Espacio de opinión de Canarias Ahora
Amarillo es mi color
Érase que se era un país muy, muy lejano donde los vehículos con carrocerías del color de la noche estaban terminantemente prohibidos. Se llamaba Turkmenistán y lo gobernaba con mano de hierro Kurbanguly Berdymujamedov. Un día, coincidiendo con el Año Nuevo, los agentes de policía comenzaron a retirar de calles de la capital, Asjabat, todos los automóviles que llevaban luto. Los habitantes, desconcertados, buscaron con denuedo en cada rincón de la Ciudad de Mármol Blanco, donde las autoridades habían proscrito el nocolor. Tres días y dos noches después, el tirano publicó un edicto tan blanco como las nubes horneadas con cristales de hielo en el que informaba a sus súbditos de que solamente recuperarían los utilitarios, si desterraban el color negro de aquel oasis enclavado en el desierto de Karakum. Pero los habitantes de Asjabat no tenían suficientes manats para teñir los vestidos oscuros que lucían sus coches. Pensaron en cazar una estrella, meterla en agua y enjabonar con su luminosidad los vehículos prohibidos. Una noche se adentraron en el desierto, desplegaron una escalera de plata y subieron hasta el cielo en busca de una. Antes de despegarla del velcro, miraron hacia abajo y solo entonces comprendieron que no podrían colorear la oscuridad infinitiva que el tirano disfrazaba de blanco.
Hasta el sábado Turkmenistán era el único país del mundo conocido por censurar colores. Desde 2015 el negro se ha convertido en apátrida en las calles de aquel país. El color, que se cierne sobre su futuro económico, está mal visto y su presidente quiere que el tráfico rodado se parezca más a un Dr. Jekyll que a un Mr. Hyde. Ni oscuridad, ni pesimismo, ni muerte, ni tristeza, ni corrupción, ni rebelión circulando por sus anchas e interminables avenidas. Sobre el asfalto de Turkmenistán únicamente aceleran, embragan, frenan y ceden el paso la felicidad, la pureza y el optimismo encarnados en coches blancos y tonos pastel. Una campaña antinegrura que me vino a la memoria el pasado sábado al ver las imágenes de los accesos al Wanda Metropolitano, antes del comienzo de la final de la Copa del Rey. Policías nacionales requisaron las camisetas de color amarillo que llevaban puestas algunos aficionados culés. Con o sin consignas independentistas estampadas sobre el algodón. El mensaje era el color y lo vetaron a las puertas del estadio. El amarillo, que tiñe el verano, los limones y la “M” de McDonalds, pasó a simbolizar una de esas señales de peligro que llenan los libros de teórica en las autoescuelas: pavimento deslizante, desprendimientos o escalón lateral. Los detractores esgrimieron la Ley Antiviolencia y su Capítulo II, sobre condiciones de acceso a los recintos deportivos, para justificar la cruzada: “Introducir, exhibir o elaborar pancartas, banderas, símbolos u otras señales con mensajes que inciten a la violencia […]”. Que una camiseta amarilla con o sin mensaje independentista -no es delito ni serlo ni expresarlo- pueda provocar altercados dentro de un estadio revela el déficit democrático que padece una buena parte de este país. ¿ De verdad puede soliviantar más a los aficionados una camiseta amarilla que el cántico de los aficionados del Betis: “Rubén Castro alé / Rubén Castro Alé / no fue tu culpa/ era un puta/ lo hiciste bien”. ¿De verdad? ¿Qué hacemos entonces? ¿Añadimos los colores en el Código Penal?
Capítulo I. De los delitos amarillos u otros.
Artículo 16.
1.- Hay tentativa amarilla (roja, verde o azul) cuando el sujeto amarillo (rojo, verde o azul) da principio a la ejecución del delito amarillo (rojo, verde o azul) directamente por hechos exteriores amarillos (rojos, verdes o azules), practicando todos o parte de los actos amarillos (rojos, verdes o azules) que objetivamente deberían producir el resultado amarillo (rojo, verde o amarillo), y sin embargo éste no se produce por causas independientes de la voluntad del autor amarillo (rojo, verde o amarillo).
2.- Quedará exento de responsabilidad penal por el delito amarillo intentado (violeta, naranja o negro) quien evite voluntariamente la consumación del delito amarillo (violeta, naranja o negro), bien desistiendo de la ejecución ya iniciada, bien impidiendo la producción del resultado amarillo (violeta, naranja o negro), sin perjuicio de la responsabilidad en que pudiera haber incurrido por los actos ejecutados amarillos (violetas, naranjas o negros), si éstos fueren ya constitutivos de otro delito amarillo (violeta, naranja o negro).
Lo preocupante es que la censura de colores llega después del secuestro cautelar de Fariña del periodista Nacho Carretero; la retirada en ARCO de la serie de 24 fotos de Santiago Sierra, “Presos políticos en la España Contemporánea”; la condena a Valtonyc por las letras de sus canciones; y la retirada de “Teresa soñando” (1938) de Balthus en el Museo Metropolitano de Nueva York. Y todo esto en un mundo que proclamó: “Todos somos Charlie Hebdo”, después del terrible atentado en el semanario satírico francés que le costó la vida a 12 personas por defender la libertad de expresión
P.D. Pese al descenso: “La apoyo sin condición / Las Palmas, mi gran amor / La llevo en el corazón / amarillo (mientras pueda) es mi color”-
Érase que se era un país muy, muy lejano donde los vehículos con carrocerías del color de la noche estaban terminantemente prohibidos. Se llamaba Turkmenistán y lo gobernaba con mano de hierro Kurbanguly Berdymujamedov. Un día, coincidiendo con el Año Nuevo, los agentes de policía comenzaron a retirar de calles de la capital, Asjabat, todos los automóviles que llevaban luto. Los habitantes, desconcertados, buscaron con denuedo en cada rincón de la Ciudad de Mármol Blanco, donde las autoridades habían proscrito el nocolor. Tres días y dos noches después, el tirano publicó un edicto tan blanco como las nubes horneadas con cristales de hielo en el que informaba a sus súbditos de que solamente recuperarían los utilitarios, si desterraban el color negro de aquel oasis enclavado en el desierto de Karakum. Pero los habitantes de Asjabat no tenían suficientes manats para teñir los vestidos oscuros que lucían sus coches. Pensaron en cazar una estrella, meterla en agua y enjabonar con su luminosidad los vehículos prohibidos. Una noche se adentraron en el desierto, desplegaron una escalera de plata y subieron hasta el cielo en busca de una. Antes de despegarla del velcro, miraron hacia abajo y solo entonces comprendieron que no podrían colorear la oscuridad infinitiva que el tirano disfrazaba de blanco.
Hasta el sábado Turkmenistán era el único país del mundo conocido por censurar colores. Desde 2015 el negro se ha convertido en apátrida en las calles de aquel país. El color, que se cierne sobre su futuro económico, está mal visto y su presidente quiere que el tráfico rodado se parezca más a un Dr. Jekyll que a un Mr. Hyde. Ni oscuridad, ni pesimismo, ni muerte, ni tristeza, ni corrupción, ni rebelión circulando por sus anchas e interminables avenidas. Sobre el asfalto de Turkmenistán únicamente aceleran, embragan, frenan y ceden el paso la felicidad, la pureza y el optimismo encarnados en coches blancos y tonos pastel. Una campaña antinegrura que me vino a la memoria el pasado sábado al ver las imágenes de los accesos al Wanda Metropolitano, antes del comienzo de la final de la Copa del Rey. Policías nacionales requisaron las camisetas de color amarillo que llevaban puestas algunos aficionados culés. Con o sin consignas independentistas estampadas sobre el algodón. El mensaje era el color y lo vetaron a las puertas del estadio. El amarillo, que tiñe el verano, los limones y la “M” de McDonalds, pasó a simbolizar una de esas señales de peligro que llenan los libros de teórica en las autoescuelas: pavimento deslizante, desprendimientos o escalón lateral. Los detractores esgrimieron la Ley Antiviolencia y su Capítulo II, sobre condiciones de acceso a los recintos deportivos, para justificar la cruzada: “Introducir, exhibir o elaborar pancartas, banderas, símbolos u otras señales con mensajes que inciten a la violencia […]”. Que una camiseta amarilla con o sin mensaje independentista -no es delito ni serlo ni expresarlo- pueda provocar altercados dentro de un estadio revela el déficit democrático que padece una buena parte de este país. ¿ De verdad puede soliviantar más a los aficionados una camiseta amarilla que el cántico de los aficionados del Betis: “Rubén Castro alé / Rubén Castro Alé / no fue tu culpa/ era un puta/ lo hiciste bien”. ¿De verdad? ¿Qué hacemos entonces? ¿Añadimos los colores en el Código Penal?