La memoria humana no sólo es frágil; también es una vieja bastarda, que nos hace olvidar pronto cosas que debieran bastar para mover nuestros pies cada mañana, y hechos que debieran dejar huellas imborrables en nuestros corazones. Por si ello no fuera suficiente, los telediarios malditos nos hipnotizan y anestesian, convirtiendo en trivial no sólo la muerte sino también el asesinato. Con todo, al menos en mi caso, de vez en cuando la bilis que generan viejas heridas resurge, y sabe ciertamente fresca y caliente. Hoy me refiero al asesinato de una monja tibetana que huía de su país hacia el exilio, visto en primera persona (y grabado en directo) por cientos de escaladores que se encontraban ahora hace justo un año a los pies del Cho Oyu.
Si se dan ustedes una cibernética vuelta por youtube, y solicitan “Chinese killing Tibetans” (Chino matando Tibetanos) o bien “Nangpa La shootings” (tiroteo en el Nangpa La), podrán ver de qué hablo. En los vídeos, de calidad escasa pero de crudeza inigualable, se puede observar cómo una columna de casi 80 tibetanos se dirige hacia el susodicho collado, el Nangpa La, en fila de a uno y a casi 5.700 metros de altura. El collado es uno de los más altos entre Tibet y Nepal, antiguo paso de caravanas de yaks y comerciantes. Ahora, es el último recurso para los que intentan escapar de la muerte, la cárcel, la opresión y la rendición a una cultura extranjera y extraña, desde que hace casi 60 años comenzará el genocidio que los chinos realizan impunemente en Tibet. En el vídeo se observa cómo un tipo vestido de verde y con el pelo corto, coincidencias, apunta tranquilamente y dispara, y cómo una figura pequeña y oscura termina sus días en la nieve, su vida cortada en seco. Después, el militar se enciende un cigarro, el hijo de puta, y comenta la jugada con algún colega. Los chinos, antes de saber que el vídeo existía, arguyeron que los disparos se hicieron “en defensa propia”, qué sinvergüenzas. La historia tuvo sus cinco minutos de fama en algún noticiario de por entonces, y alguna tímida y pacífica protesta en frente de alguna embajada bien custodiada.
Del gobierno chino es normal esperar cosas mucho peores que la mentira o el cinismo, pero de lo que no se habló entonces es de la reacción de algunos escaladores que estaban presentes el día de autos. En concreto, el dueño de una de las agencias que organizan expediciones comerciales, una de las más grandes y conocidas, se dirigió a varios de los grupos presentes, o les mandó emisarios, conminándoles a no decir nada del tema. El gusano en cuestión aseguraba que, si acaso alguien hablaba del asunto, la consecuencia sería el cierre de fronteras en el futuro, o quizás el encarecimiento de los permisos de escalada. Por si ello fuera poco, añadió que en realidad la monja asesinada no era tal, sino un miembro de una mafia de trata de blancas que trataba de huir de la justa justicia china. ¡Ah, bueno, ya me quedo mucho más tranquilo! Si es así no pasa nada, maten, maten ustedes señores militares chinos... El gusano será siempre un cabrón sin escrúpulos. ¿Tan buenos son los dólares que ganas?
Afortunadamente para la historia, algunos no se callaron y publicaron sus fotos, relatos y vídeos, pruebas que no dejan lugar a la duda. No me acostumbraré nunca a que tenga que haber de todo; gentes de espíritu puro y noble, o asesinos y gusanos.
Columna publicada en el número 43 de Campobase (Septiembre 2007).