A mediados del siglo XX empezó a popularizarse la presencia de cetáceos en unos zoológicos que no perdieron la oportunidad de aumentar sus ingresos con las actuaciones antropomorfizadas de estos animales. Tanto en Europa como en América fue y continúa siendo el delfín mular (Tursiops truncatus) el animal más utilizado para deleitar al público con piruetas, acrobacias, bailes y juegos malabares. Pero, contrariamente a lo que se ha difundido, el delfín mular no se popularizó por su facilidad para ser entrenado, sino por la simple razón de que las otras especies de cetáceos que se capturaron para el mismo fin morían al poco tiempo de ser puestas en cautividad. Frente a las mortalidades masivas de delfines de Commerson, delfines listados, delfines rosados y muchas otras especies, el delfín mular mostraba una mortalidad menor (aunque todavía importante), que permitía a los zoológicos poder amortizar la compra de estos animales.
Tal era la mortalidad de las diferentes especies de delfines en cautividad que en los años setenta hubo expertos que sugirieron que el delfín mular era la mejor opción para aquellos zoos que querían mantener cetáceos en cautividad. Estos expertos también indicaron que para empezar a trabajar en una autosuficiencia de las poblaciones cautivas, se debía aprender a mantener estos animales en mejores condiciones y se debía hacer una selección cuidadosa de los ejemplares; una selección que debía empezar incluso en el momento de la captura de la naturaleza. Por lo tanto, la mayor supervivencia actual que se observa en delfines mulares cautivos se debe no solo a que se ha ido aprendiendo cómo evitar que mueran, sino a que se han capturado y reproducido solo los animales con caracteres más adaptables a la cautividad; una selección artificial que genera animales que van teniendo poco que ver con sus congéneres salvajes y que contribuye al hecho de que los animales cautivos raramente son adecuados para liberar en la naturaleza.
Fue también a partir de los años setenta cuando el auge del turismo de playa y diversión en la costa española motivó la apertura de numerosos zoológicos con espectáculo de delfines. La costa mediterránea y las islas Canarias aglutinan la mayoría de delfinarios en España, que hace tiempo que se convirtió en el país europeo con más delfinarios y con más delfines en cautividad. Un tercio de los delfines cautivos en Europa se encuentra en España y dos empresas españolas, Parques Reunidos y Aspro Parks, poseen más de la mitad de los delfines que se exhiben en Europa. El hecho de que el negocio de los delfines lo muevan empresas de ocio nos indica qué tipo de finalidad se le da a estos animales.
Antes de este boom turístico, el zoo de Barcelona, allá por los años sesenta, fue uno de los primeros zoológicos europeos en inaugurar un delfinario. Aunque la palabra delfinario en el caso de la ciudad condal puede sustituirse fácilmente por otros términos; unos ejemplos son tumba, cementerio, casa de los horrores o campo de concentración. Todas estas definiciones sirven para empezar a hacerse una idea de las condiciones vividas por los delfines que han tenido la desgracia de pasar tiempo en el zoo de Barcelona.
Para empezar, simplemente repasando los archivos, uno puede ver que en el zoo de Barcelona han muerto muchos más delfines de los que han nacido, lo que durante décadas forzó a los directores de esta institución a mandar capturar animales de la naturaleza de forma constante. En defensa del zoo de Barcelona (si es que esto puede servir de defensa) hay que decir que otras instituciones europeas, entre las que hay zoológicos alemanes que claman ser expertos en el mantenimiento de cetáceos, sufrieron mortalidades incluso peores.
Durante décadas, el delfinario de Barcelona continuó su vida sin inmutarse por todas esas bajas y sin renovar sus instalaciones. Se ha dicho que con el paso del tiempo esas instalaciones se quedaron obsoletas, pero esto no es así. Esas instalaciones, como muchas de las que se continúan construyendo en este zoo, ya nacieron obsoletas y nunca fueron adecuadas para estos animales. Los requerimientos de bienestar no cambian con el tiempo, solo lo hace nuestra percepción de lo que los delfines necesitan, y cuando se dice que una instalación ha dejado de ser funcional para mantener ciertos animales, lo que realmente se quiere decir es que esa instalación nunca fue adecuada para ese propósito.
Cuando ya bien entrado el siglo XXI las asociaciones de defensa animal dieron el grito de alarma sobre la situación de los delfines y la decadencia de las instalaciones barcelonesas, se hicieron evidentes las condiciones lamentables en las que vivían los seis animales que ocupaban el recinto. Dos de ellos tuvieron que ser trasladados a l’Oceanogràfic de Valencia bajo peligro de muerte si se quedaban en Barcelona. De los otros cuatro, dos tenían los dientes destrozados fruto de los continuos vómitos por estrés. Anak, el único ejemplar que quedaba que había vivido en libertad, mostraba unos valores de hormonas indicadoras de estrés realmente preocupantes. El historial médico de estos animales era un compendio de patologías y tratamientos demasiado largo para poder resumirlo en pocas líneas. Si esto pasaba con los delfines en pleno siglo XXI, resulta duro imaginarse lo que tuvieron que pasar los ejemplares que vivieron en esas instalaciones en la segunda mitad del siglo XX.
La presión externa forzó a un debate continuo sobre los delfines y finalmente el ayuntamiento de Barcelona decidió declararse como ciudad libre de cetáceos en cautividad. La medida provocó una airada oposición de los trabajadores del zoológico, que pretendían que el ciudadano de Barcelona pagara con sus impuestos un nuevo delfinario; una opción tan cara como inviable. En un marco donde la cautividad de estos animales se cuestiona cada vez más, gastarse más de 10 millones de euros de recursos públicos en un nuevo delfinario era poco más que tirar el dinero a la basura. Pero además estaba el dilema ético de si una institución que había mantenido a los delfines en unas condiciones tan lamentables durante décadas era la más apropiada para seguir teniendo delfines en cautividad.
Un grupo de expertos internacionales (entre los que me encontraba) fuimos convocados en Barcelona durante dos días para evaluar el mejor destino para los delfines. Para nuestra sorpresa, el zoo ni nos permitió ver los historiales médicos de los animales, ni nos aportó información que pudiera ayudar en nuestra decisión, ni nos permitió ver a los delfines de cerca, con lo que poco pudimos hacer. Ni el zoo ni el ayuntamiento nunca más volvieron a consultarnos o a informarnos, y tres años después supimos por los medios que los delfines se habían movido a un zoológico en Atenas.
Fueron tres años en que los trabajadores del zoo, al igual que las asociaciones de zoológicos continuaron boicoteando y presionando para que los delfines no se fueran del zoo. Tres años en los que se siguió viendo la tensa relación entre los trabajadores del zoo y el ayuntamiento de Barcelona; una falta de sintonía que dura ya muchos años y que empieza a cansar a la ciudadanía. Tres años en los cuales uno de los delfines murió por una supuesta enfermedad vírica; irónicamente, uno de los motivos que argumentó el zoo para no enviar los delfines a un santuario fue que el contacto con el agua marina natural les podía transmitir infecciones.
El zoo tuvo inicialmente la difícil papeleta de cumplir y negociar algo en lo que no creía: enviar los delfines a un santuario. La posibilidad de un santuario en una isla griega del mar Egeo nunca fue del agrado del zoo, que seguramente vio con buenos ojos cómo esa posibilidad se esfumaba cuando desde Grecia no conseguían la financiación ni los permisos necesarios. Luego vino la posibilidad de un santuario en Estados Unidos, que finalmente el zoo desestimó por la frecuencia de huracanes en la zona donde se tenían que alojar definitivamente a los delfines. Las opciones quedaban reducidas a enviar los delfines a otro zoo, pero para eso se tenía que pasar por el aro de las asociaciones- lobbies que representan a los zoológicos, como la EAZA (Asociación Europea de Zoos y Acuarios) o la EAAM (Asociación Europea de Mamíferos Acuáticos). Enviar los delfines a un sitio donde no se reprodujeran ni participaran en espectáculos hubiese sido una victoria animalista que las asociaciones de zoológicos no estaban dispuestas a permitir, así que finalmente se optó por enviarlos a un zoo donde se continúan haciendo espectáculos y donde no se impedirá su reproducción. Eso sí, el traslado tuvo que posponerse durante muchos meses porque los delfines enfermaron, o mejor dicho, enfermaron todavía más de lo que ya estaban.
En medio de todo esto, diversas entidades conservacionistas y de defensa animal trabajaron en 2019 en una propuesta de ley para que Cataluña prohibiera los delfinarios y acabara con el negocio de la cautividad de mamíferos marinos. La iniciativa, en la que colaboré redactando varios informes técnicos, fue ejemplar en el sentido que incluyó a muchas organizaciones, fue transparente y contó con suficiente apoyo político previo para tirarse adelante. En la segunda reunión con la comisión de medio ambiente y derechos de los animales del Parlament de Catalunya, la que tenía que ser definitiva y a la que habían sido convocadas todas las organizaciones interesadas y todos los partidos políticos, sorprendió la ausencia de 'comunes' y PSC, dos partidos que habían mostrado respaldo previo a la iniciativa. En medio de la reunión, nos llegó la noticia de que esos dos partidos políticos habían presentado una propuesta de ley alternativa unas horas antes de la reunión y de esa forma habían asestado una puñalada en la espalda a las asociaciones que les habían mantenido informados de todos sus movimientos y a sus compañeros parlamentarios dentro de la comisión, que no se habían olido nada.
La propuesta de PSC y 'comunes', que con las prisas había sido mal redactada y había copiado puntos elaborados por las asociaciones que habían sido traicionadas, tenía una clara diferencia: PSC y 'comunes' pretendían incluir en la ley que la Generalitat pagase la construcción de un santuario para delfines en la costa catalana, una idea que ya había sido analizada previamente por otros expertos y que se había considerado inviable, debido principalmente a que ninguna zona costera catalana reúne las condiciones adecuadas para la construcción de este tipo de instalaciones. En una época en la que los responsables de los delfines del zoo de Barcelona no tenían claro dónde reubicarlos, no fue una casualidad que los dos partidos políticos que gobernaban el ayuntamiento de Barcelona maniobraran en el Parlament para intentar pasarle el problema de la reubicación de los delfines a la Generalitat de Catalunya, y el coste a toda la ciudadanía catalana. Ese intento desesperado no tenía posibilidades de mucho éxito debido a que la mayoría parlamentaria, los técnicos de la Generalitat y la gran mayoría de asociaciones implicadas no estaban por la labor de destinar dinero público para solucionar un problema creado por instituciones que se habían lucrado con el negocio de los delfines en cautividad.
Por desgracia, la normativa del Parlament de Catalunya impidió que todos los que habíamos trabajado en una iniciativa seria para poner fin de los delfinarios pudiésemos presentar una segunda propuesta, por lo que quedábamos a la espera de poder presentar enmiendas una vez que PSC y 'comunes' iniciaran el trámite parlamentario. Actualmente, estamos a pocos meses de unas posibles elecciones generales en Cataluña y nos consta que PSC y 'comunes' han dejado morir la proposición de ley, posponiendo así de forma innecesaria el fin de la cautividad de mamíferos marinos en el territorio catalán.
A pesar de todas las trabas puestas por el zoo de Barcelona, la decisión de enviar los delfines al zoo de Attica, en Grecia, es positiva porque se van a un lugar mejor y se termina por fin con la penosa historia de estos animales en la ciudad de Barcelona. Sin embargo, por otro lado no se satisface totalmente a quienes querían que no se perpetuara el negocio de los delfinarios y que por lo tanto no se utilizaran los delfines ni en espectáculos ni en reproducciones. A juzgar por la forma en la que se anunció el traslado (a posteriori), parece ser que incluso desde el Ayuntamiento se considera que enviar los delfines a otro zoológico no ha sido la mejor opción. Sirva como contraste el movimiento de elefantes desde zoológicos argentinos a un santuario en Brasil, donde el traslado se anuncia con antelación y cuenta con el apoyo del zoológico, las autoridades municipales, la población y los medios.
El director del zoo de Barcelona comentó a los medios que se le saltaron unas lágrimas cuando los delfines finalmente pusieron rumbo a Grecia. Realmente, esas lágrimas las debería haber derramado por todo lo que han pasado los numerosos delfines (y una orca) que han vivido en el zoo de Barcelona, y por ser el director que ha perdido una oportunidad histórica y única de llevar al zoo hacia un cambio realmente significativo. No es ningún secreto que todos los directores recientes de este famoso zoológico han sido nombrados de la misma manera: a dedo y sin experiencia significativa en zoos (o en conservación, educación o investigación). La única aportación previa del presente director fue en el diseño del proyecto de zoo marino para la capital catalana, una idea arcaica que finalmente la ciudad de Barcelona tuvo la sensatez de desestimar. Premiar esta aportación con la dirección de un zoológico que en teoría tenía que convertirse en un referente del cambio era una decisión destinada al fracaso. Y a los hechos me remito: en tres años con la nueva dirección lo único que ha cambiado en el zoo son las campañas de autopublicidad y los recursos públicos que se han destinado a ellas.
Si se analizan los discursos de los últimos directores del zoo de Barcelona es fácil ver una gran similitud: todos pretenden hacer más conservación, educación e investigación que su predecesor. Pero es precisamente en el delfín mular donde mejor se puede ver el fracaso de esta política, pues los delfines del zoo de Barcelona nunca se han utilizado ni para educar, ni para conservar ni para investigar. Hoy en día podemos aprender mucho más sobre los delfines con un simple documental que con repetidas visitas al zoo. La farsa de la conservación se hace especialmente evidente con los delfines, pues incluso los zoológicos reconocen que los cetáceos mantenidos en sus instalaciones nunca podrán liberarse en la naturaleza; ¿por qué entonces se sigue vendiendo la idea de que es tan importante la cría en cautividad para la conservación de esta y otras especies? Y finalmente, los delfines del zoo de Barcelona nunca han sido utilizados para ninguna investigación que pudiera beneficiar a las poblaciones salvajes de estos animales.
El ayuntamiento de Barcelona también debería tomar nota de lo sucedido. No se puede pretender una mejora radical de un zoológico si no se cambia el método de elección ni el perfil de la cúpula directiva y de los otros trabajadores. ¿Qué sentido tiene confiar el renacimiento de un zoo al mismo tipo de personas que lo han llevado a vivir sus horas más bajas? ¿Tanto le costaba a un ayuntamiento que se considera progresista elegir al personal por concurso público y así poblar el zoológico con personas con méritos e ideas suficientes para liderar este cambio? La historia de los delfines es simplemente un ejemplo de la poca voluntad de cambio que existe en el zoo de Barcelona.
Ahora toca afrontar el problema de los elefantes, que también lo han pasado bastante mal en Barcelona. Y el zoo ya está dando los primeros pasos para repetir punto por punto todos los errores cometidos con los delfines; por el momento, ya han rechazado la idea de enviar sus tres elefantas africanas a un lugar mejor. Eso sí, de pedir perdón por las condiciones a las que han sometido a animales como los delfines o los elefantes, nada de nada. Si el zoo del Bronx en Nueva York, que está considerado como uno de los mejores del mundo, ha tardado 114 años en pedir perdón por exhibir a un pigmeo en la casa de los monos (un pigmeo que por cierto fue capturado por la fuerza y acabó suicidándose), es lógico pensar que quizás tengamos que esperar hasta el siglo XXII para que un zoo de menor importancia como el de Barcelona reconozca que se equivocó y que produjo un sufrimiento innecesario a sus delfines y a sus elefantes.