradiciones patrimonio inmaterial o de interés turístico y cultural, artificios que normalmente están instigados por intereses económicos o políticos y suelen estar lejos del interés general de una nación.

5. El patriarcado

De la misma forma que el especismo parece estar instalado en los genes culturales de las sociedades humanas, el patriarcado ha sido su gran aliado en este ejercicio humano de avasallamiento generalizado y veloz de todo y de todos. La relación entre tauromaquia, machismo y patricarcado es tan obvia que da casi vergüenza intentar justificar cualquiera de sus aspectos. El enaltecimiento de la superioridad masculina, generalizado en las sociedades antiguas, persiste sin ningún pudor en este ejercicio, en el que confluyen todos los valores contra los que se ha intentado luchar para la consecución de una sociedad más justa e igualitaria.

Los valores machistas de la tauromaquia deben ser cuestionados y denunciados por lo que suponen de pervivencia de diferentes formas de injusticia social. Es verdad que han existido mujeres que han practicado la tortura y asesinato de toros, y que algunas han gozado de cierta popularidad, pero todas ellas se han inscrito en la usurpación de lugares construidos para hombres y en los que siempre se han potenciar valores asociados al género masculino.

La lucha del macho contra la bestia, la espera de la dama que contempla la lucha, el juego de travestismo espectacular del asesino con ese llamado traje de luces que es traje de tortura, supone una perversión de los sentidos a la que, desde diferentes lecturas, se ha intentado otorgar un valor simbólico que excede la propia y cruel realidad de una lucha amañada en la que casi todo está trucado. Si bien antiguamente existía en esta lucha, en la que al toro se le obliga a estar sin darle ninguna otra alternativa, un cierto equilibrio de fuerzas, en estos momentos todo es un espectáculo en el que el riesgo es mínimo.

Baste simplemente recordar que entre la muerte de El Yiyo en 1985 y la de Víctor Barrio en 2016 han pasado 31 años, en los que han muerto en las plazas cerca de un millón de toros y ningún torero. Esta estadística desmonta por sí misma el mito de la valentía y gallardía de los matadores de toros. Al comparar con otros espectáculos de la masculinidad, como el motociclismo, el ciclismo, incluso el montañismo, vemos que la lista de muertos en estos últimos es considerablemente superior al de las corridas de toros.

Por otra parte, todos y cada uno de los oficios que se desarrollan en torno a la tortura y muerte de estos animales están desarrollados por hombres que difícilmente permiten la presencia de mujeres, por razón de valores asociados a lo arcaico y lo peor de la humanidad: las Manolas, como las Cármenes, esperan siempre al torturador y asesino de toros.

En su ensayo Ante el dolor de los demás, Susan Sontag recurre a la anécdota que en 1938, ante la inminencia de la guerra mundial, llevó a Virginia Woolf a escribir Tres Guineas. Un periodista preguntó a Woolf: “Según usted, ¿cómo podríamos evitar la guerra?”. A lo que Woolf respondió airada al periodista que el diálogo entre ellos dos probablemente fuera imposible, debido a que, si bien ambos pertenecían a una misma clase social, instruida, él era un hombre y ella una mujer. Y las mujeres, le dijo, ni hacen, ni sienten, ni disfrutan las guerras que han asolado la historia de la humanidad.

Lo que hace Woolf, y en lo que se apoya Sontag para construir su discurso, es buscar un nuevo paradigma que haga posible tanto entender por qué pervive la violencia como encontrar la vía para erradicarla. La tauromaquia ha sido una construcción masculina en la que se ha dado rienda suelta a los más ancestrales y arcaicos valores, basados en la lucha permanente del hombre con un entorno ya domado, y que ha sido asociados al poder que han ejercido los hombres sobre las mujeres, haciendo constante abuso del vigor físico y de la dominación sexual. Elementos que son básicos en cualquier análisis de género siguen presentes en la tauromaquia sin pudor alguno. También, desgraciadamente, ante un público femenino que acepta complaciente su papel secundario en una historia en la que es pura y dura decoración.

En los últimos años han salido a la luz diversos estudios que han puesto de manifiesto la más que demostrada relación entre violencia machista y violencia contra los animales. Es amplísima, igualmente, la cantidad de toreros y otras personas relacionadas con esta práctica que están implicados en diferentes delitos violentos. Como dato positivo, por fin se está dando visibilidad a los abusos sexistas que endémicamente se producen en festejos como los Sanfermines, donde año tras año se repiten las denuncias por violación y otros abusos sexuales.

La violencia implícita en estas prácticas anacrónicas y perversas ha hecho que la propia Unesco haya recomendado a los diferentes gobiernos que amparan la tauromaquia que impidan la asistencia o participación de menores de edad, apelando a los diferentes daños que puede conllevar para su sano comportamiento y su desarrollo emocional. El mundo de la tauromaquia no solo ha desatendido esas recomendaciones, basadas en diferentes estudios sobre la violencia, sino que ha respondido fomentando en sus decadentes espectáculos la entrada libre y gratuita para menores, con el afán de reclutar aficionados entre los sectores más jóvenes, que por sentido común rechazan de forma mayoritaria convivir con esa violencia.

6. La mentira

Es su arma más usada, abusada y también más preciada. Mentiras absolutas y gigantes que avergüenzan al leerlas o al pensar que pueden ser asumidas por los receptores de las mismas: “el toro no sufre”, “desaparecerían si no se toreasen”, “sostienen los ecosistemas de las dehesas”, “es una lucha de igual a igual”, “es un canto a la naturaleza ancestral humana”, “es un ejercicio de españolidad”, “no hay violencia en este espectáculo”, “es cultura y es, ante todo, arte”. Mentiras o falsedades que chocan a cualquier persona con sentido común pero que tienen las mismas bases que las empleadas por las religiones para captar y mantener a sus fieles. Aunque en este caso es absolutamente demostrable que son mentiras: creerlas o no creerlas no depende de acto de fe alguno.

Los toros sufren a través de un sistema nervioso al menos tan desarrollado como el nuestro; las dehesas podrían sobrevivir simplemente con un plan adecuado en el que los toros estuviesen integrados y protegidos; la lucha está amañada para que siempre pierda el toro; por mucho que se quiera ver lo ancestral, lo único que se encuentra es un sadismo exacerbado; se trata de violencia absoluta, a través de la cual se somete contra su voluntad a un animal que es torturado hasta la muerte de una manera despiadada; y es cultura solo en el sentido de que forma parte de una tradición, aunque con cortas raíces y de comportamiento social ignorante, alienante y manipulador.

La tauromaquia es española porque los franceses quisieron que así fuera, y Franco más tarde, pero no tiene que ver nada con los millones de españoles a los que hoy día, según las encuestas, avergüenza que forme parte de su mundo y de su imagen. Finalmente, si hay algo que no es, y jamás lo será, es arte, por mucho que haya sido contemplada y valorada por grandes artistas de varias épocas.

Las mentiras llegan a constituir un pilar tan importante que hasta los datos que suelen esgrimir para mantener las ayudas y subvenciones suelen ser falsos, como muchos estudios están poniendo de manifiesto. Mentiras que se utilizan finalmente como armas arrojadizas contra todos los que las descubren y luchan contra ellas. La campaña tras la muerte de Víctor Barrio, poniendo el foco de atención en tan solo cuatro o cinco tuits realizados desafortunadamente por algunas personas anónimas, ha demostrado hasta qué punto los taurinos son capaces de darle la vuelta a la verdad y manipularla hasta convertirla en lo que a ellos les interesa. La verdad se convierte en detalles mínimos o aislados que son enfocados al máximo para convertirlos en otra cosa. Un torero murió por la persistencia de un espectáculo anacrónico, pero la noticia se convirtió en lo miserables que son los abolicionistas. Desgraciadamente, cuando hay tantos intereses implicados, la verdad suele ser un obstáculo.

7. Los poderes

En junio de 2015 se reabrió, tras dos años de cese de actividad, la plaza de tortura y muerte de San Sebastián. El PNV había llegado al gobierno de la ciudad junto al PSOE y ambos habían luchado por recuperarla. Para ello, nada mejor que invitar al valedor de todos los valores asociados: el emérito rey Juan Carlos de Borbón. Insigne recien jubilado y reconocido en todo el mundo gracias a una gigantesca fortuna, reconocida por New York Times y Forbes pero invisible en España. Y, aleccionado por Franco, con una afición exacerbada a las armas que le ha tenido desde pequeño matando animales de todas las especies. A San Sebastián, el insigne cazador de elefantes fue acompañado por su hija mayor y los dos hijos menores de ésta, despreciando con ello de forma ejemplar las recomendaciones que el Comité de la ONU para los Derechos del Niño.

Allí, una vez más, tauromaquia y monarquía volvían a darse la mano de una manera especial. Pocos días antes, el 9 de mayo de 2015, el nuevo rey Felipe VI asistía a Las Ventas por sorpresa y acaso presionado por el lobby taurino. De esta forma, parecía posicionarse tanto institucional como personalmente, pero han pasado dos años y no ha vuelto a ir. Los taurinos se irritan al comprobar que la reina Letizia tampoco acude a contemplar esos actos de tortura y de muerte. Ante la ausencia del rey en la tradicional corrida de la Beneficencia de Las Ventas, a la que normalmente acudía la familia real, el encargado de cubrir estas torturas para el diario El País, Antonio Lorca, escribía sin pudor alguno una amenaza tan sincera como amoral: “Sería un grave error desdeñar el afecto que los aficionados taurinos han sentido históricamente por la monarquía y sus representantes. Nunca se sabe –la vida da muchas vueltas– si, algún día, el Rey recordará con añoranza su desapego actual porque pueda necesitar el mismo apoyo de la fiesta de los toros que hoy, con toda justicia, a él se le demanda.”

Y es que la relación entre tauromaquia y monarquía está profundamente ligada. Una y otra son dos tradiciones que se han impuesto de uno u otro modo y que ahora son cuestionadas por gran parte de la ciudadanía. Una y otra se basan en preceptos antiguos, caducos o incluso en leyendas o cuentos que nada tienen que ver con la realidad: recordemos que las monarquías se atribuyen un origen divino, no olvidemos eso de la sangre azul y todo este tipo de cuentos construidos para conseguir la sumisión de muchos a unos pocos. Monarquía, así como tauromaquia, no han pasado el control del presente y ambas, como bien advierte al rey el taurino de El País, pueden necesitarse en cualquier momento.

Recordemos también que estamos hablando de la Fiesta Nacional, expresión que siempre potenció la dictadura y que la transición a la democracia, lejos de replantear, permitió que siguiera existiendo, obviando que en ella se escondía un gran sentido de clase y unos valores difíciles de compaginar con la construcción de una sociedad nueva.

De la misma forma, la iglesia nacional católica, impuesta por nacer en este lugar del mundo, siempre estuvo y sigue estando al lado de la tauromaquia. Lejos de condenar la crueldad y la bajeza moral de esta práctica, ha preferido siempre estar al lado y maridarse incluso con ella. Casi todas las masacres y torturas que se infligen a los animales en este país –no solo las fiestas en honor a San Isidro, la Vírgen del Pilar o San Fermín– están amparadas por los patrones de turno, convertiéndose en fiestas donde la religión está presente pero solo es una pantomima.

Esta disfunción en la que la religión ha devenido en nuestro país es un exponente más de la evolución, muy cuestionada, que como sociedad hemos tenido en las últimas décadas. Todo parece haber devenido en un teatro, en una parodia alcoholizada. Desde su púlpito de poder, la religión no solo no ha tenido valor de enfrentarse a la obvia violencia de la tauromaquia y de otras manifestaciones que se ceban con los animales, sino que en este proceso de espectacularización y banalidad generalizada ha seguido jugando a su lado, convirtiendo todo nuestro país en puro flocklore vacío y caduco, una sucesión de festejos intocables en los que hay miles de víctimas inocentes, la inmensa mayoría animales no humanos y en ocasiones también humanos.

La valiente película documental Santa Fiesta, dirigida por Miguel Angel Rolland y presentada el pasado año, pone de manifiesto hasta qué punto es absoluta la relación entre religión y maltrato animal en un país donde, desgraciadamente, la institución católica tiene mucho más poder del que cualquiera puede llegar a suponer.

La imbricación de la tauromaquia en todas las esferas de poder es evidente y, si bien está bendecida y protegida por la religión católica y aplaudida por la monarquía, es en la esfera de los poderes políticos locales donde más relevancia tiene, siendo ahí desde donde se subvencionan corridas de toros y otros espectáculos de tortura animale. El alcalde suele ser el que preside el balcón de honor y junto a él siempre hay un lugar reservado para el párroco o las fuerzas del orden local, normalmente policía o guardia civil. La tauromaquia, de esta manera, está inmersa en los estamentos sociales y participa activamente de ellos, jugando una función de amalgama perfecta que logra unirlos, y desde la que proclaman héroes normalmente provenientes de castas familiares toreras o hijos de la pobreza que antes se lanzaban directamente al toro y que ahora salen de unas escuelas de tauromaquia que existen gracias a los apoyos de las administraciones municipales.

Por el mismo principio democrático, si se logra abolir la tauromaquia, ¿quién diría que no es posible abolir la monarquía y eliminar todos los privilegios endémicos que en nuestro país tiene la religión católica? Eliminar cualquiera de ellas implicaría poder eliminar al resto de instituciones que, aunque anacrónicas y con constante pérdida de apoyo popular, resisten en el país que hoy somos. Es por eso que todas se protegen a todas, pues todas saben que su persistencia reside en ese comportamiento conservador por el cual nada debe cambiar. La abolición de la tauromaquia podría acarrear el derrumbe de otras instituciones básicas en la actual configuración del sistema social.

8. El lenguaje

Como sociedad heredamos un lenguaje que se ha ido formando a lo largo de la historia. El lenguaje construye por sí mismo la realidad, pero de la misma forma puede usarse como medio para planear o cuestionar la realidad misma. Heredamos un lenguaje construido a través de unos valores y unos intereses que en muchas ocasiones no son sostenibles en el presente. En este sentido, se ha estudiado de forma clara hasta qué punto nuestro lenguaje es exponente vivo de una tradición sexista, por el que la mujer, y en general todo género que no responda al modelo masculino heterosexual, es condenado. De igual forma, el lenguaje no solo reproduce los intereses especistas y hace que los animales sean considerados como cosas, sino que a través del propio lenguaje se consolida su dominio y explotación.

Son cientos las expresiones vigentes y de uso común que hacen relación a los toros sin que normalmente se repare en ello. El lenguaje metafórico castellano está lleno de ellas, y así se dice que algo es una faena, coger el toro por los cuernos, que no te pille el toro, cortarse la coleta, torear a alguien, aprietarse los machos, tirarse un farol, saltarse algo a la torera... Multitud de expresiones que se utilizan de una manera positiva dentro de nuestro lenguaje coloquial. Sin darnos cuenta, cada vez que las mencionamos, no solo estamos siendo parte de una historia cultural sino que también estamos contribuyendo a la pervivencia de la misma.

Esto lo vemos ya y lo comprendemos de una forma evidente con el lenguaje sexista, que los últimos años ha sido más cuestionado. Decimos que algo es “la polla” para decir que es bueno y “un coñazo” para decir que es algo aburrido, “un zorro” es alguien astuto y “una zorra” una mujer que se dedica a la prostitución, y así hasta un sinfín de expresiones que parten de un diccionario para el que la palabra “hombre” está llena de acepciones, la mayoría de ellas positivas, mientras que la palabra “mujer” es mucho más restringida y está repleta de acepciones negativas.

Es necesario que reconsideremos nuestra forma de hablar y tratemos de evitar usar frases hechas o expresiones que apoyan injusticias asumidas en otras épocas, pero por otra parte es también necesario renombrar muchas de las palabras que usamos y dotarlas de un sentido mucho más cercano a lo que realmente queremos expresar, decir y denunciar. Así, una “plaza de toros” supone una expresión realmente blanda y que, lejos de tener una intención crítica, da por hecho que tal foso es un lugar neutro para los toros, cosa que no es real. Así, muchas personas preferimos usar el término “plaza de tortura y muerte” o “foso de tortura y muerte de toros”. De la misma forma, llamar “torero” a alguien que se dedica a torturar y matar animales inocentes es algo que no se ajusta del todo a lo que verdaderamente hace, que no es otra cosa que asesinar animales. Debemos abandonar toda terminología que no representa la verdad sino que la oculta.

El replanteamiento del lenguaje tiene que ser un arma decisiva en esta lucha, pues es evidente y de sentido común que debe acoplarse a la realidad y, por otra parte, evitar asumir injusticias heredadas de un pasado que no hay por qué seguir asumiendo. El lenguaje, en este sentido, tiene que fluir y ser parte de una sociedad que no se estanca y que sabe evolucionar con él de una forma crítica y justa.

9. El arte

9. El arteSin duda, es el pilar más cuestionable. La autoproclamación de que es arte el ejercicio de torturar y matar públicamente animales inocentes es una afrenta a la inteligencia y un insulto aberrante contra todo lo que es y ha sido la historia del arte para la sociedad humana. El arte es representación e interpretación de la realidad, y en la tauromaquia el sufrimiento y la muerte del animal son reales.

El hecho de que históricamente estas prácticas hayan sido objeto de contemplación y representación por parte de muchos artistas no las eleva a la condición de creación artística. Se puede hacer una oda a la guerra y no por eso convertir la guerra en arte. Es tedioso tener que repetirle a todo este sector que lo que hacen es torturar y matar, y que no hay acepción posible dentro de las infinitas posibilidades que ofrece la grandeza y libertad del término ‘arte’ para que pueda inscribirse allí.

Si la sociedad acepta que la tauromaquia es arte, todos los valores positivos con los que se ha ido forjando tendrían que derrumbarse para reformularse dando paso al sadismo, el dolor, la violencia, la crueldad y la injusticia como valores positivos. Jamás la violación y el abuso que se ejerce contra la vida de un ser en contra de su voluntad puede ser tildado de artístico ni de nada que se le asemeje. Hacerlo supone un ejercicio de supina hipocresía y de perversión mental. Es algo que por principios éticos fundamentales jamás debería ni siquiera plantearse.

Mario Vargas Llosa, por ejemplo, insigne premio Nobel, ha clamado desde su conservadurismo contra muchas manifestaciones culturales contemporáneas y sus prácticas; sin embargo, ensalza al toreo como el gran arte, sin reparar en que la mayor parte de los toreros manifieste un desinterés por otra cultura que no sea la de esos negocios relacionados con la tortura y la muerte de animales inocentes. La sinrazón es máxima cuando el cantante Joaquín Sabina manifiesta que los antitaurinos tienen razón en sus críticas a las corridas de toros pero que a él, simplemente, “le gustan”.

En esa amoralidad se ubican los intelectuales que siguen considerando manifestación artística esta práctica sádica y aberrante. O cineastas como Pablo Berger, que ocultó a la opinión pública el asesinato de nueve toros inocentes para rodar unas pocas escenas de su película, y que con esa ocultación trató de llegar a un Hollywood que jamás lo hubiera recibido de haberse sabido lo que después sentenciaron los tribunales. Aún más preocupante es mencionar a un filósofo como Fernando Savater, que desgrana sus argumentos sin reparar en uno, esencial, que desautoriza a cualquier otro: la compasión y el respeto por la vida de un ser que no desea morir y padercer el sufrimiento que otro, haciendo uso de su posición de superioridad, le inflige.

Y dentro del arte actual, los grandes decoradores del presente, que aunque hoy sean muy famosos no dejan de ser artistas menores que la historia pronto olvidará, pintores decoradores siempre al lado del poder, como Arroyo o Barceló, que siguen recreándose en estos lugares comunes y generando estampas que pueden tener cierto sentido estético pero que no tienen sentido ético alguno. Hay que recordar el gran mal que ha hecho esta confusión. Que un artista como Goya fuera taurino en la primera parte de su vida y más adelante realizase la serie de la tauromaquia, ha sido entendido para muchos como un pilar moral con el que se ha pretendido legitimar estos crímenes. El sentido crítico ha sido escondido por una manera perversa e interesada incluso hasta hoy en día, cuando aún poniendo frente a sus ojos la evidencia de la crítica implícita en sus trabajos –algo refrendado por los más importantes historiadores de este gran pintor– siguen prefiriendo mirar hacia el lugar que les interesa y no admitir lo que lograría admitir el sentido común más básico.

Tras Goya y toda una serie de autores esencialmente decorativos, empezando por el mismísimo Eugenio Lucas, habría que recalar en Picasso y encontrar en él un retroceso absoluto, avalado por su enfermizo ego, algo que pudo compaginar perfectamente con un mundo contemporáneo que lo encumbró como la gran figura del siglo XX sin reparar en que lo que hacía era era apostar por el espectáculo de la misma forma que en paralelo lo hacía el régimen de Franco mitificando esa violencia. Por fin estamos asistiendo a un replanteamiento de su figura y a un cuestionamiento crítico y valiente del excesivo pedestal que se le otorga en la reciente historia del arte. Es una figura que aportó mucho dentro del campo de las formas y muy poco dentro del campo del pensamiento.

Por otra parte, fue el gran impulsor del exacerbado mercantilismo en el que sucumbió definitivamente el mundo del arte del siglo XX. Las Tauromaquias de Picasso, tanto en su faceta de dibujo o cuadro decorativo, como en su aproximación al toro autorretratado de cíclope, son pasos prescindibles en la historia del arte, incluso técnicamente nulos, y solo existen por la aureola de todo lo que la marca del pintor supone para un mundo carente de sentido crítico real, que acepta todo por el simple hecho de llevar la firma de alguien tan reconocido.

El empeño de artistas plásticos decorativos por recubrir la tauromaquia con la aureola positivizante del arte, así como la falta de pudor de escritores españoles y extranjeros al pretender rubricar el gusto sádico con la firma del genio literario, deja en evidencia la inconsistencia de este argumento.

10. El espacio público

10. El espacio públicoEl urbanismo de toda ciudad es el mejor retrato de sí misma y su forma de vivir. En todas las ciudades históricas españolas las plazas de toros, normalmente construidas a finales del siglo XIX y durante la primera parte del XX, ocupan un lugar destacado dotando de una identidad particular a los barrios que se generan en torno a ellas o incluso dándoles nombre. El caso de Las Ventas, en Madrid, es quizás el más importante.

Antes de la construcción de esos espacios específicos la práctica de torturar y matar toros se ejercía en algunas de las plazas mayores de pueblos y ciudades, pero al decidir y planificar esa construcción se entendía que esa actividad en la que morían toros, caballos, perros y también humanos no era digna de formar parte de la estructura central de ciudad y debía estar fuera de la misma.

Así, en un principio estos lugares específicamente construidos para torturar y matar toros se situaban a las afueras de las ciudades, pero el crecimiento y desarrollo urbanístico del último siglo y medio los han integrado en el centro de las ciudades tal y como actualmente los conocemos. Una plaza de toros es al fin y al cabo una heterotopía o un lugar otro tal y como Foucault los definió: espacios donde se vive con normas propias ajenas a lo que hay en el exterior, espacios en este caso en los que el ser humano mostraba lo peor de sí mismo y, en este sentido, espacios denigrantes. De ser lugares periféricos dentro de las estructuras de las ciudades pasaron a convertirse en espacios propios asumidos rápidamente como esenciales en la configuración de la propia ciudad, por lo que con el paso del tiempo han afianzado su presencia.

Convivir físicamente con esos espacios de forma cotidiana y normalizada implica una aceptación de su función por parte de los ciudadanos, que de una forma lógica entienden que si algo ocupa tal relevancia en su ciudad es que es necesario e incluso incuestionable, como ocurre con los teatros, las iglesias o los cuarteles.

Por tanto, esos espacios físicos que sin pretenderlo inicialmente se han ido colando en el centro de nuestras ciudades han jugado un papel decisivo en la aceptación durante décadas de esa práctica dentro de la geografía física normalizada por los ciudadanos. En consecuencia, es necesario replantear esos espacios y dedicarlos a nuevas funciones, teniendo en cuenta además que la mayoría de las ciudades disponen de pocos lugares céntricos en los que poder desarrollar verdaderas actividades culturales y que ofrezcan alternativas éticas acordes a los valores de una sociedad avanzada.

11. Los medios de Comunicación.

11. Los medios de Comunicación. Una de las cosas que más sorprende a los visitantes extranjeros en España es observar cómo en sus principales medios de comunicación están tan presentes las noticias en relación a la práctica de torturar y matar animales. A día de hoy es absolutamente incomprensible que las radios y televisiones públicas, tanto estatales como algunas autonómicas, retransmitan estos espectáculos incluso en horario infantil.

La relación entre los medios de comunicación y la práctica de torturar y matar toros es muy amplia, y la figura del cronista taurino es muy valorada en algunos medios, orgullosos de preservar esa “especialidad” con su jerga propia y su relevancia dentro de la redacción.

A día de hoy la tauromaquia copa páginas y páginas en periódicos como El País o El Mundo, y más aún en otros más conservadores como ABC o La Razón, y lo más chocante es que ocupa espacio en las secciones dedicadas a la cultura, en muchas ocasiones de forma casi exclusiva. Las crónicas taurinas ensalza a los torturadores de toros hasta presentarlos como verdaderos iconos contemporáneos que piden respeto para su actividad obviando la evidencia de que esa actividad se basa en la violencia.

Los hermanos Rivera son ejemplo paradigmático de toreros que saltan de las páginas de tauromaquia a las de crónica social pasando por la publicidad también insertada en esos mismos medios. Otros toreros y familiares de toreros se han convertido en protagonistas de la vida social reflejada por los medios de comunicación, con lo que eso implica de aceptación y normalización de esas prácticas. Son personajes valorados sin interrogante alguno por amplias capas de la sociedad que ven ellos a triunfadores de su mismo espectro social con los que pueden reconocerse. Los medios de comunicación son en parte responsables de convertir en iconos sociales a personajes cuyo único mérito es torturar y matar animales, dotándolos de una fama carente de todo vínculo con cualidades éticamente destacables.

Si un día esos medios atendieran a esos valores éticos y enfocaran en sus crónicas a quienes sí son artistas o destacan entre el común de los ciudadanos por méritos propios ajenos a la tortura y a la violencia, posiblemente todo empezaría a cambiar. Sin embargo, y a pesar del rechazo cada vez mayor que se percibe en la sociedad, estos grandes medios parecen enconarse en su anacronismo, haciendo un daño incalculable a una mayoría que desea avanzar.

No podemos perder de vista en este punto que la mayor parte de los medios de comunicación en España están en manos de corporaciones financieras deseosas de evitar determinados avances que pueden ir moviendo piezas sobre las que sustentan. La dependencia que los medios tienen de algunas grandes empresas y algunas influyentes fortunas, así como de administraciones públicas que respaldan la tauromaquia, es una de las causas de que esa práctica siga gozando de gran relevancia en esos medios.

En los últimos años, sin embargo, asistimos a la irrupción en Internet de periódicos y revistas abierta y expresamente antitaurinos, como eldiario.es, 20minutos, Público, La Marea o Diagonal, que están demostrando que es posible informar entroncando con un verdadero sentir contemporáneo.

12. La apatía

Quizás el pilar más sólido, el gran baluarte que aún sostiene la práctica vergonzante de la tauromaquia sea la apatía, ese estado de ánimo que lleva a la gente a rechazar algo pero sin movilizarse para cambiarlo.

Edmund Burke dijo que para que el mal triunfe solo es necesario que los hombres buenos no hagan nada. Sin entrar a valorar su figura ni los motivos que le llevaron a pronunciar esa frase, en nuestra sociedad vemos demasiados ejemplos de violencia ejercida por unos pocos ante la que una mayoría permanece impasible pese a no compartirla. Es necesario que se rechazo se convierta en activismo, que quienes se indignan al ver un festejo taurino actúen en consecuencia en sus respectivos ámbitos, en su vida cotidiana, en su entorno más próximo. Es necesario que esa mayoría contraria a la tauromaquia según todas las encuestas levante la mano y la voz. Es urgente vencer la apatía y decir bien alto que la tauromaquia es violencia y que cada uno de nosotros puede pararla.

  • Con motivo de la manifestación antitaurina que el 13 de mayo se celebra en Madrid bajo el lema #TauromaquiaEsViolencia, parte del colectivo Capital Animal ha elaborado esta aproximación a los pilares en los que se asienta una práctica de tortura y muerte inconcebible en una democracia del siglo XXI

Por razones de sentido común, y a pesar de todas las trampas que se le tienden, la sociedad española parece encaminarse definitivamente hacia el fin de lo que para unos ha sido seña de identidad de un pueblo y para muchos otros, la mayoría en este momento, una vergüenza heredada de un pasado que ya no tiene sentido en nuestros días.