Espacio de opinión de Canarias Ahora
Covadonga y el laicismo
Ni ocurrírsele que la presencia de La Santina resultaba bastante más improbable que la de los reales huesos del iniciador de la Reconquista. Los cristianos, ya saben, se habían refugiado en aquellas montañas y los moros, en lugar de dejarlos estar aburridos allá arriba y seguir su camino, fueron a por ellos en mala hora. La derrota fue de tales proporciones que la temeridad de internarse en tan intrincados parajes resultó determinante: don Pelayo, crecido por la victoria, aprovechó para fundar la monarquía heredera de la lista de los reyes godos martirio de nuestra infancia que, en materia de esfuerzos memorizadores, no iba más allá de la alineación de la Unión Deportiva Las Palmas cuando el primer ascenso a la llamada División de Honor, con Ataúlfo, creo, en la portería y Wamba de extremo izquierdo. De Covadonga se apropió tempranamente la Iglesia, siempre al quite con su marketing divinamente inspirado. A la entrada de la Santa Cueva, donde está la Virgen, una placa recuerda que allí nació un reino cristiano que Âpuso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del EvangelioÂ, según Juan Pablo II durante su visita al lugar, en 1989.El culto católico ahogó, pues, los orígenes de España, que deben ser ya asunto cuasi exclusivo de círculos eruditos: en las tiendas de souvenirs apabulla más la ausencia de don Pelayo que la reproducción de la imagen de La Santina en miles de objetos de recuerdo. Como no soy de esa guerra, nada tengo contra lo de Covadonga. El comercio en los santuarios católicos está asumido y le da vidilla a mucha gente de aquí a Taiwan. Si traigo a colación el caso no es porque el culto religioso prevalezca allí sobre los mitos de origen de la nación, cosa que no me concierne, sino porque el lugar invita a abandonar cualquier esperanza de que España sea algún día un Estado laico. Por culpa de los moros, que deberían pedir perdón.
Ni ocurrírsele que la presencia de La Santina resultaba bastante más improbable que la de los reales huesos del iniciador de la Reconquista. Los cristianos, ya saben, se habían refugiado en aquellas montañas y los moros, en lugar de dejarlos estar aburridos allá arriba y seguir su camino, fueron a por ellos en mala hora. La derrota fue de tales proporciones que la temeridad de internarse en tan intrincados parajes resultó determinante: don Pelayo, crecido por la victoria, aprovechó para fundar la monarquía heredera de la lista de los reyes godos martirio de nuestra infancia que, en materia de esfuerzos memorizadores, no iba más allá de la alineación de la Unión Deportiva Las Palmas cuando el primer ascenso a la llamada División de Honor, con Ataúlfo, creo, en la portería y Wamba de extremo izquierdo. De Covadonga se apropió tempranamente la Iglesia, siempre al quite con su marketing divinamente inspirado. A la entrada de la Santa Cueva, donde está la Virgen, una placa recuerda que allí nació un reino cristiano que Âpuso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del EvangelioÂ, según Juan Pablo II durante su visita al lugar, en 1989.El culto católico ahogó, pues, los orígenes de España, que deben ser ya asunto cuasi exclusivo de círculos eruditos: en las tiendas de souvenirs apabulla más la ausencia de don Pelayo que la reproducción de la imagen de La Santina en miles de objetos de recuerdo. Como no soy de esa guerra, nada tengo contra lo de Covadonga. El comercio en los santuarios católicos está asumido y le da vidilla a mucha gente de aquí a Taiwan. Si traigo a colación el caso no es porque el culto religioso prevalezca allí sobre los mitos de origen de la nación, cosa que no me concierne, sino porque el lugar invita a abandonar cualquier esperanza de que España sea algún día un Estado laico. Por culpa de los moros, que deberían pedir perdón.