Espacio de opinión de Canarias Ahora
Entre lo canalla y lo obsceno
Teníamos un aproximado conocimiento de eso, pero ni sabíamos, ni sabemos, cuales son los límites, ni si tiene limites, la deformación que sigue al sistema capitalista y sus “valores”: el fetichismo de la mercancía, la insaciable sed de ganancia, la visión mercantilizada de las relaciones humanas. La soledad amenazadora del capitalista en su infierno la retrataba patéticamente Margaret Thatcher: “¿la sociedad? No tengo el gusto de conocer a esa señora”.
Repasando el historial mefistofélico de la acumulación capitalista, “sangre y lodo por todos los poros”, en realidad no tendríamos razón para ese desconocimiento. Una y otra vez, su crueldad intrínseca, nos sorprende como el trueno, después de que el rayo haya asestado su golpe. Sin embargo no es tan fácil de asumir la capacidad monstruosa de alienar, desgarrar y envilecer la naturaleza social del ser humano cuando este se constituye en clase dominante y explotadora en el sistema de relaciones mercantiles.
Ocurre que en el recipiente de una mente sana no cabe la comprensión de tanta perversidad como fenómeno social, a lo más como manifestación de una patología clínica. En mucho de esta limitación estuvieron las fuentes del “socialismo utópico”, del socialismo deducido de la persuasión ética.
Así, cuando Rajoy anunciaba en el Congreso que era más vasallo que presidente y con gusto ofrecía su espalda de yunque donde “los de arriba” martillaban a “los de abajo”, cuando como en un vómito en escopeta anunciaba nuevas y muy severas calamidades y liquidaciones de derechos de los “de abajo”, sus señorías ilustrísimas de los escaños de la derecha se desollaban las manos aplaudiendo rabiosamente la bienaventuranza. ¿Dónde estaba el motivo para la fiesta?
Rajoy ha hecho y pretende seguir realizando todo lo contrario de lo que afirmaba hace apenas seis meses “porque han cambiado las circunstancias y las necesidades”, dice. Realmente las circunstancias han seguido el curso lógico que trazaron primero las políticas socialdemócratas de derecha y que acentuaron después las políticas, igual de lógicas, de la derecha en esta fase decadente del sistema capitalista. Ni cambiaron las circunstancias, ni cambió Rajoy, solo se modificó lo que decía.
En lo que concierne a las necesidades, lo que no aclara el caballero demediado -presidente/vasallo- es de que “necesidad” se trata y quien la ha creado.
Desde luego, la “necesidad” no viene de la mano mala de los asalariados, ni de los empleados públicos, ni de los funcionarios, ni de los pensionistas y los parados, ni de los profesionales y los intelectuales, ni tampoco de los estudiantes?ni siquiera del conjunto de la clase dominante, de la pequeña y media propiedad. La ha creado la enloquecida carrera por el beneficio del cartel financiero/inmobiliario y sus padrinos del gran capital financiero europeo principalmente.
Para ordeñar aquellas ubres se acumularon muchas manos en competencia chinesca. Las ubres se portaron bien, lo que ya no siguió el curso esperado era el consumo que materializara el negocio; y vino la quiebra, y la insolvencia, y vinieron después a por lo suyo los prestamistas, coparticipes del negocio, pero con la sartén por el mango, ahogando a los deudores, que la correa era larga pero estaba sujeta al cuello.
Pero además, la especulación “del ladrillo” no fue la causa, fue el efecto de un sistema agotado en capacidades, exhausto, incapaz de desplegar fuerzas productivas rentables y solventes en la lógica del beneficio capitalista. Orientado inexorablemente a la pura especulación.
Rajoy lo dijo clarito, debemos mucho y hay que pagarlo, no lo vamos a pagar nosotros, ni a quienes representamos y nos han puesto aquí, no lo van a pagar los que ostentan el poder económico y por consecuencia el político. Lo van a pagar los ciudadanos en un noble sacrificio por España y por los sostenedores de la patria “que son muy poderosos para dejarlos caer”.
Lo van a pagar, en definitiva, los trabajadores forzados a generar más plusvalía con la prolongación de sus jornadas, el retraso en sus jubilaciones y la reducción de sus derechos y salarios; lo van a pagar los ciudadanos en su calidad de consumidores, y los perceptores de pensiones y subsidios de protección social; lo va a pagar lo publico con las privatizaciones?y lo van a pagar hasta el limite.
Y, naturalmente, lo van a pagar los parados, para que no le cojan el gusto?Entonces fue lo apoteósico, el aquelarre en su clímax?la mayoría del hemiciclo brincó de entusiasmo: ¡Que se jodan¡
Entre tanto, Rubalcaba se lo pensaba y media bien lo que decía ¿No resultará mejor llegar a un gran pacto patriótico y hacerlo juntos? Sería justo y equitativo, no en vano compartimos sociedades y vasallajes, esta obra la empezamos nosotros y estos la han continuado a lo bruto?es cosa de meterle más cabeza, cuestión de ritmos y de estética.
Ocurre “solo” que un as de la baraja se les escapa. Más allá de los ventanales de Congreso, obreros y empleados, funcionarios y estudiantes, desempleados, profesionales, sindicatos, partidos de izquierda, movimientos sociales?comienzan a poner los puntos sobre las íes. Y todo hace sospechar, que esta vez las cosas van a ir más allá de lo puramente reivindicativo, de la “simple” rebeldía e indignación, para ascender a los niveles superiores de la lucha política. Y en este punto coincide la necesidad con la posibilidad y cuando eso ocurre, si se coge al vuelo, el escenario será otro radicalmente distinto y los sujetos de la oración intercambian de lugar: de jodelón a jodido.
JoaquÃn Sagaseta de Ilurdoz Paradas
Teníamos un aproximado conocimiento de eso, pero ni sabíamos, ni sabemos, cuales son los límites, ni si tiene limites, la deformación que sigue al sistema capitalista y sus “valores”: el fetichismo de la mercancía, la insaciable sed de ganancia, la visión mercantilizada de las relaciones humanas. La soledad amenazadora del capitalista en su infierno la retrataba patéticamente Margaret Thatcher: “¿la sociedad? No tengo el gusto de conocer a esa señora”.
Repasando el historial mefistofélico de la acumulación capitalista, “sangre y lodo por todos los poros”, en realidad no tendríamos razón para ese desconocimiento. Una y otra vez, su crueldad intrínseca, nos sorprende como el trueno, después de que el rayo haya asestado su golpe. Sin embargo no es tan fácil de asumir la capacidad monstruosa de alienar, desgarrar y envilecer la naturaleza social del ser humano cuando este se constituye en clase dominante y explotadora en el sistema de relaciones mercantiles.