- Convocada por Lobo Marley, EQUO, Alianza Europea para la Conservación del Lobo (EAWC), European Greens y PACMA, y apoyada por casi 200 organizaciones, el domingo 13 de marzo se celebrará en Madrid una manifestación en favor del lobo ibérico, en la que se exigirá el fin de la caza y una legislación que lo proteja.
Confirmado: el lobo feroz no se comió a la abuelita. ¡Es todo un cuento! Como lo es que los lobos, en general, se caractericen por una especial ferocidad, o incluso cierta mala fe. Son simplemente lobos, y como tales se comportan, tratando de conseguir su condumio diario y sacar a sus familias adelante, como hace aquí todo bicho que se precie, con nosotros los humanos en la lista.
Lo que sí parece claro es que el lobo no lo tiene fácil en ninguna parte, y menos en Euskadi. Por estos lares se le persigue con saña, en una guerra unilateral liderada por las administraciones públicas, lo que sirve de escudo protector a los ganaderos, quienes exigen a pleno pulmón su “derecho” a explotar a ovejas y cabras, negando al tiempo a los lobos su derecho a la vida y a la integridad física.
Hace unas semanas la Diputación Foral de Bizkaia autorizó una batida en Karrantza (zona oeste de la provincia), con el desolador resultado oficial de cuatro ejemplares muertos. Esto bien puede significar en la práctica que las autoridades competentes hayan exterminado al lobo en esta tierra. Por dos razones. La primera es que, si acaso hubiera algún superviviente de la razzia, quedaría dispersado sin posibilidad reproductiva alguna. La segunda apunta al inequívoco deseo institucional de borrar del mapa vasco la especie, pues el permiso no establecía cupo alguno de cadáveres.
El debate sobre el lobo puede abordarse desde muchos prismas, y yo quiero hacerlo aquí desde el puramente ético (¿animalista?). Porque no me acaba de convencer la fórmula bipolar de abordar el tema: de un lado, los ganaderos; de otro, los ecologistas. ¿Qué pasa con los derechos individuales, que siempre quedan relegados a un plano menor -cuando no inexistente-? Aproximarse al escenario desde esta perspectiva conlleva tener en cuenta no solo a los lobos, sino a otros animales, como mismamente los explotados por el sector humano (ovinos, vacunos, équidos). Huelga decir que hoy, en pleno siglo XXI y en el llamado Primer Mundo, la praxis ganadera queda muy cuestionada desde el punto de vista de la supervivencia. Y también los perros pastores, usados como simple herramienta de trabajo por sus dueños, y a los que se escatima por decreto la experiencia de una vida plena como miembro de un clan humano (una verdadera familia, en definitiva).
Convendría establecer de principio determinados hechos ciertos, como son las [distintas] sensibilidades que guían y sustentan el ecologismo y el animalismo clásicos. Y no me parece pertinente tratar de maquillar ni uno ni otro para poder presentarlos en sociedad como idénticos, o siquiera como similares. Mejor dejar que cada realidad ocupe su puesto y que cada cual elija (ambos, por ejemplo). Porque son en sí mismas deseables por separado, e incluso no debieran tener especial problema para abrazos mutuos, y quién sabe si fundirse en un momento dado.
Hecho el inciso, y centrado el tema en el lobo, quizás el primer aspecto que merezca ser tenido en cuenta sea la propia naturaleza del manejo del ganado en la actualidad. Al menos en el País Vasco, el tradicional pastoreo dejó de serlo hace ya mucho, dado que hoy la mayoría de los pastores echan sus ocho horas en la fábrica, y suben al monte los fines de semana, en una especie de comunión mística con el medio. De serlo, sería este una suerte de pastoreo lúdico. Así las cosas, es normal que en ocasiones sean los depredadores de toda la vida -quienes además se han quedado sin su despensa natural, diezmada por los humanos hasta en algunos casos la práctica desaparición- los que procedan a servirse su ración cotidiana. En tales circunstancias, cabe considerar la licitud moral de los lobos para atacar a las ovejas como bastante superior a la de los ganaderos para similar propósito. Porque deberíamos dejar claro de una vez que la práctica de la ganadería (incluida la extensiva) supone un ataque frontal a los derechos más elementales de los animales implicados. ¡Ya me dirán si no qué es de facto tratar a seres sensibles -las ovejas lo son, sin duda- como simples mercancías, sin dedicar un mínimo esfuerzo a procurar entenderlas, a ponernos en su lugar! A ellas les apetece y les desagrada a grandes rasgos lo mismo que a usted o a mí. ¿Por qué habría de ser distinto?
Manifiestan los ganaderos que el lobo afecta de manera grave a sus intereses. Y no les falta razón. Pero obvian con indisimulado descaro que también los lobos los tienen. ¿O acaso alguien piensa que un disparo en el costado o la pérdida de la compañera sentimental son hechos inocuos para ellos? Sin ningún género de dudas, tales cosas suponen dolor físico y tormento emocional, y los lobos están tan interesados como podamos estarlo nosotros mismos en eludirlos. ¿Resulta proporcionada la reacción de los ganaderos al matar y destruir familias ante una pérdida que no supone para ellos sino una parte ínfima de lo que poseen? Salvo que nos abonemos a la discusión reduccionista entre ecologistas y ganaderos -con la Administración como árbitro casero en este caso-, otras muchas reflexiones deben salir a la palestra en este debate, y la ética global ocupa aquí un lugar preferente.
Precisamente su carácter global nos obliga a considerar a otros grandes olvidados: los perros. Se trata de animales usados -en su acepción más mecanicista- hasta su extenuación. ¿Alguien se ha parado a pensar qué sucede con estos braceros cuando cumplen cierta edad y ya no responden con la eficacia inicial a su triste papel de matones? ¿Cumplen las instituciones públicas la normativa proteccionista en tales casos? Los mastines destinados a disuadir a los lobos con su imponente presencia apenas pasan de ser burdas herramientas de las que el dueño del rebaño se deshará en cuanto no satisfaga sus expectativas. Un torpe disparo, una cuerda al cuello o lanzarlo vivo a una sima son demasiadas veces los expeditivos métodos empleados por los ganaderos para eliminar el material viejo.
Los compañeros de Grupo Lobo Euskadi están llevando a cabo una [muy seria] campaña para que el Gobierno Vasco incluya la especie en su Catálogo de Especies Amenazadas. Al parecer, no existe una sola razón objetiva para que el Canis lupus no comparta lista con arrendajos, musarañas y sapos parteros. Se puede firmar todavía la correspondiente petición, apoyada por 26 organizaciones de todo pelaje y condición. Dicha solicitud establece un hito doble. Por un lado, es la primera vez que entidades civiles dan el paso para la inclusión de una especie en dicho catálogo (pues hasta ahora siempre habían sido las distintas administraciones competentes). La otra es el alto número de apoyos recibidos, lo que obliga al Ejecutivo a ofrecer una respuesta argumentada (con su correspondiente informe que la avale), y no limitarse a una anodina contestación monosilábica.
Varias veces se interpeló al Gobierno sobre las razones para la ausencia en dicha lista de una especie tan emblemática como el lobo (en calidad de gran predador, ocupa él solito la cúspide de la famosa pirámide trófica). Primero argumentaron para su negativa que “el lobo no cría en Euskadi”. Se demostró que sí lo hacía. Volatilizada la primera excusa, dijeron luego que la especie “goza de buena salud en el resto del Estado”. Este era el caso, en efecto, de un buen puñado de otras especies. Pero todas comparten lista. Ahora ya no saben que responder, y prefieren dejar pasar el tiempo, por ver si tanto ecologistas como animalistas se olvidan del tema. Pero va a ser que no.
Las razones para la petición se muestran contundentes, y pasan por que la especie cumple todos y cada uno de los requisitos exigidos para su incorporación inmediata al listado; o que, de seguir esta dinámica, la situación será por completo irreversible. Y por 'dinámica' hemos de entender aquí la persecución sin tregua a todo lobo que ose pisar Euskadi. Tenga o no pareja; tenga o no cachorros; tenga o no culpa. Añadamos que la culpa del lobo es la necesidad de alimentarse, como todo hijo de vecino. Solo que a ellos se les pone a pedir de boca una estantería repleta a la que ninguno renunciaríamos llegado el caso. Mencionaba antes un pastoreo en muchos casos de fin de semana, por cuanto se dejan los animales a su suerte hasta que el sábado al dueño se le ocurre hacer una escapadita al monte a comprobar si su prole continúa intacta. Mejor si lo decimos clarito: ¡esto ni es pastoreo ni es nada! (conste que, en calidad de animalista, no lloraré el día que desaparezca el último pastor). Creo que ha de establecerse cuanto antes otra forma de relación entre humanos y animales, muy distinta a la explotación y al sacrificio sistemático en plena juventud. Pero desciendo por un momento al suelo para el caso que nos ocupa, y manifiesto mi coraje ante la afectada indignación de según qué urbanitas snobs cuando les tocan su hacienda, mientras ellos se ponen hasta las trancas de chuletones en la sidrería más cercana.
Insisto: si de intereses se trata, los lobos también los tienen. ¡Y de bastante mayor calado que otros actores del escenario! Porque digo yo que mayor será el interés en sobrevivir que en el de sacarse unas perrillas extras.
Tengo entendido que en Alemania, por ejemplo, la administración correspondiente induce a los ganaderos damnificados por la entrada de lobos desde Polonia a reconvertir en cierto grado su actividad: dedicación exclusiva, protocolo de avistamiento y comunicación de ejemplares… Si al año se comprueba que no ha cumplido su parte del pacto, se les retiran de inmediato las posibles compensaciones económicas.
En el apartado de las paradojas, baste recordar que algunas especies problemáticas -e incluso ocasionalmente homicidas, como el Tigre de Bengala en la India- gozan de una estricta protección legal, mientras que los lobos vascos (solo ganadocidas, y además en grado mínimo) siguen desamparados y en un permanente punto de mira.
¡Que venga el lobo! No pasa nada. Porque estaba aquí antes que nosotros. Porque tiene pleno derecho a su parcela en el mundo. Porque no sabe comer otra cosa que animales (a diferencia de lo que sí sabemos comer nosotros).
El lobo forma parte de nuestra cultura, de nuestra iconografía y de nuestros cuentos. El lobo malo no existe. No al menos en mayor grado que el humano malo. Hagamos que comience a formar parte también de nuestra ética colectiva.