Amaziges de Canarias
El poder de menceyes y guanartemes
La organización social, el control de las comunidades, en definitiva, el poder en las tribus que colonizaron el Archipiélago lo ostentaba una élite, producto de un modelo jerarquizado de sociedad. Así lo atestiguan las crónicas, principal fuente de información para indagar esta faceta de la sociedad indígena. Pero no es la única, porque la arqueología ha descubierto indicadores muy ilustrativos, a través del estudio de la muerte, de conflictos letales entre grupos de una misma isla. Los documentos escritos señalan que el poder estaba en manos de una minoría y los arqueólogos certifican lo que redactaron los conquistadores, pero también que hubo una evolución, porque cuando aquellas personas llegaron a Canarias, a principios de la era común, no había ni guanartemes ni menceyes.
Conrado Rodríguez Maffiotte no es historiador ni tampoco arqueólogo, pero su oficio está directamente relacionado con esas disciplinas. Es médico, pero no se dedica a sanar ni a historiadores ni a arqueólogos. Estudia las momias y los restos humanos de los guanches. Es director del Instituto Canario de Bioantropología y también del Museo Arqueológico de Tenerife, hoy integrado en el MUNA. El doctor Rodríguez ha realizado una investigación que concluye que las relaciones entre los habitantes del norte y del sur de Tenerife eran malas, con episodios de violencia letal en el que las víctimas eran principalmente lo sureños, en “una proporción de uno a cuatro”. Para el investigador, “hablar de una sociedad violenta no es correcto, pero sí que había conflictos de carácter socioeconómico que se resolvían con la violencia”. Básicamente, los del norte emboscaban a los del sur para “robarles el ganado”.
¿Por qué llega a esa conclusión? Lo primero que observó al analizar los esqueletos que custodia el MUNA -110 restos momificados, diecisiete momias y más de un millar de restos humanos sin momificar- es que un 8% de la población de los menceyatos de Adeje y Abona tiene fracturas craneales, frente a un 2% en los territorios norteños. También ve que son lesiones “producidas por armas: una pedrada, una boleadora o una lanza”. Otro dato que le llamó poderosamente la atención es que ese elevado índices de lesiones letales se registraba en la comarca con menor densidad de población de la Isla. “Eso es raro, porque los conflictos deben ser más generalizados en núcleos con mayor población”. La estadística revela que el 70% de los cráneos con fracturas letales corresponde a guanches del sur. A ese escenario hay que unir la geografía isleña, que propiciaba que “en el sur el ganado pastara libremente”, mientras que en el norte, “el bosque limita un terreno que, además, es mucho más abrupto”. En consecuencia, no es aventurado concluir que los norteños “iban al sur a buscar los recursos de la ganadería”.
Otro dato relevante que ha descubierto el equipo del Instituto Canario de Bioantropología, al datar esos restos humanos –la mayoría son varones-, es que “ese patrón de conflictos persiste cronológicamente, porque lo ves en yacimientos del siglo VI hasta prácticamente la Conquista”. Rodríguez recuerda, como dicen las crónicas, que “mientras los menceyatos del norte se unieron contra los castellanos durante la Conquista, los del sur apoyaron a los europeos”. ¿Sería por el hartazgo de las incursiones para robarles su ganado?
Violencia letal
Gran Canaria también fue escenario de conflictos entre tribus, pero las circunstancias y las conclusiones son diferentes de las de Tenerife o no están concretadas aún. La doctora Teresa Delgado Darias es la conservadora de El Museo Canario y ha realizado, junto a un equipo de especialistas en diversos campos de la arqueología, una investigación bioarqueológica sobre 789 cráneos que custodia la institución. “Un 5,6% presenta fracturas sin cicatrizar”, es decir, lesiones letales. Al igual que en la sociedad guanche, los conflictos se extendieron durante el periodo prehispánico y las víctimas principalmente eran masculinas, pero hay una diferencia sustancial: “Hemos registrado dos picos de violencia, uno entre los siglos VII y VIII y el otro en torno al XI”. Se ha llegado a esta conclusión al revisar las dataciones en los últimos años.
Este escenario de “violencia estandarizada”, apunta Delgado, “nos habla de un estrés social, de una sociedad más igualitaria en los primeros siglos del poblamiento; pero, en torno a los siglos VII y VIII, se empieza a jerarquizar, como observamos en el tratamiento de la muerte, al pasar de enterramientos colectivos a individuales y por el tamaño de las tumbas”. El segundo pico de violencia es paralelo a las transición de una “sociedad agropastoril a otra predominantemente agrícola, en la que la propiedad de la tierra, los recursos y el acceso a los mismos se fueron modificando”. La científica se pregunta y se responde: “¿Quién controlaba y distribuía la tierra? Un segmento concreto de la sociedad”.
Analizando los registros arqueológicos, el equipo de Delgado observa que “estos picos de violencia coinciden con momentos de cambio”. En ambos periodos, como veremos en el próximo capítulo –La muerte, entre momias y cementerios-, hubo una metamorfosis de los enterramientos; aparecen las necrópolis tumulares en el siglo VII, mientras que el segundo pico de violencia letal coincide con la aparición de los enterramientos en cistas y fosas. Simultánea a las inhumaciones en superficie, Gran Canaria experimentó una gran transformación en la explotación de la agricultura, como vimos en el capítulo anterior.
¿A qué se deben esos picos de violencia que coinciden con esos cambios sociales? Le preguntamos a la conservadora del Museo Canario. “Esta investigación está abierta y por ello son datos que están siendo ampliados y en proceso de estudio, pero una hipótesis que barajamos es que ese proceso de reestructuración social se vería acelerado por dos posibles eventos migratorios, de gente portadora de nuevas ideas”. Uno de ellos, el que coincide con la transformación de la economía de los canarios, en el siglo XI, lo argumentó en el anterior capítulo el doctor Javier Velasco, compañero de equipo de Delgado. Esta posible arribada es factible, según un estudio de la genetista Rosa Fregel, en las islas orientales y en Gran Canaria. Fregel, en cambio, no aprecia ningún indicio genético de que se produjera una oleada poblacional en los siglos que coinciden con el primer pico de violencia.
La dispersión geográfica de esa violencia es otra de las diferencias respecto a los conflictos intergrupales guanches. En el primer pico, los cadáveres analizados fueron exhumados en diversos yacimientos; por ejemplo, en Guayadeque, Tabacalete y Las Huesas, localizados en diferentes y distantes lugares de la Isla. La mayor parte de los cráneos investigados en el segundo episodio se excavaron en El Hormiguero (norte), La Aldea (oeste) y El Drago, en el municipio de Las Palmas de Gran Canaria. Así como en Tenerife está definido el origen económico de los conflictos –el robo de cabras-, en Gran Canaria solo hay certeza de que los momentos críticos, diseminados por toda la geografía isleña, coinciden con cambios socioeconómicos, al menos en el segundo pico de violencia. Con todo, no es descabellado plantear, al tratarse de sociedades tribales, que el robo de recursos fuera la causa principal de la violencia, como en Tenerife. La doctora Delgado señala que “la investigación está abierta”, pero de lo que no hay duda, como recuerda la conservadora de El Museo Canario, es que las “fuentes escritas hablan de una institucionalización de la violencia”.
Hospitalidad de lecho
¿Y qué dicen las crónicas sobre el control del poder en la cultura prehispánica? El catedrático Tejera Gaspar, en su libro Guanches, afirma que varias fuentes escritas “confirman que Tenerife se hallaba dividida en nueve demarcaciones territoriales o menceyatos”. En lo que no se ponen de acuerdo las fuentes es sobre cómo se alcanzaba el rango de mencey. Algunos autores “creen que el poder se heredaba y lo transmitía a los descendientes directos de su linaje”, otros, continúa Tejera, “son partidarios de que esa categoría se obtendría a través de una elección que se realizaba entre los personajes más destacados de la sociedad”. Hay otra hipótesis, indica Tejera, que aporta el veneciano Cadamosto. “Tiene nueve señores que se llaman duques y no se suceden por linaje, de padres a hijos, sino que aquellos que muestran más poder se convierten en amos. Incluso guerrean entre ellos, matándose como bestias”. Las tres teorías coinciden en que el mencey procedía de la élite. En este sentido, la lingüística aclara que mencey proviene del libiobereber *amǝnzay primogénito, de modo que, según el filólogo Jonay Acosta, “al menos en algún momento de la historia social de Tenerife, el acceso a este rango debió de estar vinculado al parentesco. No obstante, ello pudo cambiar con el tiempo, ya que los cambios sociales son mucho más veloces que los lingüísticos”.
El poder en Gran Canaria también dimanaba de la élite y está más consolidada la teoría de que “un consejo de caballeros elegía al guanarteme”, en la etapa final de esa cultura, señala el doctor Jorge Onrubia. El territorio podría estar dividido en diez cantones, pero las fuentes escritas no son precisas e incluso contradictorias. De lo que no hay duda, es que existían dos territorios muy importantes y eran los únicos gobernados por un guanarteme: Telde y Agáldar. La sociedad de los canarios estaba jerarquizada, “estratificada en rangos, y en la cúspide estaban los guanartemes y los faycanes –poder religioso-. Son dos caras de una misma moneda, porque separar lo profano de los religioso es un tema muy occidental”. ¿Quién podía ser guanarteme?, le preguntamos al investigador. “No podía ser cualquiera. Aparte de un título, da la impresión de que es un linaje de la nobleza isleña. Los guanartemes son una especie de primus inter pares –el primero entre sus iguales-. Da la impresión que la dignidad de guanarteme es electiva. Hay que descender de determinadas personas para estar ahí. Se emparentaba por vías masculinas y femeninas. No es hereditario, pero sí necesario pertenecer a un linaje determinado para que puedas optar a que tus pares te elijan”. Esa elección dependía de un consejo de caballeros, “entre 190 y 200”, puntualiza el profesor Onrubia. Esas juntas se reunían en Gáldar porque ahí estaba el origen del linaje de los guanartemes“.
Recurro de nuevo a la lingüística. Aclara que el título guanarteme revela, informa Acosta, “una forma de filiación muy característica de la onomástica bereber medieval, la cual da lugar al significado ‘el de Arteme’, siendo Arteme un antropónimo masculino”. Este nombre podría guardar relación con Artemy, un rey grancanario mencionado en la crónica Le Canarien. El filólogo concluye: “En algún momento de la historia de Gran Canaria, el parentesco fue una variable independiente de la ecuación de ascenso al guanartemazgo”. En cuanto a los faycanes o fagzanes, se trata de “una institución religiosa preislámica de origen norteafricano, tradicionalmente vinculada a la geomancia y la adivinación. Actualmente recibe el nombre de agezzan o gzana en el Maghreb y el Sahara”.
La obra La isla de los guanartemes. Territorio, sociedad y poder en la Gran Canaria indígena (siglos XIV-XV), de Jorge Onrubia, recoge episodios de violencia relacionados con los pastos y el ganado. Las fuentes que cita el autor apuntan, en el momento final de la sociedad prehispánica, a que esa violencia “no solo está institucionalizada sino en buena medida ritualizada. Asistimos a combates socialmente codificados, entre bandos enfrentados y con lugares acondicionados para estos duelos, donde se dirime el honor guerrero y con él el prestigio y el rango de todo un grupo social. Para el historiador y arqueólogo, ”es evidente que el propósito de esta ritualización es evitar las luchas permanentes y la constante inestabilidad que estos enfrentamientos generalizados provocan, al tiempo que sirven para asentar, precisamente por su papel de mediadores y oficiantes, el poder de los nobles“.
Las crónicas también hablan de una “violencia estructural” que pone de relieve el poder de las élites. Teresa Delgado recuerda el pasaje en el que se menciona la práctica de la “hospitalidad de lecho”, por la que se ofrecía al guanarteme una mujer o una hija cuando este se alojaba fuera de su residencia. Esta norma “marca una desigualdad de género notable”, sentencia la conservadora de El Museo Canario.
Las fuentes históricas aluden a menceyes y guanartemes, pero también a capitanes en La Palma. En Fuerteventura, “atendiendo a los datos documentales”, cuenta la doctora Nona Perera, “había dos reinos, el de Guise, al norte, y el de Yose o Ayose, al sur”, divididos por una pared que atravesaba la isla desde el barranco de La Peña hasta la desembocadura del barranco de la Torre, en la costa este. Esta pared tendría una función política, mientras que La Pared de Jandía es de carácter económico, al dividir una zona de suelo comunal de uso ganadero“. Respecto a los majos de Lanzarote, ”no existen datos tan claros“, indica Perera, pero durante el desembarco franco-normando, ”la población se regía por una sola jefatura“. En El Hierro era igual; ”un solo rey, dicen las fuentes escritas“, recuerda Tejera Gaspar.
La documentación escrita, “aunque tardía”, explica Perera, “es mucho más específica para Fuerteventura; como ambas responderían a una población organizada de forma segmentaria, con jefaturas, podemos suponer que Lanzarote tendría el mismo modelo”. Las similitudes sociales y culturales entre las dos islas orientales han llevado a la investigadora a pensar “en la probabilidad de que la población que protagoniza el primer poblamiento desembarcara en una, y una fracción se pasara a la otra”.
Lo que nadie duda, como sostiene el Premio Canarias Antonio Tejera, es que “cuando llegan los europeos no era la Canarias de 1.500 años atrás”, en la que no existían menceyes ni guanartemes. “Serían grupos de parentesco. Se van ampliando y forman una tribu. Lo que los sociólogos llaman una gran familia. Va creciendo, se desgaja una parte, hasta formar otra tribu. Ese debió de ser el mecanismo, un modelo que se puede comparar con otros archipiélagos del Pacífico”. Respecto al liderazgo de esos grupos, el catedrático apela a la condición humana: “Siempre hay alguien que controla el poder”.
En este sentido, como señala el intelectual Eduardo González de Molina, historiador de Contemporánea, “los investigadores de la sociedad prehispánica deben profundizar en la legitimación del poder; como, por ejemplo, cómo se accede a la nobleza o al liderazgo religioso. Es importante conocer esta cuestión, pues nos daría pistas de los fundamentos del poder y, por tanto, de la propia desigualdad en esa sociedad”.
El factor de la propiedad
El arqueólogo Juan Carlos García también comparte el criterio de Tejera de que, en los primeros siglos de la colonización, “la sociedad era igualitaria, con una gestión colectiva de los recursos”. Con el transcurso del tiempo, “pensamos que el poder estaba relacionado con la propiedad de los recursos –es un concepto distinto al que tenemos en la actualidad, poco estudiado-”. Los jefes de las tribus “se van convirtiendo en propietarios”. El profesor García se apoya en Fray Alonso de Espinosa. Dice el cronista: “El mencey de cuya propiedad era toda la tierra…..”. Lo que falta por determinar es “¿cómo fue el proceso que conduce a esa realidad?”. Más información sí que hay sobre el rol del mencey, porque varias fuentes históricas coinciden en que “decidía dónde se asentaba la gente para producir su sustento y el suyo propio”. En Gran Canaria, según este investigador, “tendría que ser mucho más acusado porque su población estaba más vinculada con la tierra, ya que era una sociedad más agrícola que la de Tenerife, sobre todo en los siglos previos a la Conquista, como prueba, por ejemplo, la existencia de los graneros”.
Javier Velasco no se apoya solo en las crónicas para afirmar que “la desigualdad social estaba generalizada” en la cultura amazige de Canarias. Lo ve en los ritos funerarios. En Tenerife se momificaba a muy poca gente, mientras que en Gran Canaria, en torno al siglo VIII con los cementerios tumulares, “por primera vez se hace efectiva una exhibición de la desigualdad social hasta el punto que la muerte constituye un elemento que transforma una arquitectura, con túmulos más grandes, que, además, se construyen en lugares prominentes de las necrópolis”. Este escenario “nos habla de una sociedad que cada vez da más importancia a las desigualdades y alcanza su máxima expresión en los últimos momentos, cuando hay evidencias escritas, directas, de la existencia de una asimetría entre propietarios y no propietarios, entre nobles y villanos, que tiene que ver con quién imparte justicia o cómo se imparte o dónde viven”.
El doctor Velasco describió, en el capítulo anterior, el proceso de intensificación de la actividad agrícola y lo que supuso para la sociedad indígena de Gran Canaria a partir del siglo XI. Ese aumento de la producción, según el investigador, pudo mantener la desigualdad social que ya imperaba en esas fechas. “Lo que trata la élite es de perpetuar esa posición de poder, incluso con la endogamia de clase y, probablemente, con la existencia de normas para garantizar un papel predominante en la propiedad”. En el caso de Tenerife y Gran Canaria, aunque la tierra era comunal, “era esa élite la que repartía las parcelas agrícolas”. Así lo atestiguan las crónicas. El profesor Onrubia aporta en su libro un dato a tener en cuenta: “El ganado, propiedad particular, también se alimentaba en pastos comunales, lo que generaba conflictos permanentes de los que dan buena cuenta las fuentes escritas. En consecuencia, esa visión del guanarteme como señor de la tierra es una visión eurocéntrica, que proyecta erróneamente, sobre el mundo isleño y sobre a su sistema de tenencia de la tierra, el concepto de señorío medieval”.
Para Jonay Acosta, esta última postura también es etnocéntrica, “pues el guanartemato era una institución medieval”. El filólogo considera que, “a menudo, los arqueólogos canarios practican el alocronismo, por el cual descontextualizan históricamente las sociedades aborígenes”. Esta tendencia, opina Acosta, “se debe a la concepción decimonónica de las islas como sistemas cerrados, aislados entre sí y de las contingencias históricas, económicas y sociales del exterior, sesgo que les lleva a concebir sus sociedades como auténticas reliquias del pasado”.
La vinculación entre la propiedad y el poder también se atisba en La Gomera. “Tenemos indicios, pero la investigación está abierta”, señala el director del Museo Arqueológico de la Gomera (MAG). Juan Carlos Hernández se apoya no solo en las crónicas sino en documentos históricos. “En los repartos de tierra que tuvieron lugar después de la Conquista, se observa claramente como la sociedad gomera era desigual.” En los procesos de conquista de Tenerife y Gran Canaria, “participaron tropas de choque gomeras, con sus capitanes o principales, y después éstos fueron premiados con tierras, agua y cuevas”.
La situación del poder antes de la Conquista “se está investigando en la actualidad”, confiesa Hernández. La Gomera atesora unas singularidades. En primer lugar, la isla tenía pocos habitantes y estaban diseminados en una geografía muy abrupta, lo que favorece esa dispersión de la población y, en consecuencia, su autonomía de subsistencia. Al ser una sociedad pastoril, “vivían en núcleos pequeños y dispersos para aprovechar los pastos y manantiales”. En segundo lugar, están las creencias. La Gomera cuenta con infinidad de aras de sacrificio –registro arqueológico escaso en el resto del archipiélago-, localizadas en lugares estratégicos de la isla. “Se trata de una malla jerarquizada de lugares sagrados, conectados con hitos naturales como son los roques, el Alto del Garajonay o La Fortaleza de Chipude”.
El poder político en la sociedad tribal de los gomeros “tiene un origen divino y la cercanía familiar al linaje principal te confería más poder”, explica el arqueólogo. “Aún tenemos que demostrar”, añade el director del MAG, “algo que a priori parece lógico: la localización de enterramientos en lugares muy relevantes del territorio puede ser interpretado como un signo de diferencia social”. Este aspecto funerario sí guarda relación con islas como Gran Canaria o Tenerife, en las que se aprecia una jerarquía, como veremos en el próximo capítulo.
En Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera, la arqueología no ha podido probar la existencia de conflictos letales entre sus moradores, principalmente porque se han recuperado muy pocos restos humanos, y los que se han localizados no presentan signos de muerte traumática. Hay una excepción: el cráneo de La Tonina. Según publicó Diario de Fuerteventura, “presentaba fracturas en su base, compatibles con un golpe propinado desde atrás, con la persona agachada. Por las características de las fracturas, el varón fue golpeado con gran contundencia con un objeto romo”. Es interesante refrescar una crónica del historiador Abreu Galindo: “La ejecución de justicia se hacía en la costa del mar, tendiendo al delincuente sobre una piedra o losa y con una piedra redonda el ejecutor de la justicia le daba en la cabeza haciéndosela pedazos...”.
La organización territorial en La Palma tiene paralelismos con las dos islas capitalinas y están documentadas batallas entre cantones. Estaba dividida en doce cantones –la isla que más tenía del Archipiélago- y fue escenario de conflictos que desembocaron, cuenta el director del Museo Benahoarita, Jorge Pais, “en dos guerras que dividieron la Isla en dos bandos, el Norte contra el Sur”. No hay referencias precisas sobre el origen de esos episodios bélicos, pero sí hay constancia de que “se enfrentaban por venganzas familiares, robos de ganado y ambiciones políticas”. Las crónicas, señala Pais, “no tienen citas exactas sobre las desigualdades sociales, pero cuando hablan de que había señores y capitanes es un indicador de estratificación social en la comunidad”.
La jerarquía social, como han expuesto los profesionales consultados, se puede extrapolar a todas las islas, unos territorios que fueron escenarios de conflictos, en muchos casos letales, y que estaban gobernados por hombres, fueran reyes, capitanes, guanartemes o menceyes.
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