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¿Campaña electoral o acoso emocional? (II)

Es necesario continuar con las triquiñuelas electoralistas para tontos.

Si no fuera por lo que es, hasta nos reiríamos del chascarrillo. Pero el significado y sus efectos no pueden ser más dañinos… u ofensivos.

Por motivos de higiene mental y salud emocional deberíamos tomarnos a cachondeo las campañas electorales. ¿Cabe mayor ridículo que el discurso recalcitrante de las mismas falsas promesas que se dejaron de cumplir hace cuatro u ocho años, pero que, “como ya conocemos de qué va la cosa”, ahora sí; “ya sé cómo cumplirlas”?

Por no hablar de los esperpénticos eventos promocionales, en plan secta, para captar votantes nuevos o cultivar a los ya sembrados. Porque sembrado hay que estar, y bien nutrido de fertilizantes químicos u orgánicos, para seguir picando el mismo cebo en el mismo anzuelo durante 35 o más años.

El tópico del bocadillo de mortadela ha evolucionado con los tiempos hacia invitaciones promocionales de mayor calado, del tipo paellas multitudinarias, barra libre nocturna de cerveza para gente joven -ya de paso, le echo un capote al amiguete de mi cuerda que tiene el negocio de la noche-; o encandilo a los grupos de carnaval que son el yacimiento de votos más propicio; o engatuso la buena fe de colectivos incautos con ceremonias pseudoculturales para apuntarme un éxito ficticio; o ¡qué indecencia!, promuevo un reparto de comidas solidarias en paquetes de “no perecederos” con el logo del partido, en los que solo falta que, como postre, lleven la papeleta dentro…

Cierto que se ha encarecido el presupuesto para las campañas. Pero no importa, porque todo esto se paga con dinero público. Es decir, que una comilona masiva de jubilados, el transporte a tal mitin que conviene que esté bien nutrido, o el agasajo a tal colectivo de taxistas o similar, está pagado de antemano con mi dinero… ¡Lo estamos pagando usted y yo!... porque aquello de que “el dinero público no es de nadie” [Carmen Calvo dixit] es tan mentira como el texto y contexto de toda la campaña electoral.

¿No tendría que intervenir la Junta Electoral para erradicar y sancionar estos abusos unilaterales de los partidos más poderosos, que lo son con nuestro dinero?

El colmo de la caradura es que todos mantienen impávidos la misma desfachatez de antes que existieran las redes sociales, donde ahora aparecen retratados sin Photoshop, y los delata como auténticos chalanes profesionales. Lo de “maldita hemeroteca” suele ponerlos en evidencia de lo de “donde dije digo, digo diego” que, en contraste con las soflamas en tiempo presente, hacen pasar vergüenza ajena.

Porque además, cuando nos hablan, se les nota que mienten y que saben que nos engañan; pero actúan con el triunfalismo de suponer que les creemos.

Puede haber excepciones puntuales de honradez absoluta y conciencia limpia a la hora de explicar un programa que nos libere de la corrupción institucionalizada y que su discurso, abnegado y altruista, se centre en el bien común. ¡Pues está abocado al fracaso!... porque la habilidad manipuladora del poder oficial lleva muchos años de práctica, para controlar todos los sueños y debilidades de la gran masa popular, a la que saber entrarles en sus puntos vulnerables para que sus medias verdades o mentiras flagrantes calen en el subconsciente colectivo, y así son capaces algunos de gobernar durante 35 años sin haber ganado nunca. Cierto que influye una legislación electoral absolutamente denigrante, que requiere una reforma perentoria. Pero ¿quién va a corregirla si los primeros interesados en que nada cambie son los responsables de reformarla?

Es una patología que no se cura sola. Requiere tratamiento con antibióticos morales para combatir la infección y erradicar la epidemia. ¡Esto no puede seguir así!... ni consentir que una pandilla de desalmados visiten nuestros depauperados barrios, una vez cada cuatro años, para que nos juren con la mano sobre la biblia que todos los  problemas pendientes se van a corregir de inmediato -ya ha llovido desde la privatización de Emmasa, cuyos beneficios por la venta irían directa y exclusivamente a los barrios… Por correlación, todo lo demás es mentira… lo de entonces y lo de ahora… ¿o no?-.

No nos dejemos engatusar con las visitas institucionales a los mercados y recovas, para sonreír a venteros y clientes, abrazar a los mayores, besuquear a los niños y contar milongas que nadie cree; aparentando una falsa cercanía al ciudadano, que desaparecerá por ensalmo apenas se encaramen en la poltrona con el bastón de mando del autoritarismo; símbolo del abuso de poder que no corresponde a los supuestos servidores del pueblo soberano, que somos todos quienes les pagamos sus suculentos sueldos por un servicio que no admite triquiñuelas ni falta de respeto por los derechos fundamentales de las personas.

Citas célebres:

- “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. W. Churchill.

- “Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice”. George Orwell.

La verdad es que esto de votar, aparte de un derecho fundamental, es un “marrón” de oscuro muy subido.

Es necesario continuar con las triquiñuelas electoralistas para tontos.

Si no fuera por lo que es, hasta nos reiríamos del chascarrillo. Pero el significado y sus efectos no pueden ser más dañinos… u ofensivos.