‘Buscando el vacío’ en la cara oeste del Siula Chico

TEXTO Y FOTOS Robin Revest

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19 de mayo de 2014. 11 de la mañana

“Impresionante”… Es lo único que podemos decir desde la cima del Siula Chico. Directo y escueto, pero más que suficiente para expresar lo que sentimos en esos momentos. Estamos exhaustos después de cuatro largos y exigentes días de intensa escalada. Sin duda alguna, el estilo elegido ha hecho que esta vía sea posiblemente la más dura que jamás hemos abierto… así es el estilo alpino. Pero lo hemos logrado, y ahora sentados en la cumbre de esta espectacular montaña, tan cerca de las nubes, no podemos sino saborear el éxito logrado.  

Roca y fisuras para aclimatar

Todo comenzó un 23 de abril, cuando nuestro avión dejaba Francia rumbo a Perú, donde nuestro primer objetivo sería llegar a la ciudad de Huaraz, puerta de la Cordillera de los Ándes. La expedición estaba compuesta por Ben Guigonnet, Fred Degoulet, Helias Millerioux y yo (Robin Revest). Cuatro alpinistas unidos por un mismo objetivo: superar una de las más hermosas paredes del Perú, la cara oeste del Siula Chico (6.265 metros), en la cordillera de Huayhuash. Una pared que se hizo mítica gracias al libro, y posterior película, “Tocando el Vacío”. 

Nuestro objetivo era abrir una nueva vía en este muro de más de 900 metros. Ya en 2007, y después de tres intentos, Jordi Corominas y Oriol Baró finalmente lograron abrir una vía en su cara oeste hasta la cima y en estilo alpino, ¡necesitaron siete días para lograr su objetivo! Ahora llegaba nuestro turno, abrir una nueva vía en esta maravillosa pared.

Tras estudiar minuciosamente la pared, la línea elegida consta de 900 metros de hielo hasta alcanzar los hongos de la cumbre. Una extraña y compleja línea que nos hacía soñar pero al mismo tiempo nos aterraba. Gigantescas formaciones de hielo fino y vertical a gran altitud formaban parte de nuestro menú. Pero, ¡no sabíamos que más teníamos para comer! Además de los riesgos inherentes a la propia escalada teníamos que estudiar diversos problemas relacionados con las posibles caídas de hielo y piedras. Así que decidimos madrugar mucho y escalar de noche… pero como en cualquier actividad que se realice a esta altitud, una parte muy importante del éxito viene dada por la aclimatación.

Durante 20 días descubriremos lugares fantásticos de este mágico rincón peruano, aclimatándonos en la Cordillera Huayhuash, y escalando en el Hatun Matchai. Deseosos ante la nada desdeñable perspectiva de descubrir los secretos de las montañas andinas comenzamos un trekking de cuatro días por el Huayhuash con la intención de iniciar nuestro proceso de aclimatación.

Una actividad que nos agotaría más de lo esperado debido fundamentalmente a la rapidez con la que nos movimos hasta el paso Rassac a 5.125 metros. Sin embargo, disfrutamos de los hermosos paisajes que nos acompañaron durante tres días hasta llegar a Hatun Matchai. Hatun Matchai es un lugar al que debería ir, al menos una vez en la vida, cualquier escalador que se precie. Ubicado a 4.300 metros, el cansancio, sin embargo, está asegurado.

No obstante, es algo que olvidaríamos pronto ya que ofrece una excelente roca, con fisuras perfectas desde el cuarto hasta el octavo grado. Además, a tan solo 10 minutos de los sectores de escalada se encuentra un acogedor refugio donde hacer noche. Aunque nos llovió parte de nuestra aventura, conseguimos escalar vías como “Maldito cumpleaños” (7b) y “Apnea” (7c), entre otras.

El 3 de mayo regresamos a Huaraz para finalizar todos los preparativos antes de ponernos en marcha hacia el campamento base a pie de vía en el Siula Chico. Antes de salir pasamos tres días en la ciudad comprando y abasteciéndonos con todos lo víveres necesarios para una expedición de 20 días. El 6 de mayo comenzamos el trekking que en tres días nos depositaría en el campo base. Las cosas se iban a poner serías…

Cara oeste del Siula Chico. Apertura de una nueva vía en estilo alpino

Fueron tres días de trekking que disfrutamos al máximo… un viaje que nos permitió enriquecernos con unas vistas magníficas de la zona, y que nos hizo estrechar lazos con nuestros arrieros. En total contábamos con siete mulas cada una de las cuales transportaba unos 40 kilos entre víveres y equipo, además de lo que llevábamos en nuestras mochilas. Así que no éramos un grupo pequeño. Todo iba sobre ruedas, ya habíamos aclimatado y nos dirigíamos al campamento base en la cara oeste del Siula Chico, donde la verdadera aventura empezaría. 

Sin embargo, lo primero era encontrar un buen camino en el complejo glaciar del Siula Grande. La subida es muy delicada entre grandes grietas, por lo que nos vimos obligados a avanzar con sumo cuidado. Las pesadas mochilas con las que cargábamos no facilitaban esta tarea. Estaba claro que tarde o temprano nos vendría a la mente… y así fue. Una vez allí no pudimos evitar pensar en la situación infernal que tuvo que vivir Joe Simpson arrastrándose con una pierna rota por este glaciar… una gran historia que ya todos conocemos. 

Desde el campo base se requiere de dos días para llegar hasta los pies del Siula Chico. Algo a tener en cuenta. Pero por fin podíamos ver la línea elegida a 5.330 metros de altitud. La ubicación de la vía y su aislamiento la convierten en un objetivo muy comprometido. También es hermosa y aterradora la visión del Siula Grande: infinidad de columnas de hielo y setas de nieve que observan desde las alturas… pero, al fin y al cabo, éstas son algunas de las particularidades de las grandes montañas de este país. Alguna avalancha de vez en cuando nos regalaba un ruido atronador, pero afortunadamente estábamos bien protegidos en el campamento avanzado. Examinamos minuciosamente el itinerario y establecimos un plan diario. Confirmamos con nuestros propios ojos que desde el mediodía hasta la puesta del sol el hielo no dejaba de incidir con fuerza y constancia sobre la pared, provocando la caída de peligrosos proyectiles sin control alguno. Decidimos quedarnos allí una noche más para juzgar las condiciones de la pared con mayor detenimiento.

Finalmente tomamos la decisión de regresar al campo base por miedo a que la pared se deteriorase aún más por el efecto del sol y algún desprendimiento mayor nos causase problemas. Esperamos hasta la siguiente ventana de buen tiempo con la idea de corregir las vicisitudes de los días anteriores. Finalmente optamos por regresar un días más tarde de lo esperado al campamento avanzado y entramos en la vía sobre las dos de la madrugada después de un largo día de espera debido al mal tiempo. Empezábamos a notar en nuestras carnes el peso de las mochilas y la altura a la que nos encontrábamos. Después de unas horas en pared, llegaba el momento de buscar el primer vivac. El lugar no era el ideal para pasar la noche, pero Ben y Fred se pusieron a trabajar y no descansaron hasta que consiguieron un lugar seguro y bien protegido. Mientras tanto, Helias, a la cabeza, y yo detrás, abríamos dos largos más.

Hielo y mixto

El día 17 nos despertamos sobre las 2 de la madrugada y abrimos seis largos de hielo y mixto de gran dificultad, entre el 5º grado y el M6. La escalada se volvió muy compleja, y cada largo nos llevaba varias horas de esfuerzo. Alrededor del mediodía llegamos a un segundo campamento. Estábamos muy cansados, pero las vistas eran impresionantes. Nos encontrábamos en el punto más alto que se había alcanzado en intentos anteriores. Identificamos un posible largo con algunas chapas finas de hielo… pero tendríamos que esperar hasta el día siguiente para saber si la elección era viable o no. Al siguiente día, Fred encontró una solución factible en el itinerario avanzando a través de un largo fino y expuesto. Una vez atravesado, no pudimos sino felicitarnos por haber superado aquel tramo y sobretodo por… ¡seguir vivos! La táctica era simple, un escalador lideraría la cordada en uno o dos largos, y luego se cambiaría con el compañero. El segundo jumarearía y aseguraría al escalador de cabeza. El progreso era, obviamente, arduo y lento porque cada largo era más complicado, expuesto y vertical que el anterior… ¡Era increíble!, pero lo estábamos disfrutando. Así, llegamos al tercer vivac a 6.150 metros. La nieve comenzaba a hacer acto de presencia.

Día de cima y descanso

El 19 de mayo, tan solo 100 metros nos separaban de la cumbre… tan cerca, pero a la vez tan lejos de nuestro objetivo. Al abrigo de los largos que nos esperaban, Ben salió a jugar. Un primer largo muy vertical sobre colmillos helados suspendidos nos ofrecía un ambiente espectacular pero de locura. Finalmente, un último largo con una travesía de M7 nos situó en una zona mucho menos escarpada. Un último tramo difícil y luego una arista cimera, con sus enormes cornisas, nos depositaron en la cumbre. Eran las 11 de la mañana…el momento fue simplemente mágico. ‘Looking for the void’ (Buscando el vacío) fue como bautizamos nuestra nueva creación, la segunda línea que surcaba esta magnífica pared. Ahora tocaba volver a la realidad, ya que esto no había acabado aún… había que descender. La decisión fue difícil pero tuvimos que esperar hasta la media noche para empezar el descenso y así evitar la caída de hielo y rocas. Enlazamos un abalakov con otro, y poco a poco fuimos rapelando por la pared. Comenzó a nevar con fuerza pero no dejamos que nos rompiera el ritmo, seguimos concentrados en la tarea de descender poco a poco, pero con paso firme y seguro. Finalmente, sobre las 15.30 alcanzamos la rimaya y el campamento base avanzado.

Nos quitamos la presión de encima y nos metimos rápidamente en los sacos en busca de un descanso más que merecido… y necesario. Había sido una experiencia muy dura, pero la satisfacción de un trabajo bien hecho, y el éxito logrado nos hizo olvidar el sufrimiento vivido. El 23 llegamos a Huaraz después de un regreso en autobús no libre de incidentes. Unos días más escalando en la famosa Esfinge (5.300 metros) y por fin de regreso a Francia. Sin duda, toda una aventura y una gran experiencia de la que todos hemos aprendido. Grandes momentos y emociones vividas con tres grandes amigos… ¿Qué más se puede pedir?