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La confusión

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Decía la canción del grupo español de música punk-rock Siniestro Total que “…somos seres racionales de los que toman las raciones en los bares…”. No les faltaba razón, pudiendo añadir que somos seres relacionales que nos conectamos, valga la redundancia, segundo a segundo, presentando y cobrando facturas emocionales. Parte de estas interacciones se basa en los merecimientos y correcciones de cada actuación, pudiendo utilizar el reconocimiento, la aprobación, la corrección, el castigo, la penitencia y el perdón, según sea positiva o negativa la trayectoria de los acontecimientos. Hasta aquí, todo normal. El problema surge cuando estos conceptos se confunden, convirtiéndose en un fenómeno que afecta profundamente a las relaciones interpersonales y a la dinámica social.

El perdón se define como un acto voluntario que permite liberar de una carga emocional provocada por una ofensa o daño. No implica necesariamente la reconciliación o el olvido, ni significa justificar el comportamiento dañino o minimizar el sufrimiento causado. Por su parte, el arrepentimiento es el sentimiento de remordimiento o tristeza que surge al reconocer que se ha hecho daño a alguien o que se ha tomado una decisión equivocada, convirtiéndose en un poderoso motivador para la acción. La penitencia, en cambio, implica el reconocimiento de un error, junto con un compromiso de cambiar el comportamiento, siendo de carácter más introspectivo.

A partir de estas definiciones individuales, la relación entre estos conceptos es compleja. Una persona que se siente arrepentida puede buscar la penitencia como una forma de afrontar su culpa. A su vez, el perdón puede ser un elemento crucial en este proceso, ya que la reconciliación con la persona agraviada puede ser vista como un paso necesario hacia la absolución personal. No obstante, el perdón no siempre es requerido para que alguien sienta arrepentimiento o realice penitencia. Una persona puede experimentar un profundo remordimiento sin que la otra parte ofrezca perdón, lo que puede resultar en un dolor no resuelto.

Llevando estos términos a la política, los partidos presentan promesas y planes que esperan cumplir una vez en el poder. Sin embargo, la realidad a menudo revela un desajuste entre estas promesas y las acciones efectivas, lo que asume que la relación entre la ciudadanía y sus representantes es frágil. Por ello, fomentar una mayor comprensión de estos conceptos puede ayudar a construir un sistema político más saludable, donde se valore la autenticidad, la rendición de cuentas y la verdadera intención de servir al bienestar común. La política debería ser un espacio donde el arrepentimiento genuino y la penitencia puedan conducir a un perdón significativo y a una mayor participación ciudadana.

La falta de claridad en estas dinámicas puede dar lugar a conflictos interpersonales, donde las expectativas no se comunican claramente. Esto puede resultar en resentimientos acumulados y en un deterioro de las relaciones, creando un ciclo difícil de romper y provocando un continuo y progresivo alejamiento de las instituciones en las que delegamos nuestra representación. Para abordar esta confusión, la comunicación abierta y honesta sobre las emociones y expectativas puede ayudar a deshacer malentendidos y facilitar la situación. Pero entonces no estaríamos hablando de política, sino de algo muy distinto que, por ahora, no existe. O al menos, eso es lo que se percibe.

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