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Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Walser: montañeses de los Alpes

Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

 Tal y como hemos señalado en alguna otra ocasión, las cadenas y sistemas montañosos son grandes aliados de la biodiversidad. Por un lado, sus condiciones climáticas y topográficas favorecen la fragmentación de los hábitats y, consecuentemente, la proliferación de endemismos, de organismos únicos y excepcionales. Por otro, su aislamiento e inaccesibilidad los convierte en santuarios o refugios consagrados a la protección de variedades relictas y vulnerables, de especies que en el pasado gozaron de una amplísima representación, pero que en la actualidad apenas cuentan con unos cuantos efectivos.

Los efectos de la fragmentación y el aislamiento que caracterizan a los ecosistemas de montaña jamás han quedado restringidos a la flora y a la fauna salvajes, sus consecuencias también se han dejado sentir –y de qué manera– en la especie humana. Para comprobarlo, basta consultar el Atlas of world cultures de David H. Price y los mapas 32, 38 y 39. Su observación permite apreciar la existencia de un vínculo entre el relieve y la diversidad étnica y/o cultural, una correlación que apunta a que, por lo general, las regiones más accidentadas y montuosas albergan más minorías y variabilidad étnica que las que carecen de tales relieves. Así ocurre, al menos, en el caso del Cáucaso (mapa 38), el Himalaya (39) o la Cordillera Central de Nueva Guinea (32).

Sin embargo, para hallar pruebas de lo que acabamos de señalar, no hace falta irse tan lejos, con dirigirse al corazón de Europa es suficiente porque los Alpes constituyen un excelente ejemplo de lo que acabamos de señalar. Su diversidad es obra de las diferencias nacionales existentes entre los siete países por los que se extienden (Francia, Alemania, Austria, Suiza, Italia, Eslovenia y Liechtenstein), pero, sobre todo, de las existentes a nivel local o comarcal y que obedecen a que cada uno de esos estados cuenta con la presencia de comunidades específicas entre las que destacan los valdostanos, tiroleses, sudtiroleses, saboyanos, valdenses, berneses, lombardos, ladinos, friulanos, piamonteses, delfineses o walser, de quienes nos ocuparemos en lo que resta de artículo.