Cazadores de plantas del Himalaya (I)
Es posible que el concepto de “cazador de plantas” (plant hunter) no sea muy conocido o no esté muy extendido entre los lectores de habla hispana, sin embargo, esta expresión resulta bastante común o es bien conocida entre los de lengua inglesa. De hecho, los súbditos de su graciosa majestad fueron los inventores de esta figura, los responsables de acuñar la expresión y los primeros en financiar y promover la organización de expediciones naturalísticas destinadas exclusivamente a la obtención y recolección de semillas y toda suerte de ejemplares botánicos. La edad dorada de esta actividad fueron los siglos XVIII y XIX y, como tendremos ocasión de comprobar, los recursos puestos a disposición de estas empresas fueron, en ocasiones, realmente cuantiosos.
La lista de los aventureros que se adentraron en el Himalaya y en sus estribaciones orientales y meridionales incluye los nombres de Fortune, Hooker, Delavay, Wilson, Forrest, Ward y Rock entre otros muchos. La gran mayoría de estos exploradores aficionados a la botánica o botánicos aficionados a la exploración desarrollaron su actividad a lo largo de un siglo, entre 1843 y 1950. Sus expediciones coincidieron en el tiempo con la apertura al mundo exterior de territorios que, hasta esas mismas fechas, habían permanecido herméticamente cerrados a los intercambios comerciales y a las influencias foráneas. Por ese motivo, el período al que acabamos de referirnos no solamente viene a representar la edad de oro de los cazadores de plantas, sino que fue a lo largo de esos cien años cuando se introdujeron en los jardines europeos decenas y decenas de variedades alóctonas procedentes de esas latitudes. Este catálogo incluía magnolias, rododendros, meconopsis, prímulas o lilas. Es más, los aficionados a la jardinería no tardarán en descubrir que, a pesar de su exotismo, algunas de estas especies eran perfectamente capaces de adaptarse y reproducirse bajo las condiciones climatológicas reinantes en el continente europeo.
Los especímenes que eran transportados a Occidente por vía terrestre o, preferentemente, marítima, alcanzaban su destino en forma de colecciones de semillas o de herbarios. Las primeras eran remitidas a los jardines botánicos, viveros y coleccionistas interesados que, en ocasiones, sufragaban los costes de estas correrías. Los segundos, por el contrario, se hacían llegar a las instituciones botánicas para su estudio, difusión y posterior catalogación taxonómica. No es casualidad que la inmensa mayoría de los cazadores de plantas fueran originarios u oriundos de las Islas Británicas dado el inusitado interés que sus ciudadanos demostraban por la jardinería y la influencia política y económica que este país ejercía sobre buena parte del mundo.
En honor a la verdad es preciso señalar que los primeros ensayos y tentativas en relación con la recolección y naturalización de plantas procedentes de Asia fueron llevados a cabo antes de 1850 por dos pioneros: el cirujano anglo-danés Nathaniel Wallich (Copenhague, 1786 – Londres, 1854) y el también médico William Griffith (Ham, 1810 – Malaca, 1845). Sin embargo, los responsables de introducir cantidades verdaderamente significativas de nuevas especies procedentes de China y del Himalaya fueron el escocés Robert Fortune (Kelloe, 1812 – Londres, 1880), famoso por su divulgar los secretos del cultivo del té, y el eminente botánico Joseph Hooker (Halesworth, 1817 – Sunningdale, 1911).
Fortune emprendió su primer viaje a Oriente en 1843 con el patrocinio de la Sociedad Horticultora de Londres. Sus órdenes eran “recolectar semillas y plantas ornamentales o productivas no cultivadas en Gran Bretaña”. Estas órdenes eran tan minuciosas que incluían detalles sobre las variedades por las que debía mostrar interés: “melocotones de Pekín (…) las plantas que producen té (…) rosas dobles amarillas, peonías con flores azules, camelias con flores amarillas en el caso que existan”.
Por su parte, las incursiones que Joseph Hooker llevó a cabo entre 1847 y 1851 en el interior de Nepal y Sikkim produjeron una ingente cantidad de semillas. A resultas de sus esfuerzos, los jardines británicos comenzaron a poblarse de un surtido inagotable y novedoso de prímulas, rododendros, magnolias y meconopsis.
El éxito cosechado por estos dos pioneros no solamente reveló el potencial de la región himaláyica como fuente de plantas ornamentales, sino que, además, estimuló la organización de nuevas misiones exploratorias y el reclutamiento de más expertos.
La inestabilidad política que sacudió China entre 1855 y 1885 detuvo momentáneamente la afluencia de investigadores, pero la última década y media del siglo XIX registró un incremento inédito de esta actividad gracias a la intervención de nuevos actores como Przewalski (Rusia), Delavay y David (Francia) o Maries y Gill (Reino Unido). Para que nos hagamos una idea de la magnitud del trabajo realizado por alguno de estos naturalistas baste señalar que durante sus dos décadas de estancia en China, Jean Marie Delavay recolectó cerca de 200.000 especímenes diferentes de los cuales 1.500 eran completamente desconocidos para la ciencia.
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