Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Cambio climático y demagogia

Es más, estos mismo políticos han sido culpables, en la mayoría de los casos de que en Canarias, se hayan deteriorado irreversiblemente en determinadas zonas, o de que cada cual campee a su antojo en parajes protegidos o en zonas de dominio público. Un territorio tan reducido y frágil como el nuestro requiere más atención, desde el punto de vista ecológico, que lo que nuestra sociedad y dirigentes políticos se imaginan. Nunca han pensado en la sostenibilidad, aunque ahora hablen mucho de ella.Hoy, al socaire del cambio climático, se están empezando a hacer verdaderos negocios con el aparente propósito de inculcar en la sociedad una toma de conciencia del problema: documentales, películas, discos, libros, conferencias, exposiciones, camisetas alusivas, carteles, etc. Quizás, algunas de estas medidas hagan mella en las personas con mayor sensibilidad ecológica y medioambiental, pero no es a ellas, precisamente a quienes tiene que ir dirigida esa especie de campaña internacional, sino a las naciones y dirigentes mundiales que tienen el poder suficiente para que se tomen las medidas necesarias que hagan variar el rumbo, preservemos realmente la tierra y contemplemos el futuro con optimismo.Debe ir dirigida a aquellas grandes empresas propietarias de industrias que contaminan ríos, mares, lagos, paisajes y ciudades; a aquellos magnates y líderes que permiten que se expolien los océanos, que desaparezcan las selvas amazónicas, las de África o las de Asia. A los desaprensivos que contribuyen a la extinción de la fauna o de especies vegetales, a los que negocian con la captura y venta de animales exóticos; a los que producen incendios en los bosques con fines especulativos, a los que descuidan los controles fitosanitarios y propician la entrada de plagas y virus que afecta a la biodiversidad, a la agricultura y endemismos de cualquier parte.Si se siguen desoyendo esos mensajes, no culpemos a los elementos, a Dios o al destino de la destrucción de nuestro mundo, sino a la depredación y a la estulticia humana. Es cierto que los ciudadanos, debidamente orientados, pueden poner algo de su parte para evitar que contaminen o deterioren su entorno. Pero esa preocupación debe surgir, en primer lugar en el hogar, y desgraciadamente no todas las familias muestran interés por estos temas. Y en segundo lugar está la escuela, las instituciones y las administraciones públicas... De la misma forma que se propugna hoy una “educación para la ciudadanía”, que nos enseñe a convivir, a ser solidarios, a respetar a los demás y, en definitiva a ser demócratas, sin ningún tipo de adoctrinamiento (como algunos pretenden hacer creer), tendría que haber una asignatura obligatoria que enseñe a los alumnos la necesidad de conservar tanto el espacio que nos rodea como el globo que es el hábitat natural que poseemos los seres vivos y del que depende nuestro futuro.

José M. Balbuena Castellano

Es más, estos mismo políticos han sido culpables, en la mayoría de los casos de que en Canarias, se hayan deteriorado irreversiblemente en determinadas zonas, o de que cada cual campee a su antojo en parajes protegidos o en zonas de dominio público. Un territorio tan reducido y frágil como el nuestro requiere más atención, desde el punto de vista ecológico, que lo que nuestra sociedad y dirigentes políticos se imaginan. Nunca han pensado en la sostenibilidad, aunque ahora hablen mucho de ella.Hoy, al socaire del cambio climático, se están empezando a hacer verdaderos negocios con el aparente propósito de inculcar en la sociedad una toma de conciencia del problema: documentales, películas, discos, libros, conferencias, exposiciones, camisetas alusivas, carteles, etc. Quizás, algunas de estas medidas hagan mella en las personas con mayor sensibilidad ecológica y medioambiental, pero no es a ellas, precisamente a quienes tiene que ir dirigida esa especie de campaña internacional, sino a las naciones y dirigentes mundiales que tienen el poder suficiente para que se tomen las medidas necesarias que hagan variar el rumbo, preservemos realmente la tierra y contemplemos el futuro con optimismo.Debe ir dirigida a aquellas grandes empresas propietarias de industrias que contaminan ríos, mares, lagos, paisajes y ciudades; a aquellos magnates y líderes que permiten que se expolien los océanos, que desaparezcan las selvas amazónicas, las de África o las de Asia. A los desaprensivos que contribuyen a la extinción de la fauna o de especies vegetales, a los que negocian con la captura y venta de animales exóticos; a los que producen incendios en los bosques con fines especulativos, a los que descuidan los controles fitosanitarios y propician la entrada de plagas y virus que afecta a la biodiversidad, a la agricultura y endemismos de cualquier parte.Si se siguen desoyendo esos mensajes, no culpemos a los elementos, a Dios o al destino de la destrucción de nuestro mundo, sino a la depredación y a la estulticia humana. Es cierto que los ciudadanos, debidamente orientados, pueden poner algo de su parte para evitar que contaminen o deterioren su entorno. Pero esa preocupación debe surgir, en primer lugar en el hogar, y desgraciadamente no todas las familias muestran interés por estos temas. Y en segundo lugar está la escuela, las instituciones y las administraciones públicas... De la misma forma que se propugna hoy una “educación para la ciudadanía”, que nos enseñe a convivir, a ser solidarios, a respetar a los demás y, en definitiva a ser demócratas, sin ningún tipo de adoctrinamiento (como algunos pretenden hacer creer), tendría que haber una asignatura obligatoria que enseñe a los alumnos la necesidad de conservar tanto el espacio que nos rodea como el globo que es el hábitat natural que poseemos los seres vivos y del que depende nuestro futuro.

José M. Balbuena Castellano