La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

¿Quién fue primero?

Como era de prever, la revelación de la altura del Everest a mediados del siglo XIX no solamente desató una enorme curiosidad en los medios de prensa internacionales sino también entre los aficionados al alpinismo. No obstante, el interés que le prestaron estos últimos fue bastante limitado porque nadie la incluyó entre sus objetivos inmediatos. Probablemente, la distancia, la logística, la falta de información o la creencia de que su altura excedía la capacidad de supervivencia del ser humano hicieron que ninguno se planteara seriamente su ascensión. ¡Bastante trabajo tenían ya con los Alpes y el Cáucaso! Hubo que esperar cerca de siete décadas para que la decisión y la voluntad de escalarla comenzaran a abrirse paso en la mente de los aficionados a este deporte.

Los primeros en acariciar este sueño fueron los integrantes de un equipo británico capitaneado por F. Younghusband entre cuyos miembros figuraban George Mallory y Guy Bullock. El balance de este primer intento, realizado durante la primavera y el verano de 1921, fue extraordinario porque aunque ningún expedicionario logró superar la cota de los 7.000 metros, se pudo reconocer la mayor parte de la vertiente Norte de la montaña y trazar una ruta desde el glaciar de Rongbuk hasta la cumbre. Tanto es así que ninguna de las cerca de diez tentativas que se sucedieron hasta mediados de ese siglo fue capaz de encontrar una ruta mejor.

La invasión del Tíbet en 1950 por parte del Ejército Rojo y el cierre de su frontera hicieron que todas las miradas y los proyectos se dirigieran a la vertiente Sur, enclavada en territorio nepalí. En 1951, Bill Tilman y Eric Shipton lideraron una expedición que se aventuró en el valle de Khumbu con el propósito de buscar un acceso alternativo sin caer en la cuenta de que los británicos no eran los únicos interesados en coronar el Everest. La prueba está en que al año siguiente, en 1952, un grupo suizo hizo todo lo que estuvo en su mano para ser los primeros. Si no lo consiguieron fue por muy poco dado que la cordada formada por Lambert y Norgay fue capaz, contra cualquier pronóstico, de alcanzar la cota 8.598.

Este fracaso fue providencial y desató una reacción inmediata entre los súbditos de su graciosa majestad que trataban de evitar a toda costa que alguien les arrebatara esa conquista. En 1953, un grupo comandado por John Hunt puso sitio a la montaña sin escatimar hombres ni recursos. Tras varias semanas de aclimatación equipando los campamentos de altura y fijando cuerdas, Hunt decidió que había llegado el momento de que dos parejas de alpinistas se preparan para el asalto final. El primer intento fue llevado a cabo por Tom Bourdillon y Charles Evans. Tras ganar la cima sur (8.748 metros) a la una de la tarde del 26 de mayo, decidieron darse la vuelta al comprobar que sus reservas de oxígeno y energía estaban a punto de agotarse. El segundo estuvo protagonizado por un sherpa de origen nepalí de 38 años que respondía al nombre de Tenzing Norgay y por un alpinista neozelandés de 33 llamado Edmund Hillary. Esta vez todo salió a pedir de boca y el 29 de mayo de 1953, en vísperas de la coronación de Isabel II, tuvieron el honor de hollar la cumbre del pico más alto del planeta.

Su regreso a la civilización fue apoteósico. Aunque Tenzing y Hillary se habían comprometido a defender que su llegada a la cúspide había sido simultánea, los medios de comunicación nepalíes comenzaron a difundir la versión de que, en realidad, Tenzing se había adelantado a su compañero. Es más, un grupo de periodistas y políticos nepalíes persuadieron a Tenzing, que por aquel entonces era analfabeto, para que firmara una declaración en la que se confirmaba este hecho. Hillary intentó mantenerse al margen evitando a los periodistas, todo lo contrario que Hunt. Este último convocó una rueda de prensa en Kathmandú en la que, entre otras cosas, manifestó públicamente que la falta de habilidades técnicas del nepalí restaba crédito a esta hipótesis y que, salvo en una sección muy corta, el liderazgo y la tarea de tallar escalones durante el ascenso habían recaído en el neozelandés. Según algunas fuentes, para evitar que la controversia desluciese el éxito de la empresa, ambos decidieron reunirse en la oficina del Primer Ministro nepalí M. P. Koirala y suscribir un documento en el que se aseguraba que la habían alcanzado poco menos que a la vez.

En el capítulo 16 del libro que John Hunt publicó a su regreso a Inglaterra (The ascent of Everest), Hillary relata en primera persona lo sucedido entre la mañana del 27 y la tarde del 30 de mayo. El párrafo clave, el que describe la llegada a la cima, es tan lacónico y hermético que no aporta ni una sola pista, ni un solo detalle sobre las circunstancias en las que se produjo este acontecimiento. Sus palabras no pueden ser más escuetas e imprecisas: “Miré hacia arriba y vi una estrecha arista de nieve dirigiéndose hacia un pico nevado. Algunos golpes más con el piolet en la dura nieve y estábamos en la cumbre”. De cualquier modo, si tuviéramos que quedarnos con una frase realmente redonda nos quedaríamos con la que pronunció su compañero cuando, por enésima vez, le hicieron la pregunta que da título a este artículo: “Al escalar una gran montaña, nadie deja a su compañero para alcanzar la cima solo”.