Espacio de opinión de Canarias Ahora
Bush se queda casi solo
Tanto adversarios como partidarios de Rove reconocieron su capacidad para llegar al corazón de la América profunda, aunque manejara mecanismos un tanto peculiares como la explotación de los prejuicios religiosos. Realizaba estudios precisos del mercado electoral y, en primer lugar, de las debilidades reales o supuestas de quienes compitieran con Bush. Le produjo mejores resultados atacar al ex candidato demócrata Kerry, acusándolo de elitistas de izquierda sin contacto con los sentimientos del americano común, que defender las cualidades de Bush. Comprensible, desde luego. O señalar a los demócratas como escasamente patriotas por sus dudas ante la guerra de Irak que argumentar a favor de ella más allá del fantasma del terrorismo. Ni siquiera al despedirse perdió la facultad para descalificar a sus enemigos políticos: “Hillary Clinton es una dura, tenaz y fatalmente equivocada candidata”. Prometió que se abstendrá de participar en la campaña presidencial del año próximo.Hizo sus pinitos teóricos con escasos resultados, como defender la guerra preventiva cuando los estadounidenses manifestaban ya su oposición. Apeló al trato brutal y paralegal de supuestos terroristas concretado en Guantánamo, las cárceles secretas, el control policiaco de los ciudadanos y otras barbaridades en nombre de la seguridad nacional. Pero ni el gran poder que atesoró como asesor de Bush le libró de perder las elecciones al Congreso el pasado mes de diciembre. Tampoco escapó a las críticas como fontanero sectario de la Casa Blanca. Hasta última hora estuvo seguro, o eso aparentaba ante la prensa, de perpetuar la mayoría republicana. Detalles de sus triunfos y fracasos aparte, Rove siguió los pasos de abandonar a Bush (tras 14 años de colaboración ininterrumpida) de otros eminentes neoconservadores, incluyendo a los iluminados que teorizaron sobre el dominio estadounidense del mundo para todo el siglo XXI: Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Andrew Card, John Bolton, Colin Powell, Dan Barlett. Wolfowitz ejerció como diseñador triunfalista de la guerra y ocupación de Irak. Powell mintió al Consejo de Seguridad sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Rumsfeld tuvo que dejar la secretaría de Defensa tras el voto masivo de los norteamericanos de diciembre contra la guerra. Bolton, de los halcones más famosos, renunció a su cargo como embajador ante la ONU en cuanto conoció los resultados electorales. Lo dicho. En última instancia, los resultados de la política exterior neoconservadora arrastraron a todos estos personajes junto a la caída en picado de la popularidad de Bush. Dicen que al despedirse de un Karl Rove emocionado, el presidente lo consoló diciendo lo siguiente: “Yo también me quedaré pronto sin empleo”. Sólo falta que, además, sea procesado por crímenes de guerra lo antes posible. Representaría una sana advertencia para quien le suceda en la Casa Blanca. Sea quien sea.
Rafael Morales
Tanto adversarios como partidarios de Rove reconocieron su capacidad para llegar al corazón de la América profunda, aunque manejara mecanismos un tanto peculiares como la explotación de los prejuicios religiosos. Realizaba estudios precisos del mercado electoral y, en primer lugar, de las debilidades reales o supuestas de quienes compitieran con Bush. Le produjo mejores resultados atacar al ex candidato demócrata Kerry, acusándolo de elitistas de izquierda sin contacto con los sentimientos del americano común, que defender las cualidades de Bush. Comprensible, desde luego. O señalar a los demócratas como escasamente patriotas por sus dudas ante la guerra de Irak que argumentar a favor de ella más allá del fantasma del terrorismo. Ni siquiera al despedirse perdió la facultad para descalificar a sus enemigos políticos: “Hillary Clinton es una dura, tenaz y fatalmente equivocada candidata”. Prometió que se abstendrá de participar en la campaña presidencial del año próximo.Hizo sus pinitos teóricos con escasos resultados, como defender la guerra preventiva cuando los estadounidenses manifestaban ya su oposición. Apeló al trato brutal y paralegal de supuestos terroristas concretado en Guantánamo, las cárceles secretas, el control policiaco de los ciudadanos y otras barbaridades en nombre de la seguridad nacional. Pero ni el gran poder que atesoró como asesor de Bush le libró de perder las elecciones al Congreso el pasado mes de diciembre. Tampoco escapó a las críticas como fontanero sectario de la Casa Blanca. Hasta última hora estuvo seguro, o eso aparentaba ante la prensa, de perpetuar la mayoría republicana. Detalles de sus triunfos y fracasos aparte, Rove siguió los pasos de abandonar a Bush (tras 14 años de colaboración ininterrumpida) de otros eminentes neoconservadores, incluyendo a los iluminados que teorizaron sobre el dominio estadounidense del mundo para todo el siglo XXI: Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Andrew Card, John Bolton, Colin Powell, Dan Barlett. Wolfowitz ejerció como diseñador triunfalista de la guerra y ocupación de Irak. Powell mintió al Consejo de Seguridad sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Rumsfeld tuvo que dejar la secretaría de Defensa tras el voto masivo de los norteamericanos de diciembre contra la guerra. Bolton, de los halcones más famosos, renunció a su cargo como embajador ante la ONU en cuanto conoció los resultados electorales. Lo dicho. En última instancia, los resultados de la política exterior neoconservadora arrastraron a todos estos personajes junto a la caída en picado de la popularidad de Bush. Dicen que al despedirse de un Karl Rove emocionado, el presidente lo consoló diciendo lo siguiente: “Yo también me quedaré pronto sin empleo”. Sólo falta que, además, sea procesado por crímenes de guerra lo antes posible. Representaría una sana advertencia para quien le suceda en la Casa Blanca. Sea quien sea.
Rafael Morales