Así se titula una película soviética de 73 minutos de duración estrenada en 1967 y dirigida por dos directores noveles llamados Stanislav Govorukhin y Boris Durov (https://www.youtube.com/watch?v=rjDI-pX3JIQ). Se trata de una cinta en blanco y negro, realizada con muy pocos medios, a ratos “naif” y sin grandes alardes técnicos que describe las peripecias de un grupo compuesto por seis expedicionarios (cuatro hombres y dos mujeres) que se dispone a ascender a la cima de una montaña llamada Artao enclavada en la cordillera del Cáucaso y cuya silueta recuerda a la del Ushba. Su temática resultó no ser un obstáculo a la hora de suscitar el interés del público de la extinta U.R.S.S. porque atrajo a un total de 33 millones de espectadores convirtiéndose, de ese modo, en el decimotercer largometraje más popular de ese ejercicio. Curiosamente, el más taquillero de todos los estrenos de ese mismo año fue una comedia rodada y ambientada en la misma cadena montañosa y de la que se vendieron más de 76 millones de entradas. El argumento de esta segunda película, titulada La prisionera del Cáucaso o Nuevas aventuras de Shurik (https://www.youtube.com/watch?v=8KYUSLtXJyo), giraba en torno a las cómicas andanzas de Shurik, el estrafalario personaje que daba nombre al filme, un viejo conocido de las audiencias soviéticas que ya había protagonizado otro gran éxito: Operación “Y” y otras aventuras de Shurik.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, el éxito cosechado por Vertikal a su paso por las pantallas no se debió tanto a las virtudes técnicas, argumentales o dramáticas del largometraje sino a la participación en el mismo del que más tarde se convertiría en uno de los mayores ídolos cinematográficos y musicales de la escena soviética. Nos estamos refiriendo al cantautor Vladimir Vysotskiy (Moscú, 1938 – Moscú, 1980). La composición e interpretación de los cinco temas que forman la banda sonora y su papel como radiotelegrafista de la expedición no solamente alimentaron la curiosidad de las audiencias, sino que, probablemente, suscitaron la necesidad de acudir a los cines donde se exhibía.
Sea como fuere, los dos primeros minutos del metraje transcurren en el interior de un apartamento en el que los integrantes del grupo se hallan reunidos para ultimar los preparativos y elegir a su líder, responsabilidad que recae en Vitaly, el más veterano de todos ellos. Tras esta introducción, el escenario se traslada al Cáucaso georgiano, a una localidad de la región de Svaneti llamada Ushguli. Durante cerca de un cuarto de hora, la película se transforma en un documental etnográfico que se dedica a mostrar, aunque sea de forma superficial, los aspectos más significativos de la vida de sus habitantes: rostros, atuendo, costumbres, arquitectura, utensilios, mobiliario doméstico, gastronomía… Mientras tanto, Vessarión, el anciano que ha acogido a los alpinistas subraya los riesgos a los que se exponen y se lamenta de la pérdida de su hijo mayor Iliko, desaparecido en las faldas del pico que aspiran a escalar.
Unos minutos después, la comitiva llega al campamento base con la intención de preparar el asalto a la cumbre. Mientras Volodya, el radiotelegrafista, y Larisa, la doctora, permanecen allí, a la espera de acontecimientos, el resto del equipo se interna en las estribaciones del Artao. Es entonces cuando comienza a desarrollarse el nudo argumental, cuando Volodya retransmite un mensaje en el que advierte de la llegada de una borrasca. Gennadi, receptor del aviso, decide ocultar a sus compañeros esta noticia y, tras hacer cima, se desencadena una tormenta en el curso de la cual descubren la tienda en la que yace el cadáver de Iliko. Afortunadamente, la expedición al completo consigue salir indemne de la prueba y regresar a su hogar.
Como es fácil imaginar, el valor de esta película no depende tanto de su trama o sus alardes técnicos como de algunos detalles o peculiaridades. Para empezar, y a pesar de la inverosimilitud de algunas situaciones, el filme está rodado en su totalidad en escenarios naturales fácilmente reconocibles (Elbrus, Bezengi, Ushba, Ushguli…) y carece de actores de doblaje para las escenas de acción. Además, el equipamiento técnico que utilizan los protagonistas resulta, cuando menos, llamativo y revela, a través de diversos objetos y prendas (jerséis, cuerdas, casco de escalada, arneses, deportivas…) la penuria o escasez de medios de los alpinistas soviéticos de ese período. No obstante, sus rasgos más reseñables tienen que ver con la obsesión por la seguridad, que se revela a través del servicio centralizado de alertas radiofónicas y la utilización de cohetes de colores, y con la crítica a la insensatez y al comportamiento insolidario de Gennadi. Un comportamiento que, en consonancia con la ideología soviética, podría tacharse de pequeño burgués o capitalista porque la decisión de no comunicar lo que está a punto de suceder está guiada por la ambición, la insolidaridad y el egoísmo personal, por el afán de conquistar la gloria aún a riesgo de poner en peligro la vida y la seguridad de sus camaradas. Como señala Volodya – Visotskiy en una conversación con Larisa: “los rasgos desconocidos de la personalidad aparecen en las montañas”. Ojo, por tanto, con lo que las montañas revelen de nosotros mismos, no vaya a ser que amanezcamos marxistas-leninistas y nos acostemos contrarrevolucionarios.