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Las Palmas y Tenerife no olvidarán jamás el derbi de la ‘gota fría’

Quique Medina, cuando vestía los colores del CD Tenerife.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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La historia dice que el Tenerife certificó su segundo ascenso a Primera División el 2 de julio de 1989 bajo la canícula sevillana. Pero los protagonistas de aquella gesta no olvidan que una de las claves del éxito fue el empate obtenido en el Estadio Insular ante la UD Las Palmas en el conocido como 'derbi de la gota fría'. El choque, fijado para el sábado 18 de febrero, se aplazó porque ese día se anunciaba para Gran Canaria la versión local del diluvio universal, el fin del mundo, la hecatombe, un cataclismo, el apocalipsis... Así que el delegado del Gobierno en Canarias, Eligio Hernández, ordenó la suspensión del choque y los hinchas tinerfeños volvieron a casa precipitadamente o ni siquiera iniciaron el viaje. Luego, en una tónica que se ha mantenido durante tres décadas, no cayó una gota... pero esa es otra historia.

Algunos valientes regresaron a Gran Canaria tres días después. Y así, el martes 21 de febrero de 1989, con media entrada en el Insular, televisión en directo y quinientos blanquiazules en las gradas, por fin se disputó 'el derbi de la gota fría'. Las Palmas, que se jugaba sus últimas opciones de ascenso, salió más enchufada ante un rival despistado por tanto viaje de ida y vuelta. Un gol de Alexis Trujillo hizo que, tras apenas un cuarto de hora de partido, ya fuera por detrás el grupo de Joanet, que ese día alineó a: Belza; Isidro, Quique Medina, Herrero, Lema, Luis Delgado; Toño, David, Víctor; Noriega y Rommel. Al filo del descanso, un rechace afortunado hizo que Nino Lema lograra el empate. El hecho no es baladí: en doce años como profesional y casi trescientos partidos ligueros, Lema sumó más ascensos a Primera División (seis) que goles (dos).

Pero la alegría de los quinientos valientes que estaban en el Insular duró poco. Porque a los cinco minutos del segundo tiempo, un tinerfeño, Andrés González, ponía por delante a Las Palmas. Y aunque el entonces líder lo intentó, el empate no llegaba. La última oportunidad, con el tiempo ya cumplido, vino en una falta directa en el borde del área rival. Aquello era un caramelo para la zurda de Luis Delgado, que salvó la barrera... pero, con Lopetegui batido, un jugador amarillo que se había colocado junto al poste rechazó el balón. Y como ocurre en estos casos, la zaga reventó el balón hacia el campo rival en espera del pitido salvador del árbitro. Por allí sólo había un defensa blanquiazul. Era Isidro García, lateral de limitados recursos técnicos, pero que se ganó con sudor la opción de disputar 130 partidos en sus seis años como blanquiazul.

Esa noche, en un momento de máxima tensión, Isidro sacó escuadra, cartabón y tiralíneas, se 'disfrazó' de Schuster y dibujó un pase imponente a la espalda de la defensa amarilla, que salía en desbandada. Por allí apareció Quique Medina, autor de apenas tres tantos ligueros en sus siete años como blanquiazul... pero que esa noche, justo esa noche, llegó desde atrás, rompió el fuera de juego, controló el balón con la precisión de un relojero suizo y se inventó una parábola imposible sobre la media salida de Lopetegui para firmar el empate final. El gol, visto ahora, casi tres décadas después, es de 'crack' planetario. Entonces, sencillamente, parecía ciencia ficción.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.

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