Decía Bertolt Brecht que el peor analfabeto es el analfabeto político: “No oye, no habla, no participa de las decisiones políticas. No sabe que el costo de la vida, del pan, de los combustibles, del vestido, del zapato y de las medicinas, depende de decisiones políticas. El analfabeto político se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
La política y la economía impregnan nuestra vida, y sin embargo, son hoy ámbitos prácticamente inaccesibles para el común de los mortales. La velocidad de los acontecimientos en un panorama global cambiante, la saturación informativa, la insuficiente promoción de la participación ciudadana por parte de las administraciones públicas… son factores que convierten la política en una esfera cada vez más ajena e incomprensible para la mayoría de la sociedad. Especialmente en un contexto en el que nuestras sociedades se encuentran cansadas, hastiadas, abatidas por lo que la OMS ha venido a denominar como “fatiga pandémica”, que implica que el 60% de la población europea padece síntomas graves o moderados de depresión (realidad que golpea con mayor fuerza a las mujeres).
Aunque la Grecia clásica llamaría idiotas (de la raíz idios: ‘particular’, ‘privado’) a quienes se desentienden de la gestión de los asuntos colectivos, sería injusto culpabilizar solo a la ciudadanía, que bastante tiene con sobrellevar su día a día, por no estar al corriente de los complejos vaivenes de una política y una economía a la cual no se siente convocada. Así, mientras nos acostumbramos a eso que llaman nueva normalidad, que en realidad no es otra cosa que una forma de hacer política y economía basada en un sistema productivo al servicio de las grandes plusvalías del capital, la vida de las personas y el medioambiente se degradan, arrastrándonos al borde del colapso civilizatorio.
Desde ese irresponsable analfabetismo sociopolítico, sin duda, pasa inadvertido un debate que marcará el futuro de esta y de las próximas generaciones. Me refiero al debate en torno al tipo de salida que están planteando nuestras instituciones ante la crisis de la Covid-19 y los proyectos de sociedad que están en juego, en un contexto en el que la promesa de una sociedad digital y renovable, tal y como nos la están presentando, dibuja un futuro con rasgos distópicos.
Para enmarcar esta cuestión, debemos primero poner el foco sobre el principal plan llamado a marcar el futuro de la agenda política europea, española y canaria: el plan Next Generation EU, con el que Unión Europea pretende impulsar la recuperación y ayudar a reparar los daños económicos y sociales causados por la pandemia, a la vez que sentar las bases de una Europa que apueste por la digitalización y la sostenibilidad.
Next Generation EU: hacia un capitalismo verde y digital
El despliegue del proyecto de las élites hoy está tomando forma en el Plan Next Generation EU, gracias a la cooperación entre los gobiernos y las grandes multinacionales del capitalismo tecnológico, en un contexto que no pone nada fácil organizar una contestación social contundente. Este plan consiste en un instrumento financiero dotado de 750.000 millones de euros que se proporcionarán durante los próximos siete años a los Estados miembros de la Unión Europea mediante subvenciones a fondo perdido y préstamos reembolsables. De estos fondos, la cuantía correspondiente a Canarias asciende a 630 millones de euros, lo que supone la mayor partida de recursos concentrada en el menor espacio de tiempo de la historia de Canarias. Como es de esperar, este “reseteo” del archipiélago (en palabras de los expresidentes autonómicos Rivero y Saavedra) que posibilitan los fondos Next Generation EU ha sido y está siendo un proceso en disputa cuyo resultado será, ni más ni menos, el reflejo de la correlación de fuerzas existente en nuestra sociedad.
Baste evocar el Plan de Choque propuesto hace un año por el presidente del PP, Pablo Casado, para darnos cuenta de hasta qué punto está en disputa la gestión de la actual crisis. Un plan que recordaba demasiado a aquellas terapias de choque con las que en los años setenta se impuso el programa económico neoliberal en América Latina, especialmente en Chile con el golpe de estado de Pinochet. Hoy, en pleno 2021, en tiempos de fatiga pandémica como los que vivimos, las élites tratan de aprovechar la coyuntura de conmoción social para volver a aplicar la doctrina del shock (fórmula explicada en la obra de Naomi Klein), esta vez para apuntalar un capitalismo verde y digital en el marco Next Generation EU.
Las oportunidades, deficiencias y propuestas de los fondos europeos han sido analizadas exhaustivamente por el Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG), El Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) y Ecologistas en Acción en la Guía Next Generation EU: más sombras que luces. En esta guía, las organizaciones mencionadas alertaban de los que consideraban que serían los cinco principales riesgos de este mecanismo, a saber: el sobreendeudamiento y la austeridad que acarrearán las ayudas; la concentración de los fondos en grandes empresas; el lavado de cara verde de empresas como Naturgy, Iberdrola, Endesa o Repsol, entre otras; la falta de participación ciudadana y transparencia durante el proceso; y el debilitamiento del sector público en detrimento del sector privado. La propia norma que regula la adjudicación de estos fondos, el Real Decreto-ley 36/2020, se basó de hecho en la propuesta redactada por los bufetes de abogados de la patronal CEOE, con la cual las grandes corporaciones sentaron las bases del reparto de las ayudas para la recuperación.
Estas consideraciones se ejemplifican en el paradigmático caso del exministro de Industria del PP José Manuel Soria. El que fuera artífice del denominado “impuesto al sol” y de los recortes a las energías renovables, que tuvo que abandonar la política salpicado por múltiples casos de corrupción, hoy preside la filial española de una empresa fotovoltaica británica que ya cuenta con siete proyectos de plantas en España repartidas entre Baleares, Aragón y Andalucía. La avalancha de grandes proyectos propiciada por los fondos europeos está afianzando un modelo caracterizado por la concentración de capital en muy pocas manos privadas que, en última instancia, pone en riesgo una reactivación económica justa y sostenible.
Así pues, si ojeamos las estrategias del Gobierno canario, el Gobierno español o la Unión Europea, nos encontramos con que términos como “sostenible”, “verde”, “justo” o “resiliente” se repiten hasta la saciedad, generando la sensación de que nuestros gobiernos saben lo que están haciendo, de que nos están conduciendo hacia un futuro seguro. Sin embargo, debemos preguntarnos si realmente estos planes apuntan en la dirección de afrontar los enormes retos que tenemos por delante.
Canarias ante la encrucijada: decrecer o colapsar
El actual contexto no es solo un contexto de crisis sanitaria: vivimos inmersos en una crisis ecosocial en la que las enormes desigualdades y el choque de nuestra civilización con los límites planetarios dan muestra de que el actual modelo económico basado en el crecimiento sin límites no podrá sostenerse mucho tiempo más. No podrá sostenerse ambientalmente, porque incluso nuestros políticos reconocen ya la magnitud de nuestra huella ecológica, que para el caso de Canarias, implica que necesitaríamos 27 archipiélagos para poder seguir produciendo indefinidamente la cantidad de materia y energía que consumimos y absorbiendo los residuos que generamos. Y tampoco podrá sostenerse socialmente, porque el creciente nivel de exclusión social nos está situando al borde de una nueva oleada de estallidos sociales, como prevé el propio FMI.
En esta línea, el Gobierno de Canarias ha optado por encender una vela a dios y otra al diablo, como refleja el hecho de que se proponga contener la curva de la pandemia e impulsar una recuperación económica justa y sostenible alineándose con los objetivos de la UE de transición ecológica y digital, a la vez que se apuesta por la reactivación del turismo y la profundización del mismo modelo que nos hace vulnerables a crisis como las que estamos sufriendo. Sin embargo, lo cierto es que, de seguir por esta vía, la única curva que no lograremos contener, es la curva creciente de impactos ambientales y sociales.
Pero es que además, los objetivos de la UE con los que Canarias pretende alinearse contienen en su esencia misma contradicciones insalvables que debemos señalar. Como han explicado Riechmann y Almazán en Luchar contra la “doctrina del shock” digital, “digitalización y transición ecosocial son proyectos de naturaleza antagónica bajo las relaciones socioeconómicas realmente existentes”. En ese sentido, “cuando la confluencia de una crisis climática cada vez más acelerada, una pérdida masiva de biodiversidad y un agotamiento cada vez más rápido de combustibles fósiles y minerales escasos dibuja un claro escenario de colapso ecosocial, lo que hace falta es frenar, parar y repensar casi todo. No necesitamos un crecimiento supuestamente ”verde“ e ”inteligente“, sino decrecer con criterios de justicia, igualdad, autonomía y auténtica sustentabilidad”.
Si a esto añadimos otras estrategias destacables del ejecutivo canario, como por ejemplo la de almacenamiento renovable, que supone instalar al menos cuatro Chira-Soria para lograr la descarbonización en todo el archipiélago, o la de movilidad sostenible, que aspira a contar con un parque automovilístico 100% eléctrico para 2040 (más de 1,5 millones de coches, de los cuales a día de hoy solo el 0,2% son eléctricos), nos encontramos con que los modelos de transición energética y digitalización que nos están presentando persisten en una senda de crecimiento y extractivismo sin límites que nos sitúa ante una disyuntiva histórica: decrecer o colapsar. Y es que estos modelos, lejos de constituir dos pilares para la reconstrucción que necesitamos, serán más bien dos arietes que terminarán de derrumbar nuestro modelo económico y precipitarnos al colapso ecosocial. Esto explica el creciente rechazo social por parte de residentes que comienzan a organizarse para denunciar la cara B de este proceso y sus negativas implicaciones para Canarias.
Pensemos en la fabricación de todos los paneles fotovoltaicos, baterías de coches eléctricos, instalaciones de parques eólicos, etc., necesarios para cubrir unos niveles de consumo de recursos y energía en continuo aumento. La presión sobre las reservas minerales (no renovables) del planeta que requerirá la producción de tantos dispositivos tecnológicos e infraestructuras está empujándonos a puntos críticos, como ya empieza a notarse, por ejemplo, en el sector automovilístico o la industria electrónica, que recientemente se han visto golpeados por la alta demanda mundial de chips, viviendo un tráiler de este colapso. O pensemos en la altísima exigencia de materiales y energía del mundo digital: la fabricación de equipos, el mantenimiento y refrigeración de servidores y centros de almacenamiento, los cables submarinos y satélites… Si Internet fuera un país, sería el sexto más emisor de gases de efecto invernadero del mundo.
¿Qué haremos cuando ya no quede más planeta por exprimir? ¿Nos lanzaremos a explotar los recursos de otros planetas? Porque si el mercado necesita crecer y expandirse ilimitadamente, algunos empiezan a augurar una fase superior de capitalismo espacial que es reflejo de la inmensa capacidad humana para imaginar futuros distópicos que terminan por cumplirse. La estrategia de las élites aquí precisará reforzar aún más la dominación para contrarrestar los altos niveles de exclusión generados, lo que en palabras del Doctor en Economía Internacional Santiago Álvarez, implicará “fortificar archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria”, condenándonos a unas décadas oscuras de ecofascismo. En un futuro (¿o presente?) de esta clase, el carácter de región ultraperiférica de Canarias nos sitúa en primera línea de resistencia como muro de contención de la Europa fortaleza ante la intensificación de la presión migratoria, tal y como está ocurriendo en la actualidad.
Alumbrar nuevos horizontes para el siglo XXI
Aunque buena parte de la élite tecnocientífica profetiza la llegada de una nueva era digital 100% renovable, la realidad es que, si bien las energías renovables juegan un papel muy importante en nuestro futuro, estas también presentan múltiples limitaciones que deben ser tenidas en cuenta. Las energías renovables producen electricidad en sociedades no eléctricas, pues apenas un 20% de nuestro consumo energético proviene de la electricidad, y sectores como el sistema de transporte son un importante cuello de botella para la transición energética dadas las enormes dificultades técnicas para ser electrificado.
Dicho esto, lo que parece evidente es que todo lo que suponga solo un cambio de surtidor (de combustibles fósiles a energías “limpias”) sin un cambio de modelo (hacia un post-capitalismo basado en la justicia social y ambiental), redundará en un mayor deterioro de nuestra salud, de los ecosistemas y la biodiversidad, condenándonos a sufrir cada vez más y peores pandemias, plagas y demás efectos adversos. En otras palabras: pretender sustituir unas fuentes energéticas por otras sin reducir los niveles de consumo de recursos y energía, no es una solución plausible. Por eso, como ha advertido Ecologistas en Acción, frenar la hiperdigitalización y compatibilizar la penetración de renovables con la protección de la biodiversidad, la justicia social y el equilibrio territorial, son dos de los principales retos que hoy enfrentamos. La mejor vacuna, como ha puesto sobre la mesa la confederación ecologista con la campaña #LaMejorVacuna, es una economía ecológica, feminista y solidaria que frene el destrozo de la naturaleza.
Frente a la fantasía tecnoutópica, necesitamos trazar rutas de transición ecosocial justa y concebir imaginarios sociales para una vida buena que encarne el lema de vivir mejor con menos y que apunte al horizonte esperanzador que estos tiempos de fatiga pandémica exigen. No será fácil. El crecimiento económico es una inercia civilizatoria profundamente enraizada en el corazón de nuestras sociedades, y aunque detuviéramos toda la quema de combustibles de repente, algunos de los procesos planetarios que hemos desencadenado, como el cambio climático, perdurarán, de forma que probablemente la temperatura global seguirá subiendo durante uno o dos siglos más. Pero, como afirmó el propio viceconsejero de Presidencia de Canarias, Antonio Olivera, “estamos en condiciones de hacer un cambio transformador, por dos motivos: los fondos europeos, y la gente, que es más consciente de que tenemos que hacer cosas distintas”.
En ese sentido, debemos poner en valor que el Plan Reactiva Canarias contiene apuestas positivas en la línea de reforzar los servicios públicos o atender a las personas más vulnerables. Pero necesitamos ir más allá. Tenemos que aprovechar el revulsivo que esta crisis ha supuesto para impulsar políticas radicales y acometer una gran transformación de nuestro modelo socioeconómico, inspirándonos en la idea de la economista Kate Raworth de una “economía donut” comprendida entre un suelo social en el que las necesidades de todas las personas estén satisfechas y un techo ecológico determinado por los límites del planeta. Y es que hoy, aquella famosa frase atribuida a Gandhi de que “el mundo siempre será suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de unos pocos”, tiene más vigencia que nunca.
Canarias es uno de los territorios más vulnerables ante la emergencia civilizatoria que enfrentamos. Pero también contamos con el potencial para liderar una transición que sea referencia para los proyectos ecosociales del siglo XXI. Es posible apostar por la soberanía alimentaria multiplicando al menos por tres el área cultivada en el archipiélago impulsando un modelo agroecológico. Es posible apostar por la soberanía energética reduciendo drásticamente nuestra demanda energética e implementando un modelo descentralizado de energía renovable kilómetro cero que aproveche al máximo el potencial de las fuentes energéticas con las que contamos. Es posible apostar por la soberanía tecnológica haciendo un uso racional de nuestros recursos, reduciendo nuestra dependencia de las cadenas globales de suministros y democratizando la transformación digital.
Otra Canarias es posible y deseable, pero solo será real si logramos salir de esta crisis habiendo tomado conciencia de nuestra esencia interdependiente y ecodependiente, si reconstruimos el vínculo roto entre las personas y la naturaleza, si ponemos en el centro la sostenibilidad de la vida y trabajamos por un futuro en el que quepamos todas y todos.
Es hora de elegir qué queremos ser: la dolorosa expresión de la distopía ecofascista o un faro que alumbre nuevos horizontes para el siglo XXI.
El futuro está por construir. Atrevámonos a soñar.