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La ONU declara la guerra a tu hamburguesa con queso

3 de julio de 2021 06:00 h

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Había habido avisos. En 2018 un informe respaldado por la ONU decía que “el consumo de carne es una de las formas más destructivas en las que dejamos una huella en el planeta”. Muy afectada ella, responsabilizaba a la ganadería de la emisión de ingentes cantidades de metano, de destinar 1.695 litros de agua para hacer una hamburguesa y de deforestar las selvas de Sudamérica para cultivar soja dedicada a fabricar piensos.

Ya sabemos que este tipo de entes están siempre “deeply concerned” y poco más, así que tampoco podemos decir que nos sorprendieran las declaraciones, casi inmediatas, de uno de los responsables del estudio, James Lomax, que matizó que “no es realista cortar la carne de la dieta por completo”. Ah, pues nada, a otra cosa.

En fin, que la industria cárnica respiró aliviada y, a su vez, esperanzada por algo que nos debería preocupar como sociedad: el pronóstico de la FAO –la agencia de la ONU para la alimentación– es que “el consumo de carne crecerá un 76% hasta 2050”. Será por ese acceso universal a la carne que las sociedades occidentales jamás deberíamos haber alimentado (carne = progreso) por lo que la ONU se ve forzada a recoger cable tres años más tarde: su último informe sobre emisiones de metano ya habla sin tapujos de vegetarianismo y, en menor medida, de veganismo. A largo plazo, admite, no hay otra.

Vayamos por partes. El estudio que hoy nos ocupa se publicó en mayo de 2021 bajo el nombre ‘Global Methane Assessment: Benefits and Costs of Mitigating Methane Emissions’. Es de lectura densa y muy técnica, así que aquí me limitaré a destacar las ideas más importantes sobre la cuestión animal y su impacto en el planeta. Pero, antes de nada, hay que entender por qué tanta matraca con el metano y qué pintan aquí las vacas.

A grandes rasgos, el metano es un gas de efecto invernadero ochenta y seis veces más potente que el dióxido de carbono a la hora de calentar el planeta, pero tiene una vida corta: “solo” actúa durante dos décadas. Su emisión se ha disparado a niveles máximos desde 1980 y la clave está, precisamente, en que recortar sus emisiones ayudará a frenar los efectos del cambio climático a corto plazo, esto es, a diez o veinte años vista.

Ojo, este gas no solo calienta el planeta. El metano genera además ozono troposférico –el que respiramos, vaya– y eso puede ser letal. De hecho, la Coalición Clima y Aire Limpio asegura que cada millón de toneladas de metano no emitido evita 1.430 muertes prematuras anuales por enfermedades respiratorias y cardiovasculares y 4.000 incidentes relacionados con el asma.

Las vacas y sus muuuuchos gases

Hasta aquí el resumen de las problemáticas del metano y los beneficios de reducir su emisión. Ahora toca señalar culpables: “Más de la mitad de las emisiones de metano globales se dan principalmente en tres sectores de origen humano: residuos (20%), combustibles fósiles (35%) y agricultura (40%)”.

En este último sector, el informe señala a la ganadería –sobre todo a la bovina, en concreto, a las vacas– como la mayor fuente emisora de metano. Para quien no lo sepa, durante una parte de su proceso digestivo –la fermentación entérica– las vacas liberan una gran cantidad de metano –entre nosotros, pedos y eructos–. En serio, esto no hay que tomarlo a broma: “Si las vacas formaran un país sería el tercero del mundo en emisiones de gases de efecto invernadero”. Naturalmente, cuando decimos que la culpa de es de la vacas es que la culpa es de los humanos que las explotan para su propio beneficio. Según la FAO, hay unos 1.500 millones de vacas en el mundo. La inmensa mayoría destinadas a una vida y muerte miserables. Pero ese es otro tema.

Aunque son una pieza fundamental, la cuestión del metano ni empieza ni termina con las vacas. En la tabla siguiente se puede observar la distribución regional y el sector que origina las emisiones de metano. Los datos están en millones de toneladas (MT).

Como apuntó hace unas semanas elDiario.es en esta revisión global del informe de la ONU, los sectores más coste-efectivos para atajar las emisiones de metano son la generación de gas natural, la ganadería y la gestión de residuos. Si lo miramos detenidamente, el gráfico se explica por sí solo: en Asia, el cultivo de arroz es fatal para el calentamiento global –y las minas chinas de carbón, también– mientras que en África, Latinoamérica, Europa y Asia del Sur –India, principalmente– hay un problema con la ganadería y sus residuos. Las regiones productoras de gas natural, como Rusia, Norteamérica y los países de la OPEP, tienen ahí otra fuente de emisiones de metano preocupante y, en general, la gestión de los vertederos es deficiente en todo el mundo.

Aunque el informe se explaya con cada una de las fuentes de metano y hay un montón de datos interesantes –como por qué la inundación de los cultivos de arroz es tan perjudicial para el medio ambiente–, no podemos abordar en un solo artículo, con rigor, todas esas cuestiones. Si a alguien le interesa mucho el tema, puede descargarse el informe en inglés.

Sigamos. Después de repartir culpas y consejos a los demás sectores, llegamos al que nos interesa ahora, el de la agroalimentación. La ONU nos pide tres cambios de comportamiento para frenar el cambio climático a través del boicot al metano: reducir el desperdicio de comida –aquí hablamos de un enfoque anticapitalista–, ser más eficientes con el “manejo del ganado” y adoptar –cito literalmente– “dietas saludables: vegetarianas o con menor contenido de carne y lácteos. Esto podría reducir las emisiones de metano hasta 80 millones de toneladas en las próximas décadas”.

Por supuesto que si las Naciones Unidas quieren que dejemos la carne es porque ya lo han intentado todo y, como especie, se nos echa el tiempo encima. El informe reconoce el fracaso de la comunidad científica al no encontrar con qué alimentar a las vacas para que generen menos emisiones y, a la vez, sea rentable su explotación. A través de suplementos y granos procesados, las emisiones se podrían llegar a reducir un 30%, pero la misma ONU pone en cuarentena el estudio que afirma tal cosa porque duda que sea extrapolable a todas las explotaciones y, aunque fuera así, sería insuficiente.

Recordemos que toda esta cruzada contra el metano se debe a que no es posible que la temperatura solo aumente 1,5℃ este siglo si únicamente reducimos las emisiones de CO2. Este es el objetivo del Panel Intergubernamental del Cambio Climático y la humanidad no lo podrá cumplir si la transición ecológica no es también una transición proteica. Dejar atrás la proteína de origen animal es lo mejor y más justo para los animales, el medio ambiente y nuestra salud. 

De hecho, el estudio se atreve con una recomendación como la que sigue: “(…) Estas estimaciones brindan una idea aproximada de las reducciones de emisiones que podrían lograrse mediante una reducción en el consumo de alimentos que procedan de rumiantes [carne y lácteos] mediante la adopción de dietas saludables vegetarianas o veganas.” El informe considera aquí que las opciones vegetarianas tienen menos barreras de acceso que las veganas –y, en según qué entornos, es cierto– aunque hay que tener en cuenta que la producción de leche de vaca –cuyo veto tiene la FAO clarísimo– representa la base de la inmensa mayoría de lácteos que se consumen y que el mismo informe insta a abandonar. Por último, se anota otra ventaja: “Las dietas saludables podrían lograr reducciones en las emisiones de metano en el rango de 15 a 30 millones de toneladas al año, con beneficios climáticos adicionales por la reducción de dióxido de carbono y óxido nitroso”.

Hasta ahora la FAO había sido algo crítica con la ganadería intensiva y pedía que comiéramos menos carne y ecológica, de ganadería extensiva y de pequeños productores. Ahora matiza que igual lo de la carne mejor no. Creo que con estas nuevas recomendaciones parece que empieza a entender dos cosas: que la ganadería intensiva es un atentado ecológico –yo añadiría, también, moral– y que a largo plazo no lleva a ninguna parte convertir de nuevo los productos de origen animal en algo elitista que produzcan unos pocos ganaderos para unos pocos ricos en un mundo superpoblado de pobres que también quieren carne si hay carne. Pero no, no puede haber carne para todos y planeta para nadie.

Había habido avisos. En 2018 un informe respaldado por la ONU decía que “el consumo de carne es una de las formas más destructivas en las que dejamos una huella en el planeta”. Muy afectada ella, responsabilizaba a la ganadería de la emisión de ingentes cantidades de metano, de destinar 1.695 litros de agua para hacer una hamburguesa y de deforestar las selvas de Sudamérica para cultivar soja dedicada a fabricar piensos.

Ya sabemos que este tipo de entes están siempre “deeply concerned” y poco más, así que tampoco podemos decir que nos sorprendieran las declaraciones, casi inmediatas, de uno de los responsables del estudio, James Lomax, que matizó que “no es realista cortar la carne de la dieta por completo”. Ah, pues nada, a otra cosa.