A pesar de las denuncias y de las protestas, el municipio madrileño de Zarzalejo prevé celebrar el próximo fin de semana sus tradicionales becerradas. A pesar de que la 'nueva política' llegó al Ayuntamiento de la mano de Ahora Zarzalejo, la mal entendida tradición se ha impuesto a la evolución y este pueblo seguirá siendo ejemplo de lo peor del ser humano, escenario de uno de los festejos más crueles: la tortura de becerros, crías de menos de dos años que en este caso en particular suelen ser incluso más jóvenes, de tamaño apenas superior a un perro grande.
Zarzalejo lleva días soportando la presión de quienes denuncian con argumentos éticos y científicos el atroz sufrimiento de esos animales, pero sus responsables municipales, con la alcaldesa, Begoña Alonso, al frente, se han decantado por imitar a la 'vieja política' y defender “la tradición” como parapeto, igual que hacen sus adversarios políticos en otros tantos lugares de España; entre ellos, Villanueva del Pardillo o El Escorial, también en Madrid.
Esa “tradición” que quieren defender implica la tortura “extrema” de unos animales que son apenas cachorros, según consta en el informe de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y contra el Maltrato Animal (AVATMA), que el Partido Animalista (PACMA) adjuntó a su denuncia pública sobre las becerradas de Zarzalejo. La conclusión es inequívoca: “El reconocimiento empírico de que los animales pueden experimentar sensaciones de dolor, angustia y sufrimiento implica definir como moralmente injustificable cualquier daño intencionado que se les provoque. En el caso de las becerradas, la tortura –tanto psíquica como física- evidenciada tras el análisis de las imágenes es extrema, agravada por el hecho de que los individuos que se utilizan en estos espectáculos son aún crías totalmente indefensas”.
“Además”, prosigue, “va acompañada de cobardes burlas, vejaciones y escarnios hacia los animales, todo ello ante la presencia de menores, a los que incluso se les permite acceder a la arena y acercarse a los becerros moribundos mientras los están apuntillando. La inmediata y nefasta consecuencia de todo esto es la destrucción de la empatía de estos niños, que incorporan a su personalidad unos valores totalmente aberrantes que perdurarán en el futuro. Las becerradas, sin duda alguna, constituyen una de las más terribles manifestaciones de maltrato animal en nuestro país, y deberían ser ilegalizadas cuanto antes”.
Los bovinos, por tener depredadores, tratan siempre de ocultar su debilidad, explican los veterinarios que documentaron esas becerradas. A pesar de ello, las imágenes muestran “signos claros y evidentes de un gran sufrimiento” en los becerros lidiados, a los que se somete a los mismos elementos causantes de estrés, estímulos dolorosos y lesiones orgánicas que a los toros adultos en las corridas convencionales, con la única excepción de la puya, ya que no hay tercio de varas.
A esos becerros, que en muchos casos son de tamaño apenas superior al de un perro tipo mastín, se les clavan al menos dos pares de banderillas con las medidas reglamentarias, sufren las estocadas con una espada reglamentaria y son rematados con el uso de la puntilla, es decir, con idénticos instrumentos a los utilizados en cualquier lidia de un toro adulto, pero con el agravante de que, debido a su corta edad, su fuerza y capacidad de reacción son bastante menores, y su grado de angustia y estrés, mucho más acentuado.
Junto a todo ello, hay que tener en cuenta que en las becerradas no intervienen profesionales del toreo sino personas inexpertas que incrementan el daño causado al animal al clavar los elementos de castigo en lugares indebidos e incluso repitiendo su inserción.
No podemos olvidar que los bovinos son animales gregarios, que necesitan estar al amparo de su manada para sentirse seguros, y que se sobresaltan ante movimientos bruscos porque apenas pueden enfocar elementos muy cercanos y relacionan esa brusquedad con depredadores, con una amenaza. Son animales que experimentan pánico cuando se ven solos, en un ambiente extraño o ruidoso. Un becerro en una plaza, encerrado en los chiqueros, después perseguido, sujetado, golpeado, en medio del griterío, sin encontrar vías de escape, con estímulos que relaciona con amenazas, desarrolla un “miedo intenso” que se suma al dolor físico.
Respiración acelerada, vocalizaciones, embestidas constantes (una forma de luchar contra el estímulo aversivo para intentar apartarlo de su vista), sacudidas violentas con el rabo, intentos de escarbar en el suelo con las patas anteriores, conatos de huida, resistencia a moverse, son síntomas de ese miedo, que se aprecian con facilidad en las imágenes.
En los primeros minutos del “espectáculo”, a los animales les clavan un par de banderillas de 70 centímetros de longitud con un arpón de acero cortante y punzante de 4 centímetros en la punta. Su finalidad es provocar dolor para que embista durante la lidia, y para ello se los clavan en la zona dorsal del cuello, donde lesionan músculos y provocan hemorragias. Los mozos inexpertos a menudo las colocan en otras zonas, como el lomo, generando alteraciones respiratorias por neumotórax que se añaden a las que suelen padecer los animales por el esfuerzo y el estrés. En las imágenes, los becerros aparecen en todo momento con la boca abierta y la lengua fuera, muestra evidente de una dificultad respiratoria “notable”.
La lidia continúa con la introducción del estoque, una espada de acero de 80 centímetros, entre la segunda y la cuarta vértebra dorsal, para provocarle la muerte por hemorragia interna al seccionar los grandes vasos de la cavidad torácica. Sin embargo, las observaciones de estos animales tras su muerte indican que solo el 20% de las estocadas consiguen ese objetivo, y eso en el caso de las corridas lidiadas por profesionales. En el caso de la becerrada de Zarzalejo documentada, ningún estoque fue colocado de forma “adecuada” y en algunos casos se puede apreciar que aumentan las lesiones del becerro. Incluso en ocasiones el estoque cae o es extraído y vuelto a colocar.
En las imágenes, dice el informe, se aprecia la práctica de “hacerle la rueda” al becerro, que consiste en obligarle, mediante pases de capote “en redondo”, a que gire sobre sí mismo una vez tiene el estoque clavado, para que con este movimiento la espada se clave más y le haga más daño en sus entrañas. Otra práctica muy común es la de sacarle la espada clavada, incrementando así la hemorragia interna para hacerle perder energía con mayor rapidez.
Durante la lidia, se recurre a veces al uso del descabello para acelerar la muerte de los animales que no caen al suelo inmediatamente tras la estocada. Para ello se utiliza una espada similar al estoque pero que lleva un tope a diez centímetros de la punta y cuyo objetivo es seccionar la médula espinal, provocando la desconexión de todo el aparato motor y, por tanto, la caída del animal, que quedará tetrapléjico, facilitando la labor posterior del puntillero, que rematará al toro. Sin embargo, en la becerrada de Zarzalejo no se observa el uso del descabello, lo cual aumenta la agonía de los animales. “Esto es especialmente llamativo y violento en el caso del último becerro”, apunta el informe. Para inmovilizarlo y apuntillarlo, “lo que hacen es acorralarlo contra las tablas del burladero y sujetarlo a la fuerza entre varias personas, tirándole del rabo y cogiéndole por los cuernos para bajarle la cabeza y dejar la nuca más accesible al puntillero”.
El macabro espectáculo termina con la puntilla, un cuchillo o puñal de diez centímetros que secciona el bulbo raquídeo, la estructura nerviosa que conecta la médula espinal con el encéfalo y que regula el ritmo cardiorespiratorio. Al dañarlo se van paralizando los movimientos respiratorios y el latido cardíaco, por lo que el encéfalo recibe gran cantidad de sangre cargada de CO2, provocando hipoxia. El informe recuerda en este punto que la puntilla fue prohibida en los mataderos de la Unión Europea hace décadas por considerarla un método cruel de dar muerte a los animales. De hecho, estudios realizados en bovinos sacrificados en mataderos latinoamericanos demostraron que el 92% de los apuntillados seguían presentando uno o más de los parámetros que indicaban función cerebral y espinal, es decir, que podían permanecer conscientes.
En la becerrada de Zarzalejo, “el apuntillado del último becerro es especialmente cruel, realizado con el animal aún en pie y con una duración de más de un minuto de extrema agonía, durante el cual cae finalmente de bruces y convulsiona durante más de diez segundos”.
El corte de orejas y rabo se suele realizar inmediatamente después de la puntilla, con lo cual es muy probable que en la mayoría de los casos el animal esté aún consciente y sea capaz de sentir el dolor de las amputaciones. En el caso de los becerros de Zarzalejo, se ve además una escena en la que antes de que el puntillero haya terminado de rematar al animal, otro participante intenta arrancarle una de las banderillas.
Esta es la “tradición” que Ahora Zarzalejo quiere preservar en el municipio. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, ha advertido de que sancionará al Ayuntamiento si se incumple la ley y se incurre en sufrimiento “cruel e innecesario” de los animales. La pregunta es qué parte de todo este relato puede escapar a esos calificativos. ¿Cómo se puede lidiar y asesinar a un animal sin causarle sufrimiento? ¿Es que acaso el mero hecho de someterle a ese pánico, clavarle las banderillas, el estoque, la puntilla, no es ya un acto de crueldad? Y, sobre todo, ¿qué consideramos “necesario”? ¿Necesitamos torturar? Nada, absolutamente nada, justifica la pervivencia de esos festejos a costa de nuestros impuestos y de nuestra propia esencia como humanos.
Becerradas de Zarzalejo (Madrid) from PACMA TV on Vimeo.