Cazadores de plantas del Himalaya (II)
Camellia chrysantha, Rhododendron cinnabarinum, Primula florindae, Pleiona forrestii… son los nombres científicos de algunos de los cientos de especies que los cazadores de plantas europeos (plant hunters) descubrieron y describieron durante sus incursiones por las estribaciones del Himalaya y las fronteras de China. Ni que decir tiene que las expediciones emprendidas por Fortune y Hooker tuvieron continuidad en décadas posteriores gracias a la contribución de una nueva generación de aventureros que no dudaron en seguir los pasos de sus predecesores. Entre todos ellos, los más sobresalientes fueron: Ernest Wilson (Chipping Campden, 1876 – Worcester, 1930), el escocés George Forrest (Falkirk, 1873 – Yunnan, 1932) y Frank Kingdon Ward (Withington, 1885 – Londres, 1958), de quien nos ocupamos brevemente hace unos años (Campo Base 171).
Wilson, que por esas mismas fechas acababa de ser nombrado profesor de botánica, recibe en 1899 el encargo de viajar a la provincia china de Sichuan por cuenta del vivero James Veitch & Son, una de las firmas más representativas del sector por aquel entonces y que contaba con más de una docena de plant hunters en nómina, entre ellos a William y Thomas Lobb. Su misión principal consistirá en descubrir ejemplares y obtener semillas de la Davidia involucrata, un árbol ornamental por el que Henry Veitch, hijo del fundador de la empresa, sentía una particular inclinación. El éxito y la abundancia de variedades cosechadas por Wilson durante esta primera experiencia sobre el terreno originaron nuevas campañas en los años 1903, 1907 y 1910. De las cerca de 2.000 nuevas especies que llegó a introducir en los jardines europeos, 60 llevan su nombre.
Por su parte, George Forrest visitó en al menos siete ocasiones las tierras altas de Yunnan en busca de nuevos ejemplares con los que sorprender y satisfacer a los aficionados a las plantas exóticas o desconocidas. Su primer viaje, realizado en 1904, fue financiado por Arthur Kilpin Bulley, un comerciante de algodón, y estuvo a punto de acabar en tragedia a consecuencia de la matanza de cristianos y misioneros católicos que los tibetanos residentes en este territorio llevaron a cabo en 1905 y 1906.
Tras Willson y Forrest, el siguiente botánico en labrarse una reputación por sus expediciones a los confines del Imperio del medio y del sudeste asiático es Kingdon Ward. Su vocación está, en buena parte, inspirada por su padre que en 1895 obtuvo la cátedra de botánica de la Universidad de Cambridge. Después de graduarse en la universidad en 1906, a comienzos de 1907 se traslada a Shanghai para ocupar una plaza de profesor en una de sus escuelas. Un par de años más tarde decide romper el contrato que le une a dicha institución y en septiembre de 1909 se embarca en una expedición zoológica cuya finalidad es recopilar información y especímenes de la fauna existente en las regiones central y occidental de China (Kansu y Sichuan). Así es como descubre la actividad a la que consagrará el resto de su vida.
El primer encargo y su primera experiencia profesional como cazador de plantas se produce en 1911 cuando Bulley le suministra los medios económicos necesarios para adentrarse en el Tíbet y el norte de Yunnan. El mismo reconoce la importancia de este gesto de cara a su trayectoria posterior en una obra póstuma publicada en 1960 (Pilgrimage for plants) cuando afirma que “la carta de Bulley decidió mi vida durante los siguientes cuarenta y cinco años”. Su trayectoria profesional se prolongará hasta 1957, fecha en la que finaliza su vigesimocuarta expedición al continente asiático. Durante ese intervalo redacta otros tantos libros y un centenar largo de artículos en los que describe sus hallazgos y las variedades vegetales que ha tenido la ocasión de estudiar durante sus viajes. El primero de estos volúmenes lleva por título On the road to Tibet y fue publicado por entregas en el diario Shanghai Mercury a lo largo del año 1910. El último, Return to the Irrawaddy, vio la luz en 1956 y, como en los casos restantes, incluye toda clase de detalles acerca de la flora, fauna, población local y vicisitudes sufridas en el curso de un viaje motivado por su afán de explorar territorios vírgenes en pos de especies botánicas raras o desconocidas.
Los mayores logros de toda su carrera son, probablemente, el descubrimiento de la amapola azul y la travesía y exploración de las estribaciones del Namcha Barwa y Gyala Peri y del curso bajo y la garganta del río Tsangpo cuya crónica aparece recogida en The riddle of the Tsangpo gorges. Esta última hazaña, llevada a cabo en compañía de lord Cawdor entre el 5 de marzo de 1924 y el 25 de febrero del siguiente año, no solamente le granjea el reconocimiento de la Royal Geographical Society londinense y de su homóloga escocesa, que le conceden sendas medallas, sino la suficiente relevancia pública como para obtener financiación para sus próximas campañas. Por su parte, Cawdor refleja en su diario la frustración que experimenta ante el comportamiento de su compañero y su difícil convivencia. En una de sus entradas se lee la siguiente reflexión: “Me vuelve completamente loco caminar detrás de él, parando cada 10 yardas y sin movernos apenas (...) si vuelvo a viajar, me aseguraré de que no sea con un botánico. Siempre se están deteniendo para mirar las malas hierbas...”. Y en otra posterior asegura que “estoy destinado a vagar –Dios sabe por cuánto tiempo– por este maldito lugar con un hombre que sólo puede arrastrarse como un paralítico, aunque, evidentemente, Dios nunca quiso que fuera compañero de nadie”. Nunca llueve al gusto de todos.
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