La Cueva Pintada de Gáldar (Gran Canaria), descubierta en 1862, es la obra cumbre del arte rupestre prehispánico de Canarias

Luis Socorro

23 de julio de 2022 10:30 h

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¿Se puede calificar de arte algunas de las manifestaciones rupestres que nos legaron los amaziges de Canarias? Si nos atenemos a las definiciones de pintura y arte rupestre, la respuesta no atisba dudas: Sí. ¿Son artísticas todas las inscripciones y grabados que realizaron los primeros pobladores? No. Las inscripciones líbico-bereberes no lo son porque son letras, ni tampoco los dameros ni los numerosos paneles con rayas multiformes salpicados por la geografía del Archipiélago. Pero las cuevas con pinturas, los grabados circulares y las esculturas de los ídolos sí pueden catalogarse como expresiones artísticas, apuntan los expertos. La Palma es una isla con un amplio catálogo de petroglifos que inspiraron las espirales del escultor Martín Chirino, mientras que Gran Canaria es la única en la que el color está presente en sus manifestaciones rupestres. La joya de la corona del arte prehispánico en Canarias es Cueva Pintada, en Gáldar, un parque arqueológico que ha rescatado el caserío mejor conservado de aquella cultura.

“No hay nada igual en Canarias. Es excepcional. Desde luego, esa composición que posee el friso te interpela y te desarma. Cuando la observo, tengo la impresión de que me dice: léeme”. Quién así se expresa es Carmen Gloria Rodríguez, conservadora del Parque Arqueológico Cueva Pintada. ¿Y qué lees? “Me desarma porque, aunque lo intuimos, todavía no podemos descifrarla”. La complejidad de esta composición artística, como han amplificado bastantes investigadores, es considerada, salvando las distancias, como la Capilla Sixtina del arte rupestre de la sociedad indígena.

Rodríguez es honesta con la consideración de “manifestación artística” de esta singular cueva. “Tenemos que matizar que el arte se puede entender como un ejercicio individual de la expresión artística de alguien; y aquí lo que tenemos es un plan, un relato a través de una serie de símbolos”. Pero es indudable que ese relato “tiene una armonía en los colores, la disposición de los mismos, que te lleva a concluir que hay una percepción artística”. Para la arqueóloga, Cueva Pintada va más allá del arte, “porque hay algo más profundo en el contexto de una colectividad”. La carga simbólica que atesora el conjunto pictórico, asevera la arqueóloga, “la tenemos en muy pocos espacios de la isla; esa carga simbólica tan grande solo es comparable a la Cueva de los Candiles, al conjunto de Risco Caído y la Cueva de las Estrellas”. Estos tres sitios arqueológicos están en el paisaje cultural de las Montañas Sagradas de Gran Canaria. Están concebidos, en palabras de la doctora Rodríguez, “para que hablen por sí mismos, que transmitan algo a las personas que los contemplen”.

En su calidad de responsable del área de investigación de Cueva Pintada, el doctor Jorge Onrubia ha analizado con detalle esta composición artística. “Es indudable que es una manifestación rupestre porque está pintada sobre una roca y, además, en una cueva artificial, pero comparte, y esto es muy interesante, elementos de la pintura mural: no se pinta directamente sobre la roca, hay zonas que están preparadas con un enlucido de arcilla, con el que se sellan fisuras”. Es decir, aquí “hay una sofisticación: primero se excava, se regulariza, se prepara la base y sobre eso se pinta”. En consecuencia, estamos a caballo entre la pintura rupestre y la mural. ¿Es arte? “¡Es arte!”, responde el investigador.

El profesor Onrubia, no obstante, matiza: “Cuando digo que en los murales de la Cueva Pintada hay arte, lo digo desde mi propia concepción de lo artístico, que está a su vez condicionada por mi particular forma de ver el mundo. Porque estoy convencido de que esta forma no coincide, ni mucho menos, con la que tenían los canarios prehispánicos de hacer presente lo ausente por medio de imágenes, de codificar la realidad para producir elementos visuales que acaban actuando sobre ella de forma eficaz”.

¿Es la obra artística más importante de la sociedad prehispánica? “De las que están conservadas, sin duda. Hay otras cuevas pintadas, sobre todo El Guayre, en Roque Bentayga, que tipológicamente se parece mucho a la de Gáldar, pero no tiene esa complejidad”. En Cueva Pintada, sentencia el profesor Onrubia, “hay un proyecto iconográfico”.

El significado es lo que está por ver. “No lo sabemos”, se sincera el arqueólogo. “Tenemos que interpretarla en su contexto, porque la cueva no está sola, está en un conjunto de cuevas labradas en las que ocupa un lugar central”. Onrubia añade que “antes de entrar en la explicación de los motivos, hay que definir la funcionalidad de ese espacio. Tenemos la impresión fundada, en base a la información que hemos recabado, de que era el palacio del guanarteme. Era un complejo palacial que cumplía una función de hogar, de granero y, seguramente –con los textos de Diego Ripoche y los datos relacionados con el momento del descubrimiento-, de panteón”. Cuando se descubre la cueva, en 1862, “en su interior se encuentran cadáveres y momias, fardos funerarios. ¿Ancestros del linaje? Por qué no”.

En consecuencia, esta decoración pintada tiene que ver con su función. “Puede ser un calendario”, como ha expresado el matemático y doctor en Historia José Barrios, “pero creo que va más en la línea de lo heráldico”, sostiene Onrubia. Explicaría la concepción del mundo y de la sociedad y los linajes aristocráticos de esta gente“.

“Interesante, interesante”, repite el doctor Barrios cuando le menciono dos palabras –Cueva Pintada- sin mediar pregunta. Le llama mucho la atención “la abundancia de paneles de tres filas por cuatro columnas”. Estos dameros “se pueden interpretar como una representación del año lunar, por los doce meses”. Cuando se hacen cuentas astronómicas, salen algunos cálculos básicos relacionados, a mi juicio, con calendarios de la antigüedad, como los ciclos lunisolares de ocho años, incluso alguna relación con los cálculos de los eclipses“.

Figuras humanas pintadas

Las figuras humanas de color almagre de la pequeña cueva de Majada Alta, en la vertiente suroeste de Gran Canaria, es otra de las obras de arte que nos legaron los antiguos canarios. Impacta encarar la vista hacia una composición figurativa de una escena de la comunidad. El arqueólogo José Guillén nos guió hasta ese lienzo pétreo, con dos figuras tumbadas -tal vez, muertas- mientras a su alrededor observan otras personas. Quince figuras antropomorfas se contabilizan con claridad en este yacimiento “excepcional”. Así lo califica Guillén, “porque representa una escena que no vemos en ningún otro enclave del Archipiélago”. Para saber su significado, el arqueólogo sólo ve una posibilidad, comparar con otros yacimientos internacionales para buscar similitudes, “un estudio que por ahora no se ha realizado”.

Tampoco se sabe a qué periodo de la sociedad indígena pertenece esta composición. A diferencia del resto del Archipiélago, en el norte de África sí hay yacimientos con figuras humanas, “pero son mucho más antiguos”, señala Guillén. Figuras antropomorfas pintadas “se han localizado en yacimientos con inscripciones líbico-bereber, también anteriores a la era común”. Esta diacronía de los grabados africanos también se observa en Canarias. Aunque es difícil datar por la ausencia de vestigios arqueológicos o poblados vinculados directamente, sí hay pistas que nos llevan a concluir, como hemos vistos en otros aspectos de la sociedad indígena, que tampoco en las manifestaciones rupestres hay una foto fija. Un indicio son las superposiciones de grabados. “Esto nos indica”, explica Guillén, “que hay grabados más antiguos que otros”. A nivel estilístico, “hay figuras antropomorfas que se representan de manera diferente”. Por tanto, “hay una evolución, aunque no sabemos si es paralela en el tiempo o está escalonada”.

Gran Canaria, además de en Majada Alta, tiene otras cuevas con pinturas antropomorfos y geométricas. Una de ellas está en los altos de Telde. Pero hay otro recinto singular, sin paragón en la arqueología del Archipiélago: la Cueva de Las Estrellas. Su relación con la cosmogonía de los amaziges de Canarias es la hipótesis más sólida sobre el significado de esa representación. Como se aprecia en la foto, son centenares de puntos blancos.

En 2020, se han localizado dos pinturas circulares en el sur de la isla. Esta es la primera mención pública que se hace de este descubrimiento. Quien ha documentado el hallazgo es el arqueólogo Pedro Javier Sosa; está pendiente de publicar un artículo, con este y otros hallazgos rupestres, en una revista científica para aportar todos los detalles. El investigador está ultimando su tesis doctoral: Historia en la roca, documentación integral y estudios de las manifestaciones rupestres al aire libre de Gran Canaria. Tras ocho años de trabajo, en los que ha explorado 130 yacimientos, Sosa concluye que hay “cuatro momentos cronológicos en la evolución de estas manifestaciones rupestres”.

El más antiguo lo ha detectado en barrancos del sur de la isla. “Son incisiones profundas y también formas geométricas”, además de escritura líbico-bereber, “hecha con la técnica de incisión fina; son de menor tamaño que el resto y posee más caracteres”. Considera que pertenecen a los primeros siglos del poblamiento –III, IV y V de la era común-. Las dataciones son relativas al tratarse de rocas, “pero por la pátina, el envejecimiento de la piedra, podemos estimar si un grabado es más longevo que otro”. El segundo periodo es posterior y está pendiente de comprobaciones para situarlo en el tiempo, tal vez en torno al siglo VIII. Las manifestaciones de esta etapa están en la comarca de Balos, el enclave de grabados más importante de Gran Canaria por la cantidad y variedad. Guayadeque es otro espacio relacionado con esta fase. Sosa ha localizado figuras humanas, “asociadas a inscripciones alfabéticas de mayor tamaño”. La técnica del piqueteado prevalece. La desaparición gradual de la escritura indígena caracteriza el tercer momento que describe el arqueólogo, en el que observa “un cambio estilístico de las representaciones humanas, que aparecen solas, sin escritura”. 

El cuarto y último episodio “se corresponde con el momento final de la cultura indígena. Hablamos de las figuras geométricas, como los triángulos y los círculos que son mayoritarios, elementos que aparecen también en las pintaderas. El lenguaje gráfico ha cambiado totalmente en esta fase final, donde hay un cambio cultural muy marcado y por eso vemos tantas diferencias entre las Islas. A esta fase pertenecen también grabados lineales, ajedrezados, rallas, realizados con técnicas de la incisión fina, pero queda por hacer un estudio traceológico y experimental para saber si están hechos con metal -lo cual es bastante probable”-.

Con la llegada de los europeos, se aprecia la influencia foránea. Un ejemplo de estas muestras rupestres son los dibujos de jinetes de Balos, cruces o estrellas. Pedro Sosa emplea técnicas fotográficas de última generación y otros métodos científicos para descifrar la superposición de figuras. De la misma manera que “la estratigrafía en los yacimientos en tierra nos indica que los materiales excavados en los niveles más profundos son los más antiguos, la superposición de los grabados es un elemento que permite ajustar la antigüedad y evolución de las manifestaciones rupestres”.

Las espirales benahoaritas de Chirino

Junto a Cueva Pintada, otras obras relevantes del arte rupestre indígena están en La Palma. Son decenas las representaciones soliformes y espirales que salpican la geografía benahoarita, principalmente la mitad norte. Es una especie de museo al aire libre, con unas representaciones circulares que sólo están en esa isla. El Parque Arqueológico de la Zarza y la Zarcita es un lugar mágico, evocador, con sus brumas fantasmagóricas invernales y su abundancia de agua, aunque en los últimos dos años la falta de lluvia se aprecia en el paisaje cuando vistamos este singular yacimiento de la mano de Jorge Pais. “¿Por qué estos grabados solo están aquí?”, se pregunta el investigador. “No encuentro ninguna explicación, y mucho menos cuando los aborígenes de Canarias proceden de una misma zona”. No es la única consideración. Garafía “concentra más de la mitad de los grabados de La Palma”. 

El significado de estas espirales es otro misterio. El director del Museo Benahoarita apunta a las creencias, a una motivación para pedir agua a las divinidades o la invocación a la fecundidad. El título del libro por el que obtuvo el premio José Pérez Vidal, en 2017, Los petroglifos benahoaritas: símbolos de vida y fertilidad, es ilustrativo del pensamiento de Pais. Especulaciones al margen, hay un dato objetivo: la mayoría de estos grabados está cerca de fuentes o charcas o en los caminos que conducen a las mismas. El primer arqueólogo que estableció esta relación con el agua fue Julio Martínez Santa-Olalla.

A fecha de hoy, están contabilizados varios centenares de yacimientos con paneles que inmortalizan estas composiciones tan sugerentes y plásticas, un legado que ha inspirado la obra de artistas universales como el escultor canario Martín Chirino, el creador que dotó de alma al hierro. El escritor y periodista Antonio Puente conoce la obra y la vida de Chirino. Fue su director de comunicación en su Fundación de Arte y Pensamiento, en Las Palmas, hasta la muerte del artista y es autor de La memoria esculpida, la biografía conversada de Chirino (Galaxia-Gutenberg, 2019).

Bajo su lema “de Canarias al mundo” o “del origen al universo”, la obra de Martín Chirino, nos cuenta Puente, “viene a cubrir dos seculares estigmas de la cultura insular. Uno de orden geográfico, vivir de espaldas a África -las Reinas negras, los Afrocanes...-, y el otro mucho más determinante y constante en su obra, la definición del mundo aborigen, situado a menudo en una nebulosa entre la historia y la leyenda. Como se ha señalado, en definición que agradaba al artista, una muestra de Chirino equivaldría a cómo contemplaría el firmamento al levantar la cabeza un aborigen canario”.

El contacto con los paisajes rupestres de La Palma, señala el experto en el universo Chirino, “resultaría para él una bomba analógica, que ordenaría cuanto llevaba mascullando”. Descubrir las espirales benahoaritas, “le supuso la apertura del horizonte a dos aprendizajes claves en su infancia: los remolinos que el viento producía en los granos de arena de la playa de Las Canteras y la contemplación de los cascos de los barcos varados en los astilleros, donde trabaja su padre”.

La cultura indígena no sólo inspiró al escultor. Tanto Martín Chirino como Manolo Millares, relata Antonio Puente, “eran, desde muy jóvenes, asiduos visitantes de El Museo Canario; la contemplación de los vendajes de las momias marcaría definitivamente sus obras. En el caso del autor de las arpilleras, de un modo mucho más dramático, se cruzarán aquellas mortajas indígenas con la negra imaginería de Goya -para decirlo gráficamente, inspirado en aquellos vendajes, Millares le arruga la camisa blanca al hombre de Los fusilamientos del 2 de mayo-. Y, más armónico y conceptual en el caso del autor de las espirales, igual de determinante le resultaría aquel contacto con el mundo aborigen como la forja del hierro, que aprendió de la mano de los artesanos de diversos pueblos de Castilla”.

Curiosamente, Chirino y Millares inician juntos su periplo peninsular y en ambos se producirá un fértil choque entre aquellas iconografías que acumulan en sus retinas y la tradición española“. Por así decirlo, sentencia el intelectual, ”emprenden la contraconquista o, como dirían nuestras abuelas, les devuelven la visita a los castellanos“.

Cueva Tiznada

No abandonamos el territorio benahoarita porque La Palma es también la protagonista de uno de los descubrimientos arqueológicos más relevantes de los últimos años. Unas figuras pintadas en negro en el interior de una caverna que ahora tiene nombre propio: Cueva Tiznada. La arqueóloga Nuria Álvarez la descubrió mientras desarrollaba el proyecto Cuevas colgadas

Hay una figura quizá antropomorfa, en el centro, y otra, a la derecha, que parece una figura femenina de perfil. “Hay quien interpreta a una persona o a un animal”, señala Álvarez, pero ella es cauta: “No sé qué significa ese motivo. Si pudiera comparar… pero es el único caso en la Isla”. Lo que sí tiene claro es que “estamos hablando de líneas realizadas con carbón, que se cruzan y se superponen”. Sin duda es un hallazgo notable, pero con tantas dudas, no se puede hablar de arte rupestre. Por ahora, porque el proyecto que lidera la arqueóloga palmera, rapelando por los riscos en busca de cuevas colgadas, aportará mucha información relevante. De hecho, hay novedades, pero aún no se han publicado.

Cueva Tiznada es un tubo volcánico. Álvarez descubrió la pintura en 2017, pero no se anunció hasta tres años después, en diciembre de 2020. El espíritu científico de la arqueóloga imperó desde el primer momento. El siguiente paso fue contrastar. Avisó a Jorge Pais. El veterano arqueólogo no dudó: “Vi que se trataba de una pintura”. Se informó del hallazgo a la directora general de Patrimonio Cultural, Nona Perera. La investigadora lanzaroteña también certificó que estaba ante una pintura aborigen. Fue en ese momento cuando Nuria pudo afirmar: “Esto es importante”. Es el primer yacimiento con pintura rupestre de La Palma. Hasta entonces, sólo estaban catalogadas los de Gran Canaria.

Muy importante también es el conjunto arqueológico de El Julan, en la vertiente sur de El Hierro. Convertido en parque arqueológico, es otro de los yacimientos excepcionales de grabados que atesora Canarias, tanto por la cantidad de paneles como por la variedad de sus motivos, además de por sus inscripciones de la escritura líbica-bereber. ¿Se puede catalogar de arte ese legado de los bimbaches? Maite Ruiz, inspectora insular de Patrimonio: “No lo creo. En la isla hay espirales, pero las de La Palma son únicas; las herreñas son pequeñas, sencillas y aisladas”.

Al margen de estas consideraciones, Ruiz no alberga dudas de que El Julan fue “un espacio de convocatoria ritual. Para hacer ese volumen de grabados tan alto, seguro que se reunían periódicamente. En el Atlas, en verano cuando no hay pastos, la gente subía y se cree que en esa estación se realizaron los grabados”. Además de las estaciones rupestres, en este enclave hay un tagoror, circunstancia que refuerza la tesis de que era un sitio de reunión, cuevas funerarias y concheros de dimensiones considerables. Hay un detalle más a tener en cuenta que aporta José Barrios: “Desde el Julan se ve perfectamente Canopo”. La importancia de esta estrella en la cosmogonía indígena la detalla el matemático y doctor en historia en el capítulo ocho.

Las pintaderas, por su versatilidad cromática, podrían interpretarse como arte, pero su funcionalidad descarta esa interpretación, ya que son sellos que se usaban para marcar, por ejemplo, precintos. Se han localizado pintaderas en muchos lugares del Mediterráneo y en otras culturas, pero en el norte de África sólo hay constancia en una zona de Argelia, nos ilustra el profesor Jorge Onrubia. Gran Canaria es la única isla con este registro arqueológico, que atesora “un patrón decorativo, marcadamente geométrico, que las emparenta claramente con las pinturas de Cueva Pintada, con las cerámicas”. El investigador vincula las pintaderas con los ídolos “porque aparecen a la vez” –la pintadera más antigua oscila entre los siglos VIII y IX, pero son dataciones sin higiene radiométrica, por lo cual, apunta Onrubia, “no puede descartarse que sea algo más reciente”-. Sin embargo, desde un prisma formal y estético, es un mundo diferente, más figurativo. Los ídolos, en cambio, al tratarse de esculturas, podrían inscribirse con la categoría de arte, una manifestación que realizaron los indígenas de Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote y La Palma.

Los grabados púbicos no pueden quedar al margen de este capítulo dedicado a las manifestaciones rupestres. En este caso, Gran Canaria también es la única isla que atesora este legado. Varias cuevas de las Montañas Sagradas albergan este patrimonio vinculado a la fertilidad, como Candiles, Caballero y Cagarrutal, pero también hay ejemplos en Telde y Teror, además, naturalmente, de los triángulos púbicos del yacimiento de Risco Caído, principalmente los grabados en la cueva 6. Un experto en esta materia es el arqueólogo Julio Cuenca. Una investigación interesante es la que presentó en el XV Coloquio de Historia Canario Americano, junto a sus colegas Francisco López Peña y José Guillén .

La mayor concentración de estaciones rupestres con grabados de triángulos, sostienen los autores del trabajo, está en la Caldera de Tejeda. “Se concentran en el interior de cuevas artificiales que están orientadas hacia el interior de la Caldera. Las Cuevas del Caballero, Cueva de los Candiles y Cueva del Cagarrutal forman uno de los principales santuarios de la Isla. No es mencionado por las antiguas crónicas, pero, en nuestra opinión, reúne evidencias arqueológicas suficientes como para inferirles dicho carácter cultual”. El trabajo que expuso Cuenca en el ciclo asevera “que el ideograma del triángulo púbico formaba parte del mundo de las creencias y prácticas rituales de los antiguos canarios”. 

En definitiva, este ámbito artístico, que hemos expuesto en este capítulo, es un elemento más que pone de relieve la complejidad de la cultura prehispánica. Evolucionó como hemos visto a lo largo de esta investigación periodística. No era igualitaria como las sociedades primitivas, contaba con un amplio registro de prácticas funerarias hasta llegar a la perfección con la momificación de los guanches, el control y distribución de los recursos agrícolas está certificado con los graneros comunitarios. Sabían escribir y tenían conocimientos precisos de astronomía. Con este escenario que hoy conocemos gracias al trabajo riguroso de la comunidad científica, podemos afirmar que los primeros pobladores de Canarias conformaron una cultura alejada de la prehistoria.

Con la llegada de los europeos en el siglo XIV, el aislamiento de esta comunidad indígena llegó a su fin. Se abrió un nuevo horizonte, pero también supuso una decadencia que concluyó a finales del XV con la Conquista. El ocaso de la sociedad indígena es el protagonista del próximo y último capítulo del reportaje Amaziges de Canarias, Historia de una Cultura.

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